Este libro se considera correctamente como uno de los mejores clásicos de Trotsky. Es el producto de una aguda polémica dentro del movimiento trotskista estadounidense en el período de 1939-40. Esta fue una disputa que tocó los mismos fundamentos del marxismo. Fue por ello que Trotsky participó en el debate en forma de una serie de artículos y cartas que se recogen en este volumen. Los temas tratados se refieren a la esencia de la teoría marxista y tratan cuestiones tales como la naturaleza de clase del Estado soviético, la defensa de la Unión Soviética contra el ataque imperialista, los principios de organización bolchevique, así como una explicación del materialismo dialéctico que es la base filosófica del marxismo.
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Esta obra ha sido tomada de la edición digital de Titivillus con agregados del Centro de Estudios Socialistas Carlos Marx. Para esta edición hemos revisado la traducción del texto y añadido varios párrafos que habían sido omitidos de todas las ediciones españolas existentes.
Índice
Prólogo
Rob Sewell
Este libro se considera correctamente como uno de los mejores clásicos de Trotsky. Es el producto de una aguda polémica dentro del movimiento trotskista estadounidense en el período de 1939-40. Esta fue una disputa que tocó los mismos fundamentos del marxismo. Fue por ello que Trotsky participó en el debate en forma de una serie de artículos y cartas que se recogen en este volumen. Los temas tratados se refieren a la esencia de la teoría marxista y tratan cuestiones tales como la naturaleza de clase del Estado soviético, la defensa de la Unión Soviética contra el ataque imperialista, los principios de organización bolchevique, así como una explicación del materialismo dialéctico que es la base filosófica del marxismo.
Después de la Revolución de Octubre de 1917, los trabajadores con conciencia de clase de todas partes se unieron en defensa del joven Estado dirigido por trabajadores. Este fue claramente el primer deber de todos los comunistas a nivel internacional, luchar contra el ataque imperialista. La Oposición de Izquierda de Trotsky, establecida en 1923, no fue una excepción. La defensa de la Unión Soviética, a pesar de las distorsiones y crímenes del régimen de Stalin, fue primordial. Incluso a principios de la década de 1930, cuando Trotsky cambió su posición de la reforma del estado soviético a la necesidad de una revolución política, la defensa de la URSS contra la agresión imperialista seguía siendo una parte esencial del programa.
Sin embargo, esta posición fue desafiada posteriormente por ciertos trotskistas estadounidenses en la dirección del Partido Socialista de los Trabajadores tras la ola de histeria antisoviética que rodeó el pacto Stalin-Hitler de agosto de 1939.
El Partido Socialista Obrero (SWP) fue fundado en 1938. Tenía sus raíces en el nacimiento del trotskismo estadounidense una década antes, después de que James P. Cannon y un grupo de pensadores fueran expulsados del Partido Comunista de Estados Unidos. Si bien el SWP tenía ciertos puntos de apoyo en la clase trabajadora y lideró la histórica huelga de los Teamsters en Minneapolis en 1934, había atraído a una gran capa de miembros que no habían sido educados en las ideas del bolchevismo. Muchos habían salido del Partido Socialista y carecían de una tradición marxista revolucionaria. Aunque muchos eran buenos miembros, no habían desarrollado una perspectiva de clase proletaria y tendían a reflejar las presiones de la "opinión pública". Con la estampida que rodeó al pacto Stalin-Hitler, muchos dentro del partido comenzaron a cuestionar el carácter de la Unión Soviética.
Esto llevó a un intento de revisar la posición del partido sobre la defensa de la URSS. Una parte de la dirección en torno a James Burnham, editor de la revista teórica del partido, presentó un documento titulado: "Sobre el carácter de la guerra" el 5 de septiembre de 1939, poco después de la firma del pacto. Donde dice:
"Es imposible considerar a la Unión Soviética como un Estado Obrero en sentido alguno (...) La intervención soviética (en la guerra) estará totalmente subordinada al carácter imperialista general del conflicto en su conjunto; y de ningún modo será una defensa de los restos de la economía socialista".
Este fue un intento de abandonar la defensa de la URSS en el mismo estallido de la Segunda Guerra Mundial, en un momento en que esto era más urgente que nunca.
En una semana, Trotsky escribió una carta en la que exponía las amplias implicaciones de la posición de James Burnham:
"se ha extinguido todo el potencial revolucionario del proletariado, a nivel mundial, que el movimiento socialista está en bancarrota y que el viejo capitalismo se está autotransformando en ‘colectivismo burocrático’, con una nueva clase dominante” (Véase en la presente obra “Carta a James P. Cannon”).
Los elementos de la clase media dentro de la dirección del SWP se habían visto afectados por presiones externas. Esto los llevó a desafiar las tradiciones y principios básicos del movimiento marxista. Un grupo dirigente, encabezado por James Burnham, Max Shachtman y Martin Abern, comenzó una lucha de siete meses. Este desafío fue, en palabras de Trotsky, “un intento de desacreditar, rechazar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento”. (Véase en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”). La disputa finalmente conduciría a una escisión en el movimiento trotskista, donde un cuarenta por ciento de los miembros se iría para formar el Partido de los Trabajadores.
Trotsky, que había estado viviendo en el exilio en Ciudad de México, colaboró con la agrupación mayoritaria en torno a James P. Cannon para defender las posiciones tradicionales del partido. Para ellos, la defensa de la URSS fue fundamental. Esto, sin embargo, iba de la mano con la necesidad de una revolución política que reemplazara el régimen estalinista por un régimen basado en una auténtica democracia obrera, como lo fue bajo la dirección de Lenin y Trotsky.
El 25 de septiembre, Trotsky escribió una contribución titulada "La URSS en guerra", que iba al meollo del asunto.
"Comencemos por plantear la cuestión de la naturaleza del Estado soviético, no en el plano sociológico abstracto, sino en el plano de las tareas políticas concretas. Admitamos por un momento que la burocracia es una nueva clase, y que el régimen actual en la URSS es un sistema especial de explotación de clases. ¿Qué conclusiones políticas nuevas podemos extraer de estas definiciones? La Cuarta Internacional hace mucho tiempo reconoció la necesidad de derribar a la burocracia a través de una insurrección revolucionaria de los trabajadores. Nada más es propuesto o puede ser propuesto por esos que proclaman que la burocracia es una clase explotadora. La meta buscada por el derrocamiento de la burocracia es el restablecimiento del dominio de los soviets, expulsando de ellos a la burocracia actual. Nada diferente es propuesto o puede ser propuesto por los críticos de izquierda. Es la tarea de los soviets regenerados colaborar con la revolución mundial y la construcción de una sociedad socialista. El derrocamiento de la burocracia presupone, por tanto, la preservación de la propiedad estatal y de la economía planificada. Aquí está el meollo de todo el problema." (Véase en la presente obra, “La URSS en guerra”)
Trotsky intentó eliminar las diferencias terminológicas y secundarias y concentrarse en lo esencial del problema. Independientemente de cómo se pueda describir el carácter de clase de la URSS, ¿qué diferencia haría esto en las políticas que se siguen dentro de la URSS? La oposición no respondió a esta pregunta y, en cambio, planteó toda una serie de "preguntas concretas" en un intento de ampliar la disputa.
La oposición dentro del SWP fue ciertamente heterogénea, consistente en tres tendencias separadas. Uno fue dirigido por James Burnham, profesor de filosofía en la Universidad de Nueva York, quien fue el principal teórico de la oposición y articuló gráficamente su carácter antimarxista. Más tarde alcanzaría la fama como autor de The Managerial Revolution (La Revolución Gerencial) y notoriedad como defensor del uso de armas atómicas contra la URSS. La Revolución Gerencial se basó en teorías reaccionarias similares presentadas por Bruno Rizzi en su libro El burocratismo del mundo, al que se refiere Trotsky en este volumen. Martin Abern, cofundador del trotskismo estadounidense, encabezó un grupo que no estaba de acuerdo con las opiniones de Burnham, pero estaba obsesionado con la eliminación del "régimen" de Cannon de la dirección. Max Shachtman, un talentoso escritor y cofundador del movimiento, asumió una posición independiente entre Burnham y las visiones ortodoxas del trotskismo.
Las dos últimas tendencias no estaban preparadas, por el momento, para basarse firmemente en la política de Burnham. Esto dio lugar a un bloque sin principios, que evitaba los principios básicos y deseaba limitar la discusión a cuestiones inmediatas. Como consecuencia, Burnham retiró cínicamente su documento del 5 de septiembre para ayudar a cimentar su bloque con las otras tendencias. A partir de este punto, la oposición se propuso desafiar, de manera liviana, toda una serie de puntos sobre la teoría marxista.
En su artículo titulado "De un arañazo al peligro de la gangrena", Trotsky explicó que estos puntos de vista revisionistas habían estado germinando dentro del movimiento estadounidense durante varios años. La histeria de la Segunda Guerra Mundial simplemente había llevado las cosas a un punto crítico. El pacto de Stalin con Hitler permitió a las tropas rusas invadir Polonia y Finlandia. Esto resultó en una ola de propaganda antisoviética que generó pánico en toda la clase media progresista, el medio social con el que los miembros intelectuales del SWP estaban más en contacto. La defensa de la Unión Soviética en tales condiciones se volvió imposible para tales personas. Pronto, Burnham y Shachtman estaban hablando de un "Tercer Campo" entre Washington y Moscú, lo que Trotsky describió como "el campo de la pequeña burguesía en estampida".
Desafortunadamente, una de las principales debilidades del trotskismo estadounidense, como en los primeros años del trotskismo británico, fue su bajo nivel político y teórico. A esto se sumaba el hecho de que, como explicó Trotsky:
“una generación revolucionaría que, debido a una especial coyuntura histórica, se ha desarrollado fuera del movimiento obrero. He escrito más de una vez, en ocasiones anteriores, del peligro de degeneración al que están sometidos estos valiosos elementos, a pesar de su devoción a la causa revolucionaria. Lo que fue en su tiempo una característica inevitable de la adolescencia se ha convertido en hábito. El hábito ha llegado a ser enfermedad. Si la enfermedad no se cuida, puede ser fatal. Para evitar este peligro, es preciso abrir, conscientemente, un nuevo capítulo en la vida del partido. Los periodistas y propagandistas de la IV Internacional deben abrir un nuevo capítulo en su propia conciencia. Es necesario rearmarse” (véase en esta obra, “De un arañazo al peligro de gangrena”).
El desdén de la oposición por la teoría, especialmente el materialismo dialéctico, que sustenta toda la perspectiva del marxismo, resultó desastroso. Su incapacidad para comprender el método marxista llevó inevitablemente a depender del pragmatismo y el empirismo burgués. Esta era la más grande preocupación de Trotsky y ocupó un lugar destacado en sus contribuciones al debate del SWP. "La discusión ha revelado que amplios círculos del partido carecen de educación teórica de base", declaró. "Para ello, es necesario llevar la discusión al nivel teórico en el que se basa el partido" (Ibidem).
El desarrollo del trotskismo estadounidense durante la década de 1930 fue una tarea difícil, dadas las dificultades objetivas del momento. Frente al trasfondo de las derrotas internacionales de la clase obrera, la pesadilla de los juicios de Moscú y la inminente guerra mundial, el desarrollo del movimiento revolucionario enfrentó muchos obstáculos, entre ellos la dificultad de penetrar en la clase obrera y sus organizaciones. El movimiento trotskista estaba luchando contra la corriente, un hecho que Trotsky ciertamente reconoció:
“Estamos en un pequeño bote en medio de una tremenda corriente. Hay cinco o diez botes. Si uno se hunde decimos que se debió a un mal timonel. Pero la razón no fue ésa sino que la corriente era demasiado fuerte. Es la explicación más general; nosotros, la vanguardia de la vanguardia, nunca deberíamos olvidarlo para no caer en el pesimismo. Luego, este clima crea grupos de elementos especiales que se nuclean en torno a nuestras banderas. Hay gente valiente a la que no le gusta nadar contra la corriente; es su carácter. También hay elementos inteligentes pero de mal carácter, que nunca fueron disciplinados, que siempre buscan una tendencia más radical o más independiente y se encuentran con la nuestra, pero todos ellos son más o menos extraños a la corriente general del movimiento obrero. Su valor tiene, inevitablemente, un aspecto negativo. El que nada contra la corriente no está ligado a las masas. Asimismo, en sus comienzos, la composición social de todo movimiento revolucionario no es obrera. Son los intelectuales, los semiintelectuales o los trabajadores conectados con los intelectuales los que no se conforman con las organizaciones existentes.”
"Estamos en un pequeño bote en medio de una tremenda corriente. Hay cinco o diez botes. Si uno se hunde decimos que se debió a un mal timonel. Pero esa no fue la razón, fue porque la corriente era demasiado fuerte. Es la explicación más general; nosotros, la vanguardia de la vanguardia, nunca deberíamos olvidarlo para no caer en el pesimismo. Hay elementos valientes a los que no le gusta nadar contra la corriente; es su carácter. También hay elementos inteligentes pero de mal carácter, que nunca fueron disciplinados, que siempre buscan una tendencia más radical o más independiente y se encuentran con la nuestra, pero todos ellos son más o menos extraños a la corriente general del movimiento obrero. Su valor tiene, inevitablemente, un aspecto negativo. El que nada contra la corriente no está ligado a las masas. Asimismo, en sus comienzos, la composición social de todo movimiento revolucionario no es obrera. Son los intelectuales, semi-intelectuales o trabajadores relacionados con los intelectuales los que están insatisfechos con la organización existente. (...)”
“Todos nosotros tenemos una actitud muy crítica ante la composición social de nuestra organización, que debemos cambiar; pero tenemos que entender que esta composición social no cayó del cielo sino que fue determinada por la situación objetiva y por nuestra misión histórica en este período” (“Luchando contra la corriente” en, León Trotsky, 1977, Escritos (1929-1940): Vol. V. Pluma).
En estas circunstancias, era aún más importante mantener los principios y las conquistas del movimiento marxista frente a los intentos de revisionismo y retrocesos teóricos. Era fundamental enfrentarse a la clase trabajadora en los sindicatos, fábricas y lugares de trabajo. Sobre todo, era fundamental llevar a cabo una lucha decidida contra las influencias burguesas dentro del movimiento, que reflejan las presiones del capitalismo sobre la organización revolucionaria. Estas difíciles condiciones objetivas, que estaban presentes en todos los países capitalistas avanzados, fueron especialmente duras en países como Estados Unidos (y Gran Bretaña) dominados por sus largas tradiciones antiteóricas, especialmente el pragmatismo y el empirismo.
Tan pronto como Trotsky puso un pie en las Américas, expresó estas preocupaciones. George Novack y Shachtman conocieron a Trotsky cuando llegó a México. Novack, quien se convirtió en secretario de Trotsky, recordó sus conversaciones:
“10 de enero de 1937: el día después de que Trotsky y su esposa Natalia aterrizaran en México. Su grupo estaba en el tren privado vigilado por tropas enviadas por el Ministro de Comunicaciones para asegurar su salvoconducto desde Tampico a la Ciudad de México. Aquella soleada mañana, Shachtman y yo nos sentamos con Trotsky en uno de los compartimentos, informando al exiliado de lo que había sucedido durante su viaje forzoso desde Noruega”.
“Nuestras discusiones se deslizaron en el tema de la filosofía en el que, se le informó, yo tenía un interés especial. Hablamos de las mejores formas de estudiar el materialismo dialéctico, sobre El materialismo y empiriocriticismo de Lenin y del atraso teórico del radicalismo norteamericano. Trotsky sacó a relucir el nombre de Max Eastman, quien en varias obras había polemizado contra la dialéctica como un resabio idealista sin valor de la herencia hegeliana del marxismo”.
“Se puso tenso, agitado. ‘Al regresar a Estados Unidos’, instó, ‘ustedes, camaradas, deben emprender de inmediato la lucha contra la distorsión y el repudio de Eastman del materialismo dialéctico. Nada es más importante. El pragmatismo, el empirismo es la mayor maldición del pensamiento estadounidense. Debes vacunar a los camaradas más jóvenes contra su infección’" (W.F. Warde, ‘Trotsky’s Views on Dialectical Materialism’, International Socialist Review, 1960, p. 111.).
Max Eastman y otros intelectuales radicales se habían sentido atraídos por el movimiento trotskista a finales de la década de 1920. De hecho, el trotskismo estaba bastante de moda entre ciertos sectores de la intelectualidad en ese momento. Sin embargo, tenían una cosa en común: todos repudiaron el materialismo dialéctico. Toda su perspectiva estaba saturada de pragmatismo de "sentido común". Estos círculos radicales, que podían ser amigos de la URSS cuando coqueteaban con las "democracias" aliadas, de repente entraron en un frenesí por el pacto Stalin-Hitler. Con la guerra que se acercaba, se alinearon fielmente detrás de su clase dominante patriótica. Esta repulsión tuvo su reflejo directo dentro del SWP con el surgimiento de la oposición Burnham-Shachtman-Abern.
A pesar del consejo de Trotsky, le correspondía a él responder directamente a los ataques revisionistas de la oposición. Mientras Burnham y compañía intentaron desviar el argumento de la naturaleza de clase de la Unión Soviética a "cuestiones concretas", Trotsky trató de devolver el debate a la importancia del método marxista. Sin un método correcto, no sería posible comprender nada, y mucho menos las cuestiones en disputa. En su siguiente gran contribución a la discusión, “Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero”, Trotsky, entre otras cosas, esbozó las características esenciales de la oposición:
"Como cualquier grupo pequeñoburgués dentro del movimiento socialista, la oposición actual se caracteriza por las siguientes características: una actitud desdeñosa hacia la teoría y una inclinación hacia el eclecticismo; falta de respeto a la tradición de su propia organización; ansiedad por la "independencia" personal a expensas de la ansiedad por la verdad objetiva; nerviosismo en lugar de coherencia; disposición para saltar de una posición a otra; falta de comprensión del centralismo revolucionario y hostilidad hacia él; y finalmente, la inclinación a sustituir la disciplina partidaria por los lazos de camarilla y las relaciones personales" (Ver en la presente obra, “Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)”).
La minoría pequeñoburguesa exigió total libertad para criticar cualquier cosa y en todo momento con el fin de exponer la "degeneración burocrática de la dirección". En cada ocasión protestaron contra el "centralismo excesivo" del régimen. Trotsky respondió:
“Es usted incapaz de ver que nuestra sección americana no está enferma por un exceso de centralismo —da risa hasta oír hablar de ello—, sino de un monstruoso abuso y distorsión de la democracia, por parte de los elementos pequeñoburgueses. Este es el origen de la crisis actual (...)”.
“Los elementos pequeñoburgueses, especialmente los desclasados, divorciados del proletariado, vegetan en un ambiente artificial y cerrado. Tienen mucho tiempo para charlar de política y sus substitutivos. Sacan faltas y cotillean sobre los ‘jefes’ del partido. Siempre conocen a un líder ‘que les ha puesto al corriente de todos los secretos’. La discusión es su elemento. Nunca tienen bastante cantidad de democracia. Se vuelven excitables, dan vueltas en un círculo vicioso y sacian su sed con agua salada. ¿Quiere usted conocer el programa organizativo de la oposición? Consiste en una loca búsqueda de la cuarta dimensión de la democracia interna. En la práctica, esto consiste en enterrar la política bajo la discusión; y enterrar el centralismo bajo la anarquía de los círculos intelectuales. En cuanto entren unos cuantos miles de trabajadores en el partido, llamarán al orden severamente a los anarquistas pequeñoburgueses. Cuanto antes, mejor (Ver en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”).
Trotsky expuso la debilidad política de la oposición al abordar un artículo escrito por Burnham y Shachtman titulado “Intelectuales en retirada en la nueva internacional”, que se suponía que era una crítica de Eastman y Hook. Los autores Burnham y Shachtman escribieron lo siguiente:
"Los dos autores del presente artículo difieren profundamente en su estimación de la teoría general del materialismo dialéctico, uno de ellos la acepta y el otro la rechaza... No hay nada anómalo en esta situación”.
Para ellos, sus desacuerdos sobre la filosofía marxista no tenían relevancia para cuestiones políticas concretas. Esta clara expresión de pragmatismo pequeñoburgués demostró su desprecio por la teoría marxista, puntos de vista que ahora se reflejaban incluso en las publicaciones del partido.
Según Trotsky:
“él [Burnham] posee un método —el pragmatismo—, mientras Shachtman no tiene ninguno. Se limita a adaptarse a Burnham. Aunque no quiere asumir la responsabilidad del anti-marxismo de Burnham, no defiende sus concepciones de los ataques al marxismo de Burnham en el terreno de la filosofía ni en el de la sociología. En ambos casos, Burnham aparece como un pragmático y Shachtman como un ecléctico (...)”
"Apenas han pasado unos meses y hemos podido comprobar cómo su actitud frente a una ‘abstracción’, como el materialismo dialéctico se manifiesta claramente en su actitud hacia el Estado soviético” (Ver en la presente obra, “Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)”).
Desde esta posición, Trotsky procedió a contrastar el método del materialismo dialéctico con la lógica formal, que se convirtió en el rasgo central de sus contribuciones. Tanto Burnham como Shachtman objetaron la intervención de Trotsky en la dialéctica como una distracción y una "pista falsa", y exigieron que el argumento volviera a las cuestiones concretas. No tenían tiempo para el método marxista, el cual consideraban irrelevante. Sin embargo, todas las preguntas sólo pueden entenderse en su contexto material, en su contradicción, contenido de clase y evolución. Esto requiere un método correcto. En ausencia del método marxista, consciente o inconscientemente, uno se ve obligado a adoptar el método burgués establecido.
En su “'Carta abierta al camarada Burnham” Trotsky explicó:
“Pero el nudo del problema es que la discusión tiene una lógica objetiva, que no coincide con la lógica subjetiva de individuos y grupos. El carácter dialéctico de la discusión procede del hecho de que su curso objetivo se determina por el conflicto vivo entre tendencias opuestas, y no obedece a ningún plan lógico predeterminado. El carácter materialista de la discusión se debe a que refleja las presiones de las distintas clases. Por eso, la actual discusión dentro del SWP se desarrolla, como todo proceso histórico —y con o sin su permiso, camarada Burnham— de acuerdo con las leyes del materialismo dialéctico. No podemos escapar de esas leyes” (Ver en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”).
Esto finalmente obligó a Burnham a publicar su notorio documento “Ciencia y estilo” , que revelaba clara y abiertamente su ruptura con el marxismo y la oposición, comenzando por el materialismo dialéctico:
"Camarada Trotsky, has absorbido demasiado a Hegel, de su visión monolítica, totalitaria de un universo de bloques en el que cada parte está relacionada con todas las demás partes, en el que todo es relevante para todo lo demás, donde la destrucción de un solo grano de polvo significa la aniquilación del Todo. Me opongo al totalitarismo en filosofía como en el Estado o en el partido".
Sobre la publicación de Burnham de “Ciencia y estilo”, Trotsky comentó:
Se ha abierto el absceso. Shachtman y Abern no pueden seguir diciendo que sólo quieren discutir un poquito sobre Finlandia o sobre Cannon. No pueden seguir jugando a la gallina ciega con el marxismo y la IV Internacional. El SWP o sigue la tradición de Marx, Engels, Mehring, Lenin y Rosa Luxemburgo —esa tradición que Burnham llama “reaccionaria”— o sigue las concepciones de Burnham, que no son sino una mala reproducción del socialismo pequeñoburgués premarxista.”
“Sabemos muy bien lo que este revisionismo ha significado políticamente en el pasado. Hoy, en la época de la agonía de muerte de la sociedad burguesa, las consecuencias políticas del burnhamismo pueden ser mucho más inmediatas y anti-revolucionarias. ¡Camaradas Shachtman y Abern, el campo es vuestro!” (Ver en la presente obra, “Ciencia y Estilo”).
A pesar del desafío de Trotsky, optaron por no responder.
Habían llegado a su límite. Mantenían la solidaridad política con Burnham, que había roto por completo con el marxismo. Después de seis meses de discusión, Cannon y sus seguidores obtuvieron la mayoría en la convención del partido. La minoría, que comprende un considerable cuarenta por ciento de los miembros, en lugar de aceptar las decisiones democráticas, se separó del partido y estableció una organización rival, el Partido de los Trabajadores.
Sin embargo, un mes después de su fundación, Burnham renunció al nuevo partido cuando cruzó al campo del imperialismo estadounidense. Como escribió en su carta de renuncia:
"La lucha de facciones en el Partido Socialista Obrero, su conclusión y la reciente formación del Partido de los Trabajadores han sido, en mi propio caso, la ocasión ineludible para la revisión de mis propias creencias teóricas y políticas. Esta revisión me ha demostrado que sin extender la terminología ya no puedo considerarme a mí mismo, o permitir que otros me consideren, como un marxista. (...)”
“Rechazo, como saben, la ‘filosofía del marxismo’, el materialismo dialéctico. Es cierto que nunca he aceptado esta filosofía. En el pasado excusé esta discrepancia y comprometí esta creencia con la idea de que la filosofía no era ‘importante’ y ‘no importaba’ en lo que respecta a la práctica y la política. La experiencia y el estudio y la reflexión más profundos me han convencido de que estaba equivocado y Trotsky, con tantos otros, tenía razón en este aspecto; que el materialismo dialéctico, aunque científicamente sin sentido, es psicológica e históricamente una parte integral del marxismo, y tiene sus muchos efectos adversos sobre la práctica y la política".
Como era de esperar, Burnham había repudiado abiertamente el materialismo dialéctico, la concepción leninista del partido, el programa de transición, el bolchevismo y otros bagajes ideológicos similares. A los pocos meses publicó la célebre “La revolución gerencial” que proclamaba la inevitabilidad del estado totalitario.
Si bien el Partido de los Trabajadores más tarde se dividió y finalmente terminó en el Partido Socialista Estadounidense, el SWP no siguió el consejo de Trotsky de que se orientaran hacia la clase obrera o que se formaran y prepararan a sus militantes. Después de su muerte, el SWP bajo el liderazgo de Cannon degeneró política y organizativamente. Incapaces de captar el método marxista, simplemente repitieron como loros las frases de Trotsky. En el mundo rápidamente cambiante del período de la posguerra, esto condujo a un error tras otro. James Cannon, que no era un teórico, intentó encubrir sus errores utilizando medidas organizativas para resolver problemas políticos. Esto resultó desastroso y, a principios de la década de 1980, este método zinovievista finalmente resultó en la ruptura del SWP, ya que la nueva dirección de Jack Barnes repudió abiertamente el trotskismo. Los pocos que quedaron terminaron como una secta pro- castrista en los márgenes distantes de la política radical estadounidense. "La Sección americana de la IV Internacional se convertirá en proletaria o dejará de existir" (Ver en la presente obra, “Carta abierta al camarada Burnham”), advirtió proféticamente Trotsky . Los acontecimientos confirmaron este pronóstico.
La degeneración y el colapso del SWP surgieron del fracaso total de la dirección, comenzando con Cannon, en aprender las lecciones de En defensa del marxismo de Trotsky. Mientras tanto, Shachtman se desplazó políticamente hacia la derecha, hasta que finalmente terminó apoyando la guerra del imperialismo estadounidense en Vietnam.
La nueva generación de hoy, que busca comprender los problemas de la construcción de una tendencia marxista en Gran Bretaña e internacionalmente, encontrará en estas páginas una enorme riqueza de ideas. El libro es lo mejor de Trotsky: afilado, profundo, conciso y bien escrito. Sobre todo, responde a los revisionistas y atraviesa la confusión teórica para producir una obra maestra que con razón puede considerarse un clásico marxista.
En medio de la crisis capitalista mundial y la época de austeridad que se cierne ante nosotros, los acontecimientos están transformando la conciencia de la clase trabajadora. Se ha desarrollado un odio generalizado hacia los banqueros y los parásitos de las grandes empresas. En el próximo período, las batallas de clases masivas están a la orden del día mientras los capitalistas intentan que los trabajadores paguen por la crisis. A medida que la clase trabajadora sea impulsada a la acción, las organizaciones de masas, comenzando por los sindicatos, se pondrán patas arriba. Las fuerzas jóvenes del marxismo se esforzarán por alcanzar y ganarse a estos trabajadores y jóvenes radicalizados. Pero como advirtió Trotsky:
“Precisamente, la penetración del partido en los sindicatos, y en el medio obrero en general, requiere la preparación teórica de nuestros cuadros. Y no quiero decir con ‘cuadros’ el ‘aparato’, sino el conjunto del partido. Cada militante debe considerarse y actuar como un oficial del ejército proletario” (Ver en la presente obra, “De un arañazo al peligro de gangrena”).
La reedición de este libro ayudará a esta educación vital y preparará el terreno para el desarrollo del marxismo genuino en Gran Bretaña e internacionalmente.
Londres, enero de 2010
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Carta a James P. Cannon
12 de septiembre de 1939.
Querido Jim:
Estoy escribiendo un estudio sobre el carácter social de la URSS en relación con el problema de la guerra. El escrito y su traducción no estarán listos hasta dentro de una semana. Las ideas fundamentales son las siguientes:
1. Nuestra definición de la URSS puede ser correcta o no, pero no veo ninguna razón para que esa definición dependa del pacto germano-soviético.
2. El carácter social de la URSS no está determinado por su amistad hacia las democracias o el fascismo. El que adopte este punto de vista está atrapado por la concepción stalinista del Frente Popular.
3. El que diga que la URSS ya no es un estado obrero degenerado, sino un nuevo tipo de formación social, debe especificar claramente cómo apoya nuestras conclusiones políticas.
4. No podemos considerar el problema de la URSS aisladamente, fuera del proceso histórico actual, El estado stalinista es una formación transitoria, la deformación de un estado obrero en un país aislado y atrasado, o un “colectivismo burocrático” (Bruno R., La Bureaucratisation du monde, París, 1939)[1], un nuevo tipo de formación social que está reemplazando al capitalismo en todo el mundo (stalinismo, fascismo, New Deal, etc.). Los experimentos terminológicos (estado obrero, o no; de clase o no de clase, etc.) cobran sentido sólo si tenemos en cuenta su aspecto histórico. El que elige la segunda alternativa admite, abiertamente o no, que se ha extinguido todo el potencial revolucionario del proletariado, a nivel mundial, que el movimiento socialista está en bancarrota y que el viejo capitalismo se está autotransformando en “colectivismo burocrático”, con una nueva clase dominante.
La enorme importancia de esta conclusión se explica por sí misma. Implica, en el sentido más amplio, el destino de la humanidad y del proletariado mundial. ¿Tenemos derecho para implicarnos, simplemente por experimentos terminológicos, en una nueva concepción histórica que está en contradicción absoluta con nuestro programa, táctica y estrategia? Un salto tan aventurado podría ser doblemente criminal en un momento de guerra mundial, cuando la revolución socialista parece inminente y cuando el caso de la URSS puede aparecer a los ojos de todo el mundo como un episodio transitorio en el proceso de la revolución socialista mundial.
He escrito estas líneas muy rápidamente, lo que explica su insuficiencia, pero espero poder mandarte dentro de una semana una tesis más completa.
Saludos del camarada,
V.T.O.[2]
Notas
[1] Bruno Rizzi. [Nota del MIA]
[2] Dadas las condiciones de los distintos países en que vivió tras su exilio, Trotsky utilizó frecuentemente pseudónimos. Sus cartas suelen ir firmadas con el nombre de su secretario inglés.
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La URSS en guerra
25 septiembre 1939
El pacto germano-soviético y el carácter de la URSS
¿Es posible, una vez concluido el acuerdo germano-soviético, seguir considerando a la URSS como un estado obrero? El futuro del estado soviético ha suscitado, una y otra vez, discusiones entre nosotros. Tenemos ante nosotros el primer caso histórico de estado obrero. Nadie ha podido analizar antes este fenómeno. En el problema del carácter social de la URSS, los errores suelen proceder, como ya habíamos previsto, de reemplazar el hecho histórico por la norma programática. El hecho concreto se deriva de la norma. Esto no significa, sin embargo, que la rompa: por el contrario, la reafirma, en su aspecto negativo. La degeneración del primer estado obrero, prevista y explicada por nosotros, ha demostrado gráficamente lo que puede y debe ser un estado obrero bajo determinadas condiciones históricas. La contradicción entre la norma y el hecho concreto no nos obliga a rechazar la norma, sino, al contrario, a luchar para construir un camino verdaderamente revolucionario. El programa para abordar el problema de la revolución en la URSS está determinado, por un lado, por el hecho histórico objetivo de la existencia de la URSS y, por otro, por la norma del estado obrero. No decimos: “Todo se ha perdido, debemos empezar de cero otra vez”, sino que indicamos claramente los elementos del estado obrero que, en el momento actual, pueden salvarse, preservarse e incluso desarrollarse.
Los que hoy afirman que el pacto germano-soviético debe cambiar nuestra posición respecto al estado soviético se basan en la postura del Comintern —o mejor dicho, de la antigua postura del Comintern—. De acuerdo con esta lógica, la misión histórica del estado obrero es la lucha a favor de la democracia imperialista. La “traición” de las democracias a favor del fascismo despoja a la URSS de su condición de estado obrero. De hecho, el tratado con Hitler no es sino un dato más del grado de degeneración de la burocracia soviética, y de su desprecio por la clase trabajadora internacional, incluido el Comintern, pero no la base para una revaluación de nuestra concepción sociológica de la URSS.
¿Las diferencias son políticas o terminológicas?
Comencemos por plantear la cuestión de la naturaleza del Estado soviético no en el plano sociológico abstracto, sino en el plano de las tareas políticas concretas. Concedamos por el momento que la burocracia es una nueva "clase" y que el régimen actual de la URSS es un sistema especial de explotación de clase. ¿Qué nuevas conclusiones políticas se derivan para nosotros de estas definiciones? La IV Internacional reconoció hace tiempo la necesidad de derrocar a la burocracia mediante un levantamiento revolucionario de los trabajadores. No es otra cosa lo que proponen o pueden proponer quienes proclaman que la burocracia es una "clase" explotadora. El objetivo a alcanzar con el derrocamiento de la burocracia es el restablecimiento del gobierno de los soviets, expulsando de ellos a la actual burocracia. Nada diferente pueden proponer o proponen los críticos izquierdistas.[3a] Es tarea de los Soviets regenerados colaborar con la revolución mundial y la construcción de la sociedad socialista. El derrocamiento de la burocracia presupone, por tanto, la conservación de la propiedad estatal y de la economía planificada. Aquí está el quid de todo el problema.
Ni que decir tiene que la distribución de las fuerzas productivas entre las distintas ramas de la economía y, en general, todo el contenido del plan se modificará drásticamente cuando este plan esté determinado por los intereses no de la burocracia sino de los propios productores. Pero en la medida en que la cuestión del derrocamiento de la oligarquía parasitaria sigue ligada a la de la preservación de la propiedad (estatal) nacionalizada, llamamos política a la futura revolución. Algunos de nuestros críticos (Ciliga, Bruno y otros) quieren, pase lo que pase, llamar a la futura revolución social. Admitamos esta definición. ¿Qué altera en esencia? A las tareas de la revolución que hemos enumerado no añade nada en absoluto.
Nuestros críticos, por regla general, toman los hechos tal como los establecimos hace mucho tiempo. No añaden absolutamente nada esencial a la valoración de la posición de la burocracia y de los trabajadores, ni del papel del Kremlin en la arena internacional. En todas estas esferas, no sólo no desafían nuestro análisis, sino que, por el contrario, se basan completamente en él e incluso se limitan a él. La única acusación que nos hacen es que no sacamos las "conclusiones" necesarias. Sin embargo, al analizarlas, resulta que estas conclusiones son de carácter puramente terminológico. Nuestros críticos se niegan a llamar al estado obrero degenerado —un estado obrero. Exigen que se llame clase dominante a la burocracia totalitaria. La revolución contra esta burocracia proponen considerarla no política sino social. Si les hiciéramos estas concesiones terminológicas, pondríamos a nuestros críticos en una posición muy difícil, ya que ellos mismos no sabrían qué hacer con su victoria puramente verbal.
Volvamos a examinarnos a nosotros mismos
Por lo tanto, sería una tontería monstruosa separarse de los camaradas que en la cuestión de la naturaleza sociológica de la URSS tienen una opinión diferente a la nuestra, en la medida en que se solidarizan con nosotros en lo que respecta a las tareas políticas. Pero, por otra parte, sería una ceguera por nuestra parte ignorar las diferencias puramente teóricas e incluso terminológicas, porque en el curso del desarrollo posterior pueden adquirir carne y sangre y conducir a conclusiones políticas diametralmente opuestas. Al igual que un ama de casa ordenada nunca permite la acumulación de telarañas y basura, un partido revolucionario no puede tolerar la falta de claridad, la confusión y los equívocos. Nuestra casa debe mantenerse limpia.
Permítanme recordar, a modo de ejemplo, la cuestión de Thermidor. Durante mucho tiempo afirmamos que Thermidor en la URSS sólo se estaba preparando, pero aún no se había consumado. Más tarde, invirtiendo la analogía con Thermidor con un carácter más preciso y bien deliberado, llegamos a la conclusión de que Thermidor ya había tenido lugar hace tiempo. Ésta abierta rectificación de nuestro propio error no introdujo la menor consternación en nuestras filas. ¿Por qué? Porque la esencia de los procesos en la Unión Soviética era valorada de forma idéntica por todos nosotros, ya que estudiábamos conjuntamente día a día el crecimiento de la reacción. Para nosotros era sólo una cuestión de hacer más precisa una analogía histórica, nada más. Espero que todavía hoy, a pesar de la tentativa de algunos camaradas de poner en evidencia las divergencias sobre la cuestión de la "defensa de la URSS" —de la que nos ocuparemos en adelante—, consigamos, por medio de la simple precisión de nuestras propias ideas, preservar la unanimidad sobre la base del programa de la IV Internacional.
¿Se trata de un crecimiento canceroso o de un nuevo órgano?
Nuestros críticos han argüido más de una vez que la burocracia soviética actual se parece muy poco a las burocracias burguesas o sindicales en las sociedades capitalistas: que representan una nueva formación social, en mucha mayor medida que el fascismo Esto es casi verdad y nunca nos hemos negado a reconocerlo. Pero si consideramos a la burocracia soviética como una “clase”, debemos reconocer inmediatamente que no se parece a ninguna de las clases basadas en la propiedad que hemos conocido en el pasado. Frecuentemente llamamos “casta” a la burocracia soviética, tratando de simbolizar así su carácter cerrado, su gestión arbitraria y la altanería de su estrato dirigente, que considera que sus progenitores proceden de los divinos labios de Brahma, mientras que las clases populares han nacido de sus partes más groseras. Pero esta definición no es estrictamente científica. Su relativa superioridad se basa únicamente en que el sentido general del término es claro para todo el mundo, sin que a nadie se le ocurra identificar la oligarquía de Moscú con la casta hindú de Brahma. La vieja terminología sociológica no posee un término adecuado para un nuevo acontecimiento social que está en evolución (degeneración) y que no ha tomado todavía formas estables. Para nosotros, sin embargo, la burocracia soviética puede seguir llamándose así, burocracia, sin privaría de sus peculiaridades históricas. En nuestra opinión, esto es suficiente por el momento.
Científica y políticamente —y no sólo terminológicamente—, la cuestión central es: ¿es la burocracia un crecimiento temporal en un organismo social o se ha transformado ya en un órgano históricamente indispensable? Las excrecencias sociales pueden ser el producto de un conjunto “accidental” (por tanto, temporal y extraordinario) de circunstancias históricas. Un órgano social (y esto son las clases, incluidas las clases dominantes) sólo puede comprenderse como el resultado necesario del desarrollo de las necesidades de la producción. Si no respondemos a esta pregunta, la discusión se convertirá en un mero juego de palabras.
La temprana degeneración de la burocracia
La justificación histórica de toda clase dominante consiste en afirmar que el sistema de explotación que capitanea lleva el desarrollo de las fuerzas productivas a un nuevo nivel. Fuera de toda duda, el régimen soviético ha dado un gran impulso a la economía. Pero la fuente de este impulso fue la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica, y no el hecho de que la burocracia usurpara el mando de la economía. Por el contrario, el burocratismo, como sistema, ha sido el peor enemigo del desarrollo técnico y cultural del país. Durante algún tiempo, esto estuvo oculto por el hecho de que la economía soviética tuvo que dedicar dos décadas a asimilar la tecnología y la organización de la producción de los países capitalistas avanzados. Este período de imitación y trasplante se ha podido cubrir, para bien o para mal, con el automatismo burocrático. El aguda y constante contradicción entre ambos elementos conduce a constantes convulsiones políticas y a la eliminación sistemática de los elementos más creativos en todas las esferas de actividad. De este modo, antes de que la burocracia haya conseguido producir una “clase dominante”, ha entrado en contradicción irreconciliable con las exigencias del desarrollo. La explicación de esto debe basarse precisamente en el hecho de que la burocracia no es el portador de un nuevo sistema económico peculiar e imposible sin ella, sino un parásito que crece en un estado obrero.
Las condiciones para la omnipotencia y caída de la burocracia
La oligarquía soviética posee todos los vicios de las antiguas clases dominantes, pero carece de su misión histórica. En la degeneración burocrática del estado soviético no se expresan las leyes generales de transición de la sociedad moderna del capitalismo al socialismo, sino una refracción especial excepcional y temporal de dichas leyes bajo las condiciones de un país atrasado y revolucionario en un contexto capitalista. La escasez de bienes de consumo y la lucha generalizada por conseguirlos da lugar a un policía que se arroga la función de la distribución. La hostilidad exterior confiere al policía el papel de “defensor” del país, le dota de autoridad nacional y le permite saquear el país por partida doble.
Las dos condiciones de la omnipotencia de la burocracia —el atraso del país y el entorno imperialista— tienen, sin embargo, un carácter temporal y transitorio y deben desaparecer con el triunfo de la revolución mundial. Incluso los economistas burgueses han calculado que, con una economía planificada, los EE.UU. alcanzarían rápidamente un producto nacional de 200 billones de dólares, que sería suficiente para asegurar a la población, no sólo la cobertura de sus necesidades primarias, sino un elevado nivel de confort. De otra parte, la revolución mundial suprimiría la amenaza exterior, que es otra de las causas de la burocratización. La eliminación de la necesidad de gastar una parte enorme del producto nacional en armamento elevaría aún más el nivel cultural y de vida de las masas. En estas condiciones, la necesidad de un policía distribuidor caería por sí misma. Una administración similar a una cooperativa gigante suplantaría rápidamente el poder del Estado. No habría lugar para una nueva clase dominante o para un nuevo régimen explotador, situado entre el capitalismo y el socialismo.
¿Y qué pasará si no tiene lugar la revolución socialista?
La desintegración del capitalismo y de la vieja clase dominante ha alcanzado límites extremos. La supervivencia de este sistema es imposible. Las fuerzas productivas deben organizarse de acuerdo con un plan. Pero ¿quién cumplirá esta tarea, el proletariado o una nueva clase dominante de “comisarios”, políticos, administradores y tecnócratas? En opinión de algunos racionalistas, la experiencia histórica demuestra que no se debe depositar ninguna confianza en el proletariado. El proletariado se demostró incapaz de impedir la última guerra mundial, aunque las precondiciones materiales para una revolución socialista ya existían en aquel momento. Los éxitos del fascismo tras la guerra serían una nueva muestra de la “incapacidad” del proletariado para sacar a la sociedad capitalista de su callejón sin salida. La burocratización de la URSS sería una nueva prueba de la “incapacidad” del proletariado para organizar la sociedad por medios democráticos. La revolución española ha sido estrangulada por las burocracias fascistas y stalinista ante los mismísimos ojos del proletariado mundial. El último eslabón de esta cadena es la nueva guerra imperialista, que se prepara abiertamente, ante la impotencia del proletariado internacional. Si se adopta esta concepción, esto es, si se reconoce que el proletariado no tiene fuerza suficiente para llevar a cabo la revolución socialista, la urgente tarea de la estatalización de las fuerzas productivas deberá realizarse por otros. ¿Por quién? Por una nueva burocracia, que reemplazará a la decaída burguesía como clase dominante a escala mundial. Así están empezando a plantear el problema algunos “izquierdistas” que no se contentan con discutir sobre terminología.
La guerra actual y el destino de la sociedad moderna
Dada la marcha de los acontecimientos, este problema se plantea ahora muy concretamente. La segunda guerra mundial ha comenzado. Esto confirma incontrovertiblemente el hecho de que la sociedad no puede subsistir más tiempo sobre bases capitalistas. Además, somete al proletariado a una prueba nueva y quizá decisiva.
Si esta guerra provoca, como creemos firmemente, una revolución proletaria, se producirá la ruptura de la burocracia de la URSS y la regeneración de la democracia soviética sobre bases económicas y culturales más firmes que en 1918. En este caso, la cuestión de si la burocracia stalinista es una “clase” o un cáncer del estado obrero se resolverá automáticamente. Quedará claro que la burocracia soviética era sólo un episodio en el proceso de desarrollo de la revolución mundial.
Podemos suponer, sin embargo, que la presente guerra no va a provocar la revolución, sino la decadencia proletariado. Queda, en ese caso, su progresiva fusión con el estado y la suplantación de la democracia, allí donde todavía existe, por un régimen totalitario. La incapacidad del proletariado para tomar en sus manos la dirección de la sociedad podría conducirnos, en las actuales condiciones, al crecimiento de una nueva clase dominante, de la burocracia fascista bonapartista. Sería, según todos los indicios, un régimen de decadencia, destinado al eclipse de la civilización.
Se produciría un resultado similar si el proletariado de los países capitalistas avanzados, una vez conquistado el poder, se muestra incapaz de retenerlo y lo entrega, como en la URSS, a una burocracia privilegiada. En ese caso, nos veríamos obligados a reconocer que las causas del burocratismo no son el atraso del país ni el imperialismo circundante, sino una incapacidad congénita del proletariado para llegar a ser la clase dominante. Entonces tendríamos que reconsiderar los rasgos característicos que hacen de la URSS la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala mundial.
Nos hemos alejado mucho de la controversia inicial sobre cómo denominar al Estado soviético. Pero no nos critiquéis; sólo de una perspectiva histórica adecuada se puede uno proveer de elementos de juicio suficientes para decidir sobre una cuestión como la sucesión de un régimen social por otro. La alternativa histórica, llevada al límite, es la siguiente: ¿es el estado stalinista un desgraciado incidente en el proceso de transformación de una sociedad del capitalismo al socialismo, o es el primer paso hacia un nuevo tipo de sociedad basada en la explotación? Si la segunda afirmación es cierta, la burocracia se convertirá en una nueva clase explotadora. Si el proletariado del mundo se muestra incapaz de cumplir la misión que le ha asignado el curso del desarrollo histórico, no nos quedará más remedio que reconocer que el programa socialista, basado en las contradicciones internas de la sociedad capitalista, es una utopía. Sería necesario, en ese caso elaborar un nuevo programa “mínimo”, para la defensa de los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática totalitaria. ¿Nos obligarán los datos objetivos a renunciar ya al proyecto de la revolución socialista? Este es el problema que se nos plantea.
La teoría del “colectivismo burocrático”
Poco después de la toma del poder por Hitler, un comunista de izquierda alemán, Hugo Urbahns, llegó a la conclusión de que el capitalismo iba a ser reemplazado por un nuevo, “capitalismo de estado”. Los primeros ejemplos eran Alemania, la URSS e Italia. Urbahns, sin embargo, no elaboró las conclusiones políticas de esta teoría. Recientemente, un comunista de izquierda italiano, que formalmente se adhiere a la IV internacional, Bruno R., ha llegado a la conclusión de que el “colectivismo burocrático” reemplazará al capitalismo (Bruno R.: La Bureaucratisation du Monde, París, 1939, 350 págs.). La nueva burocracia es una clase, su relación con los trabajadores es la explotación colectiva, los proletarios se han transformado en los esclavos de los explotadores totalitarios.
Bruno R. da igual trato a la economía planificada de la URSS, el fascismo, el Nacional Socialismo y el New Deal de Rooswelt. Todos estos regímenes poseen, indudablemente, rasgos comunes, que se basan, en último análisis, en las tendencias colectivistas de la economía moderna. Lenin, antes de la Revolución de Octubre, formuló así las características más importantes del capitalismo imperialista; concentración gigantesca de las fuerzas productivas, fusión progresiva del capital monopolista con el estado, tendencia orgánica a la dictadura descarada como resultado de esta fusión. La centralización y la colectivización determinan tanto la política revolucionaria como la contrarrevolucionaria; pero esto no significa que el termidor, el fascismo o el reformismo americano sean equivalentes a la revolución. Bruno queda atrapado por el hecho de que, a causa de la postración política de la clase trabajadora, las tendencias a la colectivización hayan tomado la forma de “colectivismo burocrático”. El fenómeno en sí es irrefutable, pero ¿cuáles son sus límites y su peso histórico? Lo que nosotros consideramos una malformación en un período de transición, el resultado del desarrollo desigual de los múltiples factores que intervienen en un proceso social, es para Bruno una formación social independiente en la que la burocracia es la clase dominante. Bruno tiene el mérito de llevar el asunto desde el círculo reducido de los ejercicios terminológicos al terreno de las generalizaciones históricas. Esto nos hace más fácil la tarea de divulgar su error.
Como muchos ultraizquierdistas, Bruno R. identifica esencialmente stalinismo y fascismo. Por un lado, la burocracia soviética ha adoptado los métodos políticos del fascismo; por el otro, la burocracia fascista, que de momento se contenta con una intervención “parcial” de la economía, está evolucionando rápidamente hacia la total estatificación de la economía. La primera afirmación es absolutamente correcta. Pero la creencia de Bruno de que el “anticapitalismo” fascista será capaz de expropiar por completo a la burguesía es errónea. La intervención “parcial” del estado difiere de la economía planificada en la misma medida en que “reforma” difiere de “revolución”. Mussolini y Hitler están “coordinando” los intereses de los propietarios privados y “regulando” la economía capitalista y, además, principalmente por razones de guerra. La oligarquía del Kremlin es algo más: tiene la oportunidad de dirigir la economía como un cuerpo, porque la clase trabajadora de Rusia fue capaz de dar el mayor vuelco a las relaciones de propiedad conocido en la historia. Es una diferencia que no podemos olvidar.
Pero aunque aceptemos que el stalinismo y el fascismo, desde polos opuestos, llegarán algún día a ser el mismo tipo de sociedad (“colectivismo burocrático”, según la terminología de Bruno R.), la Humanidad continuará ante un callejón sin salida. La crisis del sistema capitalista es tanto el resultado del papel reaccionario de la propiedad privada como del no menos reaccionario del estado nacional. Aunque los distintos gobiernos fascistas triunfasen en su empeño de construir una economía planificada en sus países respectivos, al margen de los inevitables movimientos revolucionarios del proletariado imprevisibles para todo plan, la lucha de los estados totalitarios por el dominio del mundo continuará e incluso se recrudecerá. Las guerras devorarán los frutos de las economías planificadas y destruirán la civilización. Bertrand Russell cree, es cierto, que algún estado victorioso puede, como resultado de la guerra, unificar el mundo bajo un régimen totalitario. Pero incluso si esta hipótesis se realizara, lo que es muy dudoso, la “unificación militar” no sería más estable que el Tratado de Versalles. Los levantamientos nacionales llevarían a una nueva guerra mundial, que sería la tumba de la civilización. Los hechos objetivos, y no nuestros deseos subjetivos, nos muestran que la única posibilidad de salvación de la Humanidad es la revolución socialista mundial. La alternativa es la vuelta a la barbarie.
El proletariado y sus dirigentes
Dedicaremos muy pronto un artículo entero a la cuestión de la clase y su dirección. Nos limitamos aquí a decir lo más indispensable. Sólo los “marxistas vulgares”, que interpretan la política como un simple y directo “reflejo” de la economía, pueden pensar que la dirección refleja directa y simplemente a la clase. En realidad, la dirección, que se ha alzado sobre la clase oprimida, sucumbe inevitablemente a la presión de la clase dominante. La dirección de los sindicatos americanos, por ejemplo, refleja tanto al proletariado como a la burguesía. La selección y educación de una dirección verdaderamente revolucionaria, capaz de soportar la presión de la burguesía, es una tarea extraordinariamente difícil. La dialéctica del proceso histórico nos ha mostrado claramente como el proletariado del país más atrasado del mundo, Rusia, ha sido capaz de engendrar la dirección más clarividente y valerosa que hayamos conocido. Por el contrario, el proletariado del país con un capitalismo más antiguo, Inglaterra, tiene, hasta el momento, la dirección más servil y lerda.
La crisis de la sociedad capitalista, que tomó un carácter manifiesto en julio de 1914, produjo, desde el primer día de guerra, una profunda crisis en la dirección del proletariado. Esto viene durante 25 años; el proletariado de los países avanzados todavía no ha sido capaz de producir una dirección a la altura de las tareas históricas de nuestro tiempo. El ejemplo de Rusia nos revela, sin embargo, que es posible (lo que no significa que haya sido inmune a la degeneración). Por lo tanto, la pregunta a la que ahora hemos de responder es la siguiente: ¿se engendrará, en el proceso de esta guerra y de las profundas convulsiones que se van a producir, una dirección auténticamente revolucionaria, capaz de dirigir al proletariado en la conquista del poder?
La IV Internacional ha respondido afirmativamente a esta pregunta no sólo a través de su programa, sino, y sobre todo, a través del hecho de su existencia. Los desilusionados y aterrorizados pseudo-marxistas de todo tipo responden, por el contrario, que la bancarrota de la dirección “refleja” simplemente la incapacidad del proletariado para cumplir su misión histórica. No todos nuestros oponentes expresan con claridad su pensamiento, pero todos ellos —ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, por no hablar de los stalinistas y los socialdemócratas— cargan el peso de sus propios errores sobre las espaldas del proletariado. Ninguno de ellos expresan claramente bajo qué condiciones será capaz el proletariado de llevar a cabo la revolución socialista.
Si aceptamos como válido que la causa de los errores es consustancial a las cualidades sociales del proletariado como tal, hemos de reconocer que el futuro de la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza. Bajo las condiciones del capitalismo en decadencia, el proletariado no crece ni numérica ni culturalmente. No hay razones, por tanto, para creer que alcance algún día la altura de su misión revolucionaria. Hemos clarificado el profundo antagonismo entre la necesidad orgánica, insoslayable y creciente de las masas trabajadoras de escapar del caos sangriento del capitalismo y el carácter conservador, patriótico y totalmente burgués de las direcciones sindicales existentes. Debemos elegir entre una de estas dos alternativas irreconciliables
Las dictaduras totalitarias, consecuencia de una crisis aguda, no regímenes estables
La Revolución de Octubre no fue un accidente. Fue un anticipo del futuro. Los acontecimientos confirmaron su carácter de pronóstico, y su degeneración no lo desmintió, porque los marxistas no creyeron nunca que un estado obrero aislado pudiera mantenerse indefinidamente en Rusia. A decir verdad, esperábamos la caída del Estado soviético, no su degeneración; más exactamente, no habíamos hecho diferencias entre estas dos posibilidades. Pero no son contradictorias. La degeneración ha de acabar necesariamente en caída al llegar a un determinado punto.
Un régimen totalitario, sea del tipo stalinista o fascista, puede ser, esencialmente, un régimen temporal y transitorio. La dictadura descarada ha sido, a lo largo de la historia, el producto y el síntoma de una crisis social especialmente severa, nunca un régimen estable. Las crisis profundas no pueden ser una condición permanente de la sociedad. Un régimen totalitario es capaz de suprimir las contradicciones sociales durante cierto tiempo, pero es incapaz de autoperpetuarse. Las monstruosas purgas de la URSS son el mejor testimonio de que la sociedad soviética rechaza orgánicamente la burocracia.
Es asombroso que Bruno R. vea en estas purgas la prueba de que la burocracia soviética se ha convertido en clase dominante, pues, en su opinión, sólo una clase dominante es capaz de medidas a tal escala[3b]. Olvida, sin embargo, que el zarismo, que no era de “clase”, también realizó grandes purgas, y precisamente cuando estaba cerca de su fin. Stalin testifica mejor que nadie, con sus monstruosas purgas, síntoma inequívoco de su agonía, la incapacidad de la burocracia para convertirse en una clase estable. ¿No hubiésemos quedado en ridículo si hubiésemos dicho que la oligarquía bonapartista era una clase pocos años, o incluso pocos meses, antes de su vergonzosa caída? Con esta pregunta quisiéramos advertir a los camaradas entregados a experimentos terminológicos, y generalizaciones apresuradas.
La orientación hacia la Revolución Mundial y la regeneración de la URSS
Un cuarto de siglo es muy poco tiempo para el rearme de la vanguardia proletaria mundial, y demasiado para mantener intacto el sistema soviético en un país aislado y atrasado. La Humanidad está pagando esto con una nueva guerra imperialista; pero la misión fundamental de nuestra época no ha cambiado, por la sencilla razón de que no se ha realizado. La gran ventaja que tenemos ahora, y la gran promesa para el futuro, es que un destacamento del proletariado nos ha mostrado ya cómo llevar a la práctica esa misión.
La segunda guerra imperialista concede a esta tarea por cumplir un rango histórico muy elevado. Pone de nuevo a prueba no sólo la estabilidad de los regímenes existentes, sino la capacidad del proletariado para reemplazarlos. Los resultados de esta prueba tendrán una importancia decisiva a la hora de considerar la época moderna como la época de la revolución proletaria. Si, contra todo pronóstico, la Revolución de Octubre encuentra algún continuador en los países desarrollados durante la guerra o tras ella: o si, por el contrario, el proletariado es derrotado en todos los frentes, tendremos que replantearnos nuestra concepción de la época actual y sus fuerzas motoras. No se trataría sólo de un ejercicio literario sobre la denominación de la URSS y de la banda de Stalin, sino la revolución de la perspectiva histórica del mundo en las próximas décadas, quizá en los próximos siglos; ¿hemos entrado en la época de la revolución social y la sociedad socialista o, por el contrario, en la de la decadencia de la sociedad y el totalitarismo burocrático?
El doble error de simplistas como Urbahns y Bruno R. consiste, en primer lugar, en considerar este último régimen (el totalitario) definitivamente instalado; en segundo término, en creer necesario un largo período de transición entre el capitalismo y el socialismo. Ahora es absolutamente evidente que, si el proletariado internacional, a pesar de la experiencia adquirida y de la guerra en curso, se muestra incapaz de llegar a ser el director de la sociedad, nos encontraríamos sin ninguna esperanza de que la revolución socialista llegase a realizarse, porque no podemos esperar condiciones mejores; en cualquier caso, nadie parece preverlas o ser capaz de especificarlas en el momento actual. Los marxistas no tienen el menor derecho (a no ser que el cansancio y la desilusión se consideren “derechos”) a llegar a la conclusión de que el proletariado ha agotado todo su potencial revolucionario y debe renunciar a sus aspiraciones a conquistar la hegemonía en los próximos años. Veinticinco años de historia, cuando se trata de profundos cambios económicos y culturales, pasan menos que una hora en la vida de un hombre. ¿Qué podemos pensar de un individuo que, por contratiempos de un día o una hora, renuncia a metas que se había propuesto en base al análisis de la experiencia de toda su vida anterior? En los años de la peor reacción rusa (1907-1917), nosotros nos apoyábamos en la idea de que el proletariado ruso había mostrado sus posibilidades revolucionarias en 1905. La IV Internacional no se denomina por casualidad “el partido mundial de, la revolución socialista”. Dirigimos nuestro rumbo hacia la revolución mundial y, como consecuencia, hacia la regeneración de la URSS como verdadero estado obrero.
La política exterior es la continuación de la política interna
¿Qué defendemos de la URSS? No precisamente aquello en lo que se parece a los países capitalistas, sino en lo que se diferencia. En Alemania apoyamos la ofensiva contra la burocracia dominante, pero sólo para destruir la propiedad capitalista. En la URSS, la destrucción de la burocracia es indispensable para preservar la propiedad estatal. Sólo en este sentido defendemos a la URSS.
Ninguno de nosotros duda de que los trabajadores soviéticos deban defender la propiedad estatal no sólo contra el parasitismo de la burocracia, sino también de todo tipo de tendencia hacia la propiedad privada, por ejemplo, por parte de la aristocracia de los koljoses. Pero, en definitiva, la política exterior es la continuación de la política interna. Si en política interna consideramos que la defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre implica una lucha a muerte contra la burocracia, debemos hacer lo mismo en política exterior. Bruno R., tras asegurarnos que el “colectivismo burocrático” ha triunfado en toda la línea, nos quiere hacer creer que nadie va a atacar la propiedad estatal, porque Hitler (y hasta Chamberlain) están tan interesados en mantenerla, sabe usted, como Stalin. Aunque nos duela, las afirmaciones de Bruno son frívolas. Si Hitler gana la guerra, empezará por devolver a los capitalistas alemanes todo lo expropiado; luego hará lo mismo con los capitalistas ingleses, franceses o belgas, a cambio de un acuerdo con ellos a expensas de la URSS; por último, hará de Alemania el mayor cliente de las principales empresas estatales de la URSS, de acuerdo con los intereses de la maquinaria bélica alemana. Hoy Hitler es amigo y aliado de Stalin; pero en cuanto consiga una victoria en el Frente Occidental con la ayuda de Stalin, volverá sus armas contra la URSS. Y Chamberlain, en circunstancias similares, haría lo mismo que Hitler.
La defensa de la URSS y la lucha de clases
Los malentendidos en torno al asunto de la defensa de la URSS nacen frecuentemente de una comprensión incorrecta de los métodos de “defensa”. Defensa de la URSS no significa aproximación a la burocracia del Kremlin, aceptación de su política o de sus aliados. En este tema, como en todos los demás, permanecemos totalmente dentro del campo de la lucha de clases internacional.
En el periodiquito francés Que Faire se decía no hace mucho que los “trotskistas” eran tan derrotistas con respecto a Francia e Inglaterra como con respecto a la URSS. En otras palabras: si usted quiere defender a la URSS, debe dejar de ser derrotista respecto a sus aliados imperialistas. Que Faire calculaba que las “democracias” debían de ser los aliados de la URSS. No sé qué dirán hoy estos “listos”. Pero es muy importante, porque significa que su método está podrido. Renunciar al derrotismo respecto al campo imperialista con el que la URSS debe aliarse más pronto o más tarde significa empujar a los trabajadores del campo ene migo a ayudar a sus gobiernos: significa renunciar al derrotismo en general. Renunciar al derrotismo bajo las condiciones de una guerra imperialista que implica el rechazo de la revolución socialista —el rechazo de la revolución en nombre de “la defensa de la URSS”— sentenciaría a la URSS a la descomposición final y a la tumba.
El Comintern interpreta la “defensa de la URSS”, como ayer interpretaba la “lucha contra el fascismo”, en base a la renuncia a una política de clase independiente. El proletariado se ha transformado —por diferentes causas y bajo circunstancias diversas— en una fuerza auxiliar de un campo burgués contra otro. En contradicción con este hecho, algunos de nuestros camaradas dicen: como no queremos convertirnos en instrumento de Stalin y sus aliados, renunciamos a la defensa de la URSS. Pero con esto sólo demuestran que entienden “defensa” igual que lo hacen los oportunistas: no piensan en términos de una política independiente del proletariado. Como cuestión de principio, defendemos la URSS como defendemos las colonias, como resolvemos todos nuestros asuntos, no apoyando unos gobiernos imperialistas contra otros, sino por el método de la lucha de clases internacional, tanto en las colonias como en las metrópolis.
No somos un partido de gobierno: somos el partido de la oposición irreconciliable no sólo en los países capitalistas, sino también en la URSS. Realizaremos nuestras tareas, entre ellas “la defensa de la URSS” no a través de los gobiernos burgueses ni del Gobierno de la URSS, sino a través de la agitación y la educación de las masas, explicando a los trabajadores lo que deben defender y lo que deben destruir. Esta “defensa” no va a dar resultados milagrosos ni inmediatos. Pero no pretendemos ser milagreros. Tal y como están las cosas, somos una minoría revolucionaria. Nuestro trabajo debe consistir en hacer ver las cosas correctamente a los trabajadores sobre los que tenemos influencia, en enseñarles a no dejarse engañar, y en preparar un sentimiento general de clase, para que en su día sea capaz de enfrentarse revolucionariamente a la tarea que le corresponde.
La defensa de la URSS coincide, para nosotros, con la preparación de la revolución mundial. Sólo podemos permitirnos métodos que no están en conflicto con la revolución. La defensa de la URSS se relaciona con la revolución socialista mundial como una táctica a una estrategia. La táctica debe subordinarse siempre al fin estratégico y en ningún caso pueden llegar a ser contradictorias en el futuro.
La cuestión de los territorios ocupados
Mientras escribo estas líneas, no está clara todavía la cuestión de los territorios ocupados por el Ejército Rojo. Las noticias son contradictorias; las actuales relaciones en esa zona son, sin duda, muy inestables. Muchos de los territorios ocupados se convertirán en parte de la URSS. ¿De qué manera? ¿Cómo?
Supongamos por un momento que, de acuerdo con el tratado firmado con Hitler, el Gobierno de Moscú deja intacto el derecho de propiedad en los territorios ocupados y se autolimita a “controlarlos” según el modelo fascista. Esta concesión supondría un importante paso atrás y podría tener un carácter decisivo en la historia del régimen soviético; consecuentemente, sería un nuevo punto de partida para reelaborar nuestra concepción del Estado soviético.
Es más probable, sin embargo, que Moscú proceda a la expropiación de los grandes terratenientes y a la estatificación de los medios de producción en los territorios ocupados. Y es más probable no porque la burocracia permanezca fiel al programa socialista, sino porque no desea ni es capaz de compartir el poder con las viejas clases dominantes de los territorios ocupados. Salta a la vista una analogía histórica. El primer Bonaparte detuvo la revolución mediante una dictadura militar. Sin embargo, cuando las tropas de Napoleón entran en Polonia dicta un decreto aboliendo la servidumbre de la gleba. Napoleón no tomó esta medida por simpatía a los campesinos o por sentimientos democráticos, sino porque su dictadura se basaba sobre las relaciones de propiedad burguesas, no sobre el feudalismo. Como la dictadura stalinista se basa en la propiedad estatal y no en la privada, el resultado de la invasión de Polonia por el Ejército Rojo será la abolición de la propiedad capitalista, para poner el régimen de los territorios ocupados de acuerdo con el régimen de la URSS. La medida, de carácter revolucionario —“la expropiación de los expropiadores”— será llevada a cabo por métodos burocrático-militares. La llamada a la actividad independiente de las masas en los nuevos territorios —y sin esta llamada, aunque se oculte con gran cuidado, es imposible construir un nuevo régimen— será sustituida por medidas políticas de rutina destinadas a asegurar la preponderancia de la burocracia sobre las desilusionadas masas revolucionarias. Esta es una cara del asunto. Pero hay otra. Para conseguir la posibilidad de ocupar militarmente Polonia mediante un acuerdo con Hitler, el Kremlin ha decepcionado una y otra vez a las masas rusas y del mundo entero, y ha conseguido la total desorganización de su propia Internacional Comunista. Nuestro criterio político primordial no es el cambio de las relaciones de propiedad en tal o cual área, por muy importante que sea, sino el cambio en la conciencia y organización del proletariado mundial, el afianzamiento de su capacidad para defender sus conquistas y proponerse otras nuevas. Desde este punto de vista, los políticos de Moscú, en conjunto, constituyen el principal obstáculo para la revolución mundial.
Nuestra concepción general del Kremlin y el Comintern no debe, sin embargo, modificar nuestra idea de que el hecho particular de la modificación de las relaciones de propiedad en los territorios ocupados es una medida progresiva. Debemos reconocerlo abiertamente. Cuando Hitler vuelva sus ejércitos hacia el Este para defender “la ley y el orden” en la Polonia occidental, los trabajadores deberán defender contra Hitler las nuevas formas de propiedad impuestas por la burocracia bonapartista soviética.
¡No cambiamos nuestro rumbo!
La estatificación de los medios de producción es una medida progresista. Pero su progresismo es relativo: su peso depende de la suma de toda una serie de factores. Por lo tanto, debemos dejar sentado desde ahora que la extensión del territorio dominado por la burocracia autocrática y parásita, acompañada de “medidas socialistas”, puede aumentar el prestigio del Kremlin, engendrar ilusiones sobre la posibilidad de sustituir la revolución por medidas burocráticas, etc. Esto contrapesaría con mucho el carácter progresivo de las medidas stalinistas en Polonia. Ya que la nacionalización de la propiedad en las zonas ocupadas, igual que en la URSS, provee las bases para un desarrollo germinalmente progresista, es decir, socialista, se hace más necesario destruir la burocracia de Moscú. Nuestro programa sigue siendo, por tanto, totalmente válido. Los acontecimientos no nos cogen desprevenidos. Sólo es preciso interpretarlos correctamente. Es necesario comprender claramente que la contradicción más profunda está en el carácter de la URSS y en su posición internacional. Es imposible librarse de esta contradicción con artilugios terminológicos (estado obrero no estado obrero). Tenemos que tomar las cosas como son. Debemos construir nuestra política sobre la base de las contradicciones y los hechos reales.
No creemos que el Kremlin tenga ninguna misión histórica. Estábamos y estamos contra la apropiación de nuevos territorios por el Kremlin. Estamos por la independencia de Ucrania Soviética y, si los bielorrusos lo desean, por una Bielorrusia Soviética independiente. Al mismo tiempo, en los sectores de Polonia ocupados por el Ejército Rojo, los partidarios de la IV Internacional están jugando un papel decisivo: expropiando a los terratenientes y a los capitalistas, repartiendo la tierra entre los campesinos, creando soviets y comités obreros, etc. Mientras tanto, deben perseverar en su independencia política, luchar en las elecciones de los soviets y comités de fábrica para que en el futuro sean independientes de la burocracia, hacer propaganda revolucionaria contra la oligarquía del Kremlin y sus agentes locales. Pero supongamos que Hitler dirige sus armas hacia el Este y ocupa los territorios en que se encuentra ahora el Ejército Rojo. En esas condiciones, los partidarios de la IV, sin cambiar para nada su actitud hacia la oligarquía del Kremlin, serán los primeros en el frente porque considerarán que la tarea más urgente del momento es la resistencia frente a Hitler. Los trabajadores dirán: “No podemos ceder a Hitler la destrucción de Stalin: esa es misión nuestra”. Durante la lucha armada contra Hitler, los trabajadores revolucionarios tratarán de establecer una camaradería lo más estrecha posible con los soldados del Ejército Rojo. Mientras luchan contra Hitler con las armas en la mano, los bolcheviques-leninistas deben hacer propaganda contra Stalin, preparando su derrota en la próxima, y quizá muy cercana batalla.
Esta clase de “defensa de la URSS” es diferente, tan diferente como el cielo de la tierra, de la defensa oficial, que se está haciendo bajo el slogan: “¡Por la Patria! ¡Por Stalin!” Nuestra defensa de la URSS se lleva a cabo bajo el slogan: “¡Por el socialismo! ¡Por la Revolución Mundial! ¡Contra Stalin!”. Para no confundir estos dos tipos de “defensa de la URSS” en la conciencia de las masas es preciso elaborar slogans que corresponden a la situación concreta. Pero, sobre todo, es preciso establecer claramente qué se está defendiendo, cómo y contra quién lo estamos defendiendo. Nuestros slogans crearán confusión entre las masas solo si nosotros no tenemos claras nuestras tareas.
Conclusiones
Por el momento, carecemos de razones para modificar nuestra posición de principio con respecto a la URSS.
La guerra acelera los distintos procesos políticos. Puede acelerar el proceso de regeneración revolucionaria de la URSS. Por eso es preciso que sigamos cuidadosamente y sin prejuicios las modificaciones que la guerra va introduciendo en la vida interna de la URSS y que seamos conscientes de ellas en el momento en que se produzcan.
Nuestras tareas en los territorios ocupados son básicamente las mismas que en la URSS: pero como se derivan de acontecimientos planteados en forma muy aguda, nos permiten clarificar mejor nuestras tareas respecto a la URSS.
Debemos formular nuestros slogans de forma que los trabajadores vean claramente lo que estamos defendiendo de la URSS (propiedad estatal y economía planificada) y contra quien dirigimos nuestra lucha sin cuartel (la burocracia parasitaria y el Comintern). No debemos perder de vista ni por un momento el hecho de que para nosotros la destrucción de la burocracia soviética está subordinada a la preservación de la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS; pero que la cuestión de preservar la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS está subordinada a la revolución proletaria mundial.
Notas
[3a] Recordamos que algunos de los camaradas que se inclinan por considerar a la burocracia como una nueva clase, al mismo tiempo se opusieron enérgicamente a la exclusión de la burocracia de los soviets.
[3b] A decir verdad, en la última parte de su libro, que contiene fantásticas contradicciones, Bruno R. refuta su propia teoría del colectivismo burocrático, y reconoce que el stalinismo, el fascismo y el nazismo son formaciones transitorias y parasitarias, castigo del proletariado por su impotencia. En otras palabras, tras someter los puntos de vista de la IV Internacional a la revisión más profunda, Bruno se reconvierte a esos puntos de vista, aunque sólo sea para lanzarse a una nueva serie de ciegos titubeos. No vemos razones para seguir los pasos de un escritor que, obviamente, ha perdido el norte. Sólo estamos interesados en los argumentos con los que pretende demostrar que la burocracia es una clase.
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Carta a Sherman Stanley
8 de octubre de 1939
Querido camarada Stanley:
Recibí su carta a O’Brien en vista de su marcha. La carta me produjo una extraña impresión porque, al contrario de lo que sucede con sus excelentes artículos, estaba llena de contradicciones.
No he recibido todavía ningún material sobre el plano ni conozco el texto de la resolución mayoritaria ni de la de M. S.[4], pero puedo asegurarle que no hay oposición irreconciliable entre los dos textos. Afirma usted que el partido está al borde del desastre, ¿por qué? Aunque hubiera habido dos posiciones irreconciliables, no sería un “desastre”, sino la necesidad de llevar la lucha política hasta el fin. Pero si las dos posturas no son más que matices del mismo punto de vista expresado en el programa de la IV Internacional, ¿cómo puede llamar catástrofe a una divergencia “sin fundamento” (según sus propias palabras)? Que la mayoría prefiriese su propio matiz (si es sólo un matiz) es natural. Pero lo que es absolutamente antinatural es que la minoría diga: “porque vosotros, la mayoría, preferís vuestra propia interpretación y no la nuestra, nosotros, la minoría, pronosticamos una catástrofe”. ¿Por parte de quién? Usted dice: “veo las cosas objetivamente, por encima de las distintas facciones”. Mi impresión no es esa, en absoluto.
Escribe, por ejemplo, que a mi artículo “por una razón o por otra, le faltaba una página”. Expresa de esta manera una sospecha venenosa hacia los camaradas responsables. La página faltaba a causa de un error en la oficina de aquí, y ya he mandado un texto completo para que lo traduzcan[5].
Su argumento sobre el “imperio obrero” me parece una ocurrencia desafortunada. A los bolcheviques se les acusó de tener un “programa de expansión zarista” desde el primer día de la Revolución de Octubre. Hasta un estado obrero sano tiende a la expansión y sus líneas geográficas coincidirán necesariamente con las de la expansión zarista, porque una revolución no suele cambiar la geografía. Lo que criticamos a la banda del Kremlin no es la expansión ni la dirección de la expansión, sino los métodos burocráticos y contrarrevolucionarios de la expansión. Pero, al mismo tiempo, y ya que como marxistas debemos ver objetivamente los hechos históricos, debemos reconocer que ni el Zar, ni Hitler, ni Chamberlain, han tenido la costumbre de abolir la propiedad privada en los países ocupados y este hecho, tan progresivo, depende de otro: de que la Revolución de Octubre aún no ha sido totalmente asesinada por la burocracia, que en último término se ve obligada a tomar medidas que debemos apoyar en ciertas situaciones contra los enemigos imperialistas. Estas medidas progresistas son, naturalmente, mucho menores que la actividad contrarrevolucionaria generalizada que lleva a cabo la burocracia; por eso es por lo que consideramos necesario destruirla
Los camaradas están indignados por el pacto Hitler-Stalin. Es natural. Quieren tomarse la revancha con Stalin. Muy bien. Pero hoy todavía no estamos preparados para destruir el Kremlin inmediatamente. Algunos camaradas se conforman con una satisfacción puramente voluntarista: le quitan a la URSS el título de Estado Obrero, como le quita Stalin a un funcionario caído en desgracia la Orden de Lenin. A mí esto me parece, querido amigo, un poco infantil. La sociología marxista y la historia son absolutamente irreconciliables.
Saludos del camarada,
Crux (Leon Trotsky)
Notas
[4] Max Shachtman [Nota del MIA]
[5] El documento La URSS en guerra llegó mientras celebraba sesión plenaria el Comité Nacional del Partido Socialista Obrero (SWP). Faltaba una página. La línea política del documento fue aprobada por la mayoría del pleno. La minoría armó un alboroto y protestó por la página que faltaba, diciendo, entre otras cosas, que se había suprimido deliberadamente.
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Una y otra vez sobre la naturaleza de la URSS
18 octubre 1939
Psicoanálisis y marxismo
Algunos camaradas, o antiguos camaradas, como Bruno R., olvidando pasadas discusiones y decisiones de la IV Internacional, intentan explicar psicoanalíticamente mi estimación hacia la URSS. “Como Trostky participó en la Revolución Rusa, le resulta difícil renunciar al concepto de estado obrero que implica para él la razón de su vida”, etcétera. Creo que el viejo Freud, que era muy perspicaz, hubiese fruncido el ceño ante un psicoanálisis de esta especie. No arriesgo nada haciéndolo yo. Por lo menos, puedo asegurar a mis críticos que subjetiva y sentimentalmente estoy de su parte.
La conducta de Moscú, que ha sobrepasado todos los límites de la abyección y el cinismo, provoca fácilmente la rebelión en cada revolucionario proletario. La rebelión engendra necesidad de rechazo. Cuando no disponen de fuerza para la acción inmediata, los revolucionarios impacientes suelen recurrir a métodos artificiales. Así nace, por ejemplo, la táctica del terrorismo individual. Más frecuentemente se recurre a los tacos, los insultos y las imprecaciones. En el caso que nos ocupa, algunos de nuestros camaradas se inclinan manifiestamente por el terrorismo “terminológico”. Sin embargo, e incluso desde este punto de vista, el mero hecho de calificar de “clase” a la burocracia es inútil. Si el batiburrillo bonapartista es una clase, resulta que no es, un aborto, sino un hijo de la historia. Si su saqueo parasitario es “explotación” en el sentido científico del término, significa que la burocracia tiene un futuro como clase indispensable para determinado modo de producción. ¡He aquí el final feliz con el que se encuentran los rebeldes impacientes que se alejan de la disciplina marxista!
Cuando un mecánico sentimental examina un coche en el que, pongamos por caso, unos gangsters han escapado de la policía por una mala carretera, y se encuentra con los neumáticos reventados, el chasis roto y el motor medio gripado, puede exclamar: “Esto no es un coche, ¡vete a saber lo que es esto!”. Una estimación de este tipo carecerá de carácter técnico o científico, pero expresará muy bien la legítima reacción del mecánico ante la obra de los gangsters. Supongamos que el mecánico tiene que reconstruir ese objeto que ha denominado “vete-a-saber-qué-es-esto”. En ese caso, tendrá que empezar por reconocer que lo que tiene delante es un coche estropeado. Determinará qué partes están todavía bien y cuáles es preciso reparar, para decidir por dónde empezar el trabajo. El trabajador con conciencia de clase debe adoptar una actitud similar hacia la URSS. Tiene perfecto derecho a decir que los gangsters de la burocracia han transformado el estado obrero en un “vete-a-saber-lo-que-es”. Pero en cuanto supera la primera reacción y se enfrenta políticamente con el problema, se ve obligado a reconocer que tiene ante sí un estado obrero estropeado, con el motor de la economía gripado, pero que todavía anda y que puede arreglarse sólo con cambiar algunas piezas. Claro que esto es sólo una analogía. Pero no la peor que se puede hacer.
“Un estado obrero contrarrevolucionario”
Dicen algunos: “Si seguimos considerando a la URSS como un estado obrero, tendremos que crear una nueva categoría: el “estado obrero contrarrevolucionario””. Este argumento intenta excitar nuestra imaginación contraponiendo una buena norma programática a una realidad miserable, repugnante incluso. ¿No estamos hartos de ver cómo, desde 1923, la URSS juega un papel cada vez más contrarrevolucionario en la arena internacional? ¿Hemos olvidado la experiencia de la Revolución China, de la huelga general inglesa de 1926 o la tan reciente de la Revolución Española? Hay dos Internacionales obreras completamente contrarrevolucionarias. Algunos parecen haberlo olvidado. Los sindicatos franceses, ingleses y norteamericanos apoyan totalmente la política contrarrevolucionaria de sus burguesías respectivas. Esto no nos impide llamarles “sindicatos”, apoyar sus avances y defenderlos contra la burguesía. ¿Por qué no podemos utilizar el mismo método con el “estado obrero contrarrevolucionario”? En último término, un estado obrero es un sindicato que ha conseguido el poder. La diferencia de actitud entre ambos casos es que los sindicatos tienen una larga historia, y ya nos hemos acostumbrado a considerarlos como realidades, no como “categorías” de nuestro programa. Y el estado obrero es ya una realidad, que no depende para nada de nuestro programa.
¿Imperialismo?
¿Debemos llamar “imperialismo” a la actual expansión del Kremlin? Primero, hemos de establecer el contenido social de este término. La historia ha conocido el “imperialismo” romano basado en el esclavismo, el imperialismo de los señores feudales, el del comercio y la industria capitalistas, el imperialismo de la monarquía zarista La fuerza motora de la oligarquía de Moscú es indudablemente el ansia de aumentar su poder, su prestigio, sus ganancias. Este es un elemento del “imperialismo”, en el amplio sentido de la palabra, que caracterizó a las monarquías, oligarquías, castas dominantes, estamentos medievales y clases en el pasado. Sin embargo, en la literatura contemporánea, al menos en la marxista, el imperialismo se define como una política expansionista para financiar el capital, con un contenido económico muy determinado. Emplear el término “imperialismo” para la política exterior del Kremlin, sin especificar claramente lo que significa, equivale a equiparar la política de la burocracia bonapartista con la del capital monopolista, sobre la base de que ambos utilizan la fuerza militar como medio de expansión. Semejante identificación, que sólo puede crear confusión, es mucho más propia de socialdemócratas pequeñoburgueses que de marxistas.
Continuación de la política imperialista de los Zares
El Kremlin participa en un nueva partición de Polonia, el Kremlin se apodera de los países bálticos, el Kremlin se vuelve sobre los Balcanes, Persia y Afganistán; en otras palabras, el Kremlin continúa la política imperialista de los Zares. ¿No tenemos derecho, por tanto, a calificar de imperialista la política del Kremlin? Pero este argumento histórico-geográfico no es más convincente que los otros. La revolución proletaria, nacida en el imperio de los Zares, intentó desde el principio, y lo consiguió durante un tiempo, conquistar los países bálticos; intentó penetrar en Rumania y en Persia y una vez llegó con sus ejércitos hasta Varsovia (1920). Las líneas de expansión de la Revolución fueron las mismas que las del zarismo, porque la revolución no cambió las condiciones geográficas. Precisamente por esto, los mencheviques de entonces hablaron del “imperialismo bolchevique”, calcado de la diplomacia zarista. Los demócratas pequeñoburgueses repiten hoy este argumento. Repito: no tenemos ninguna razón para imitarlos.
¿Agentes del imperialismo?
Sin embargo, junto al problema de cómo denominar la política expansionista de la URSS, está el del apoyo que el Kremlin está prestando al imperialismo de Berlín. Antes que nada, es preciso establecer aquí que —en ciertas condiciones, hasta un cierto punto y de determinada forma— hasta un estado obrero sano tendría que apoyar inevitablemente el imperialismo, porque le sería completamente imposible romper las cadenas de relaciones de un mundo imperialista. El pacto de Brest-Litovsk indudablemente reforzó temporalmente a Alemania contra Francia y Gran Bretaña. Un estado obrero aislado no tiene más remedio que maniobrar entre los campos imperialistas hostiles. Maniobrar implica apoyar temporalmente a uno contra el otro. Saber en cada momento a quién puede resultar más provechoso o menos peligroso apoyar, no es una cuestión de principio, sino de cálculo práctico y de visión de conjunto. Las inevitables desventajas de prestar apoyo a un estado burgués contra otro se equilibran con mucho por el hecho de que esto permite al estado obrero aislado continuar existiendo.
Pero hay maniobras y maniobras. En Brest-Litovsk el gobierno soviético sacrificó la independencia nacional de Ucrania a cambio de salvar el estado obrero. Nadie hablaría de sacrificio de Ucrania, porque todos los trabajadores conscientes comprendieron su carácter forzoso. El caso de Polonia es completamente diferente. El Kremlin no ha planteado nunca la cuestión de que estuviese obligado a sacrificar Polonia. Por el contrario, se jacta cínicamente de su astucia, lo que atenta a los más elementales sentimientos democráticos de las clases oprimidas de todo el mundo y debilita enormemente la situación internacional de la Unión Soviética. ¡La transformación económica de los países ocupados no compensa esto ni en la décima parte!
Toda la política exterior del Kremlin se basa, por lo general, en un pícaro adorno del imperialismo “amigo”, y esto significa sacrificar los intereses fundamentales del movimiento obrero mundial a cambio de ventajas secundarias e inestables. Después de haber drogado durante cinco años a los trabajadores con slogans como la “defensa de las democracias”, Moscú es hoy cómplice de la política de pillaje de Hitler, Esto no convierte a la URSS en un estado imperialista, pero Stalin y su Comintern son, sin duda, los agentes más valiosos con que cuenta el imperialismo.
Si queremos definir exactamente la política exterior del Kremlin, debemos decir que es la política de la burocracia bonapartista de un estado obrero degenerado, en un entorno imperialista. Esta definición no es tan corta ni tan sonora como “política imperialista”, pero, en cambio, es más precisa.
El mal menor
La ocupación de la Polonia del Este por el Ejército Rojo es seguramente un mal menor en comparación con la ocupación de otros territorios por los nazis. Pero este “mal menor” se obtuvo porque Hitler se aseguró previamente un mal mucho mayor. Si alguien prende fuego, o ayuda a prender fuego a una casa y luego salva a cinco de sus diez ocupantes para convertirlos en sus propios semi-esclavos, se produce un “mal menor” que si se hubiesen quemado los diez. Pero no está claro que este pirómano merezca una medalla por el rescate. Y si se la dieran, debería tirarla inmediatamente, como el héroe de una novela de Víctor Hugo.
“Misioneros armados”
Robespierre dijo una vez que a la gente no le gustan los misioneros con bayonetas. Pero lo que quería decir es que es imposible imponer a un pueblo ideas o instituciones revolucionarias por la fuerza de las armas. Esto no significa, sin embargo, que sea inadmisible intervenir militarmente en un país para cooperar con la revolución. Pero una intervención de este tipo, derivada de una política revolucionaria internacional, debe ser entendida por el proletariado internacional y debe corresponder a los deseos de las masas trabajadoras en cuyo territorio entran las tropas revolucionarias. La teoría del socialismo en un solo país no puede crear esta solidaridad internacional activa, la única capaz de justificar y preparar la intervención armada. El Kremlin plantea y resuelve el problema de la intervención militar como hace toda su política; completamente al margen de las ideas y sentimientos de la clase trabajadora internacional. Por ello, los últimos “éxitos diplomáticos” del Kremlin le comprometen monstruosamente y han creado la confusión en las filas del proletariado de todo el mundo.
Insurrección en dos frentes
Pero, planteando así la cuestión —dicen algunos camaradas— ¿es adecuado hablar de la defensa de la URSS y de las provincias ocupadas? ¿No sería más correcto llamar a los obreros y campesinos de toda Polonia a luchar, tanto contra Hitler, como contra Stalin? Naturalmente, eso es muy atractivo. Si surge simultáneamente la revolución en Alemania y en la URSS, incluidas las nuevas provincias ocupadas, se resolverían muchos problemas de un golpe. Pero no podemos basar nuestra política sólo en lo más favorable, en la mejor combinación de circunstancias. El problema es: ¿qué hacemos si Hitler, antes de ser aplastado por la revolución, ataca Ucrania antes de que la revolución haya destruido a Stalin? ¿Deberán luchar en este caso los partidarios de la IV Internacional contra Hitler, lo mismo que lucharon en las filas de la España republicana contra Franco? Estamos totalmente, y en el más amplio sentido, por una Ucrania libre, tanto de Hitler, como de Stalin. Pero ¿qué hacer si, antes de haber obtenido esa independencia, Hitler intenta apoderarse de esa Ucrania que está bajo el dominio de la burocracia stalinista? La IV Internacional contesta: defenderemos de Hitler la Ucrania esclavizada por Stalin.
“Defensa incondicional de la URSS”
¿Qué significa defensa “incondicional” de la URSS? Significa que no le ponemos condiciones a la burocracia. Significa que, independientemente de los motivos o causas de la guerra, defendemos las bases sociales de la URSS, si se ven amenazadas por el imperialismo. Algunos camaradas preguntan: ¿y si mañana la URSS invade la India y empieza a cargarse un movimiento revolucionario, les apoyaremos? Esta pregunta no es del todo coherente. En primer lugar, no está claro por qué implicar a la India. Es más sencillo preguntar: ¿y si el Ejército Rojo amenaza a los obreros y campesinos de la URSS que se pongan en huelga contra la burocracia, lo apoyaremos o no? La política exterior es una continuación de la interna. Nunca hemos prometido apoyar todas las acciones del Ejército Rojo, que es un instrumento en manos de la burocracia bonapartista. Hemos prometido defender la URSS en tanto que estado obrero, y sólo lo que hay dentro de ella, que es característico de un estado obrero.
Un casuista inveterado puede argumentar: Si el Ejército Rojo, independientemente de la clase de “trabajo” que esté realizando en la India, es derrotado por los insurgentes indios, esto debilitaría a la URSS. Le responderíamos: La derrota de un movimiento revolucionario en la India, con la cooperación del Ejército Rojo, significaría un peligro mucho mayor para las bases sociales de la URSS que un contratiempo episódico de un destacamento contrarrevolucionario del Ejército Rojo en la India. La IV Internacional debe distinguir en cada caso cuándo el Ejército Rojo no es más que un arma en manos de la reacción bonapartista y cuándo está defendiendo las bases sociales de la URSS.
Un sindicato dirigido por reaccionarios organiza una huelga para impedir el acceso de los negros a una determinada rama de la industria, ¿apoyaríamos una huelga tan vergonzosa? Naturalmente, no. Pero imaginemos que los amos, aprovechándose de esta huelga, tratan de aplastar los sindicatos y de impedir toda defensa organizada de los trabajadores. En este caso, defenderemos los sindicatos como cuestión de principio, a pesar del carácter reaccionario de su dirección. ¿Por qué no podemos aplicar a la URSS esta misma política?
La norma fundamental
La IV Internacional ha establecido definitivamente que, en todos los países imperialistas, estén aliados o en contra de la URSS, los partidos proletarios deben desarrollar durante la guerra la lucha de clases con el propósito de tomar el poder. Al mismo tiempo, el proletariado no debe perder de vista los intereses de la defensa de la URSS (y de las revoluciones en las colonias) y, en caso necesario, pronunciarse por la acción más decisiva, por ejemplo, huelgas, sabotaje, etcétera. Las relaciones de poder han cambiado sensiblemente desde que la IV Internacional formuló esta norma, pero su validez permanece. Si mañana Inglaterra o Francia amenazan Moscú, los trabajadores ingleses y franceses deben tomar las medidas más decisivas para impedir los envíos de armas y soldados. Si Hitler, obligado por la lógica de la situación, tiene que mandar ayuda militar a Stalin, los trabajadores alemanes, por el contrario, no deberán recurrir a las huelgas y los sabotajes. No creo que haya otra solución.
¿“Revisión del marxismo”?
A algunos camaradas les sorprendió que yo hablase en mi artículo (“La URSS en guerra”) del “colectivismo burocrático” como de una posibilidad teórica. Han visto en ello una completa revisión del marxismo. Se trata de un malentendido aparente. La concepción marxista de la necesidad histórica no tiene nada que ver con el fatalismo. El socialismo no se va a realizar “por sí mismo”, sino que será el resultado de la lucha de fuerzas vivas, clases y partidos. La ventaja crucial del proletariado en esta lucha reside en que él representa el progreso histórico, mientras que la burguesía encarna la reacción y la decadencia. Esta es la fuente de nuestra fe en la victoria. Pero tenemos perfecto derecho a preguntarnos: ¿qué sucederá si vencen las fuerzas de la reacción?
Los marxistas han formulado un número incalculable de veces la alternativa: o el socialismo o la vuelta a la barbarie. Tras la “experiencia” italiana, se ha repetido miles de veces: o fascismo o comunismo. El paso al socialismo no puede dejar de parecernos más complicado, más heterogéneo, más contradictorio, de lo que se previó en el esquema histórico general. Marx habló de la dictadura del proletariado y su superación posterior, pero no dijo nada sobre su degeneración. Hemos observado y analizado por primera vez la experiencia de tal degeneración. ¿Es esto revisionismo?
La marcha de los acontecimientos ha demostrado que el retraso de la revolución socialista engendra indudables fenómenos de barbarie: desempleo crónico, pauperización de la pequeña burguesía, fascismo y guerras de exterminio que no abren ningún camino viable. ¿Qué nuevas formas sociales y políticas puede adoptar esta barbarie, si aceptamos teóricamente que la humanidad es incapaz de elevarse hasta el socialismo? Estamos en mejores condiciones que Marx para responder a esta pregunta. La nueva era bárbara está limitada por el fascismo y la degeneración del estado obrero. Una alternativa de este tipo —socialismo o servidumbre totalitaria— no sólo tiene una enorme importancia teórica, sino también agitativa, pues a su luz la necesidad del socialismo aparece con mayor claridad.
Si tenemos que hablar de revisión de Marx, es realmente la de esos camaradas que hablan de un nuevo tipo de estado “ni burgués ni obrero”. Precisamente porque la alternativa que yo planteo les obliga a llevar su pensamiento hasta sus últimas consecuencias lógicas, algunos de estos críticos, asustados por las conclusiones de su propia teoría, me acusan de revisionismo. Prefiero creer que es una broma.
El derecho al optimismo revolucionario
Demostraba claramente en mi artículo “La URSS en guerra” que la perspectiva de un sistema de explotación ni obrero ni burgués, es decir, “colectivismo burocrático”, es la perspectiva de la total derrota y decadencia del proletariado internacional, la perspectiva del más profundo pesimismo histórico. ¿Existen razones auténticas para adoptar esta perspectiva? No está de más inquirir sobre el asunto entre nuestros enemigos de clase.
En el número semanal del bien conocido periódico France Soir, de 31 de agosto de 1939, hay un reportaje muy instructivo sobre una entrevista entre Hitler y el embajador francés, Coulondre, celebrada el 25 de agosto. (La fuente de información debe ser el propio Coulondre.) Hitler se jacta del pacto que ha firmado con Stalin (“un pacto realista”) y “lamenta” la sangre francesa y alemana que se desperdiciará.
“Pero —objeta Coulondre— Stalin se expone por los dos lados. El verdadero ganador (en caso de guerra) va a ser Trotsky, ¿no cree usted?”
“Lo sé —responde el Fuhrer—, pero como Francia e Inglaterra dan a Polonia completa libertad de acción ”, etc. Estos caballeros han tenido a bien ponerle un nombre individual a los que esperan la revolución. Pero ésta no es la esencia de esta dramática conversación, justo en el momento en que se rompían las relaciones diplomáticas. “La guerra va a provocar inevitablemente la revolución”, dice el representante de la democracia imperialista, temblando de pies a cabeza y tratando de atemorizar a su adversario. “Lo sé —responde Hitler—, lo sé”, como si se tratara de una cuestión decidida hace ya mucho tiempo. ¡Sorprendente diálogo!
Los dos, Hitler y Coulondre, representan la barbarie que avanza sobre Europa. Ninguno de ellos duda que su barbarie será derrotada por la revolución socialista. Las clases dominantes de todos los países capitalistas del mundo son hoy conscientes de ello. Su total desmoralización es uno de los elementos más importantes de la correlación de fuerzas actual. El proletariado tiene una dirección joven y todavía ilusionada. Pero la dirección de la burguesía apenas se tiene en pie. Al principio de una guerra que no pueden impedir, estos caballeros están convencidos de antemano del colapso de su régimen. ¡Este hecho debe de ser para nosotros fuente de un invencible optimismo revolucionario!
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El referéndum y el centralismo democrático[6]
21 octubre 1939
Pedimos un referéndum sobre la guerra porque queremos paralizar o destruir el centralismo en el estado imperialista. Pero ¿podemos reconocer el referéndum como un método normal de decisión dentro de nuestro partido? La respuesta sólo puede ser negativa.
Quien está a favor del referéndum reconoce que la democracia interna del partido es sólo la suma aritmética de decisiones locales, condicionadas inevitablemente por las fuerzas y la experiencia limitadas de cada sección. Quien esté en favor de un referéndum debe estar a favor de los mandatos imperativos: es decir, a favor de que cada sección local tenga derecho a exigir a su representante en el congreso del partido que vote de manera predeterminada. Quien reconoce el mandato imperativo está automáticamente en contra de la concepción del congreso como órgano supremo del partido. Es suficiente sustituir el congreso por un recuento de votos locales. El partido, como un todo centralizado, desaparece. Aceptando el referéndum, la influencia de las secciones más avanzadas y de los camaradas con más experiencia o más perspicaces se sustituye por la influencia de los menos experimentados, de las secciones más atrasadas, etc.
Naturalmente estamos por un examen a fondo y porque sobre cada cuestión voten todas las secciones locales del partido, todas las células. Pero, al mismo tiempo, cada delegado elegido por su sección debe tener derecho a sopesar todos los argumentos expuestos en el congreso y a votar según le dicte su juicio político, y si, después del congreso, no es capaz de convencer a su organización de lo correcto de sus apreciaciones, ésta debe privarle consecuentemente de su confianza política. Casos así son inevitables. Pero son un mal infinitamente menor que el sistema de referéndum o de voto imperativo, que destruyen por completo el partido como un todo.
Coyoacán, D. F.
Notas
[6] En el curso del debate de facciones, la minoría pidió un referéndum sobre la cuestión de la naturaleza de la URSS. La mayoría se opuso. Trotsky apoyó a la mayoría, rechazando el referéndum.
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Carta a Sherman Stanley
22 de octubre de 1939
Querido camarada Stanley:
Contesto con un poco de retraso su carta del 11 de octubre.
1. Dice que “no debe haber serios enfrentamientos ni diferencias” en la cuestión rusa. Si es así, ¿por qué esa terrible alarma en el partido contra el Comité Nacional, es decir, contra su mayoría? No debe sustituir sus concepciones personales por las de la minoría del Comité, que considera la cuestión lo bastante seria como para provocar una discusión justo en el umbral de la guerra.
2. Pero no estoy de acuerdo con usted en que mi argumento no contradice los del camarada M. S. La contradicción implica dos puntos fundamentales:
a) La naturaleza de clase de la URSS.
b) La defensa de la URSS.
Sobre el primer tema, el camarada M. S. plantea una cuestión de principio, lo que significa que deja de reconocer la antigua decisión y toma una nueva. Un partido revolucionario no puede vivir entre dos decisiones, una aniquilada, otra adoptada sin ser previamente propuesta. En el problema de la defensa de la URSS y los nuevos territorios ocupados contra Hitler (o Inglaterra) el camarada M. S. propone una revolución contra Hitler y Stalin a la vez. Esta fórmula abstracta significa negar la defensa real en una situación concreta. Intento aclarar este punto en un nuevo artículo que mandé ayer por avión al Comité Central.
3. Estoy completamente de acuerdo con usted en que sólo una discusión seria clarificará el asunto, pero no creo que votando simultáneamente por la propuesta de M. S. y por la de la mayoría vaya a clarificar nada.
4. Afirma en su carta que el problema principal no es la cuestión rusa, sino el “régimen interno”. He oído esa acusación bastante a menudo desde el comienzo de nuestro movimiento en EE.UU. Varían un poco las formulaciones y los grupos, pero siempre hay una parte de nuestros camaradas que está en contra del “régimen”. Estaban, por ejemplo, contra la entrada en el Partido Socialista (no hace falta irse muy atrás en el tiempo). Pero inmediatamente dijeron que el “principal problema” no era entrar en el Partido Socialista, sino el “régimen”. Ahora se repite la misma fórmula en relación con la cuestión rusa.
5. Por mi parte, creo que la entrada en el Partido Socialista fue una medida muy saludable para la mayor extensión de nuestro partido y que el “régimen” (o la dirección) que llevó a cabo la fusión estaba en lo cierto, al contrario que la oposición, que, además, en este caso representaba la tendencia al estancamiento.
6. Ahora, al comienzo de la guerra, surge una nueva y aguda posición, basada en la cuestión rusa. Afecta a la corrección de nuestro programa, elaborado a través de innumerables discusiones, polémicas y disputas a lo largo de diez años. Naturalmente, nuestras decisiones no son eternas. Si alguien de la dirección del partido tiene dudas y sólo dudas, es su deber hacia el partido clarificarse mediante estudios y discusiones dentro de la dirección, antes de lanzar la cuestión a todo el partido, y no en forma de nuevas decisiones, sino de dudas. Desde luego, desde el punto de vista de los estatutos, cualquiera, hasta un miembro del Comité Político, tiene derecho a hacerlo, pero no creo que este derecho se haya usado de tal manera que haya contribuido a mejorar el régimen del partido.
7. En el pasado, he oído a menudo acusaciones de camaradas contra el Comité Nacional en su conjunto —sobre su falta de iniciativa y demás—. No soy el abogado defensor del Comité Nacional y estoy seguro de que ha dejado de hacer muchas cosas que podría haber hecho. Pero insisto en que es preciso concretar las acusaciones. Me he dado cuenta a menudo que el disgusto con la propia actividad local, con la propia falta de iniciativa, se transformaba en una acusación al Comité Nacional, que se suponía debía ser Omnipotente, Omnipresente y Omnibenevolente.
8. En el caso presente, el Comité Central es acusado de “conservadurismo”. Creo que defender las decisiones tomadas, hasta que no se tomen otras nuevas, es deber elemental del Comité. Creo que este “conservadurismo” está dictado por el instinto de conservación del propio partido.
9. Hay otros dos asuntos sobre los que los camaradas actualmente disconformes con el “régimen” han adoptado, en mi opinión, una postura políticamente falsa. El régimen debe ser un instrumento al servicio de la política adecuada. Cuando la incorrección de su política es manifiesta, sus protagonistas tienden a decir que tal asunto no es tan importante como el régimen en general. Durante el desarrollo de la Oposición de Izquierda y de la IV Internacional me he opuesto cientos de veces a esta sustitución. Cuando Vareecken, Sneevliet e incluso Molinier fueron derrotados en todos sus puntos de diferencia, declararon que el auténtico problema de la IV Internacional no era tal o cual decisión, sino su régimen.
10 No quiero hacer una analogía entre los líderes de la presente oposición en el Partido americano y los Vareeckenes, Snevliets y compañía. Sé muy bien que los líderes de la oposición actual son camaradas muy cualificados y espero sinceramente que seguiremos trabajando juntos tan amistosamente como hasta ahora. Pero no voy a aportar nada positivo inquietándome, porque alguno de ellos vaya a cometer el mismo error, a cada nueva etapa en el desarrollo del partido, apoyándose en un grupo de adherentes personales. Creo que en la presente discusión esta actitud debe analizarse y condenarse severamente por la opinión general del partido, que en este momento tiene enormes tareas que cumplir.
Con los mejores saludos del camarada,
Crux (Leon Trotsky)
P. S. — Como hablo de la mayoría y la minoría del Comité Nacional, y especialmente de los camaradas de la resolución M. S., voy a enviar copia de esta carta a los camaradas Cannon y Shachtman.
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Carta a Max Shachtman
6 de noviembre de 1939
Querido camarada Shachtman:
Recibí la transcripción de su discurso del 15 de octubre[7] que me envió usted y la leí con todo el interés que se merece. He encontrado un montón de excelentes ideas y de formulaciones en completo acuerdo con nuestra posición común, tal y como se expresa en los documentos fundamentales de la IV Internacional. Pero lo que no pude encontrar es una explicación de por qué ataca nuestra posición previa como “insuficiente, inadecuada e inactual”.
Dice usted: “Los acontecimientos, que han resultado ser diferentes de nuestras hipótesis y predicciones teóricas, han cambiado la situación”. Pero desgraciadamente, habla usted tan en abstracto de “los acontecimientos” que no soy capaz de comprender cómo cambian la situación y cuáles pueden ser las consecuencias de estos cambios para nuestra política. Usted menciona algunos ejemplos del pasado. Así, “vimos y previmos la degeneración de la III Internacional”; pero sólo después de la victoria de Hitler consideramos necesario proclamar la IV Internacional. El ejemplo no está formulado exactamente. Habíamos previsto no sólo la degeneración de la III Internacional, sino también la posibilidad de su regeneración. Sólo la experiencia alemana de 1929-33 nos convenció de que el Comintern estaba podrido y nada podría regenerarlo. Pero entonces cambiamos nuestra política radicalmente: opusimos a la III la IV Internacional.
Pero no sacamos las mismas conclusiones respecto al estado soviético. ¿Por qué? La III Internacional era un partido una selección de personas en base a ideas y métodos. Esta selección era tan opuesta al marxismo que tuvimos que abandonar toda esperanza de regenerarla. Pero el estado soviético no es sólo una selección ideológica, es un complejo de instituciones sociales que persiste a pesar de que las ideas de la burocracia sean opuestas a las de la Revolución de Octubre. Esta es la razón por la que no renunciamos a regenerar el estado soviético mediante una revolución política. ¿Cree usted que debernos cambiar de actitud? Si no, y estoy seguro de que usted no quiere proponer eso, ¿dónde está el “cambio” fundamental que se ha producido a raíz de los últimos acontecimientos?
Veo con satisfacción que acepta usted el slogan “por una Ucrania soviética independiente”. Pero añade: “Yo siempre entendí nuestra posición básica como opuesta a las tendencias separatistas en las Repúblicas Soviéticas Federadas”. Ve con respecto a esto “un cambio fundamental en nuestra política”. Pero: l) el slogan sobre Ucrania independiente se propuso antes del pacto Hitler-Stalin; 2) este slogan es sólo una aplicación a una cuestión nacional de nuestro slogan general de lucha contra la burocracia. Podría usted decir con el mismo derecho: “Tal y como yo entiendo nuestra posición básica, nos hemos opuesto siempre a todo acto de rebelión contra el Gobierno soviético”. Naturalmente, pero cambiamos esta postura básica hace ya varios años. No veo qué nuevo cambio propone usted ahora.
Cita usted la marcha del Ejército Rojo en 1920 sobre Polonia y Georgia, y dice: “Ahora, si no ha cambiado nada en la situación, ¿por qué la mayoría no propone apoyar el avance del Ejército Rojo en Polonia, los países bálticos o Finlandia?”. En esta parte decisiva de su discurso, usted establece que “algo ha cambiado” entre 1920 y 1939. ¡Claro, hombre! La novedad es la situación de bancarrota de la III Internacional, la degeneración del estado soviético, el desarrollo de la oposición de izquierda, y la creación de la IV Internacional. Los “acontecimientos concretos” han ocurrido precisamente entre 1920 y 1939. Y estos acontecimientos explican suficientemente por qué hemos cambiado radicalmente nuestra postura hacia el Kremlin, incluyendo su política militar.
Olvida usted que en 1920 apoyamos no sólo al Ejército Rojo, sino también al GPU. Desde nuestra concepción del estado, no existe diferencia radical entre el Ejército Rojo y el GPU. Sus actividades están estrechamente conectadas y son interdependientes. Podemos afirmar que en 1910 y los años siguientes, apoyamos a la Cheka en su lucha contra los rusos contrarrevolucionarios y los espías imperialistas, pero que, cuando en 1927 el GPU empezó a arrestar, exiliar y perseguir a los auténticos bolcheviques, cambiamos nuestra apreciación de esa institución. Este cambio se produjo por los menos once años antes del pacto germano-soviético. Por eso me ha asombrado profundamente que hable usted sarcásticamente de “el rechazo de la mayoría a adoptar la misma postura que todos tomamos en 1920 ”. Todos nosotros empezamos a cambiar de postura en 1923 avanzando poco a poco de acuerdo con los desarrollos objetivos. El punto decisivo de la evolución fue 1933-34. ¡Si no somos capaces de ver qué cambios fundamentales se han producido ahora y por qué debemos cambiar nuestra política, según propone usted, no significa que hayamos vuelto a 1920!
Insiste usted fundamentalmente en la necesidad de abandonar el slogan de la defensa incondicional de la URSS, porque usted interpretó en el pasado ese slogan como apoyo a toda acción diplomática o militar del Kremlin, es decir, de la política de Stalin. No, mi querido Shachtman, eso no corresponde “a los acontecimientos concretos”. Ya en 1927 proclamamos en el Comité Central: “¿Por la patria socialista? ¡Sí! ¿Por la carrera de Stalin? ¡No!” (The Stalin School of Falsification.) Además, parece olvidar usted la llamada “tesis de Clemenceau”, que significaba que, en interés de la auténtica defensa de la URSS, la vanguardia proletaria podría estar obligada a destruir el gobierno de Stalin y reemplazarlo por el suyo propio. ¡Todo esto se dijo en 1927! Cinco años después, explicamos a los trabajadores que el cambio de gobierno podría llevarse a cabo sólo mediante la revolución política. Así separamos nuestra defensa de la URSS como estado obrero de la defensa de la URSS que hacía la burocracia. ¡A pesar de ello, usted interpreta nuestra política anterior como apoyo incondicional a las actividades diplomáticas y militares de Stalin! Permítame decirle que eso es una deformación horrible de nuestra postura, no sólo desde la creación de la IV Internacional, sino desde el principio de la oposición de izquierda.
La defensa incondicional de la URSS significa, simplemente, que nuestra política no está determinada por las hazañas, maniobras o crímenes de la burocracia del Kremlin, sino solamente por nuestra concepción de los intereses del estado soviético y de la revolución mundial.
Al final de su discurso cita usted la fórmula de Trotsky de subordinar la defensa de la propiedad nacionalizada en la URSS a los intereses de la revolución mundial, y prosigue: “Mi interpretación de nuestra postura en el pasado significaba que no podía haber contraposición entre ambas Nunca interpreté que se debía subordinar la una a la otra. Si entiendo inglés, el término significa que hay, o puede haber, conflicto entre ambas”. Y de ahí deriva usted la imposibilidad de mantener el slogan de la defensa incondicional de la URSS.
Este argumento se basa por lo menos sobre dos malentendidos. ¿Cómo y por qué han de entrar en conflicto los intereses de la revolución mundial y el mantenimiento de la propiedad nacionalizada en la URSS? Usted infiere tácitamente que la política del Kremlin (no la nuestra) puede entrar en conflicto con los intereses de la revolución mundial. ¡Naturalmente! ¡A cada paso! ¡En todos los aspectos! Por eso nuestra política de defensa no está condicionada por la política del Kremlin. Este es el primer malentendido. Pero, pregunta usted, sino hay conflicto, ¿para qué hace falta la subordinación? Aquí está el segundo malentendido. Debemos subordinar la defensa de la URSS a la revolución mundial lo mismo que subordinamos una parte al todo. En 1918, en la polémica con Bujarin, que insistía en la necesidad de una guerra revolucionaria contra Alemania, Lenin contestó más o menos: “Si hubiera ahora una revolución en Alemania, nuestro deber sería ir a la guerra, aun a riesgo de perderla. La revolución alemana es más importante que nosotros y deberíamos sacrificar el poder soviético en Rusia (por un tiempo) si fuera necesario, para ayudar a establecerlo en Alemania”. Una huelga en Chicago puede ser irrazonable en un momento determinado y por sí misma, pero si los trabajadores de Chicago tienen que apoyar una huelga general deben subordinar sus intereses a los de su clase y llamar a la huelga. Si la URSS se ve envuelta en la guerra del lado de Alemania, la revolución alemana amenazaría los intereses de la defensa de la URSS. ¿Debemos decirles a los trabajadores alemanes que no la hagan? El Comintern seguramente se lo diría, pero nosotros no. Les diremos: “Debemos subordinar los intereses de la defensa de la URSS a los intereses de la revolución mundial”.
Me parece que algunos de sus argumentos han sido rebatidos por Trotsky en su último artículo “Una y otra vez sobre la naturaleza de la URSS”, escrito antes de que yo recibiera la transcripción de su discurso.
Tenemos cientos y cientos de nuevos camaradas que no han pasado por nuestra experiencia común. Me temo que sus argumentos les hagan creer que alguna vez hemos apoyado al Kremlin, al menos en el campo internacional, que no habíamos previsto la posibilidad de cooperación entre Hitler y Stalin, que los acontecimientos nos han pillado desprevenidos y que debemos cambiar fundamentalmente nuestra posición.
¡Y eso no es verdad! E, independientemente de otras cuestiones, discutidas o sólo tocadas en su discurso (dirección, conservadurismo, régimen del partido y demás), creo que debemos examinar de nuevo nuestra posición sobre la cuestión rusa, todo lo cuidadosamente que nos sea posible, en bien de la sección americana y de la IV Internacional en su conjunto.
El verdadero peligro ahora no es la defensa “incondicional” de lo que merece ser defendido, sino la ayuda directa o indirecta a la corriente política que trata de identificar la URSS con los estados fascistas en beneficio de las democracias, o con quienes intentan echar todas las tendencias en el mismo saco para comprometer el bolchevismo o marxismo con el stalinismo. Somos el único partido que previó los acontecimientos, no concretamente, como es natural, pero sí su tendencia general. Nuestra ventaja consiste en que no tenemos que cambiar nuestra orientación, aunque comience la guerra. Y me parece muy poco adecuado que algunos de nuestros camaradas, movidos por la lucha de facciones por un “buen régimen” (que, que yo sepa, no han definido nunca) insistan en gritar: “¡Nos han cogido desprevenidos! ¡Nuestra orientación se ha vuelto inadecuada! ¡Debemos improvisar una nueva línea!” Todo esto me parece totalmente incorrecto y muy peligroso.
Con los mejores saludos del camarada,
Lund (Leon Trotsky)
Saludos a J. P. Cannon.
P.S.-Las formulaciones de esta carta están lejos de ser perfectas, porque no es un artículo elaborado, sino simplemente una carta que he dictado a mi colaborador en inglés y que él ha corregido sobre la marcha. L.
Notas
[7] Este discurso fue pronunciado en una reunión de la organización neoyorkina del Partido Socialista Obrero (SWP). Se reproduce en el Boletín Interno, vol. II, núm. 3, de 14 de noviembre de 1939. (Nota del editor.)
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Carta a James P. Cannon
15 de diciembre de 1939
Los líderes de la oposición no han aceptado hasta ahora el debate a nivel de principios e indudablemente tratarán de evitarlo en el futuro. En consecuencia, no es difícil imaginar lo que van a decir sobre el artículo que incluyo. “Hay muchas verdades elementales en este artículo —dirán—, no las negamos, pero no nos responde las cuestiones “concretas” del momento. Trotsky está demasiado lejos del partido para poder juzgar correctamente. No todos los elementos pequeño-burgueses del partido están con la oposición, ni todos los obreros con la mayoría”. Algunos añadirán que el artículo les “atribuye” ideas que no han mantenido nunca, etc.
Las “respuestas concretas” que requieren los de la oposición son recetas de un libro de cocina especial para tiempos de guerra imperialista. No he intentado escribir este libro de cocina. Pero hemos de ser capaces de llegar, desde nuestro enfoque de principio de las cuestiones fundamentales, a la solución de cada problema concreto, por complicado que sea. Precisamente en el problema de Finlandia, la oposición demostró su incapacidad de abordar cuestiones concretas.
No hay facciones químicamente puras. Los elementos pequeño-burgueses se encuentran necesariamente en cada facción y cada partido obrero. El asunto es quién da el tono. En la oposición, el tono lo dan los pequeño-burgueses.
La inevitable acusación de que el artículo atribuye a la oposición ideas que nunca ha formulado se explica por el carácter contradictorio e incoherente de las ideas de la oposición, que no pueden soportar ni el roce del análisis crítico. El artículo no “atribuye” nada a los líderes de la oposición, sólo desarrolla sus ideas hasta el fin. Naturalmente, puedo observar el desarrollo del debate sólo desde fuera. Pero los rasgos generales de un combate suelen verse mejor cuando no se toma parte en él.
Con un amistoso apretón de manos,
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
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Oposición pequeñoburguesa en el Partido Socialista Obrero (SWP)
15 diciembre 1939
Hay que llamar a las cosas por su nombre, Ahora que las posiciones de las dos facciones en lucha se han decantado con toda claridad, debemos decir que la tendencia minoritaria del Comité Nacional está realizando una política típicamente pequeño-burguesa. Como todos los grupos pequeño-burgueses dentro de los movimientos socialistas, esta oposición actual se caracteriza por: una actitud desdeñosa hacia la teoría y una tendencia al eclecticismo: falta de respeto por la tradición de su propia organización; inquietud por la “independencia” personal a costa de la verdad objetiva; nerviosismo en lugar de coherencia; presteza a saltar de una posición a otra; falta de comprensión del centralismo revolucionario y hostilidad hacia él, y, por último, inclinación a sustituir la disciplina del partido por relaciones personales y de pandilla. Naturalmente, no todos los miembros de la oposición presentan todas estas características con igual intensidad. Pero, como ocurre siempre en un bloque abigarrado, el matiz lo imponen quienes están más lejos del marxismo y de la política proletaria. Nos encontramos ante un debate serio y prolongado. No intento agotar el tema en este artículo, pero quiero subrayar las características generales del problema.
Escepticismo teórico y eclecticismo
Los camaradas Burnham y Shachtman publicaron, en el número de enero de 1939 de New International un largo artículo titulado “Intelectuales en retirada”. El artículo, aun conteniendo muchas ideas correctas y observaciones políticas adecuadas, padecía un defecto fundamental. Como se trataba de polemizar con oponentes que se consideran a sí mismos —sin razones suficientes— como “teóricos”, los autores no creyeron necesario tratar el problema en términos teóricos. Era absolutamente necesario explicar por qué los intelectuales “radicales” americanos aceptan el marxismo sin la dialéctica (un reloj al que le falta un muelle). La razón es sencilla. En ningún otro país se ha rechazado tanto la lucha de clases como en la tierra de las “oportunidades ilimitadas”. El rechazo de las contradicciones sociales como fuerza motora del desarrollo social lleva, en el campo del pensamiento teórico, al rechazo de la dialéctica como lógica de las contradicciones. Igual que se considera posible en el terreno político que todo el mundo se convenza de que un programa “justo” es correcto a través del pensamiento inteligente e igual que se cree posible la reconstrucción social mediante medidas “racionales”, en la esfera teórica se considera que la lógica aristotélica, llevada al nivel del sentido común, es suficiente para resolver todos los problemas.
El pragmatismo, mezcla de empirismo y racionalismo, es la filosofía nacional de los EE.UU. La metodología teórica de Max Eastman no es muy diferente de la metodología de templan la sociedad desde el punto Henry Ford —ambos contemplan la sociedad desde el punto de vista de un ingeniero (Eastman, platónicamente)—. Históricamente, la actual actitud de desdén hacia la dialéctica se explica simplemente porque los abuelos y bisabuelas de Eastman y compañía no necesitaron aplicar la dialéctica en la práctica para conquistar territorios y hacerse ricos. Pero los tiempos han cambiado y la filosofía pragmática, como el mismo sistema capitalista americano, ha entrado en crisis.
Los autores del artículo no muestran, porque no serían capaces ni tienen interés en ello, las conexiones internas entre la filosofía y el desarrollo material de la sociedad y explican francamente por qué.
“Los autores de este artículo —escriben sobre sí mismos— difieren profundamente en su apreciación de la teoría general del materialismo dialéctico, pues mientras uno la acepta, el otro la rechaza No hay nada anómalo en esta situación. El pensamiento teórico siempre está relacionado, de una u otra forma, con la práctica, pero esta relación no es directa ni inmediata; y, como hemos señalado antes, los seres humanos son inconsecuentes con frecuencia. Desde el punto de vista de cada uno de nosotros, el otro padece esta inconsecuencia entre su teoría filosófica y su práctica política, lo que nos debe llevar inevitablemente a desacuerdos políticos decisivos en ocasiones concretas. Pero esto no ha sucedido hasta el presente, ni ninguno de los dos ha podido demostrar que el acuerdo o desacuerdo en el nivel más abstracto de las doctrinas del materialismo dialéctico afecte necesariamente a los asuntos políticos de hoy o de mañana —y los partidos, las luchas y los programas políticos se basan precisamente en estos asuntos concretos—. Ambos esperamos que con el tiempo estaremos cada vez más de acuerdo en las cuestiones más abstractas. De momento, lo que nos preocupa es el fascismo, la guerra y el desempleo”. ¿Qué significa este razonamiento tan asombroso? Cuando “ciertas personas” utilizan un método malo “a veces” llegan a conclusiones correctas, mientras que si otros utilizan un método adecuado “con cierta frecuencia” llegan a conclusiones incorrectas por lo tanto, el método no tiene mayor importancia. Ya meditaremos sobre el método cuando tengamos más tiempo libre, pero no ahora que tenemos otras cosas que hacer. Imaginemos la reacción de un trabajador que se queja a su capataz de que sus herramientas son malas y recibe la siguiente respuesta: “Con malas herramientas se puede hacer un buen trabajo, y hay mucha gente que con herramientas buenas sólo es capaz de estropear el material”. Mucho me temo que este trabajador contestaría a su capataz con una frase poco académica. Un trabajador tiene que enfrentarse con materiales duros, que le ofrecen resistencia, y por eso aprecia las buenas herramientas, mientras que un intelectual pequeño-burgués —¡qué rico!— se conforma con utilizar como “herramientas” observaciones vagas y generalizaciones superficiales, porque tiene asuntos más importantes en la cabeza.
Pretender que cada miembro del partido se ocupe personalmente de la filosofía de la dialéctica es una pedantería sin sentido. Pero un trabajador que se ha hecho en la escuela de la lucha de clases tiene, gracias a su propia experiencia, una predisposición al pensamiento dialéctico. Incluso desconociendo el término, acepta rápidamente lo esencial del método y sus conclusiones. Con un pequeño-burgués pasa lo contrario. Naturalmente, hay pequeño-burgueses alineados orgánicamente con los trabajadores, que han llegado a una perspectiva proletaria gracias a una revolución interior. Pero son una minoría insignificante. El problema es diferente con la pequeña burguesía con preparación académica. Sus prejuicios han adquirido forma definitiva en la escuela. Cuanto más éxito han tenido en acumular conocimiento (útiles o no), sin la ayuda de la dialéctica, más capaces se creen de andar por la vida sin ella.
En realidad, utilizan la dialéctica sólo para pulir, afilar o verificar sus instrumentos de análisis, o para romper con el estrecho círculo de sus relaciones personales. Pero cuando tienen que enfrentarse con hechos importantes, se sienten perdidos y recaen rápidamente en sus formas de pensar pequeño-burguesas.
Apela a la inconsecuencia como justificación para un trabajo sin principios teóricos, significa que uno es muy poco fiable como marxista. La inconsecuencia no es accidental, y en política no se la debe considerar únicamente como un síntoma individual. Generalmente, la inconsecuencia cumple una función social. Hay agrupaciones sociales que no pueden ser consecuentes. Los elementos pequeño-burgueses que no han podido desembarazarse de sus viajes, tendencias pequeño-burgueses se encuentran, en un partido de trabajadores, sistemáticamente impulsados a establecer compromisos teóricos con su propia conciencia.
A la actitud del camarada Shachtman hacia el método dialéctico, tal como la ha manifestado en el párrafo citado antes, no se la puede denominar más que escepticismo ecléctico. Es evidente que Shachtman ha contraído esa actitud entre los intelectuales pequeño-burgueses que consideran adecuadas todas las formas de escepticismo, y no en la escuela de Marx.
Advertencia y verificación
El artículo me asombró tanto que escribí inmediatamente al camarada Shachtman: “Acabo de leer el artículo que escribe junto con Burnham sobre los intelectuales. Tiene cosas excelentes. Sin embargo, la parte sobre dialéctica es el peor golpe que usted personalmente, como editor de New International, ha podido darle a la teoría marxista. El camarada Burnham dice: “no reconozco la dialéctica”. Es sincero y todos hemos de reconocerlo. Pero usted dice: “yo reconozco la dialéctica, pero no importa: eso no tiene la menor importancia”. Relea lo que ha escrito. Esas frases producirán muchísima confusión entre los lectores de New International y son el mejor regalo que podíamos hacerles a los Eatsmans de todas las especies. ¡Muy bien! Pienso hablar de ello públicamente”.
Escribí esta carta el 20 de enero, varios meses antes de esta discusión. Shachtman no me contestó hasta el 5 de marzo, diciendo que no entendía por qué había armado tanto alboroto. El 9 de marzo, le respondí en los siguientes términos: “No rechazo la posibilidad de colaborar con los antidialécticos, pero sí creo que es peligroso escribir juntos un artículo en el que la dialéctica juega, o debería jugar, un papel muy importante. La polémica tiene lugar en dos planos: político y teórico. Estoy de acuerdo con su postura política. Pero su argumentación teórica es insuficiente: se detiene justo en el momento en que debería empezar a ser agresiva. La tarea consiste en demostrar que sus fallos (en tanto que fallos teóricos) se derivan de su incapacidad y su falta de ganas de pensar las cosas a través de la dialéctica. Podemos cumplir esta tarea con un éxito pedagógico muy importante. Pero en vez de hacer eso, usted afirma que la dialéctica es un asunto personal y que se puede ser muy buena persona sin creer en ella”. Aliándose en “este” tema con el antidialéctico Burnham, Shachtman se priva a sí mismo de la posibilidad de demostrar por qué Eastman, Hook y tantos otros empiezan por oponerse filosóficamente a la dialéctica y acaban luchando políticamente contra la revolución socialista. Sin embargo, este es el quid de la cuestión.
La discusión política actual en el partido a confirmado mis temores en medida mucho mayor de lo que esperaba, o más exactamente, temía. El escepticismo metodológico de Shachtman ha dado sus tristes frutos en la discusión sobre la naturaleza del Estado soviético. Empezó Burnham, hace algún tiempo, con la construcción, de forma puramente empírica, basándose en sus impresiones inmediatas, de un estado ni proletario ni burgués, liquidando toda la teoría marxista del estado como órgano del dominio de clase. Shachtman, inesperadamente, adoptó una postura evasiva: “Debemos estudiar el asunto más profundamente, ya veremos ”: además, Shachtman está de acuerdo con Burnham en que la definición sociológica de la URSS no tiene ninguna relevancia para nuestras “tareas políticas inmediatas”. Permítame el lector referirme de nuevo a lo que ambos escriben sobre la dialéctica. Burnham no la acepta, Shachtman dice aceptarla pero el milagro de la inconsecuencia les permite llegar a conclusiones políticas comunes. La actitud de ambos hacia la naturaleza del Estado soviético reproduce punto por punto su actitud hacia la dialéctica.
En ambos casos, Burnham lleva la voz cantante. Esto no es sorprendente, porque él posee un método —el pragmatismo—, mientras Shachtman no tiene ninguno. Se limita a adaptarse a Burnham. Aunque no quiere asumir la responsabilidad del anti-marxismo de Burnham, no defiende sus concepciones de los ataques al marxismo de Burnham en el terreno de la filosofía ni en el de la sociología. En ambos casos, Burnham aparece como un pragmático y Shachtman como un ecléctico. Este paralelismo de las concepciones de Burnham y Shachtman en dos planos diferentes de pensamiento y sobre dos cuestiones de importancia primordial, tiene la gran ventaja de que abrirá los ojos incluso a los camaradas que no tienen ninguna experiencia en el discurso puramente teórico. El método de pensamiento puede ser dialéctico o vulgar, consciente o inconsciente, pero existe y se da a conocer por sus resultados.
En enero pasado oíamos decir a nuestros autores: “Pero esto no ha sucedido hasta el momento, ni ninguno de nosotros ha podido demostrar que el acuerdo o desacuerdo en el nivel abstracto de la doctrina dialéctica afecte a los problemas políticos concretos de hoy o de mañana ” ¡Ya nos lo han demostrado! Apenas han pasado unos meses y hemos podido comprobar como su actitud frente a una “abstracción”, como el materialismo dialéctico se manifiesta claramente en su actitud hacia el Estado soviético.
Es necesario afirmar que la diferencia entre ambas cuestiones es bastante importante, pero que es política y no teoría. En ambos casos, Burnham y Shachtman se unen sobre la base del rechazo y semirrechazo de la dialéctica. Pero en el primero, su unión se dirigía contra los oponentes del partido proletario. En el segundo, se enfrentan con la fracción marxista de su propio partido. Por decirlo así, el frente de operaciones ha cambiado, pero el arma sigue siendo la misma.
Es verdad que la gente es incoherente a menudo. Sin embargo, la conciencia humana tiende hacia una cierta homogeneidad. La filosofía y la lógica deben basarse en esta homogeneidad y no en la incoherencia, es decir, en la falta de homogeneidad. Burnham no reconoce la dialéctica, pero la dialéctica le reconoce a él, se extiende sobre él. Shachtman cree que la dialéctica le re conoce a él, se extiende sobre él. Shachtman cree que la dialéctica no tiene importancia para las conclusiones políticas, pero podemos ver en las conclusiones políticas de Shachtman los deplorables efectos de su actitud desdeñosa hacia la dialéctica. Incluiremos este ejemplo en los libros de texto del materialismo dialéctico.
El año pasado me visitó un profesor ingles de economía política, simpatizante de la IV Internacional. Durante nuestra conversación sobre las vías para llegar al socialismo, se expresó de pronto con el típico utilitarismo inglés, como hubieran podido hacerlo Keynes y otros: “Es necesario determinar una meta económica concreta, elegir los métodos más razonables para conseguirla”. Le hice notar: “Veo que es usted un adversario de la dialéctica”. Me contestó, sorprendido: “En efecto, no la encuentro útil en absoluto”. “Sin embargo, le respondí, la dialéctica me ha permitido determinar la categoría de pensamiento filosófico a la que pertenece usted, sólo por unas cuantas observaciones que ha hecho sobre problemas económicos; sólo esto debería demostrarle que la dialéctica tiene algún valor”. Aunque mi visitante no había dicho ni una palabra sobre ello, estoy seguro de que este profesor anti-dialéctico opina que la URSS no es un estado obrero, que los métodos de nuestra organización son malos, etc. Es posible determinar el tipo general de pensamiento de una persona sobre las bases de sus opiniones sobre problemas concretos y también es posible predecir aproximadamente, conociendo su tipo general de pensamiento, como abordará un individuo una cuestión práctica determinada. Este es el incomparable valor pedagógico del método dialéctico.
El ABC del materialismo dialéctico
Escépticos gangrenosos como Souvarine dicen que “ni se sabe” lo que es la dialéctica. Y hay “marxistas” que se inclinan respetuosamente ante Souvarine y pretenden aprender de él. Y esos “marxistas” no sólo hacen su nido en el “Modern Monthly”. Hay una corriente souvarinista en la actual oposición del Partido Socialista Obrero (SWP). Es necesario prevenir a los jóvenes camaradas: ¡cuidado con esa infección maligna!
La dialéctica no es ficción ni misticismo, sino una ciencia del pensamiento, en tanto que intenta llegar a la comprensión de los problemas más complicados y profundos, superando las limitaciones de los asuntos de la vida diaria. La dialéctica y la lógica formal guardan la misma relación que las altas matemáticas y las matemáticas elementales.
Intento extractar lo sustancial del problema de forma muy esquemática. El aristotelismo lógico del silogismo simple empieza con la proposición de que A es igual a Al. Este postulado se acepta como axioma para multitud de prácticas humanas y generalizaciones elementales. Pero, en realidad, A no es igual a Al. Basta con ponerse gafas para darse cuenta. Pero, puede objetar alguien, la cuestión no es el tamaño o la forma de las letras, puesto que sólo son símbolos de cualidades iguales, por ejemplo, uña libra de azúcar. La objeción da en el clavo: precisamente, porque una libra de azúcar nunca es igual a otra libra de azúcar: hay una escala sutil de variaciones entre ambas. Se nos puede objetar de nuevo: pero una libra de azúcar es igual a sí misma. Tampoco es cierto: todos los cuerpos cambian constantemente de peso, tamaño, color, etc., no permanecen nunca inmutables. Un sofista respondería que una libra de azúcar es igual a sí misma “en un momento dado”. Dejando de lado la dudosa validez práctica de semejante “axioma”, este argumento no es en realidad una crítica teórica. ¿Cómo concebimos el término “momento”? Si es un intervalo infinitesimal de tiempo, en ese pequeño espacio la libra de azúcar sufrirá algún cambio. ¿O es el “momento” una abstracción matemática, un tiempo 0? Pero todo existe en el tiempo; la misma existencia es un proceso de transformación ininterrumpido; el tiempo es, en consecuencia, el elemento fundamental de la existencia. Luego el axioma “A es igual a A” significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir, si no existe.
A primera vista, podría parecer que estas sutilezas son inútiles. En realidad, son de importancia definitiva. El axioma “A es igual a A”, parece ser, por un lado, la base de todo nuestro conocimiento, y por otro, la fuente de todos nuestros errores. Usar el axioma “A es igual a A” impunemente es posible sólo dentro de ciertos límites. Podemos admitir ciertos cambios cuantitativos y presumir que “A es igual a A1”. Este es el caso del comprador y el vendedor de una libra de azúcar. Hasta hace poco considerábamos de la misma manera el poder adquisitivo del dólar. Pero, una vez traspasados ciertos límites, los cambios cuantitativos pueden llegar a ser cualitativos. Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o del keroseno deja de ser una libra de azúcar. Determinar en qué momento el cambio cuantitativo se convierte en cualitativo es una de las tareas más importantes y difíciles del conocimiento, incluida la sociología.
Todo trabajador sabe que es imposible hacer dos objetos totalmente iguales. En la elaboración de cojinetes cónicos, los conos sufren una cierta desviación que no debe, sin embargo, traspasar ciertos límites (a esto se le llama tolerancia). Pero, si cumplen las normas de la tolerancia, los conos son considerados iguales. Cuando se sobrepasa la tolerancia, la cantidad se convierte en cualidad: en otras palabras, los cojinetes serán inferiores o totalmente inservibles.
Nuestro pensamiento científico es sólo una parte de nuestra práctica, que incluye también técnicas. También existe “tolerancia” para los conceptos, tolerancia establecida no por la lógica formal basada en el axioma “A es igual a Al”, sino por la lógica dialéctica basada en el axioma de que todo está cambiando siempre. El “sentido común” se caracteriza por exceder sistemáticamente la tolerancia dialéctica.
El pensamiento vulgar utiliza conceptos como capitalismo, moral, libertad, estado obrero, etc., como abstracciones fijas, presuponiendo que capitalismo es igual a capitalismo, moral a moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y todos los fenómenos en su cambio continuo, determinado en qué condiciones materiales se produce el cambio crítico, tras el cual A deja de ser Al, un estado obrero deja de ser un estado obrero. El fallo fundamental del pensamiento vulgar radica en que desea conformarse con imágenes no teóricas de una realidad que consiste en movimiento perpetuo. El pensamiento dialéctico da a los conceptos, por medio de aproximaciones lo más cercanas posible, correcciones, concretizaciones, riqueza de contenido y flexibilidad: me atrevería a decir que les da una suculencia que les aproxima mucho a los fenómenos vivos. No hablamos de capitalismo en general, sino de un determinado capitalismo en un determinado nivel de desarrollo. No hablamos de estado obrero, sino de un estado obrero dado, en un país atrasado y con un entorno imperialista, etc.
El pensamiento dialéctico es al vulgar lo que una película a una fotografía. La película no proscribe la fotografía, sino que las combina en series según las leyes del movimiento. La dialéctica no niega la validez del silogismo, pero nos enseña a combinar los silogismos de modo que nos lleven lo más cerca posible de la comprensión de una realidad eternamente cambiante. Hegel estableció en su Lógica una serie de leyes: cambio de la cantidad en cualidad, desarrollo a través de las contradicciones, conflicto entre forma y contenido, interrupción de la continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales.
Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al gran impulso que la Revolución Francesa dio al pensamiento general de la ciencia. Pero como sólo era una anticipación, la obra de un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel consideró sombras ideológicas como si fueran la realidad última, acabada. Marx demostró que el movimiento de esas sombras no era sino el reflejo del movimiento de cuerpos materiales.
Llamamos “materialista” a nuestra dialéctica porque está basada no en el cielo ni en nuestro “libre albedrío”, sino en la realidad objetiva, en la naturaleza. La conciencia surge de la inconsciencia, la psicología de la fisiología, el mundo orgánico del inorgánico, el sistema solar de las nebulosas. En todos los eslabones de esta cadena, los cambios cuantitativos se convirtieron en saltos cualitativos. Nuestro pensamiento, incluido el pensamiento dialéctico, no es sino una forma de expresión de este mundo cambiante. En este sistema no hay lugar para Dios, ni el destino, ni el alma inmortal, ni para normas, leyes ni morales eternas. El pensamiento dialéctico que ha surgido de la naturaleza dialéctica del mundo, posee consecuentemente un carácter totalmente materialista.
El darwinismo, que explica la evolución de las especies mediante “saltos cualitativos”, fue el mayor triunfo de la dialéctica en el campo de las ciencias naturales. Otro gran triunfo fue el descubrimiento de la tabla de pesos atómicos de los elementos químicos y de los procesos de transformación de un elemento en otro.
Ligado muy de cerca con este problema de la transformación está el problema de la clasificación, tan importante en las ciencias naturales como en las sociales. El sistema de Linneo (siglo XIX), basado en la inmutabilidad de las especies, se limitaba a la descripción y clasificación de las plantas de acuerdo con sus características externas. El período infantil de la botánica es análogo al período infantil de la lógica, porque las formas de nuestro pensamiento evolucionan como todas las cosas vivas. Sólo el rechazo definitivo de la idea de las especies fijas, sólo el estudio de la historia de la evolución de las plantas y de su anatomía nos proporciona las bases para una clasificación realmente científica.
Marx, que, al contrario de Darwin, era conscientemente dialéctico, descubrió las bases para la clasificación científica de las sociedades humanas en el desarrollo de sus fuerzas productivas, y de la estructura de sus relaciones de propiedad, que constituyen la anatomía de la sociedad. El marxismo sustituyó la clasificación vulgar de las sociedades y los estados, que todavía hoy prevalece en nuestras universidades, por una clasificación materialista dialéctica. Sólo mediante el método de Marx es posible determinar correctamente el concepto de estado obrero y el momento de su caída.
Todo esto, hasta donde nos es posible ver, no contiene nada de “escolástico” o de “metafísico”, como afirman los ignorantes contumaces. La lógica dialéctica expresa la ley del movimiento en el pensamiento científico contemporáneo. Por el contrario, la lucha contra el materialismo dialéctico expresa un pasado distante, el conservadurismo de la pequeña burguesía, el engreimiento de los universitarios rutinarios y un poquito de fe en la otra vida.
La naturaleza de la URSS
La definición de la URSS que ha dado el camarada Burnham, “ni estado obrero ni estado burgués”, es totalmente negativa, desgranada de la cadena del desarrollo histórico, colgando en el aire, sin una pizca de análisis sociológico y representa una capitulación vergonzosa frente al pragmatismo ante un fenómeno histórico contradictorio.
Si Burnham hubiese sido un materialista dialéctico hubiese intentado responder a estas preguntas: l) ¿Cuál es el origen histórico de la URSS? 2) ¿Qué cambios ha sufrido este Estado durante su existencia? 3) ¿Representan estos cambios un “salto cualitativo”? Es decir, ¿dan lugar a una nueva dominación de clase históricamente necesaria? La respuesta a estas preguntas habría llevado a Burnham a la única conclusión posible: la URSS es todavía un estado obrero degenerado. La dialéctica no es una varita mágica que resuelve todos los problemas. No reemplaza los análisis científicos concretos. Pero lleva esos análisis por el camino adecuado, protegiéndolos de errar estérilmente por los desiertos del subjetivismo y del escolasticismo.
Bruno R. sitúa tanto a la URSS como al fascismo bajo el calificativo de “colectivismo burocrático” porque la URSS, Italia y Alemania están regidas por burocracias; en uno y otro sitio hay planificación; en un caso se ha terminado con la propiedad privada, en el otro se la limita, etc. Construye de este modo, sobre las bases de una similitud relativa, de ciertas características externas, con diferente origen, peso específico y diferente significado de clase, una identidad fundamental de regímenes sociales, en el mismo espíritu que los profesores burgueses que construyen categorías como “economía dirigida”, “estado centralizado”, sin tener en cuenta la naturaleza de clase de uno y otro. Bruno R. y sus seguidores, o, semiseguidores como Burnham, se quedan, en el mejor de los casos, al nivel de las clasificaciones de Linneo, lo que sólo sería comprensible si hubiesen vivido antes que Hegel, Darwin o Marx.
Todavía peores y quizá más peligrosos son esos escépticos que mantienen la tesis de que el carácter de clase de la URSS “no viene al caso” y que la dirección de nuestra política debe estar determinada por el “carácter de la guerra”. Como si la guerra fuera una sustancia supra-social independiente: como si el carácter de la guerra no estuviese determinado por el carácter de las clases dominantes, es decir, por el mismo factor social que determina el carácter del estado. ¡Es asombroso cómo olvidan estos camaradas el ABC del marxismo al más leve soplo de los acontecimientos!
No es sorprendente que los teóricos de la oposición, que rechazan el pensamiento dialéctico, capitulen lamentablemente frente al problema del carácter contradictorio de la naturaleza de la URSS. Sin embargo, la contradicción entre las bases sociales sentadas por la revolución y el carácter de la casta dominante surgida de la degeneración de la revolución, no es sólo un hecho histórico irrefutable; es, sobre todo, una fuerza motora. Nos basamos en esa contradicción para luchar contra la burocracia. ¡Y algunos ultraizquierdistas han alcanzado ya la cumbre del absurdo, afirmando que es preciso sacrificar la estructura social de la URSS para destruir la oligarquía! No sospechan siquiera que la URSS, a falta de la estructura social fundada por la Revolución de Octubre, sería pura y simplemente un régimen fascista.
Evolución y dialéctica
Burnham dirá, probablemente, que como evolucionista, está tan interesado en la evolución de las formas sociales como nosotros, los dialécticos. No se lo negamos. Después de Darwin, toda persona educada se ha autodenominado “evolucionista”. Pero un verdadero evolucionista debe aplicar la idea de evolución a sus propias formas de pensamiento. La lógica elemental, nacida en un período en que la idea de evolución no existía todavía, es insuficiente, evidentemente, para analizar los procesos evolutivos. La lógica hegeliana es la lógica de la evolución. Pero no debemos olvidar que el concepto de evolución ha sido totalmente tergiversado y enmascarado por los profesores universitarios y los escritores liberales que lo han identificado con “progreso pacífico”. Aquel que ha llegado a comprender que la evolución se produce a través de la lucha de antagonistas; que una lenta acumulación de cambios acaba por romper la vieja concha y produce, tras una catástrofe, una revolución; aquel que ha aprendido a aplicar a su propio pensamiento las leyes de la evolución, ese es un dialéctico, algo completamente distinto de los evolucionistas vulgares. El entrenamiento dialéctico de la forma de pensar, tan necesario a un revolucionario como los ejercicios de dedos para un pianista, exige enfocar todos los problemas como procesos, y no como categorías inmutables. Por el contrario, los evolucionistas vulgares se limitan a reconocer que existe evolución en determinados campos, y se conforman con enfocar todos los demás asuntos mediante las banalidades que les proporciona el “sentido común”.
Un liberal americano, resignado a que existiera la URSS, o más exactamente, a que existiera la burocracia de Moscú, cree, o al menos creía antes del pacto germano-soviético, que el régimen soviético, en su conjunto, es “algo progresivo”, que las repugnantes consecuencias de la burocracia (“¡bueno, las tiene, naturalmente!”) se irían evaporando poco a poco y que así quedaría asegurado el pacífico e indoloro “progreso”.
Un radical pequeñoburgués se parece a un liberal progresista en que considera la URSS como un todo, sin tener en cuenta su dinámica interna ni sus contradicciones. Cuando Stalin pactó con Hitler, invadió Polonia y luego Finlandia, los radicales vulgares se sintieron triunfar: ¡estaba probada la identidad entre los métodos del fascismo y del stalinismo! Sin embargo, se tropezaron con la primera dificultad cuando las nuevas autoridades invitaron a la población de los países invadidos a expropiar a los terratenientes y capitalistas: ¡no habían previsto esta posibilidad en absoluto! Pero las medidas sociales revolucionarias llevadas a cabo por vía burocrático-militar no modificaron en absoluto nuestra definición dialéctica de la URSS como estado obrero degenerado, sino que la corroboraron incontrovertiblemente. Pero en vez de utilizar este triunfo del marxismo para perseverar en la agitación, la oposición pequeñoburguesa empieza a gritar, con una falta de sentido verdaderamente criminal, que los acontecimientos han refutado nuestros pronósticos, que nuestras viejas fórmulas no son aplicables, ya que son necesarias nuevas palabras. ¿Qué palabras? No lo han decidido todavía.
Defensa de la URSS
Empezamos con filosofía y seguimos con sociología. Ha quedado claro que en ambas esferas, uno de los líderes de la oposición ha tomado una postura anti-marxista y el otro una posición ecléctica. Al abordar al campo político, en concreto la cuestión de la defensa de la URSS, nos espera una gran sorpresa.
La oposición descubrió que nuestra fórmula “defensa incondicional de la URSS”, la fórmula de nuestro programa, es “vaga, abstracta y pasada de moda”. (¡?) Desgraciadamente, no explican bajo qué “condiciones” están dispuestos a defender las conquistas de la revolución. Con el fin de dar una pizca de sentido a su “nueva fórmula”, la oposición intenta presentar las cosas como si hasta ahora hubiésemos estado defendiendo “incondicionalmente” la política internacional del Kremlin, el Ejército Rojo o el GPU. ¡Una tergiversación total! En realidad, desde hace mucho tiempo, especialmente desde que proclamamos abiertamente la necesidad de derrocar la oligarquía del Kremlin mediante la insurrección, no defendemos la política internacional de Moscú. Una política errónea no sólo mutila las tareas necesarias, sino que nos obliga a ver nuestro pasado bajo una luz falsa.
En el artículo del New International citado antes, Burnham y Shachtman denominan a este grupo de intelectuales desilusionados “Liga de las Esperanzas Perdidas”, y se preguntan una y otra vez cuál sería la posición de esta lamentable Liga en caso de guerra entre un país capitalista y la Unión Soviética. “Aprovechamos, sin embargo, esta oportunidad, escriben, para pedir a Hook, Eastman y Lyons, una declaración sin ambigüedades sobre su postura en caso de que Hitler, Japón —o acaso Inglaterra— atacasen la URSS ” Burnham y Shachtman no establecen ninguna “condición”, no especifican ninguna circunstancia “concreta”, y al mismo tiempo piden una declaración “sin ambigüedades”.
” ¿Qué hará la Liga (de las Esperanzas Perdidas)? ¿Se abstendrá de hacer una declaración o se declarará neutral?, continúan; “en pocas palabras, ¿están por la defensa de la URSS caiga quien caiga y a pesar del régimen stalinista?” (el subrayado es mío). ¡Una cita maravillosa! ¡Pero si eso es precisamente lo que dice nuestro programa! Burnham y Shachtman, en enero de 1939, estaban a favor de la defensa incondicional de la URSS y la defendían correctamente: “caiga quien caiga y a pesar del régimen stalinista”. Y el artículo está escrito en un momento en que la experiencia de la revolución española todavía no había terminado. El camarada Cannon está en lo cierto cuando afirma que el comportamiento del stalinismo en España fue incomparablemente más criminal que en Polonia o Finlandia. En el primer caso, la burocracia fue el verdugo de una revolución socialista. En el segundo, impulsó la revolución socialista por métodos burocráticos. ¿Por qué Burnham y Shachtman se pasan de pronto a la “Liga de las Esperanzas Perdidas”? ¿Por qué? No podemos considerar las superabstractas referencias de Shachtman a “los acontecimientos concretos” como una explicación suficiente. Pero no es difícil encontrarla. La participación del Kremlin en la guerra española estaba apoyada por los demócratas burgueses de todo el mundo. La intervención de Stalin en Polonia y Finlandia se tropieza con la oposición fanática de estos mismos demócratas. A pesar de sus pomposas declaraciones, la oposición no es sino un reflejo, dentro del Partido Socialista Obrero, de la “izquierda” pequeñoburguesa. Por desgracia, este es un hecho incontrovertible.
”Nuestros sujetos”, escriben Burnham y Shachtman sobre la Liga de las Esperanzas Perdidas, “se sienten muy orgullosos porque creen que están contribuyendo con algo “nuevo”, que están “reelaborando a la luz de nuevas experiencias”, que son “anti-dogmáticos” (¿O conservadores? - L. T.) que se niegan a reexaminar sus “asunciones básicas”, etc. ¡Qué decepción más patética! ¿Ninguno de ellos ha sacado a la luz hechos, ni dado ninguna explicación nueva al presente o al futuro?”. ¡Sorprendente cita! ¿No debería añadir personalmente un nuevo capítulo a este artículo, “Intelectuales en retirada”? Ofrezco mi colaboración al camarada Shachtman.
¿Cómo es posible que individuos sobresalientes como Burnham y Shachtman, incondicionales de la causa del proletariado, puedan asustarse de unos señores tan poco terroríficos como los de la Liga de las Esperanzas Perdidas? En el plano puramente teórico, la explicación es que Burnham utiliza un método incorrecto, y que Shachtman lo desprecia. El método correcto no sólo facilita el llegar a conclusiones correctas, sino que, mediante el engarce de cada nueva conclusión con las anteriores en una cadena consecutiva, nos facilita el recuerdo. Si las conclusiones políticas se construyen empíricamente, si la incoherencia se considera como una especie de ventaja, se reemplaza sistemáticamente el marxismo por el impresionismo —tan característico de los intelectuales pequeñoburgueses—. Cada nuevo acontecimiento coge desprevenidos a los impresionistas empíricos, les hace olvidar lo que ellos mismos escribieron ayer, y les consume el deseo de encontrar nuevas fórmulas, antes de que se les haya pasado por la cabeza ninguna idea nueva.
La guerra entre Finlandia y la URSS
La resolución de la oposición sobre la cuestión de la guerra entre Finlandia y la URSS es un documento que podría haber sido firmado por los Bordiguistas, Vereecken, Snevliet, Fenner Brockway, Marceau Pivert, y gente por el estilo, pero nunca por bolcheviques-leninistas. Basada exclusivamente en características de la burocracia soviética y en el mero hecho de la “invasión”, carece del menor contenido social. Sitúa a Finlandia y la URSS al mismo nivel y “condena, rechaza y se opone a ambos gobiernos y sus ejércitos”. De pronto, como notando que algo no está en orden, la declaración cambia completamente de sentido y sin ninguna conexión con el texto anterior, añade: “Desde esta perspectiva, la IV Internacional debe, naturalmente (¡Qué maravilloso es este “naturalmente”!), tener en cuenta (!) que en Finlandia y en la URSS hay diferentes sistemas económicos”. Cada palabra es una perla de inapreciable valor. Por circunstancias “concretas”, nuestros amantes de lo “concreto” entienden los hechos militares, las modas de las masas y, en tercer lugar, los diferentes regímenes económicos. La declaración no arroja ninguna luz sobre cómo deben ser “tenidas en cuenta” cada una de estas circunstancias “concretas”. Si se opone de igual manera a ambos gobiernos y sus ejércitos, ¿cómo “tiene en cuenta” las diferencias en la situación militar y en los regímenes sociales? Definitivamente, no entendemos nada.
Para castigar a los stalinistas de su crimen, la resolución, como todos los demócratas pequeñoburgueses de todos los sitios, apenas menciona que el Ejército Rojo expropió a los grandes terratenientes finlandeses e introdujo el control obrero en la industria, preparando así la expropiación de los capitalistas.
Mañana, los stalinistas estrangularán a los trabajadores finlandeses. Pero ahora están dando —están obligados a dar— un fuerte impulso a la lucha de clases en su forma más nítida. Los líderes de la oposición construyen su política sobre abstracciones democráticas y nobles sentimientos, no sobre lo que en realidad está pasando en Finlandia.
Parece que la guerra entre Finlandia y la URSS está empezando a transformarse en una guerra civil, en la que los pequeños campesinos y los trabajadores apoyan al Ejército Rojo, mientras el Ejército finlandés defiende los intereses de los propietarios, la burocracia sindical conservadora y los imperialistas anglosajones. Las esperanzas que despierta el Ejército Rojo entre los finlandeses pobres serán una ilusión, a menos que se produzca la revolución internacional: la colaboración del Ejército Rojo con los desposeídos será sólo temporal: el Kremlin volverá en seguida sus armas contra los trabajadores y campesinos finlandeses. Sabemos ya todo esto y lo decimos, para que sirva de advertencia. Pero en esta guerra civil “concreta” que se está produciendo en Finlandia, ¿qué posición “concreta” deben tomar los partisanos “concretos” de la IV Internacional? Si lucharon en España en el campo republicano, a pesar de que los stalinistas estaban estrangulando la revolución socialista, está claro que en Finlandia deben apoyar a los stalinistas que están promoviendo la expropiación de los capitalistas.
Nuestros innovadores cubren los fallos de su posición con frases violentas. Llaman “imperialista” a la política de la URSS. ¡Esto enriquece notablemente la ciencia! A partir de ahora, llamaremos imperialismo tanto a la política exterior de expansión del capital como a la política exterior de exterminación del capital. ¡Esto ayudará mucho a la clarificación y educación de los trabajadores! ¡Pero es que, simultáneamente, el Kremlin apoya la política de expansión financiera de Alemania! —gritará, pongamos por caso, el impulsivo Stanley—. Esta objeción se basa en la sustitución de nuestro problema por otro, en la disolución de lo concreto en lo abstracto (un error corriente en el pensamiento vulgar).
Si mañana Hitler se viera obligado a enviar armas a los indios insurrectos, ¿deberían oponerse los trabajadores a esta acción concreta mediante huelgas o sabotaje? Por el contrario, deberían asegurarse de que los revolucionarios recibieran las armas lo antes posible. Espero que Stanley vea esto claro. Pero este ejemplo es completamente hipotético. Lo he usado para exponer que incluso un gobierno fascista, basado en el capital financiero, puede verse obligado, en ciertas circunstancias, a apoyar un movimiento revolucionario nacional (para intentar estrangularlo al día siguiente). Hitler, bajo ninguna circunstancia, apoyaría un movimiento proletario en Francia. Pero el Kremlin se ve obligado hoy —y es un hecho real, no una hipótesis— a apoyar un movimiento social revolucionario en Finlandia (aunque mañana intente estrangularlo políticamente). Denominar “imperialismo” a un movimiento social revolucionario dado, sólo por el hecho de que sea provocado, mutilado y estrangulado por el Kremlin indica simplemente una gran pobreza teórica y política.
Es necesario añadir que esta tergiversación del concepto “imperialismo” no es ni siquiera nueva. En el momento actual, no sólo los demócratas, la burguesía de todos los países capitalistas califica de imperialista la política soviética. Sus intenciones están muy claras: ocultar la contradicción social entre la expansión capitalista y la soviética, ocultar el problema de la propiedad, y ayudar de este modo al auténtico imperialismo. ¿Cuáles son las intenciones de Shachtman y los demás? No lo saben ni ellos mismos. Su innovación terminológica, objetivamente, los aparta de los marxistas de la IV Internacional y los acerca a los “demócratas”. También esta circunstancia testifica la extrema sensibilidad de la oposición a la opinión pública pequeñoburguesa.
La cuestión organizativa
Se oye cada vez con mayor frecuencia entre los miembros de la oposición que la cuestión rusa no tiene mayor importancia en sí misma; que lo importante ahora es cambiar el régimen interno del partido. Cambio de régimen significa cambio en la dirección, o, más concretamente, eliminar a Cannon y sus colaboradores más cercanos de los puestos directivos. Pero estos clamores demuestran que la tendencia hacia una lucha contra “la facción de Cannon” es muy anterior a los “hechos concretos” con los que pretenden justificar su cambio de postura. A la vez, estas voces nos recuerdan otros grupos de oposición de tiempos pasados: y a quienes —como Vereecken, Snevliet, Molinier y tantos otros— han recurrido a la “cuestión organizativa” cuando empezaban a sentir que no tenían cuestiones de principio en las que basar su oposición. Por muy desagradable que parezca el recordar aquí estos precedentes, no podemos pasarlos por alto.
No sería correcto, sin embargo, pensar que el recurso a la “cuestión organizativa” es una simple “maniobra” del debate de facciones. No: los miembros de la oposición sienten, en lo más profundo de sí mismos, aunque de modo confuso, que el debate implica no sólo “la cuestión rusa”, sino el enfoque político general, incluidos los métodos que utilizamos para construir el partido. Y esto es verdad, en cierto sentido.
Yo mismo he intentado demostrar antes que el problema implica no sólo la cuestión rusa, sino los métodos de pensamiento de los miembros de la oposición, métodos que tienen sus raíces sociales. La oposición está bajo la influencia de los modos y tendencia pequeñoburgueses. Este es, esencialmente, el problema general.
Hemos visto con claridad suficiente cómo las ideas de Burnham (pragmáticas) y las de Shachtman (eclécticas) estaban bajo la influencia ideológica de otra clase. No hemos citado a otros líderes, como el camarada Abern, porque no participan, por regla general, en discusiones sobre cuestiones de principio, limitándose al plano de la “cuestión organizativa”. Esto no significa, sin embargo, que Abern no tenga importancia. Al contrario: podemos decir que Burnham y Shachtman son los “aficionados” de la oposición, mientras que Abern es el verdadero profesional. Abern, y sólo él, tiene un grupo tradicional de adeptos, surgido del viejo Partido Comunista y que permaneció unido en los primeros tiempos de existencia independiente de la Oposición de Izquierda. Todos aquellos que, posteriormente, han ido asumiendo distintas razones para la crítica o el descontento, se han adherido a ese grupo.
Cualquier debate fraccional serio en el partido es, en último análisis, un reflejo de la lucha de clases. Desde el principio, la mayoría esclareció la dependencia ideológica de la oposición de la democracia pequeñoburguesa. Por el contrario, la oposición, precisamente por su carácter pequeñoburgués, no buscó nunca las raíces sociales de la posición de sus oponentes.
La oposición inició un serio debate de fracciones que está paralizando el partido en un momento crítico. Para justificar esta lucha serían precisas razones muy profundas y muy serias. Para un marxista, sólo puede tratarse de razones de clase. Antes de empezar esta lucha encarnizada, los líderes de la oposición deberían haberse preguntado: ¿qué influencia no-proletaria se refleja en la mayoría del Comité Nacional? Por lo menos, la oposición debería haber intentado un análisis de clase de las divergencias. Pero sólo son capaces de ver “conservadurismo”, “errores”, “métodos inadecuados” y otras deficiencias técnicas, psicológicas o intelectuales. La oposición no se interesa por la naturaleza de clase de la fracción contraria, lo mismo que no le interesa la naturaleza de clase de la URSS. Este hecho es ya suficiente para demostrar el carácter pequeñoburgués de la oposición, con su pizca de pedantería académica y de impresionismo periodístico.
Para comprender qué clase o estratos se reflejan en la lucha de fracciones, es necesario estudiar históricamente a ambas. Los miembros de la oposición que afirman que la lucha actual “no tiene nada que ver” con anteriores debates fraccionases, no hacen sino demostrar de nuevo su actitud superficial hacia su propio partido. El núcleo fundamental de la oposición es el mismo que hace años se agrupó alrededor de Muste y Spector. El núcleo fundamental de la mayoría es el mismo que entonces se agrupó en torno a Cannon. De los líderes, sólo Burnham y Shachtman han saltado de un campo al otro. Pero estos saltos, por muy importantes que sean, no modifican el carácter fundamental de los grupos. No voy a entrar en la descripción del desarrollo histórico de la lucha. El lector puede informarse en el excelente artículo de J. Hansen, “Métodos organizativos y principios políticos” de J. Han.
Si dejamos de lado todo lo personal, accidental y episódico, no cabe duda que la lucha más constante ha sido la del camarada Abern contra el camarada Cannon. En esta lucha, Abern representa un grupo propagandístico, de composición pequeñoburguesa, unido por viejos lazos personales, casi una familia. Cannon representa el partido proletario en proceso de formación. La razón histórica —independientemente de los errores y equivocaciones que hayan podido cometerse— está del lado de Cannon.
Cuando los representantes de la oposición se alborotan y chillan que “la dirección está en bancarrota”, “los acontecimientos nos han cogido desprevenidos”, “tenemos que cambiar de consignas”, sin haberlo pensado antes seriamente, aparecen fundamentalmente como traidores al partido. Podemos explicar esta deplorable actitud por el miedo y la irritación del viejo círculo propagandístico del partido ante nuestras nuevas tareas y nuestra nueva organización. Los lazos personales y sentimentales no quieren ceder ante el sentido del deber y la disciplina. El partido debe, en este momento, romper las antiguas relaciones de pandilla y disolver los mejores elementos del pasado propagandístico en el partido proletario. Es necesario desarrollar el sentido del deber ante el partido hasta el punto de que nadie se atreva a decir: “El fondo del problema no es la cuestión rusa, sino que nos sentiríamos más cómodos bajo la dirección de Abern que bajo la de Cannon”.
Personalmente, no he llegado a esta conclusión ayer. La he manifestado cientos de veces en conversaciones con miembros del grupo de Abern. He enfatizado invariablemente el carácter pequeñoburgués del grupo. He propuesto repetidamente transformarlos de militantes en simpatizantes, en vista de su incapacidad para reclutar nuevos miembros para el partido entre los trabajadores. Pero las conversaciones, cartas y consejos no han servido para nada, porque la gente raras veces aprende de la experiencia ajena. El antagonismo entre las dos capas del partido y entre los dos períodos de su desarrollo ha salido a la superficie y ha provocado esta encarnizada lucha de fracciones. No me queda sino dar mi opinión, clara y definitivamente, a la sección americana y a la IV Internacional en general. “La amistad es la amistad y el deber es el deber”, dice un proverbio ruso.
Por último, podemos preguntarnos si la oposición es una tendencia pequeñoburguesa, ¿significa esto que la unidad es imposible? ¿Cómo reconciliar la tendencia pequeñoburguesa con el proletariado? Pero hacer así la pregunta es antidialéctico y, por lo tanto, falso. En la discusión actual, la oposición ha mostrado claramente sus características pequeñoburguesas. Pero esto no significa que la oposición no tenga además otras características. La mayoría de los miembros de la oposición son profundamente partidarios de la causa del proletariado y son, además, capaces de aprender. Aunque hoy estén atados a un medio pequeñoburgués, mañana pueden aliarse al proletariado. Los inconsistentes, pueden volverse más consistentes por medio de la experiencia. Cuando el partido cuente con miles de trabajadores, hasta los profesionales del fraccionalismo se podrán reeducar en el espíritu de la disciplina proletaria. Pero hay que darles tiempo. Por tanto, la propuesta del camarada Cannon de no mezclar en la discusión amenazas de división, expulsiones, etc., es perfectamente correcta y adecuada.
Debe quedar claro, como mínimo, que si la totalidad del partido tomase el camino de la oposición, podría quedar completamente destruido. La actual oposición es incapaz de proporcionarle una dirección marxista. La mayoría del Comité Nacional expresa más consistente, profunda y seriamente las misiones del proletariado que la minoría. Precisamente porque la mayoría no tiene interés en llevar la lucha hacia la escisión, triunfarán las ideas correctas. Tampoco los elementos sanos de la oposición desean una escisión, la experiencia del pasado ha demostrado muy claramente que los diferentes tipos de grupos que se han separado de la IV Internacional se han condenado a sí mismos a la esterilidad y la descomposición. Por lo tanto, es posible enfrentarse sin temor al próximo congreso del partido. Él rechazará las innovaciones anti-marxistas de la oposición y reforzará la unidad.
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Carta a John G. Wright
19 de diciembre de 1939
Querido amigo:
He leído tu carta a Joe. Estoy completamente de acuerdo contigo en que hay que luchar firme, hasta implacablemente, contra las tendencias pequeñoburguesas de la oposición. Como verás por mi último artículo, que te enviaré por correo aéreo mañana, caracterizo las divergencias de la oposición con más dureza que la mayoría. Pero, al mismo tiempo, creo que la lucha ideológica, desde luego implacable, debe ir acompañada de tácticas organizativas muy cautelosas. No os interesa lo más mínimo una escisión, aunque, accidentalmente, la oposición obtuviese la mayoría en el próximo congreso. No debéis dar ningún motivo para la escisión a ese ejército heterogéneo y desequilibrado que es la oposición. Aunque quedaseis en minoría, debéis ser fieles al conjunto del partido y guardar la disciplina. Es muy importante para la educación en la auténtica lealtad al partido, sobre la que Cannon me ha escrito una vez muy acertadamente.
Una mayoría compuesta por los miembros de la oposición actual no duraría más que unos meses. Después, la tendencia proletaria del partido recobraría la mayoría, y con una autoridad mucho mayor. Sed muy firmes, pero no perdáis la calma —es más necesario que nunca que la fracción proletaria lo tenga en cuenta en su estrategia—.
Con los mejores deseos de tu camarada,
Leon Trotsky
P. S.— Las principales causas del problema son: a) mala composición, especialmente de la rama de Nueva York; b) falta de experiencia, sobre todo, de los miembros provenientes del Partido Socialista (juventudes). Para superar estas dificultades, heredadas del pasado, no basta con medidas de urgencia. Hace falta firmeza y paciencia. L. T.
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Carta a Max Shachtman
20 de diciembre de 1939
Querido camarada Shachtman:
Te mando una copia de mi último artículo. Como verás, considero que las divergencias tienen un carácter decisivo. Creo que estás en el lado erróneo de las barricadas, querido amigo. Con tu postura, estás impulsando a todos los elementos pequeñoburgueses y antimarxistas a oponerse a nuestra doctrina, nuestro programa y nuestra tradición. No espero convencerte con estas pocas líneas, pero tengo que decirte que, si ahora te niegas a colaborar con la fracción marxista contra los revisionistas pequeñoburgueses, cometerás el gran error de tu vida y lo vas a lamentar mucho tiempo.
Si pudiera tomaría un avión para Nueva York y discutiría personalmente contigo durante cuarenta y ocho o setenta y dos horas seguidas. Siento mucho que, en estas circunstancias, no sientas la necesidad de venir aquí a discutir el problema conmigo. ¿O sí la sientes? Me alegraría tanto
L. Trotsky
Coyoacan, D. F.
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Cuatro cartas a la Mayoría del Comité Nacional
26 de diciembre de 1939
Coyoacan, D. F., 26 de diciembre de 1939
Queridos amigos:
Personalmente estaba a favor de llevar a cabo la discusión a través del Socialist Appeal y el New International, pero vuestros argumentos, especialmente los que se refieren al camarada Burnham, son muy serios y me han convencido[8].
El Socialist Appeal y el New International son instrumentos del Partido y de su Comité Nacional, no de un comité de discusión especial. En un boletín de discusión, la oposición puede pedir igualdad de derechos con la mayoría, pero las publicaciones oficiales del Partido tiene el deber de defender el punto de vista de éste y de la IV internacional. Una discusión en las páginas de estas publicaciones oficiales, ha de discurrir siempre dentro de los límites que establezca la Mayoría del Comité Nacional. Es evidente.
Las garantías jurídicas permanentes para la minoría no son, con toda seguridad, herencia de la experiencia bolchevique. Pero tampoco son un invento del camarada Burnham; el Partido Socialista Francés tiene desde siempre esas garantías constitucionales que, por otro lado, se corresponden perfectamente con el espíritu de literatos envidiosos y parlamentarios de pandilla, pero que no previenen la Posibilidad de que los trabajadores sean subyugados por esos tipos.
La estructura organizativa de la vanguardia proletaria debe Subordinarse a las exigencias positivas de la lucha revolucionaria, y no a garantías negativas de su degeneración. Si el partido no cumple las exigencias de la revolución socialista, se degradará aunque se intente evitarlo con los acuerdos jurídicos más perfectos. En el terreno organizativo, Burnham demuestra una falta total de sentido revolucionario, como la demostró en el terreno político a raíz del insignificante asunto del Comité Dies. En ambos casos ha adoptado una postura puramente negativa lo mismo que, en la cuestión del Estado soviético, da una definición simplemente negativa. No es suficiente con no estar de acuerdo con la sociedad capitalista (actitud negativa); es preciso aceptar todas las conclusiones prácticas de una concepción revolucionaria. Bueno, pues este no es el caso del camarada Burnham.
¿Mis conclusiones prácticas?
Primero: es necesario denunciar oficialmente ante el partido el intento de destruir la línea del partido, poniéndola al mismo nivel que cualquier innovación aún no aceptada por el partido.
Segundo: si el Comité Nacional considera necesario dedicar al asunto un artículo en el New International (yo no lo propongo), debe hacerse de manera que el lector vea claramente cuál es la posición del partido y cuál el intento de revisión, y dejando que la mayoría diga la última palabra.
Tercero: si no son suficientes los boletines internos, se puede intentar publicar una serie especial de artículos dedicados al orden del día del Congreso.
¡Poned toda la lealtad del mundo en la discusión, pero no hagáis la menor concesión al espíritu anarquista y pequeñoburgués!
W. Roork (L. Trotsky)
Coyoacan, 27 de diciembre 1939
Queridos amigos:
Debo confesar que, en el primer momento, me sorprendió vuestra comunicación sobre la insistencia de los camaradas Burnham y Shachtman de publicar sus artículos polémicos en el New International y el Socialist Appeal. Me pregunté cuál podría ser el motivo. Debemos excluir por completo que se sientan hasta el punto seguros de su posición. Sus argumentos son muy primitivos, se contradicen profundamente unos con otros y en el fondo sienten que la mayoría representa la doctrina y la tradición marxistas. No pueden ni soñar salir victoriosos de un debate teórico: tanto Shachtman y Abern como Burnham lo saben perfectamente. Entonces, ¿por qué ese ansia de publicidad? La explicación es muy sencilla: están impacientes por justificarse ante la opinión pública demócrata; de gritarles de todos los Eastman, Hook y su pandilla que ellos (la oposición) no son tan malos como nosotros. Esto debe ser especialmente necesario para Burnham. Es el mismo tipo de capitulación vergonzosa que pudimos observar en Zinoviev y Kamenev en vísperas de la Revolución de Octubre y en muchos “internacionalistas” bajo la presión del patriotismo bélico. Dejando de lado peculiaridades personales, malentendidos o errores, estamos ante el primer pecado contra el patriotismo dentro del partido. Dejasteis sentado este hecho desde el principio, muy correctamente, pero yo me doy cuenta ahora con toda claridad, cuando él —como los poumistas, pivertistas y tantos otros— declara su deseo de anunciar a los cuatro vientos que no son tan malos como los “trotskistas”.
Esta consideración es un argumento más para no hacerles ninguna concesión. Bajo las actuales condiciones, tenemos perfecto derecho a decirles: tenéis que esperar a que el partido dé su veredicto, sin apelar previamente a los jueves democráticos y patrióticos. He tratado antes muy teóricamente la cuestión, y desde este punto de vista, estoy completamente de acuerdo con el camarada Goldman en que tenemos que ganar. Pero una larga experiencia política me dice que debemos evitar la influencia prematura del factor demócrata patriótico en la lucha del partido y que la oposición debería mantener la lucha sólo con sus propias fuerzas, como hace la mayoría. En esas condiciones, el examen y selección de los distintos elementos de la oposición serían más efectivos y más favorables para el partido.
Ya Engels hablaba en sus tiempos de las costumbres de los pequeñoburgueses rabiosos. Me parece que podemos encontrar trazas de estas costumbres entre las filas de la oposición. Hasta ayer, muchos de ellos estaban hipnotizados por la tradición bolchevique, Nunca la absorbieron profundamente, pero tampoco se atrevieron a desafiarla abiertamente. Pero Burnham y Abern les han dado el coraje necesario y ahora manifiestan a las claras su carácter de pequeñoburgueses “enragés”. Esta impresión me han dado, por ejemplo, los últimos artículos y cartas de Stanley. Ha perdido por completo el sentido de autocrítica y cree sinceramente que cada inspiración que se le pasa por la cabeza merece ser dicha en pública e impresa, siempre que vaya contra la tradición y el programa del partido. El mayor crimen de Shachtman y Abern es precisamente el haber provocado semejante explosión de autosuficiencia pequeñoburgues.
W. Rork (L. Trotsky)
P. S.— Es absolutamente seguro que agentes stalinistas están trabajando entre nosotros para agudizar la discusión y provocar la escisión. Sería necesario examinar a muchos “combatientes” fraccionases desde este punto de vista.
3 de enero de 1940
Queridos amigos:
He recibido los dos documentos de la oposición[9], he estudiado el que trata del conservadurismo burocrático y estoy estudiando el de la cuestión rusa. ¡Qué cosas más lamentables! Es difícil encontrar una frase que exprese una idea correcta o que sitúe una idea adecuada en el sitio adecuado. Gente inteligente, pero en una posición evidentemente falsa, que se mete cada vez más en un callejón sin salida.
La frase de Abern Abern[10] sobre la escisión puede tener dos sentidos: o quiere amenazarnos con ella, como hacen en cada discusión, o realmente desea un suicidio político. En el primer caso, nos confirma en nuestra apreciación del carácter no marxista de la política de la oposición. En el segundo, no podemos hacer nada; si una persona adulta quiere suicidarse, es difícil impedírselo.
La reacción de Burnham es un desafío brutal al marxismo. Si la dialéctica es una religión y si la religión es el opio del pueblo, ¿cómo se niega a luchar para liberar de ese veneno a su propio partido? Estoy escribiendo una carta abierta a Burnham sobre este asunto. No creo que la opinión pública de la IV Internacional permita al editor de la revista teórica del marxismo semejantes aforismos cínicos sobre las bases del socialismo científico. En cualquier caso, no descansaré hasta que las concepciones antimarxistas de Burnham hayan sido denunciadas ante el Partido y la Internacional. Espero poder enviar la carta abierta, por lo menos el texto ruso, pasado mañana.
Estoy escribiendo también un análisis de los dos documentos. Es muy buena la explicación de por qué están de acuerdo en estar en desacuerdo en la cuestión rusa.
Me ha dado mucha rabia haber perdido el tiempo en leer esos dos detestables documentos. Los errores son tan elementales que hay que hacer un constante esfuerzo para recordar en cada caso los argumentos contra ellos que nos proporciona el ABC del marxismo[11].
W. Rork (L. Trotsky)
Coyoacan, D. F.
4 de enero de 1940
Queridos amigos:
Os envío copia de la carta que escribí a Shachtman hace dos[12] semanas. Aún no me ha contestado. Esto nos indica el modo en que se ha metido en este debate sin principios. Forma un bloque con el antimarxista de Burnham y se niega a contestar a mis cartas sobre el tema. El hecho en sí carece de importancia, pero es muy sintomático. Por eso os mando copia de la carta.
Mis mejores deseos
L. Trotsky
Coyoacan, D. F.
Notas
[8] La minoría del Comité Nacional pidió que la discusión se produjese a través del Socialist Appeal y el New International. La mayoría rechazó la propuesta. (Nota del editor.)
[9] Dichos documentos son: La guerra y el conservadurismo burocrático y Cuál es el fondo de la discusión sobre la cuestión rusa.
[10] Cuando, en 1936, los trotskistas americanos discutían la entrada en el Partido Socialista, Abern se opuso radicalmente. (Nota del editor.)
[12] Ver introducción de La naturaleza de la URSS.
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Carta a J. Hansen
5 de enero de 1940
Querido Joe:
Gracias por tu información. Si fuese necesario o conveniente, Jim podría publicar nuestra correspondencia y la de Wrigth sobre el problema de la escisión. Esta correspondencia muestra nuestro firme deseo de preservar la unidad del partido, a pesar del debate fraccional más enconado. He escrito a Wright[13] que, aunque quedase en minoría, el ala bolchevique del partido debería mantenerse dentro de la disciplina y Jim me ha contestado que está ampliamente de acuerdo conmigo. Creo que estas dos frases son decisivas en este asunto.
Te diré sólo dos palabras sobre mi opinión sobre la cuestión finlandesa, tal como la expuse en el artículo sobre la oposición pequeñoburguesa. Hay una diferencia de principio entre Finlandia y Polonia, ¿no es cierto? La intervención del Ejército Rojo en Polonia, ¿fue o no fue acompañada de guerra civil? La prensa de los Mencheviques, que está muy bien informada gracias a su amistad con emigrados del Bund y del PPS, dice abiertamente que una oleada revolucionaria acompañaba el avance del Ejército Rojo. Y no sólo en Polonia, sino también en Rumania.
El Kremlin creó el gobierno de Kuusinen con el propósito evidente de suplementar la guerra con la guerra civil. Hay información sobre los comienzos de la creación del Ejército Rojo finlandés, sobre el “entusiasmo” de los granjeros pobres de las regiones ocupadas en las que se había expropiado a los grandes terratenientes, y todo eso. ¿Qué es esto si no es el principio de una guerra civil?
El desarrollo posterior de esta guerra civil depende completamente del avance del Ejército Rojo. El “entusiasmo” del pueblo no es, evidentemente, lo suficientemente grande come para producir levantamientos autónomos de campesinos bajo la espada del verdugo Mannerheim. La retirada del Ejército Rojo pondría, necesariamente, la guerra civil en la misma situación que al principio. Si los capitalistas ayudan eficientemente a la burguesía finesa a defender el régimen capitalista, la guerra civil será imposible en Finlandia, por el momento. Pero si, como es más probable, los destacamentos reforzados del Ejército Rojo penetran con éxito en el campo, veremos cómo la guerra civil se desarrolla paralelamente a la invasión.
No podemos prever todos los episodios militares, los altibajos tácticos, pero la línea estratégica general de los acontecimientos debe ser ésta. Y en este tema, como en tantos otros, la oposición hace una política puramente impresionista y coyuntural, en lugar de una política de principios
(No creo necesario repetir que la guerra civil en Finlandia, como en Polonia, es de naturaleza limitada, medio reprimida y que puede convertirse, en su día, en una guerra civil entre las masas finlandesas y la burocracia de Moscú. Somos tan conscientes de esto, por lo menos, como la oposición, y apoyamos abiertamente a las masas. Pero tratamos de analizar el proceso tal como es y no identificamos el primer paso con el segundo.)
Con mis mejores deseos y saludos para todos los amigos,
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
Notas
[13] Ver la introducción a El ABC del materialismo dialéctico.
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Carta abierta al camarada Burnham
7 de enero de 1940
Querido camarada:
Me han informado que, ante mi artículo sobre la oposición pequeñoburguesa, usted ha reaccionado diciendo que no quiere discutir conmigo sobre dialéctica, sino sobre “cuestiones concretas”. “Dejé de elucubrar sobre religión hace mucho tiempo”, añadió usted irónicamente. Oí una vez a Max Eastman hacer la misma afirmación.
¿Es lógico identificar la lógica con la religión?
A mi modo de ver, esto significa simplemente que usted incluye la dialéctica de Marx, Engels y Lenin en la esfera de la religión. ¿Qué significa esto? La dialéctica, permítame recalcarlo una vez más, es la lógica de la evolución. La lógica indispensable para todas las esferas del conocimiento humano, lo mismo que el almacén de una fábrica proporciona instrumentos para todos los departamentos. Si no considera la lógica en general es un prejuicio religioso (aunque sea feo el decirlo, los contradictorios escritos de la oposición le inclinan a uno cada vez más a esa lamentable idea), ¿qué lógica acepta usted? Conozco sólo dos sistemas lógicos dignos de atención: la lógica de Aristóteles (lógica formal) y la lógica de Hegel (la dialéctica). La lógica aristotélica parte la inmutabilidad de los objetos y los fenómenos. El pensamiento científico de nuestra época estudia los fenómenos en origen, cambio y desintegración. ¿Afirma usted que el progreso de las ciencias, incluyendo el darwinismo, el marxismo, la física y la química modernas, no tiene nada que ver con un cambio en la estructura de nuestro pensamiento, nuestra forma de pensar? En otras palabras, ¿mantiene usted que, en un mundo donde todo cambia, sólo el silogismo permanece, eterno e inmutable? El Evangelio según San Juan comienza con estas palabras: “En el principio, era el Verbo”, es decir, en el principio era la Razón del Verbo (razón expresada en palabras, es decir, el silogismo). Para San Juan, el silogismo es uno de los pseudónimos literarios de Dios. Si usted considera que el silogismo es inmutable, no tiene origen ni desarrollo, el silogismo es para usted producto de la revelación divina. Pero si reconoce usted que las formas del pensamiento lógico se desarrollan en nuestro proceso de adaptación a la naturaleza, haga el favor de decirnos quién, siguiendo a Aristóteles, ha analizado y sistematizado el progreso consiguiente de la lógica. Hasta que no clarifique usted este punto me tomaré la libertad de afirmar que identificar la lógica (dialéctica) con la religión indica superficialidad y un profundo desconocimiento de los problemas básicos del pensamiento humano.
¿Está el revolucionario obligado a luchar contra la religión?
Imaginemos, sin embargo, que su insinuación más que presuntuosa es correcta. Esto no le da ninguna ventaja. La religión, espero que esté de acuerdo conmigo, distrae la atención del conocimiento correcto a la ficción, y de la lucha por una vida mejor a falsas esperanzas en el Más Allá. La religión es el opio del pueblo. Quien no lucha contra la religión no merece el nombre de revolucionario. ¿Cómo justifica usted su renuncia a luchar contra la dialéctica, si es una variedad de la religión?
Hace mucho tiempo que dejó usted de preocuparse por el tema de la religión, dice usted. Pero dejó de hacerlo por usted mismo solamente; y, además de usted, hay otros seres en el mundo. Unos pocos más. Nosotros, los revolucionarios; nunca dejamos de preocuparnos del problema de la religión, ya que nuestra tarea consiste en emancipar de la influencia de la religión no sólo a nosotros mismos, sino también a las masas. Si la dialéctica es una religión, ¿cómo no lucha usted contra la difusión de ese opio dentro de su propio partido?
¿O pretende usted insinuar que la religión no tiene importancia política? ¿Es posible ser religioso y a la vez un comunista coherente y un luchador revolucionario? Naturalmente mantenemos la actitud más considerada del mundo los principios religiosos de un trabajador, de la retaguardia no consciente. Si desea luchar por nuestro programa, le admitimos como miembro del partido; pero, al mismo tiempo, el partido tratará persistentemente de educarle en los principios del materialismo y el ateísmo. Si está de acuerdo con esto, ¿cómo se niega usted a luchar contra la “religión” que profesan los miembros de su partido que, a mi entender, más se interesan en cuestiones teóricas? Obviamente ha olvidado usted el aspecto más importante de la cuestión.
Entre la burguesía educada hay mucha gente que ha roto con la religión, pero cuyo ateísmo es sólo para su consumo privado: guardan sus pensamientos para sí mismos, pero en público suelen mantener que es bueno que el pueblo sea religioso. ¿Es posible que usted mantenga este punto de vista hacia su propio partido? ¿Es posible que esto explique su negación a discutir con nosotros los fundamentos filosóficos del marxismo? Si es así, bajo su desdén por la dialéctica se esconde un tono de desprecio hacia el partido. Por favor, ahórrese decir que he basado mis argumentos en una frase dicha en una conversación privada y que no ha rechazado públicamente el materialismo dialéctico. No es verdad. Su desafortunada frase me ha servido sólo de ejemplo. Por lo menos en una ocasión usted se ha negado a aceptar, por varias razones, la doctrina que constituye la base teórica de nuestro programa. Esto lo sabe todo el mundo en el partido. En el artículo “Intelectuales en retirada”, escrito por usted en colaboración con Shachtman y publicado en el teórico del partido, afirma usted categóricamente que rechaza el materialismo dialéctico. ¿No tiene el partido derecho a saber por qué? Usted asume de hecho que en la IV Internacional un editor de un órgano teórico puede confinarse a sí mismo a decir: “Rechazo definitivamente el materialismo dialéctico”, como si se tratase de preferir una determinada marca de cigarrillos. Una doctrina filosófica correcta, esto es, un método de pensamiento adecuado, es de importancia tan significativa para un partido revolucionario como un buen almacén es importante para la producción. Es todavía posible defender la vieja sociedad con los métodos materiales e intelectuales heredados del pasado. Pero es absolutamente imposible pensar que podamos destruir esta sociedad levantar una nueva sin analizar críticamente los métodos se utilizaban antes. Si el partido ha establecido erróneamente las bases de su pensamiento, es deber elemental de da militante señalar el camino correcto. De otro modo, conducta podría ser interpretada como la actitud de un caballero académico hacia una organización proletaria que, después de todo, es incapaz de crear una doctrina realmente “científica”.
¿Y qué puede ser peor que esto?
Ejemplos instructivos
Cualquiera que esté familiarizado con la historia de las luchas de tendencias dentro de los partidos obreros sabe que las discusiones promovidas por los oportunistas, e incluso por la reacción burguesa, empiezan muchas veces por cuestionar la dialéctica. Los intelectuales pequeñoburgueses consideran que la dialéctica es el punto más vulnerable del marxismo y además se aprovechan de que a los trabajadores les resulta mucho más difícil darse cuenta de las divergencias en el campo filosófico que en el campo político. Este hecho tan conocido puede refutarse por una larga serie de experiencias. En primer lugar, no podemos olvidar que todos los grandes revolucionarios —Marx, Engels, Lenin, Luxemburg, Mehring—, se mantuvieron en el campo del materialismo dialéctico. ¿Podemos asumir que todos ellos eran incapaces de distinguir entre ciencia y religión? ¿No es demasiado presuntuoso por su parte afirmarlo, camarada Burnham? Los ejemplos de Bernstein, Kautsky y Franz Mehring son extremadamente instructivos. Berstein rechazó abiertamente la dialéctica por “escolástica” y “mística”. Kautsky se mostró indiferente ante el asunto, de modo similar al camarada Shachtman. Mehring fue un incansable propagandista y defensor del materialismo dialéctico. Siguió durante décadas las innovaciones en filosofía y literatura, denunciando infatigablemente el carácter reaccionario del idealismo, neo-kantismo, utilitarismo, todo tipo de misticismo, etc. El destino r de estos tres individuos es bien conocido; Berstein acabó sus días de pulcro demócrata pequeñoburgués; Kautsky pasó de centrista a vulgar oportunista. Mehring murió como un verdadero comunista revolucionario.
En Rusia, tres eminentes académicos marxistas, Struve, Bulgakow y Berdyaev, empezaron por rechazar las ideas filosóficas del marxismo y acabaron en el bando de la reacción y la iglesia ortodoxa. En EE.UU. Eastman, Sidney Hoock y su pandilla utilizaron la oposición dialéctica como coartada para pasar de servidores del proletariado a servidores de la burguesía. Ejemplos de este tipo se encuentran en todos los países. El ejemplo de Plejanov, que parece una excepción, no hace sino confirmar la regla. Plejanov fue un destaca pagador del materialismo dialéctico, pero durante su amplia vida no tuvo oportunidad de participar en la lucha de clases. Su pensamiento estaba divorciado de la práctica. La revolución de 1905 y la Guerra Mundial le arrojaron al campo de la socialdemocracia pequeñoburguesa, y posteriormente se vio obligado a renunciar a la dialéctica. Durante la Guerra Mundial, Plejanov fue el representante del imperativo categórico kantiano en el campo de las relaciones internacionales: “No hagas a los otros lo que no quisieras que hicieran contigo”. Lo único que prueba el ejemplo de Plejanov es que el materialismo dialéctico, por sí mismo, no hace a un hombre revolucionario.
Shachtman, por otro lado, afirma que Liebknecht ha dejado un trabajo póstumo contra la dialéctica, que escribió en prisión. Cuando uno está en la cárcel se le ocurren muchas ideas que no pueden confirmarse mediante la discusión con otros. Liebknecht, a quien nadie, y menos él mismo, considera un teórico, se ha convertido en un símbolo de heroísmo en el movimiento obrero mundial. Si alguno de los oponentes americanos de la dialéctica demuestra igual espíritu de sacrificio e independencia del patriotismo durante la guerra, diremos que es, sin duda, un revolucionario. Pero esto no resuelve el problema del método dialéctico.
Es imposible saber cuáles hubieran sido las conclusiones finales de Liebknecht si hubiera permanecido en libertad. En cualquier caso, antes de publicar su trabajo se lo hubiera mostrado a sus amigos más competentes, Mehring o Rosa Luxemburgo. Probablemente, tras oír su opinión, hubiese tirado el manuscrito al fuego. Supongamos, sin embargo, que, en contra de la opinión de sus camaradas teóricamente más preparados, hubiese publicado el manuscrito. Mehring, Luxemburgo, Lenin, etc., no habrían propuesto expulsarle del partido, naturalmente; por el contrario, le hubieran defendido y rechazado una propuesta tan descabellada. Pero no habrían formado un bloque filosófico con él, sino que habrían denunciado claramente sus errores teóricos.
La conducta del camarada Shachtman nos parece bastante distinta. “Como podéis observar —dice, ¡y para señalar a la juventud!— Plejanov era un destacado teórico del materialismo dialéctico y acabó como un oportunista; Liebknecht era un verdadero revolucionario y rechazó la dialéctica”. Este argumento, si quiere decir algo, significa que el materialismo dialéctico no es el único instrumento de un revolucionario. Con los ejemplos de Plejanov y Liebknecht, Shachtman le da la vuelta a la historia. Refuerza y “profundiza” la idea de su artículo del año pasado, es decir, que la política no depende del método, que el método está divorciado de la política por el milagro de la inconsistencia. Shachtman parece romper la regla mediante la falsa interpretación de dos excepciones. Si argumenta así un “partidario” del marxismo, ¿qué podemos esperar de un oponente? La revisión del marxismo se convierte así en su liquidación total; más aún, en la liquidación de toda doctrina y todo método.
¿Qué propone usted a cambio?
El materialismo dialéctico no es, por supuesto, una doctrina eterna e inmutable. Pensar lo contrario es, precisamente, traicionar el espíritu de la dialéctica. El desarrollo futuro del pensamiento científico creará una doctrina más profunda en la que el materialismo dialéctico no será más que un elemento estructural. Sin embargo, carecemos de base para suponer que esta revolución filosófica se produzca antes que la decadencia del régimen burgués, sin mencionar el hecho de que no nace un Marx todos los días, ni todas las décadas. La misión, a vida o muerte, del proletariado de hoy consiste en rehacer el mundo de arriba a abajo, no en reinterpretarlo de nuevo. En un futuro próximo, podemos esperar grandes revolucionarios de acción, pero no un nuevo Marx. La humanidad sólo sentirá la necesidad de revisar la herencia cultural del pasado cuando haya sentado las bases de una cultura socialista, y entonces la sobrepasará ampliamente, no sólo en el campo de la economía, sino también en el de la creación intelectual. El régimen de la burocracia bonapartista de la URSS es doblemente criminal, porque crea desigualdades crecientes en todas las esferas de la vida y porque degrada la actividad intelectual en el país al nivel de los zoquetes del GPU.
Pero imaginémonos por un momento que el proletariado es tan afortunado en esta época de guerras y revoluciones que llega a producir un nuevo teórico —o una constelación de teóricos— capaces de sobrepasar el marxismo y, en especial, de llevar la lógica más allá del materialismo dialéctico. En ese caso, ni qué decir tiene que todos los trabajadores avanzados deberán aprender de estos nuevos maestros y todos los viejos teóricos, reeducarse en sus ideas. Pero entre tanto, suena a música del futuro. ¿O no? ¿Quiere usted decirme qué trabajos teóricos actuales pueden sustituir el materialismo dialéctico como doctrina del proletariado? Si los tuviera usted a mano, seguramente no se negaría a luchar contra “el opio de la dialéctica”. Pero no existen. Mientras intenta desacreditar la filosofía del marxismo, usted no propone nada para, sustituirla.
Imagínese usted un joven médico aficionado que arguye a un cirujano experimentado que la anatomía, neurología y fisiología modernas son inútiles, que dejan muchos problemas sin resolver y que sólo “burócratas conservadores” pueden trabajar con un bisturí en base a esas “pseudo-ciencias”. Supongo que el cirujano pediría a su irresponsable colega que abandonara el quirófano. Nosotros tampoco, camarada Burnhan, podemos rendirnos ante insinuaciones baratas sobre la filosofía del socialismo científico. Por el contrario, y ya que el problema se ha planteado a quemarropa en el curso del debate de fracciones, debemos decir, cara a todos los miembros del partido, especialmente a los jóvenes: cuidado con la infiltración en vuestras filas del escepticismo burgués. Recordad que hasta el momento, el socialismo no ha encontrado mejor expresión científica que el marxismo. No olvidéis que el método del socialismo científico es el materialismo dialéctico. ¡Ocupaos de estudios serios! Estudiad a Marx, Engels, Plejanov, Lenin y Mehring. Os será cien veces más útil que el estudio de los tendenciosos, estériles y absurdos tratados sobre el conservadurismo de Cannon. ¡Deje que, al menos, el debate actual tenga este resultado positivo; que la juventud intente meterse en la cabeza las bases teóricas serias de la lucha revolucionaria!
El falso “realismo” político
En su caso, sin embargo, la cuestión no se reduce a la dialéctica. La forma en que usted explica en su resolución por qué no somete ahora a la decisión del partido el asunto de la naturaleza de la URSS significa en realidad que la somete, si no jurídica, al menos sí teórica y políticamente. Sólo un niño no se daría cuenta de ello. Pero esta declaración tiene otro significado, todavía más ultrajante y pernicioso. Significa que usted separa la política de la sociología marxista. Y, para nosotros, el punto crucial del asunto es precisamente ese. Si es posible dar una definición correcta del estado sin utilizar el materialismo dialéctico; si es posible determinar la política adecuada sin un análisis de clase del estado, ¿necesitamos para algo el marxismo?
Aunque no están de acuerdo entre sí sobre la naturaleza del Estado soviético, los líderes de la oposición coinciden en afirmar que la política exterior del Kremlin debe calificarse de “imperialista” y que la URSS no debe ser apoyada “incondicionalmente”. (¡Vasta y sustancial plataforma!) Cuando la “pandilla” de la oposición plantee en el Congreso el asunto de la naturaleza de la URSS (¡qué crimen!), os habréis puesto de acuerdo previamente para estar en desacuerdo, es decir, para votar de forma diferente. Se ha dado un precedente de este tipo en el Gobierno “nacional” inglés, cuando los ministros “están de acuerdo en estar en desacuerdo”, es decir, en votar de forma diferente. Pero los ministros de Su Majestad tienen la ventaja de que están muy de acuerdo sobre la naturaleza de su estado, y pueden permitirse el lujo de no estarlo en cuestiones secundarias. Pero los líderes de la oposición no tienen una situación tan favorable. Se permiten el lujo de no estar de acuerdo en la cuestión fundamental, con tal de estarlo en las secundarias. Si esto es marxismo y política de principios, no sé lo que será el oportunismo sin principios.
Parece usted creer que, al negarse a discutir sobre materialismo dialéctico y sobre la naturaleza de clase del Estado soviético, y limitarse a “cuestiones concretas”, se porta como un “Político realista”. Pero esto es sólo el resultado de un conocimiento inadecuado de la historia de las luchas de fracciones en el movimiento obrero en los últimos cincuenta años. En cada conflicto de principios, los marxistas hicieron enfrentarse claramente a partido con los problemas fundamentales de la doctrina y el programa, porque consideraban que sólo bajo estas condiciones encontrarían su sitio y proporción adecuada los asuntos “concretos”. Por el otro lado, los oportunistas de todas clases, especialmente los que ya habían sufrido alguna derrota en una discusión de principio, oponían al análisis de clase marxista una postura “concreta” y coyuntural que, como de costumbre, había formulado bajo la presión de la democracia burguesa. Esta división de papeles ha persistido durante décadas de debates fraccionales. La oposición, permítame asegurarle, no ha inventado nada nuevo. Está siguiendo la tradición del revisionismo teórico y el oportunismo político.
A finales del siglo pasado se rechazaron sin piedad los intentos revisionistas de Bernstein, que cayó en Inglaterra bajo la influencia del empirismo y utilitarismo anglosajones —la peor clase de filosofía—. Pero los oportunistas alemanes dieron de pronto un paso atrás en filosofía y sociología. En los congresos y la prensa regañaban sin cesar a los “pedantes” marxistas, que reemplazaban las “cuestiones políticas concretas” por consideraciones generales de principios. Léase los textos de los socialdemócratas alemanes de finales del siglo pasado y principios de éste y quedará asombrado de cómo la mort saisit le vof, que dicen los franceses.
No desconoce usted el gran papel que jugó “Iskra” en el desarrollo del marxismo ruso. “Iskra” empezó luchando contra los autodenominados “economistas” del movimiento obrero y contra los “narodniki” (Partido de los Social-revolucionarios). El principal argumento de los “economistas” era que “Iskra” flotaba en la esfera de la teoría, mientras que ellos se proponían dirigir el movimiento obrero “concreto”. El principal argumento de los social-revolucionarios era que “Iskra” pretendía crear una escuela de materialismo dialéctico mientras ellos derrocaban la autocracia zarista. Debo decir que los terroristas narodniki se tomaron muy en serio sus propias palabras; sacrificaron sus vidas bomba en mano. Nosotros les decíamos: “En algunas ocasiones, una bomba es una cosa excelente, pero primero tenemos que clarificar nuestras ideas”. La experiencia histórica demostró que la mayor revolución conocida en la historia no la dirigió el partido que empezó poniendo bombas, sino el partido que empezó con materialismo dialéctico.
Cuando los bolcheviques y los mencheviques eran todavía miembros del mismo partido, se producía, tanto en el período anterior como en el mismo congreso, una lucha a muerte sobre el orden del día. Lenin solía poner al principio los puntos sobre el carácter de la monarquía zarista, el análisis del carácter de la clase de revolución, el análisis de las etapas de la revolución por las que estábamos pasando, etcétera. Martov y Dan, los líderes de los mencheviques, objetaban invariablemente: “Somos un partido político y no un club de sociólogos; no tenemos que llegar a un acuerdo sobre la naturaleza de clase de la economía zarista, sino sobre “tareas políticas concretas””. Cito de memoria, pero no tengo ninguna posibilidad de equivocarme, porque estas discusiones se repetían año tras año y llegaron a estereotiparse. Debo decir que yo mismo cometí muchos errores en este sentido. Pero he aprendido algo desde entonces. Lenin siempre explicaba a estos enamorados de las “tareas políticas concretas” que nuestra política es de principios, y no coyuntural; que la táctica está subordinada a la estrategia; que, para nosotros, el contenido principal de cada campaña política es guiar a los trabajadores de los problemas concretos a los generales, para enseñarles el verdadero carácter de la sociedad moderna y de sus fuerzas fundamentales. Los mencheviques sentían siempre la urgente necesidad de saltarse a la torera sus diferencias de principio, mientras que Lenin, por el contrario, solía plantearlas a quemarropa. Los argumentos actuales de la oposición contra la filosofía y la sociología y a favor de las “cuestiones políticas concretas” son copia exacta de los argumentos de Dan. ¡Ni una palabra nueva! Es triste que Shachtman vaya a respetar la política de principios del marxismo sólo cuando sea lo bastante viejo para estar en los archivos. El recurso a las “cuestiones políticas concretas” suena especialmente torpe e inadecuado en sus labios, camarada Burnham, puesto que fue usted, y no yo, quien planteó primero el problema de la naturaleza de la URSS, forzándome a mi vez a plantear el tema del método mediante el que podemos determinar el carácter de clase del estado. Es verdad que usted retiró su resolución. Pero esa maniobra de la fracción no tiene sentido, objetivamente. Uno llega a conclusiones políticas desde premisas sociológicas, aunque las haya olvidado temporalmente en la cartera. Shachtman llega exactamente a las mismas conclusiones sin ninguna premisa; se adapta a usted, Abern se aprovecha, para sus “combinaciones organizativas”, tanto de la ausencia de premisa como de la premisa escondida. Esta es la situación real en el campo de la oposición. Usted procede como anti-marxista; Shachtman y Abern, como marxistas “platónicos”. No es fácil establecer quién es peor.
La dialéctica de la presente discusión
Cuando nos enfrentamos con el frente diplomático que cubre las premisas inexistentes o escondidas de nuestros adversarios, nosotros, los “conservadores”, respondemos: Sólo es posible una discusión fructífera sobre “cuestiones concretas” si establecemos previamente, con toda claridad, las premisas de clase de las que partimos. No estamos dispuestos a discutir sobre esa serie de tópicos que habéis seleccionado artificialmente. ¿Propondría alguien discutir cuestiones como la invasión de Suiza por la flota soviética o el largo de la cola de una bruja del Bronx sin haber aclarada antes si Suiza tiene costa o si hay brujas?
Toda discusión seria lleva de lo particular, incluso accidental, a lo general y fundamental. En la mayor parte de los casos, las causas inmediatas de la discusión tienen un interés meramente sintomático. Sólo tienen significación política actual aquellos problemas cuyo desarrollo es discutible. Para ciertos intelectuales, ansiosos de denunciar el “conservadurismo burocrático” y exhibir su propio “dinamismo político”, las discusiones sobre la dialéctica, el marxismo, la naturaleza del estado, el centralismo, surgen “artificialmente” y toman una dirección “falsa”. Pero el nudo del problema es que la discusión tiene una lógica objetiva, que no coincide con la lógica subjetiva de individuos y grupos. El carácter dialéctico de la discusión procede del hecho de que su curso objetivo se determina por el conflicto vivo entre tendencias opuestas, y no obedece a ningún plan lógico predeterminado. El carácter materialista de la discusión se debe a que refleja las presiones de las distintas clases. Por eso, la actual discusión dentro del SWP se desarrolla, como todo proceso histórico —y con o sin su permiso, camarada Burnham— de acuerdo con las leyes del materialismo dialéctico. No podemos escapar de esas leyes.
“Ciencia” contra marxismo y “experimentos” contra el programa
Tras acusar a sus oponentes de “conservadurismo burocrático” (lo que es una mera abstracción psicológica en tanto no se muestre qué intereses sociales específicos subyacen ese “conservadurismo”), pide usted en su documento que esta política conservadora sea reemplazada por “política crítica y experimental, en una palabra, política científica” (véase pág. ¿Agentes del imperialismo?). Esta afirmación, tan inocente y vacía a primera vista, a pesar de toda su pomposidad, es, en sí misma, una denuncia completa. No habla usted de política marxista, ni de política proletaria. Habla de política “experimental”, “crítica” y “científica”. ¿Por qué esta terminología, tan deliberadamente abstrusa y pretencioso, y tan infrecuente entre nosotros? Se lo voy a decir. Es el producto de su adaptación, camarada Burnham, a la opinión pública burguesa, y de la adaptación de Shachtman y Abern a su adaptación. El marxismo ya no está de moda en los círculos liberales de intelectuales burgueses. En cuanto uno menciona el marxismo —¡Dios no lo permita!— le toman por un materialista dialéctico. Lo mejor es desechar esa palabra desacreditada. Pero ¿con qué la sustituimos? ¿Por qué no con “ciencia”, a ser posible “Ciencia”, con mayúsculas? Y la ciencia, como todo el mundo sabe, se basa en la “crítica” y la “experimentación”. Tiene su propio círculo; tan sólido, tan tolerante, tan poco sectario, tan académico. Con una fórmula así uno puede entrar en cualquier salón democrático.
Relea, por favor, su propia frase: “En lugar de la política conservadora, debemos construir una política audaz, flexible, crítica y experimental; en una palabra, una política científica”. ¡No podía haberla hecho mejor! Pero esta es, precisamente, la fórmula que todos los empiristas pequeñoburgueses, todos los revisionistas y todos los aventureros políticos han opuesto al marxismo “estrecho”, “limitado”, “dogmático” y “conservador”. “El estilo hace al hombre”, decía Buffon. La terminología política no sólo hace al hombre, sino al partido. La terminología es uno de los elementos de la lucha de clases. Sólo pedantes sin vida pueden dejar de entenderlo. En su documento arrasa usted cuidadosamente —sí, usted, camarada Burnham— no sólo términos como dialéctica o materialismo, sino el marxismo. Usted está por encima de todo eso. Usted es un hombre de ciencia, “crítico y experimental”. Por la misma razón, utiliza el término “imperialismo” para calificar la política exterior de la URSS. Eso le diferencia de la terminología, demasiado embarazoso, de la IV Internacional, creando fórmulas menos “sectarias”, menos “religiosas”, menos precisas, pero iguales a —¡qué feliz coincidencia!— las de las democracias burguesas.
¿Quiere usted experimentar? Pues permítame recordarle que el movimiento obrero tiene una larga historia, llena de experiencia o, si lo prefiere, de “experimentos”. Esta experiencia, adquirida a costa de tantos sacrificios, ha cristalizado en el centro de una doctrina definida, el marxismo, cuyo nombre rechaza usted tan cuidadosamente. Antes de concederle el derecho a “experimentar”, el partido tiene derecho a preguntarle: ¿qué método va a utilizar? Henry Ford no permitiría experimentar en su fábrica a un hombre que no haya asimilado las condiciones básicas del anterior desarrollo de la industria, que no conozca los innumerables experimentos que ya se han realizado. Aún más: los laboratorios experimentales de las fábricas están cuidadosamente separados de la producción en masa. Mucho menos podemos permitir experimentos de médico brujo en el movimiento obrero —aunque se lleven a cabo bajo el símbolo de la “ciencia” anónima—. Para nosotros, la ciencia del movimiento obrero es el marxismo. Dejamos la ciencia sin apellido, la Ciencia con mayúscula, a la entera disposición de Eastman y su pandilla.
Sé que ha discutido usted, muchas veces con Eastman, y que en algunas ocasiones ha argumentado muy bien. Pero usted debate con él como un miembro de su propio círculo, y no como un agente de su enemigo de clase. Lo demostró usted claramente cuando, en su artículo con Shachtman invitó inesperadamente a Eastman, Hook, Lyons y demás a exponer sus ideas en el New International. No le importaba que ellos plantearan el tema de la dialéctica y le obligaran a salir de su diplomático silencio.
El 20 de enero del año pasado, mucho antes de que empezara esta discusión, mostraba a Shachtman la urgente necesidad de estudiar atentamente el desarrollo interno del partido stalinista. Le escribía: “Esto puede ser mil veces más importante que invitar a Eastman o Lyons a presentar sus paridas personales. Estoy un poco enfadado de que diera espacio al último artículo de Eastman, tan insignificante y arrogante. Eastman tiene a su disposición el Harper’s Magazine, el Modern Monthly, el Common Sense, etc. Pero lo que me deja completamente perplejo es que usted invite personalmente a esa gente a manchar las no tan numerosas páginas del New International. La perpetuación de esta polémica puede interesar a algunos intelectuales pequeñoburgueses, pero no a los elementos revolucionarios. Estoy firmemente convencido de que es necesaria una reorganización a fondo del New International y del Socialist Appeal; hay que alejarse de los Eastman y los Lyons y acercarse a los trabajadores y, en este sentido, al partido stalinista”.
Como siempre en estos casos. Shachtman me contestó sin atención ni cuidado. En el momento actual, la cuestión está resucita de hecho, porque los enemigos del marxismo a quienes invitó rehusaron la invitación. Sin embargo, este episodio conserva interés. Por un lado, usted, camarada Burnham, de acuerdo con Shachtman, invita a los demócratas burgueses a exponer sus ideas en el órgano oficial de nuestro partido. Por otro, y de acuerdo con el mismo Shachtman, se niega a mantener conmigo una polémica sobre la dialéctica y la naturaleza de clase del Estado soviético. ¿No significa esto que usted y su aliado Shachtman se han vuelto hacia sus semi-oponentes burgueses y han dado la espalda a su propio partido? Abern llegó hace ya mucho tiempo a la conclusión que el marxismo es una doctrina honorable, pero que no vale lo que una buena combinación de oposición. Mientras tanto, Shachtman se deja caer pendiente abajo, consolándose con cuchufletas. Pero siento que, en el fondo de su corazón, se siente triste y culpable. Cuando llegue a un punto en la caída, espero que reaccione y vuelva arriba de nuevo. Mi esperanza se basa en que la “experiencia” de su política fraccionaria le devuelva al camino de la Ciencia.
Un dialéctico sin saberlo
Me han informado de que Shachtman, utilizando mi frase sobre Darwin, ha dicho que usted era “un dialéctico sin saberlo”. Este ambiguo cumplido contiene una pieza de verdad. Cada hombre es un dialéctico, en mayor o menor medida, y en muchos casos sin darse cuenta. Toda ama de casa sabe que hace falta sal para dar un sabor agradable a la sopa, pero que si echa de más no hay quien se la coma. En consecuencia, una campesina analfabeta se guía, a la hora de guisar la sopa, por la ley hegeliana del salto cualitativo. Podríamos poner un sin fin de ejemplos por el estilo, tomados de la vida diaria. Hasta los animales llegan a conclusiones basándose no sólo en el silogismo aristotélico, sino también en la dialéctica hegeliana. Un zorro sabe que los cuadrúpedos y los pájaros son nutritivos y sabrosos. Ante un conejo o una gallina el zorro concluye: estos animales son del tipo nutritivo y sabroso y se lanza sobre la presa. Hace así un perfecto silogismo aunque el zorro, supongo, no ha leído a Aristóteles. Sin embargo, cuando el mismo zorro se encuentra con el primer animal más grande que él, por ejemplo, un lobo, concluye rápidamente que la cantidad puede convertirse en cualidad y pone pies en polvorosa. Evidentemente, las patas del zorro tienen tendencias hegelianas, aunque no sean muy conscientes de ello. Esto demuestra, de pasada, que nuestros métodos de pensamiento, se trate de la lógica formal o de la dialéctica, no son construcciones arbitrarias de nuestra razón, sino que expresan la naturaleza del sistema de relaciones actual. En este sentido, el universo entero está lleno de “dialécticos sin saberlo”. Pero la naturaleza no se detiene aquí. Antes de que las relaciones más profundas de la naturaleza se plasmarán en la conciencia o el lenguaje de los zorros o los hombres, se había producido un desarrollo no despreciable. Después, el hombre fue capaz de generalizar estas formas de conciencia y transformarlas en categorías lógicas (dialécticas), creando así la posibilidad de penetrar más profundamente en el mundo que nos rodea.
Hasta la fecha, la expresión más acabada de las leyes dialécticas que prevalecen en la naturaleza y la sociedad la han producido Hegel y Marx. A pesar de que Darwin no estaba interesado en verificar sus métodos lógicos, alcanzó empíricamente —gracias a su genio— las generalizaciones dialécticas más avanzadas en el campo de las ciencias naturales. En este sentido, Darwin es, como afirmaba en mi anterior artículo, un “dialéctico sin saberlo”. Sin embargo, no valoramos a Darwin por su incapacidad para llegar a comprender la dialéctica, sino porque, a pesar de su falta de conocimientos filosóficos, fue capaz de descubrir el origen de las especies. A Engels le exasperaba la estrechez empirista del método de Darwin, aunque, como Marx, comprendió inmediatamente la gran importancia de la teoría de la selección natural. Darwin, por el contrario, se murió sin tener ni idea de sociología marxista. Si Darwin hubiera salido en la prensa atacando al materialismo o a la dialéctica, Marx y Engels se le hubieran enfrentado con fuerza redoblada, para no permitir que su autoridad científica fuese utilizada por la reacción ideológica.
Cuando Shachtman, abogado de causas perdidas, intenta defenderle diciendo que es un “dialéctico inconsciente”, hay que poner el acento en “inconsciente”. La intención de Shachtman (también inconsciente, en parte) es defender su bloque de la acusación de degradar el materialismo dialéctico. Pero, lo que en realidad está diciendo Shachtman es que la diferencia entre un dialéctico “consciente” o “inconsciente” no es tan importante como para tenerla en cuenta. Y de este modo, desacredita el método marxista. Pero el mal es todavía más profundo. Existen en el mundo muchos dialécticos inconscientes o semiinconscientes. Algunos aplican estupendamente el materialismo dialéctico a la política, aunque nunca se hayan preocupado por el método. Sería pedantería atacar a esos camaradas. Pero ese no es su caso, camarada Burnham. Usted es el editor de un órgano teórico cuya misión es educar al partido en el espíritu del método marxista. Usted es un oponente consciente del método dialéctico, y no un dialéctico inconsciente. Aunque, como afirma Shachtman, haya seguido la dialéctica en cuestiones políticas, es decir, aunque tenga “instinto” dialéctico, estaríamos obligados a luchar contra usted, porque el instinto dialéctico, como otras cualidades personales, no se puede transmitir a los demás, mientras que el método dialéctico, conscientemente asumido, puede transmitiese, en mayor o menor medida, a todo el partido.
La dialéctica y el señor Dies
Aunque tenga usted instinto dialéctico —lo que no voy a discutir— lo tiene casi ahogado por la rutina académica y el aburrimiento intelectual. Lo que conocemos como instinto de clase del trabajador, le lleva a aceptar con bastante facilidad el enfoque dialéctico de las cosas. Pero no podemos decir que los intelectuales burgueses tengan un instinto parecido. Un intelectual separado del proletariado sólo puede llegar a la política marxista mediante la superación consciente de su espíritu pequeñoburgués. Desgraciadamente, Shachtman y Abern están haciendo todo lo que pueden para impedirlo, camarada Burnham. Le están haciendo un flaco favor.
Arrastrado por su fracción, a la que podríamos llamar “Liga del Abandono Fraccional”, está cometiendo usted un error tras otro; en filosofía, en sociología, en política, en la esfera organizativa. Sus errores no son accidentales. Enfoca cada asunto aisladamente, desconectándolo de sus relaciones con otras cuestiones, con los factores sociales, y sin tener en cuenta la experiencia internacional. Le falta método dialéctico. A pesar de su educación, está procediendo en política como un hechicero.
En el asunto del Comité Dies, mostró usted su charlatanería tan deslumbrantemente como en la cuestión finlandesa. Replicó usted a mis argumentos a favor de utilizar ese cuerpo parlamentario diciendo que no podía tomarse una decisión mediante consideraciones de principio, sino teniendo en cuenta circunstancias especiales, que sólo usted conocía, pero que se guardaba de especificar. Permítame decirle que esas “circunstancias” no eran nada más que su dependencia ideológica de la opinión pública burguesa. Aunque la democracia burguesa, en todas sus secciones, sea plenamente responsable ante el régimen capitalista, incluido el Comité Dies se ve obligada, precisamente en interés del capitalismo, a distraer vergonzantemente la atención de los órganos demasiado desnudos del régimen. ¡Una simple división del trabajo! ¡Un viejo fraude que, sin embargo, todavía es útil! Útil para engañar a los trabajadores, a esos a los que usted se refiere vagamente, a esa amplia sección de ellos que están todavía, como usted mismo, bajo la influencia de la democracia burguesa. Pero el trabajador de vanguardia, no infecundo por los prejuicios de la aristocracia obrera, recibiría con satisfacción cada palabra revolucionaria que se arrojase a la cara de su enemigo de clase. Y cuanto más reaccionaria fuera la institución que sirviera para arena del combate, mayor sería la satisfacción del trabajador. Esto lo ha probado la experiencia histórica. El mismo Dies, al asustarse y volverse atrás, demostró lo equivocado que estaba usted. Siempre es mejor obligar al enemigo a retirarse que huir sin plantear batalla.
Pero en este momento veo la cara iracunda de Shachtman ordenándome callar con un gesto protesta: la oposición no es responsable de los puntos de vista de Burnham sobre el Comité Dies. “Este no es asunto de la fracción”, etcétera, etcétera. Ya sé todo eso. ¡Lo único que faltaba es que toda la oposición se hubiera pronunciado entonces por la táctica de boicot, tan sin sentido en aquel momento! Ya es suficiente con que su líder, que tiene puntos de vista personales y los expresa abiertamente, se pronunciara a favor del boicot. Si usted ha pasado ya de la edad en que uno discute de “religión”, permítame decirle que la IV Internacional ya ha pasado de la edad en que se considera que el abstencionismo es, la política más revolucionaria. Junto a su falta de método, mostró usted en esta ocasión una falta total de sagacidad política. En las actuales circunstancias, un revolucionario no habría necesitado mucho tiempo de discusión para entrar por una puerta abierta por el enemigo y aprovechar lo mejor posible la oportunidad. Creo que hace falta organizar, unos cursillos especiales para todos los miembros de la oposición que, como usted, se opusieron a entrar en el Comité Dies, en los que se expliquen las verdades elementales de la táctica revolucionaria, que no tienen nada que ver con el abstencionismo pseudo-radical de los círculos intelectuales.
“Cuestiones políticas concretas”
La oposición es más débil precisamente en la esfera en que se cree más fuerte: la de la política revolucionaria cotidiana. Esto va por todos, camarada Burnham. Usted y la oposición en pleno han manifestado clarísimamente su impotencia para enfrentarse a los grandes acontecimientos en la cuestión polaca, de los estados bálticos o de Finlandia. Shachtman empezó descubriendo la piedra filosofar; una insurrección simultánea contra Hitler y Stalin en la Polonia ocupada. La idea era estupenda; es una pena que Shachtman no haya tenido oportunidad de ponerla en práctica. Los trabajadores polacos podrían haber dicho, con toda justicia: “Desde el Bronx se puede organizar bastante bien una insurrección simultánea contra Hitler y Stalin en un país ocupado; pero aquí, sobre el terreno, es bastante más difícil. Nos gustaría hacer a los camaradas Shachtman y Burnham una pregunta “concreta”, “¿qué hacemos hasta que se produzca la insurrección?””. Mientras tanto, el mando del Ejército soviético llamaba a los campesinos y los trabajadores a ocupar la tierra y las fábricas. Este llamamiento, apoyado con la fuerza de las armas, jugaba un papel importantísimo en la vida del país ocupado. Los periódicos de Moscú estaban llenos a rebosar de reportajes sobre el “entusiasmo desbordante” de los obreros y campesinos pobres. Podemos y debemos juzgar con disgusto estos reportajes; no están faltos de mentiras. Pero es más imperdonable cerrar los ojos a la realidad. El llamamiento a pedir cuentas a los terratenientes y a expulsar a los capitalistas ha debido levantar el ánimo a los acosados y aplastados campesinos y trabajadores de Ucrania y Bielorrusia, que veían en el señor polaco un doble enemigo.
En los órganos parisinos de los mencheviques, que están de acuerdo con la burguesía y no con la Internacional francesa, se dice categóricamente que el avance del Ejército Rojo iba acompañado de una ola de movimientos revolucionarios, cuyo eco llegaba hasta las masas campesinas de Rumanía. Añade fiabilidad a estos despachos el hecho de que los mencheviques estén estrechamente unidos a los líderes de la Liga Judía, el Partido Socialista Polaco y otras organizaciones hostiles a Moscú que luchan en Polonia. Por lo tanto, estábamos completamente en lo cierto cuando aconsejamos a los bolcheviques polacos: “En el frente, y junto a los; campesinos y los trabajadores, debéis dirigir la lucha contra los terratenientes y los capitalistas; no os apartéis de las masas, a pesar de todas sus ilusiones, como los revolucionarios rusos no se apartan de sus masas, a pesar que éstas siguen confiando en el Zar” (Domingo Rojo, 22 de 1905); educar a las masas en el curso de la lucha, precaverles de sus ingenuas esperanzas en Moscú, pero no os separéis de ellas; luchad en su campo, tratad de extender y profundizar su lucha y dadles a mayor cantidad de independencia posible. Sólo así prepararéis la próxima revolución contra Stalin. El curso de los acontecimientos en Polonia ha confirmado totalmente esta directriz, que se basa en nuestra experiencia política anterior, especialmente en España.
Ya que no hay diferencias de principio entre las situaciones de Polonia y Finlandia, no hay razones para cambiar la directriz. Pero la oposición, que no ha comprendido lo que ha pasado en Polonia, se agarra a la cuestión finlandesa como a un áncora de salvación. ¿Dónde está la guerra civil en Finlandia? Trotsky habla de guerra civil, pero no hemos visto nada en la prensa sobre ella, etc., etc. La cuestión finlandesa se le aparece a la oposición como diferente a la de Ucrania occidental o Bielorrusia. Cada cuestión se aísla y se analiza aparte y sin tener en cuenta el curso general del desarrollo. Con ideas confusas sobre este desarrollo, la oposición intenta apoyarse cada vez en alguna circunstancia coyuntural, accidental, temporal y secundaria.
¿Significan esos gritos sobre la ausencia de guerra civil en Finlandia que la oposición estaría de acuerdo con nosotros si ésta estuviera a punto de estallar? ¿Sí o no? Si es que sí, la oposición condena su propia política respecto a Polonia, puesto que en ese caso, y a pesar de la guerra civil, se negaron a participar activamente, esperando el levantamiento simultáneo contra Hitler y Stalin. Es obvio, camarada Burnham, que usted y sus amigos no se han pensado las cosas del todo bien.
Y, ¿qué hay sobre mi argumento de una guerra civil en Finlandia? Al principio de las hostilidades, se hubiera podido pensar que Moscú estaba intentado una “pequeña” expedición de castigo para cambiar el Gobierno de Helsinki y establecer con Finlandia las mismas relaciones que con el resto de los países bálticos. Pero la designación del Gobierno de Kuusinen en Terrojoki demostró que Moscú tenía otros planes e intenciones. Después, se anunció la creación del Ejército Rojo finlandés. Naturalmente, se trataba sólo de pequeñas formaciones creadas desde arriba. El programa de Kuusinen había visto la luz. Los siguientes despachos hablaban de la distribución de las grandes fincas entre los campesinos. En conjunto, estos despachos significaban el intento de Moscú de organizar la guerra civil. Naturalmente, es una guerra civil muy especial. No ha surgido de los deseos profundos de las masas populares. No la dirigen los revolucionarios finlandeses apoyados por sus masas. La controla la burocracia de Moscú. Sabemos todo esto, y lo sabíamos cuando discutíamos sobre Polonia. Pero, al menos, hay un llamamiento a los pobres, a los desposeídos, a expropiar a los ricos, a expulsarlos o arrestarlos. No conozco ningún nombre para estas acciones, excepto guerra civil.
“Pero, después de todo, no ha estallado la guerra civil en Finlandia, lo que significa que sus predicciones no se han materializado”, objetan los líderes de la oposición. Naturalmente, tras la traición y retirada del Ejército Rojo, bajo las bayonetas de Mannerheim, la guerra civil no ha podido estallar. Este hecho es un argumento contra Shachtman, no contra mí: quedó demostrado que no es el principio de la guerra, cuando es más fuerte la disciplina militar, el mejor momento para organizar una insurrección armada, sea desde el Bronx o desde Terrijoki.
No previmos la derrota de los primeros destacamentos del Ejército Rojo. No podíamos prever el nivel de estupidez y desmoralización que reinan en el Kremlim, ni hasta qué punto repercuten en las tropas mandadas por él. Pero se trata simplemente de un episodio militar, que no puede afectar nuestra línea política. Si Moscú, tras ser derrotado en el primer intento, renuncia a intervenir en Finlandia, desaparecería del primer plano el problema que impide a la oposición comprender la situación en el resto del mundo. Pero tenemos pocas posibilidades de que sea así. Por otro lado, si Francia, Inglaterra y los EE.UU. deciden basarse en Escandinavia y ayudar militarmente a Finlandia, la cuestión finlandesa se transformaría en una guerra entre la URSS y los países imperialistas. En ese caso, creemos que la mayoría de los opositores volverían al programa de la IV Internacional.
Por el momento, la oposición no está interesada en ninguna de estas dos variantes: ni en la suspensión de la ofensiva por parte de la URSS ni en la ruptura de hostilidades, entre la URSS y las democracias imperialistas. La oposición sólo se interesa por la cuestión aislada de la invasión de Finlandia por la URSS. Por lo tanto dejémosles partir de ahí. Supongamos que la segunda ofensiva está mejor preparada y es mejor dirigida, que el avance del Ejército Rojo, plantea de nuevo el problema de la guerra civil, y además a mayor escala que en el primer intento, tan ignominiosamente frustrado. Nuestra directriz permanece totalmente válida, mientras el asunto esté a la orden del día. ¿Pero propone la oposición en caso de que el Ejército Rojo ave victorioso en Finlandia y estalle la guerra civil? Apare mente, ni siquiera piensa en ello, porque vive al día, incidente en incidente, pendiente de cada episodio, colgando de frases aisladas del editorial, sintiendo alternativamente simpatías o antipatías, y haciéndose la ilusión de que crean una plataforma. La inutilidad de los empiristas y los impresionistas se demuestra especialmente cuando tienen que enfrentarse a “cuestiones políticas concretas”.
Confusionismo teórico y abstencionismo político
A través de las convulsiones y vacilaciones de la oposición, por contradictorias que sean, podemos distinguir dos características que cruzan todas sus actuaciones, desde las alturas de la teoría a los episodios políticos más insignificantes. La primera es la ausencia de una concepción unificada. Los líderes de la oposición separan la sociología del materialismo dialéctico. Separan la política de la sociología. En la esfera de la política, separan nuestra misión en Polonia de nuestra experiencia en España, nuestra misión en Finlandia de nuestra posición en Polonia. Convierten la historia en una serie de incidentes extraordinarios y la política en una serie de improvisaciones. Estamos ante la desintegración del marxismo, en el más completo sentido de la palabra, la desintegración del pensamiento teórico, la desintegración de la política en sus elementos constitutivos. Les domina el empirismo y su hermano gemelo, el impresionismo. Por eso, la dirección ideológica confía en usted, camarada Burnham, en un oponente de la dialéctica, en un empirista, que no se avergüenza de su empirismo.
A través de las vacilaciones y convulsiones de la oposición podemos observar una segunda característica, estrechamente ligada a la primera: una tendencia a retraerse de la participación activa, una tendencia a autoeliminarse, al abstencionismo, naturalmente con la coartada de frase ultrarradicales. Estáis a favor de destruir a Hitler y Stalin en Polonia: a Stalin y Mannerheim en Finlandia. Y, mientras tanto, rechazáis a ambos bandos por igual, es decir, os retiráis de la lucha, incluida la guerra civil. El hacer hincapié en la ausencia de guerra civil en Finlandia no es sino una disculpa coyuntural. Si estallara la guerra, la oposición procuraría no enterarse, como hicieron en el caso de Polonia, o declararán que, como la política de Moscú es “imperialista”, no podemos metemos en ese negocio tan sucio. Aunque, de palabra, anda tras las tareas políticas “concretas”, la oposición se ha situado, de hecho, fuera del proceso histórico actual. Su actitud, camarada Burnham, ante el Comité Dies merece atención precisamente porque expresa de forma muy gráfica esta tendencia al abstencionismo y al confusionismo. Su principio básico es, todavía: “Gracias, no fumo”.
Claro está, querido amigo, que un partido o una clase pueden pasar por momentos de confusión. Pero, en el caso de la pequeña burguesía, el confusionismo, especialmente ante los acontecimientos graves, es una característica inevitable y, por así decirlo, congénita. Los intelectuales intentan expresar su estado de confusión en el lenguaje de la “ciencia”. La contradictoria plataforma de la oposición revela confusión pequeñoburguesa expresada en el rimbombante lenguaje de los intelectuales. No hay nada de proletario en ella.
La pequeña burguesía y el centralismo
Sus puntos de vista en el campo organizativo son tan esquemáticos, empíricos y antirrevolucionarios como en los de la teoría y la política. Un Stolberg, linterna en mano, va tras una revolución ideal, limpia de todo exceso, y garantizada contra Termidor y la contrarrevolución: Usted, de forma parecida, busca un tipo de democracia interna ideal, que asegure a todo el mundo, en todas las circunstancias, la posibilidad de hacer y decir lo que se le pase por la cabeza y que vacune al partido contra la degeneración burocrática. Deja de lado, sin embargo, el hecho de que el partido no un escenario para la afirmación personal, sino un instrumento para la revolución proletaria; que solo una revolución victoriosa es capaz de evitar la degeneración no sólo del partido, sino del proletariado en su conjunto y de la civilización moderna en general. Es usted incapaz de ver que nuestra sección americana no está enferma por un exceso de centralismo —da risa hasta oír hablar de ello—, sino de un monstruoso abuso y distorsión de la democracia, por parte de los elementos pequeñoburgueses. Este es el origen de la crisis actual.
Un obrero pasa el día en la fábrica. Tiene, en comparación, pocas horas libres para el partido. En las reuniones, está interesado por aprender las cosas más importantes: la evaluación correcta de la situación y las conclusiones políticas. Valora los líderes que hacen esto de la forma más clara y precisa posible y que están al tanto de los acontecimientos. Los elementos pequeñoburgueses, especialmente los desclasados, divorciados del proletariado, vegetan en un ambiente artificial y cerrado. Tienen mucho tiempo para charlar de política y sus substitutivos. Sacan faltas y cotillean sobre los “jefes” del partido. Siempre conocen a un líder “que les ha puesto al corriente de todos los secretos”. La discusión es su elemento. Nunca tienen bastante cantidad de democracia. Se vuelven excitables, dan vueltas en un círculo vicioso y sacian su sed con agua salada. ¿Quiere usted conocer el programa organizativo de la oposición? Consiste en una loca búsqueda de la cuarta dimensión de la democracia interna. En la práctica, esto consiste en enterrar la política bajo la discusión; y enterrar el centralismo bajo la anarquía de los círculos intelectuales. En cuanto entren unos cuantos miles de trabajadores en el partido, llamarán al orden severamente a los anarquistas pequeñoburgueses. Cuanto antes, mejor.
Conclusiones
¿Por qué me he dirigido a usted y no a los otros líderes de la oposición? Porque es usted el líder ideológico del grupo. La facción del camarada Abern, sin programa y sin bandera, necesita siempre que le echen una mano. Primero fue Shachtman, luego Mute y Spector, y ahora usted, con Shachtman detrás. Considero su ideología como la expresión de la influencia burguesa en el proletariado. A algunos camaradas les parecerá demasiado fuerte el tono de esta carta. Pero debo confesar que he hecho todo lo posible por refrenarme. Porque, después de todo, se trata nada más y nada menos que de un intento de descalificar, rechazar y destruir las bases teóricas, los principios políticos y los métodos organizativos de nuestro movimiento.
Me han informado de que el camarada Abern, ante mi artículo anterior, reaccionó diciendo: “Esto significa la escisión”. Esta respuesta no demuestra sino que Abern tiene muy poco interés por el partido y la IV Internacional; es un hombre de corrillo. Sin embargo, las amenazas de escisión no deben impedirnos el presentar un análisis marxista de las diferencias. Para nosotros los marxistas, no es cuestión de una escisión, sino de educar al partido. Espero que el próximo congreso rechace enérgicamente a los revisionistas.
En mi opinión, el congreso debe declarar categóricamente que, en sus intentos por separar la sociología del materialismo dialéctico y la política de la sociología, los líderes de la oposición han roto con el marxismo y se han convertido en la cadena de transmisión del empirismo pequeñoburgués. Una vez que se haya reafirmado, completa y decisivamente, su lealtad a la doctrina marxista y a los métodos políticos y organizativos del bolchevismo, cuando la junta directiva dé sus publicaciones oficiales se haya comprometido a promulgar y defender esta doctrina y esos métodos, el partido, naturalmente, pondrá sus páginas a la disposición de todos los miembros que se consideren capaces de añadir algo nuevo al marxismo. Pero no puede permitir que se juegue al escondite con el marxismo y sus implicaciones fundamentales.
La política del partido tiene carácter de clase. Es imposible llegar a establecer una orientación política correcta sin un análisis de clase del estado, los partidos y las tendencias ideológicas. El partido debe condenar, como vulgar oportunismo, el intento de establecer políticas en relación a la URSS de incidente en incidente e independientemente de la naturaleza de clase del Estado soviético.
La desintegración del capitalismo, que crea una gran insatisfacción entre los pequeñoburgueses y empuja sus capas más bajas hacia la izquierda, abre amplias posibilidades, pero también encierra graves peligros. La IV Internacional necesita sólo aquellos emigrantes de la pequeña burguesía que han roto por completo con su pasado de clase y que están decididamente del lado del proletariado. Este tránsito teórico y político debe ir acompañado de la ruptura con su antiguo ambiente y del establecimiento de íntimos lazos con los trabajadores, especialmente en el reclutamiento y educación de proletarios para el partido. Los emigrantes de la pequeña burguesía que, tras un lapso de tiempo prudencial, se muestran incapaces de instalarse en el medio proletario, deben ser transferidos desde la militancia en el partido al status de simpatizantes.
Los miembros del partido que no hayan demostrado su valía en la lucha de clases, no deben ocupar puestos de responsabilidad. Un emigrante del medio burgués, por muy inteligente y devoto del socialismo que sea, debe ir a la escuela de clase trabajadora antes de convertirse en maestro. Los jóvenes intelectuales no deben ponerse a la cabeza de la juventud intelectual, sino irse unos años a provincias, a centros puramente proletarios, donde puedan realizar trabajo práctico duro.
La composición de clase del partido debe corresponder a su programa La Sección americana de la IV Internacional se convertirá en proletaria o dejará de existir. ¡Camarada Burnham! Si podemos llegar a un acuerdo en las bases de estos principios, encontraremos sin dificultad la política correcta en relación a Polonia, Finlandia y hasta la India. Al mismo tiempo, me pongo a su entera disposición para ayudarle a dirigir cualquier lucha, dondequiera que sea, contra el conservadurismo y el burocratismo. Estas son, en mi opinión, las condiciones necesarias para terminar con la crisis actual.
Saludos bolcheviques
L. Trotsky
Coyoacan, D. F., 7 de enero de 1940.
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Carta a James P. Cannon
9 de enero de 1940
Querido amigo:
Ayer envié el texto ruso de mi nuevo artículo, escrito en forma de carta a Burnham. Probablemente no les guste a todos los compañeros que la mayor parte de él esté dedicado al tema de la dialéctica. Pero estoy seguro de que esta es la única manera de empezar la educación teórica del partido, especialmente de la juventud, y de intentar una inversión del empirismo y el eclecticismo.
W. Rork (L. Trotsky)
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Carta a Farrell Dobbs
10 de enero de 1940
Querido amigo:
En el artículo que he enviado a Wright para traducirlo no menciono en absoluto dos asuntos:
Primero, el conservadurismo burocrático. Quisiera discutir un poco con usted sobre ello. El conservadurismo burocrático, como tendencia política, representa los intereses materiales de un determinado estrato social, el de la privilegiada burocracia obrera en el capitalismo, especialmente en los regímenes imperialistas y en medida incomparablemente mayor en la URSS. Sería fantástico, por no decir estúpido, pretender que el “conservadurismo burocrático” de la mayoría tiene raíces de este tipo. Por lo tanto, ya que en este caso el conservadurismo y el burocratismo no tienen un origen social, deben basarse en rasgos caracterológicos de algunos líderes. A veces, pasan cosas así. Pero ¿cómo explicar en este caso la formación de una fracción? ¿Es una selección de individuos conservadores? Tenemos, pues, una explicación psicológica, no política. Si admitimos (y yo personalmente no lo admito) que por ejemplo, Cannon tiene tendencias burocráticas, la mayoría que lo apoya debe hacerlo, a pesar de ese rasgo de su carácter, y no a causa de ello. Esto quiere decir que el problema de las bases sociales del debate de fracciones todavía no ha sido abordado por los líderes de la minoría.
Segundo, para comprometer mi “defensa” de Cannon, dicen que defendí sin razón a Molinier[14]. Puedo cometer faltas políticas y personales. Pero, a pesar de ello, el argumento no es muy profundo. Nunca apoyé las falsas teorías de Molinier. Se trataba simplemente de una cuestión de carácter; brutalidad, falta de disciplina y sus negocios privados. Algunos camaradas, entre ellos Vereecken, insistieron en la inmediata expulsión de Molinier. Yo insistí en que era preferible que la organización intentara someter a Molinier a la disciplina. Pero, cuando en 1934 Molinier intentó sustituir el programa del partido por “cuatro slogans”, y sacó un trabajo sobre ello, yo estuve entre los que propusieron la expulsión. Es una larga historia. Se puede ser de distinta opinión sobre mi conducta con Molinier, pero me guiaba, naturalmente, por el interés de la educación del partido y no por los intereses personales de Molinier; algunas de nuestras secciones han heredado el veneno del Comintern, y abusan de las expulsiones y las escisiones, o intentan hacerlo. En el caso de Molinier y de algunos camaradas americanos (Field, Weisbord y algunos otros) yo estaba a favor de una actitud más paciente. En algunos casos he tenido razón, en otros me he equivocado. Pero no me arrepiento en absoluto de haber adoptado siempre la actitud más paciente posible hacia las figuras dudosas del movimiento. Nunca los “defendí” formando un bloque o a costa de los principios. Si alguien propone, por ejemplo, expulsar al camarada Burnham, me opondré enérgicamente. Pero, al mismo tiempo, mantendré la necesidad de dirigir una lucha ideológica sin cuartel contra sus concepciones antimarxistas.
Fraternalmente,
L.Trotsky
Coyoacan, D. F.
Notas
[14] Molinier era uno de los líderes del movimiento trotskistas francés. Fue expulsado por faltas graves contra la disciplina.
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Carta a John G. Wright
13 de enero de 1940
Querido amigo:
Estoy completamente de acuerdo contigo en tu apreciación de panfleto de Shachtman[15]. Estamos ante el Shachtman más débil, multiplicado por la pasión fraccionario. Le falta esa cosita que se llama punto de vista proletario. Vive en el reino de las sombras literarias: cuando se vive cara al proletariado o al marxismo, las sombras se parecen, más o menos, a la realidad; pero ahora le ha vuelto la espalda a la mayoría proletaria del partido y al marxismo y todo lo que escribe es una reinterpretación fantástica de hechos e ideas. Ahora no me queda más remedio que dedicar un par de días a analizar más atentamente ese documento absolutamente extravagante. Espero demostrar al partido, incluida la mayor parte de la minoría, que cada línea del documento de Shachtman es una patética ruptura con el marxismo y el bolchevismo.
Fraternalmente,
L. Trotsky
Notas
[15] Se refiere a La crisis del Partido Americano; carta abierta al camarada Leon Trotsky, publicado en el núm. 7, del vol. II del Boletín Interno, fechado el 1 de enero de 1940. (Nota del editor.)
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Carta a James P. Cannon
16 de enero de 1940
Querido amigo:
Qué escrito más miserable es la carta abierta de Shachtman. Su único mérito es que me ha permitido decirle toda la verdad sobre su política. Ya he dictado la respuesta. Sólo me falta pulirla. Desgraciadamente, va a ser tan larga como mi carta a Burnham.
L. T.
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Carta a William F. Warde
16 de enero de 1940
Querido camarada Warde:
Es usted uno de los pocos camaradas que está seriamente interesado por los problemas metodológicos de nuestro movimiento. ¿No cree usted que su intervención es la discusión desde este punto de vista sería muy útil?
Me dicen los amigos que el interés por el materialismo dialéctico se está agudizando mucho en nuestro partido, especialmente entre la juventud. ¿No cree usted que los camaradas que pueden encauzar este interés deberían crear una asociación puramente teórica para promover las doctrinas del materialismo dialéctico en el partido? Usted, el camarada Wright, el camarada Gerland (muy enterado del asunto) podrían constituir el primer núcleo de dicha asociación, bajo el control del departamento de propaganda del Comité NacionaI, naturalmente. Esto es sólo una sugerencia vaga, que debe discutirse con las instituciones responsables del partido.
Siempre suyo, el camarada,
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
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Carta a Joseph Hansen
18 de enero de 1940
Querido Joe:
Ya he acabado mi artículo contra Shachtman. En dos días lo habré pulido, y utilizaré algunas de tus sugerencias.
Pero quiero hablar ahora de un asunto mucho más importante. Algunos de los líderes de la oposición están preparando una escisión; de esta forma, presentarán en el futuro a la oposición como a una minoría perseguida. Es muy característico de este tipo de mentes retorcidas. Creo que debes responderles más o menos lo siguiente:
“¿Tenéis miedo de represalias en el futuro? Os proponemos garantías mutuas para la futura minoría, seáis vosotros o seamos nosotros. Estas garantías pueden formularse en cuatro puntos:
1) No prohibición de las fracciones
2) la actividad de las fracciones sólo se restringirá en función de las necesidades de la acción común
3) las publicaciones oficiales representarán, como es natural, la línea que establezca el próximo congreso
4) la minoría futura puede tener, si lo desea, un boletín interno para los miembros del partido, o un boletín de discusión en común con la mayoría”.
La persistencia de boletines de discusión después de una larga disputa y un congreso no es la regla, sino una lamentable excepción. Pero no somos nada burócratas. No tenemos reglas inmutables. Somos dialécticos, y también en el campo organizativo. Si tenemos una importante minoría dentro del partido que queda insatisfecha con las decisiones del congreso, es muchísimo mejor legalizar la discusión tras éste que sufrir una escisión.
Podemos ir más lejos, si es necesario, y proponerles, tras el congreso, y naturalmente bajo la supervisión del nuevo Comité nacional, la publicación de números especiales de discusión, para el público en general y no sólo para miembros del partido. Debemos ir lo más lejos posible en este sentido, hacer desaparecer sus prematuros temores y dificultarles la escisión.
Por mi parte, creo que la continuación de la discusión, si se hace en un clima de buena voluntad por ambas partes, puede ser muy útil, en las condiciones actuales, para la educación del partido.
Creo que la mayoría debe hacer estas propuestas oficialmente, en el Comité Nacional y por escrito. Cualquiera que sea la respuesta, el partido saldrá beneficiado.
Con mis mejores deseos
Cornell (L. Trotsky)
Coyoacán, D. F.
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De un arañazo al peligro de gangrena
24 enero 1940
La discusión se está desarrollando de acuerdo a su propia lógica interna, Cada campo, de acuerdo con su carácter social y su fisonomía política, intenta atacar los puntos en que su oponente es más débil y vulnerable. Esto es precisamente lo que determina el curso de la discusión, y no los planes preconcebidos de los líderes de la oposición. Es estéril lamentarse ahora del curso que ha tomado la discusión. Pero no hay que perder de vista a los provocadores stalinistas, que los hay en el partido, y que tiene órdenes de enrarecer la atmósfera de la discusión y llevar el debate ideológico hacia la escisión. No resulta difícil reconocer a estos caballeros: su celo es excesivo y, naturalmente, artificial: sustituyen ideas y argumentos por chismes y calumnias. Deben ser denunciados y expulsados mediante el esfuerzo conjunto de las dos fracciones. Pero debemos llevar hasta el final la lucha de principios, es decir, hasta la total clarificación de las cuestiones más importantes que se han planteado. Para ello, es necesario llevar la discusión al nivel teórico en el que se basa el partido.
Una proporción considerable de los militantes de la sección americana, y de nuestra joven Internacional, procede del Comintern, en su período de decadencia, o de la Segunda Internacional. Han tenido malos maestros. La discusión ha revelado que amplios círculos del partido carecen de educación teórica de base. Basta con recordar, por ejemplo, que el Comité Local de Nueva York no respondió con una vigorosa defensa a los intentos iluminados de revisar la doctrina marxista y nuestro programa, sino que apoyó mayoritariamente a los revisionistas. Es una lástima, pero se puede remediar, porque la sección americana, y toda la Internacional, está compuesta por individuos honrados que buscan sinceramente el camino de la revolución. Tienen el deseo y la voluntad de aprender. Pero no hay tiempo que perder. Precisamente, la penetración del partido en los sindicatos, y en el medio obrero en general, requiere la preparación teórica de nuestros cuadros. Y no quiero decir con “cuadros” el “aparato”, sino el conjunto del partido. Cada militante debe considerarse y actuar como un oficial del ejército proletario.
“¿Desde cuándo sois especialistas en filosofía?”, preguntaron irónicamente miembros de la oposición a representantes de la mayoría. La ironía está totalmente fuera de lugar en este caso. El socialismo científico es la expresión consciente del proceso histórico inconsciente; es decir, el sentido instintivo y elemental del proletariado para reconstruir la sociedad sobre bases comunistas. Estas tendencias orgánicas de la psicología de los trabajadores se abren a la vida con mayor rapidez en esta época de crisis y guerras. La discusión ha revelado, por encima de cualquier otro asunto, una división en el partido entre una tendencia pequeñoburguesa y una tendencia proletaria. La tendencia pequeñoburguesa revela su confusión en su intento de reducir el programa del partido a la pequeña esfera de las cuestiones “concretas”. Por el contrario, la tendencia proletaria sitúa todas las cuestiones parciales dentro de una unidad teórica. No está en juego en el momento actual la extensión con que los miembros de la mayoría, en tanto que individuos, aplican el método dialéctico. Pero es importante que la mayoría en su conjunto se plantea las cuestiones en forma proletaria, y tiende a asimilar la dialéctica, que es “el álgebra de la revolución”. Los miembros de la oposición, por lo que me han contado, se retuercen de risa cada vez que se menciona la palabra “dialéctica”. Este método indigno no les será de mucha ayuda. La dialéctica del proceso histórico ha castigado más de una vez cruelmente a los que se han burlado de ella.
El último artículo del camarada Shachtman, “Carta abierta a Leon Trotsky”, es un síntoma alarmante. Revela que Shachtman se niega a aprender de la discusión y persiste en sus errores, explotando para ello no sólo el bajo nivel teórico del partido, sino incluso los prejuicios pequeñoburgueses de su fracción. Todo el mundo conoce la facilidad de Shachtman para hacer girar varios acontecimientos históricos en torno a uno u otro eje. Esta habilidad le ha convertido en un gran periodista. Pero, por desgracia, no es suficiente. Es preciso saber elegir el eje adecuado. Shachtman está absorto en el reflejo de la política en la literatura y en la prensa. No siente ningún interés por los actuales procesos, de lucha de clases, por la vida de las masas, las relaciones entre las distintas capas de la clase trabajadora, etc. He leído algunos artículos muy buenos de Shachtman, alguno hasta brillante, pero no he encontrado en ellos el menor comentario sobre la vida actual de la clase trabajadora americana o su vanguardia.
Debo hacer un comentario en este sentido: este es el caso no sólo de Shachtman, sino de toda una generación revolucionaría que, debido a una especial coyuntura histórica, se ha desarrollado fuera del movimiento obrero. He escrito más de una vez, en ocasiones anteriores, del peligro de degeneración al que están sometidos estos valiosos elementos, a pesar de su devoción a la causa revolucionaria. Lo que fue en su tiempo una característica inevitable de la adolescencia se ha convertido en hábito. El hábito ha llegado a ser enfermedad. Si la enfermedad no se cuida, puede ser fatal. Para evitar este peligro, es preciso abrir, conscientemente, un nuevo capítulo en la vida del partido. Los periodistas y propagandistas de la IV Internacional deben abrir un nuevo capítulo en su propia conciencia. Es necesario rearmarse. Es necesario enfrentarse con el eje adecuado; dar la espalda a los intelectuales pequeñoburgueses y ponerse al lado de los trabajadores.
No puedo concebir nada más peligroso para el partido que creer que la causa de la crisis actual es el conservadurismo de su sección obrera, y que la solución sería el triunfo de la sección pequeñoburguesa. De hecho, el nudo de la crisis actual es el conservadurismo de los elementos pequeñoburgueses que no poseen más que una formación puramente propagandística, y todavía no han encontrado su sitio en el camino de la lucha de clases. La crisis actual es la batalla final de esos elementos por su autoconservación. Cada miembro de la oposición, como individuo, puede, si quiere, encontrar un sitio adecuado para él en el movimiento revolucionario. Como fracción, están sentenciados. En la lucha que se está desarrollando, Shachtman no está en el bando en que debería estar. Como ocurre tantas veces, su lado débil ha triunfado sobre sus rasgos más válidos. Por decirlo así, su “Carta abierta” es una representación de ese lado débil.
Shachtman ha olvidado una nadería; su posición de clase. De ahí sus extraordinarios zigzags, sus vacilaciones e improvisaciones. Sustituye el análisis de clase por una serie de anécdotas inconexas con el único propósito de cubrir su propio fallo, de camuflar la contradicción entre su ayer y su hoy. Shachtman procede así con la historia del marxismo, la historia de su propio partido y la historia de la Oposición Rusa. Y va acumulando error sobre error. Todas las analogías históricas a las que ha recurrido hablan, como veremos, contra él.
Es mucho más difícil corregir errores que cometerlos. Debo pedir paciencia al lector a la hora de seguirme a lo largo de todos los zigzags de las operaciones mentales de Shachtman. Por mi parte, me comprometo a no limitarme a denunciar errores y contradicciones, sino a contraponer, del principio al fin, la posición proletaria a la pequeñoburguesa, la posición marxista a la ecléctica. De este modo, quizá podamos aprender algo de la discusión.
“Precedentes”
Shachtman pregunta indignado: “¿Cómo hemos podido nosotros, irreconciliables revolucionarios, convertirnos de pronto en una tendencia pequeñoburguesa? ¿Dónde están las pruebas? ¿Cuándo se ha mostrado esta tendencia entre los líderes de la oposición, en los dos últimos años?” (Boletín Interno, núm. 7, vol. 2, enero de 1940, pág. 11). ¿Por qué no cedimos en el pasado a la influencia de la democracia pequeñoburguesa? Por qué durante la guerra civil española y suma y sigue. Este es el argumento base de Shachtman en su polémica contra mí, y lo tocará repetidamente, con variaciones de todas clases, concediéndole, aparentemente, una importancia excepcional. No se le había ocurrido que podría volverse contra él.
El documento de la oposición “La guerra y el conservadurismo burocrático” concede que Trotsky acierta nueve veces de cada diez, quizá 99 de cada 100. El carácter de esta concesión es extremadamente magnánimo. La proporción de mis errores es mucho mayor. ¿Cómo explicar, sin embargo, que dos o tres semanas después de escribir este documento, Shachtman decidiese de pronto que Trotsky:
a) es incapaz de adoptar una actitud crítica hacia la información que se le suministra, aunque uno de sus informadores, durante diez años, ha sido el propio Shachtman; b) es incapaz de distinguir una tendencia proletaria de una pequeñoburguesa, una tendencia bolchevique de una menchevique; c) es el paladín de la absurda concepción de la “revolución burocrática”, en lugar de la de la revolución de masas; d) es incapaz de dar una respuesta concreta a las cuestiones de Polonia, Finlandia, etc.; e) está manifestando una tendencia a capitular ante el stalinismo; f) es incapaz de comprender el significado del centralismo democrático; y así ad infinitum?
En una palabra, en dos o tres semanas, Shachtman ha descubierto que Trotsky se equivoca el 99 por 100 de las veces, especialmente cuando el propio Shachtman anda por medio. Este segundo porcentaje también me parece muy exagerado, aunque esta vez sea en el sentido opuesto. En cualquier caso, Shachtman descubre mi “tendencia a suplantar la revolución de las masas por la revolución burocrática” muchos más abruptamente de lo que yo descubrí su desviación pequeñoburguesa.
El camarada Shachtman me invita a presentar pruebas de la existencia de una tendencia pequeñoburguesa en el partido e n el último año, o en los dos o tres anteriores. Es completamente comprensible que no quiera saber nada del pasado más lejano. Así es que, de acuerdo con su invitación, me ciño a los tres últimos años. Por favor, presten atención. Voy a responder a los argumentos puramente retóricos de mi implacable crítico con documentos exactos.
I
El 25 de mayo de 1937 escribí a Nueva York sobre la política de la fracción leninista del Partido Socialista:
” Debo citar dos recientes documentos: a) la carta privada de “Marx” sobre el congreso, y b) el artículo de Shachtman “Hacia un partido socialista revolucionario”. El mismo título de este artículo demuestra que se ha adoptado una perspectiva falsa. Creo que los hechos, incluido el último congreso, están demostrando que el partido está evolucionando hacia una especie de ILP, es decir, un miserable aborto político centrista, sin ninguna perspectiva y no hacia un partido “revolucionario”.
La afirmación de que “el Partido Socialista Americano está hoy más cerca de las posiciones del marxismo revolucionario que cualquier otro partido de la II o III Internacionales” es un cumplido totalmente inmerecido; el PSA está más atrasado que formaciones europeas análogas, como el POUM, ILP, SAP, etc. Nuestro deber es no ocultar esta ventaja negativa de Thomas y compañía y no hablar de “la superioridad de esta resolución (la resolución sobre la guerra) sobre cualquier otra adoptada antes por el partido”. Esta es una apreciación puramente literaria, puesto que cada resolución debe tomarse de acuerdo con las necesidades imperativas de los acontecimientos históricos y la situación política
En los documentos citados en esta carta, Shachtman revelaba una adaptabilidad excesiva al ala izquierda de los demócratas pequeñoburgueses —mimetismo político—; ¡un síntoma muy peligroso en un político revolucionario! Es muy importante tomar nota de su alta estima hacia la postura tan radical de Norman Thomas respecto a la guerra en Europa. Los oportunistas, como es sabido, son más radicales cuanto más lejos están de los hechos, cuanto menos les afectan los hechos en cuestión. Teniendo presente esta ley, no es difícil estimar en su justo valor la acusación de “tendencia a capitular ante el stalinismo” que nos hacen Shachtman y sus aliados. Porque, desde el Bronx, es mucho más fácil ser enemigo irreconciliable del Kremlin que de los pequeñoburgueses americanos.
II
De creer al camarada Shachtman, he traído por los palos a la discusión el asunto de la composición de clase de las dos fracciones. Pero también ahora nos podemos referir al pasado reciente.
El 3 de octubre de 1937, escribía a Nueva York:
“He señalado cientos de veces que un trabajador que pasa inadvertido en la vida “normal” del partido suele revelar cualidades muy interesantes en los cambios de situación, cuando no son ya suficientes las fórmulas generales ni los cauces normales, cuando son necesarias cualidades prácticas y conocimiento de la vida diaria de los trabajadores. En estas condiciones, un trabajador inteligente revela su seguridad en sí mismo y su capacidad política, en general.
En el primer período de desarrollo de la organización, es inevitable la preponderancia de los intelectuales. Pero es, al mismo tiempo, un grave obstáculo para la educación de los trabajadores mejor dotados En el próximo congreso, es preciso introducir en los comités locales y en el central todos los trabajadores que sean posibles. Para un trabajador, la actividad directiva es una magnífica escuela
La dificultad principal es que en toda organización hay miembros tradicionales de cada comité, y que consideraciones secundarias, personales y de fracción juegan un gran papel en la elaboración de las listas de candidatos.
Nunca he visto que el camarada Shachtman prestase atención o demostrase interés por este tipo de cosas.
III
De creer al camarada Shachtman, también he introducido en la discusión el problema de la fracción del camarada Abern, como concentración de individuos pequeño burgueses, artificialmente y sin ninguna base real. Ya el 10 de octubre de 1937, en una época en que Shachtman marchaba codo con codo con Cannon, y se consideraba que Abern no capitaneaba ninguna fracción, escribí a Cannon:
”El partido sólo tiene una minoría de auténticos trabajadores industriales Los elementos no proletarios son una levadura muy necesaria, y creo que debemos estar orgullosos de su calidad pero nuestro partido puede inundarse de elementos no proletarios y llegar a perder su carácter revolucionario. Por supuesto, no se trata de impedir la entrada de intelectuales por métodos artificiales sino orientar, en la práctica, toda la organización hacia las fábricas, las huelgas, los sindicatos
Un ejemplo concreto; no podemos dedicar fuerzas iguales ni suficientes a todas las fábricas. Nuestra organización local puede elegir, para su actividad en el próximo período, dos o tres fábricas de su área y concentrar allí todas sus fuerzas. Si tenemos dos o tres trabajadores en una de ellas, podemos crear un comité de ayuda de cinco no trabajadores para aumentar nuestra influencia en esa fábrica.
Se puede hacer lo mismo en los sindicatos. No podemos introducir no trabajadores en ellos, pero podemos hacer comisiones que ayuden a los camaradas que están dentro con propaganda oral o escrita. Es condición indispensable no mandar a los trabajadores, sino ayudarles; hacerles sugerencias, proveerles de argumentos, ideas, panfletos, etc.
Las acciones de este tipo pueden tener una enorme importancia educativa tanto para los camaradas trabajadores como para los no trabajadores, que necesitan una sólida reeducación.
Tenemos, por ejemplo, un número importante de judíos no obreros en nuestras filas. Pueden ser una levadura muy valiosa si el partido es capaz de salir de su círculo cerrado y conectar cada vez más con los trabajadores industriales en la actividad diaria; creo que esto aseguraría también una atmósfera más sana dentro del partido
Podemos establecer inmediatamente una norma general: un militante que no es capaz de ganar cada tres o seis meses un obrero para el partido no es un buen militante.
Si establecemos seriamente esta orientación y verificamos los resultados cada semana habremos evitado un gran peligro: que los intelectuales y trabajadores de cuello blanco acaben por suprimir a la minoría obrera, la condenen al silencio, conviertan el partido en un club de discusión muy inteligente, pero absolutamente inhóspito para los obreros.
Hay que elaborar normas paralelas para el trabajo y el reclutamiento de la organización juvenil, pues de lo contrario corremos el riesgo de producir dilettantes revolucionarios en lugar de luchadores.
Como es obvio, no menciono en esta carta el peligro de una desviación pequeñoburguesa al día siguiente del pacto entre Hitler y Stalin, o del desmembramiento de Polonia, pero sí queda claro que vengo previéndola persistentemente desde hace dos años y más. Más aún: señalaba —porque tenla presente precisamente la “inexistente” fracción de Abern— la necesidad de que los elementos pequeñoburgueses judíos del Comité de Nueva York se desvinculasen de su medio conservador y se desparramasen por el movimiento obrero, para clarificar la atmósfera del partido. Precisamente por eso, esta carta, escrita dos años antes de que empezara esta discusión, tiene mucho más valor que todos los escritos de los líderes de la oposición sobre los motivos que me han impulsado a salir en defensa de la “banda de Cannon”.
IV
Nunca ha sido para mí un secreto la inclinación de Shachtman a sucumbir a la influencia pequeñoburguesa, especialmente a la académica y literaria. En época de la Comisión Dewey, el 14 de octubre de 1937, escribí a Cannon, Shachtman y Warde[16].
“ Insisto en la necesidad de introducir en el Comité representantes de grupos obreros, para crear canales de comunicación entre él y las masas Los camaradas Warde, Shachtman y otros se han mostrado de acuerdo conmigo en este punto. Analicemos juntos las posibilidades prácticas de realizar este plan , pero después, a pesar que he planteado el tema repetidas veces, no he vuelto a tener información y sólo he oído accidentalmente, que el camarada Shachtman se oponía. ¿Por qué? Lo ignoro”.
Shachtman nunca me ha comunicado sus motivos. En mi carta, me expresé con la mayor diplomacia, pero no me cabe la menor duda de que Shachtman temía herir la excesiva sensibilidad política de nuestros aliados temporales liberales, aunque de labios afuera expresara su acuerdo conmigo; en este sentido, Shachtman demostró especial “delicadeza”.
V
El 15 de abril de 1938 escribí a Nueva York:
“Estoy un tanto asombrado de la publicidad que se ha dado a la carta de Eastman publicada en el New International. Estoy de acuerdo con que se publique la carta, pero la prominencia que se le da en portada y su combinada con el hecho de silenciar el artículo de Eastman en Harper’s, es un tanto comprometedora para el New International. Mucha gente puede interpretar este hecho como una debilidad nuestra; cerramos los ojos a los principios cuando anda por medio la amistad”.
VI
El 1 de junio de 1938 escribí al camarada Shachtman:
“Me resulta difícil comprender por qué te muestras tan tolerante e incluso amistoso, con Mr. Eugene Lyons. Por lo visto, habla en tus banquetes, a la vez que habla en los banquetes de los Guardias Blancos”.
Esta carta proseguía la lucha por una mayor independencia de política de los denominados “liberales”, quienes, mientras luchaban contra la revolución, desean mantener buenas relaciones con el proletariado, porque esto dobla su valor a los ojos de la opinión pública burguesa.
VII
El 6 de octubre de 1938, casi un año antes de que empezara la discusión, escribí sobre la necesidad de que la prensa del partido se volviera decididamente de cara a los trabajadores:
“Es muy importante a este respecto la actitud del Socialist Appeal. Es, sin duda alguna, un periódico marxista muy bueno, pero no un auténtico instrumento de acción política He intentado interesar en este sentido al equipo de redacción del Socialist Appeal, pero sin éxito”.
En estas notas es evidente un tono de disgusto. Y no es accidental. El camarada Shachtman está más interesado en episodios literarios aislados de luchas acabadas hace mucho tiempo que en la composición de clase de su propio partido o de los lectores de su periódico.
VIII
El 20 de enero de 1939, en una carta que ya he citado en relación con el materialismo dialéctico, toqué otra vez el tema de la inclinación del camarada Shachtman hacia la fraternidad con el medio literario pequeñoburgués:
”No puedo entender por qué el Socialist Appeal está descuidando tanto la información sobre el Partido Stalinista. Dicho partido es actualmente una masa de contradicciones y las escisiones deben ser inevitables. Nuestras próximas adquisiciones importantes provendrán del Partido Stalinista. Deberíamos concentrar en él nuestra atención política. Debemos seguir el desarrollo de sus contradicciones día a día y hora a hora. Alguien de la redacción debería dedicar la mayor parte de su tiempo a seguir las ideas y acciones de los stalinistas. Podemos provocar una discusión y, si es posible, publicar cartas de stalinistas vacilantes.
Esto sería mil veces más importante que invitar a Eastman, Lyons y demás a presentar sus paridas individuales. Estaba un poco enfadado porque habías publicado el último artículo de Eastman, tan insignificante y arrogante Pero lo que me ha dejado completamente perplejo es que hayas invitado personalmente a esa gentuza a manchar las escasas páginas del New International. La perpetuación de esta polémica puede interesar a algunos intelectuales pequeñoburgueses, pero no a los elementos revolucionarios.
Estoy firmemente convencido de que es necesaria una cierta reorganización del Socialist Appeal y del New International; alejarlos de Eastman, Lyons y demás y acercarlos a los trabajadores y, en este sentido, al Partido Stalinista. Los últimos acontecimientos han demostrado, aunque sea triste reconocerlo, que Shachtman no se alejó de Eastman y compañía, sino que, por el contrario, se acercó más a ellos.
IX
El 27 de mayo de 1939 volví a escribir sobre el carácter del Socialist Appeal, en relación con la composición de clase del partido:
”Me he dado cuenta en seguida de que estáis teniendo dificultades con el Socialist Appeal. El periódico está muy bien hecho, desde el punto de vista periodístico; pero es un periódico par a los trabajadores, y no de los trabajadores
Tal como es, el periódico está dividido entre varios escritores, muy buenos individualmente, pero que, colectivamente, no permiten al trabajador “entrar” en las páginas del Appeal. Todos hablan para los trabajadores (y lo hacen muy bien), pero nadie los escucha. A pesar de su brillantez literaria, el periódico es, en cierto modo, víctima de la rutina periodística. No se habla en absoluto de cómo el trabajador vive, lucha, se enfrenta a la policía o toma una copa. Y todo esto es muy importante para un periódico que es un instrumento revolucionario del partido. No se trata de hacer un periódico sumando las fuerzas de un hábil equipo de redacción, sino de conseguir que los trabajadores hablen por sí mismos.
Para lograr el éxito es necesario un cambio valiente y radical
Por supuesto, no es sólo un problema del periódico, sino de toda la política del partido. Sigo siendo de la opinión de que tenéis demasiados chicos y chicas pequeñoburgueses, todos muy buenos y dedicados al partido, pero que no son del todo conscientes de que su deber no es sólo discutir entre ellos, sino lanzarse al fresco ambiente de los trabajadores. Repito mi propuesta: todo militante que en un cierto tiempo, pongamos de tres a seis meses, no sea capaz de ganarse un trabajador para el partido deberá pasar el status de simpatizante y, tras otros tres meses, ser expulsado del partido. En algunos casos puede ser injusto, pero el partido, en su conjunto, recibiría un choque que, en estos momentos, necesita mucho. Es necesario un cambio muy radical.
Al proponer medidas tan draconianas, como la expulsión de los militantes pequeñoburgueses que se mostrasen incapaces de establecer vínculos personales con los trabajadores, no estaba pensando en “defender” la fracción de Cannon, sino en salvar al partido de la degeneración.
X
Escribí al camarada Cannon respecto a ciertos comentarios escépticos sobre el SWP que habían llegado a mis oídos, el 16 de junio de 1939:
”La situación de pre-guerra, el incremento del nacionalismo y demás son obstáculos naturales a nuestro desarrollo y la causa profunda del desánimo que se observa en nuestras filas. Debemos subrayar una vez más que, cuanto más pequeñoburguesa sea la composición del partido, más vulnerable será a los cambios de la opinión pública oficial. Este es un argumento más de la necesidad de una valiente y activa reorientación hacia las masas.
Los razonamientos pesimistas que mencionas en tu artículo son, naturalmente, reflejo de la presión patriótica y nacionalista de la opinión pública oficial: “Si el fascismo vence en Francia Si el fascismo vence en Inglaterra Etc.” Las victorias del fascismo son importantes, pero más lo es la agonía de muerte del capitalismo.
Planteé este problema de la dependencia del ala pequeñoburguesa del partido de la opinión pública oficial varios meses antes de que empezara esta discusión, y no la traje por los pelos para desacreditar a la oposición.
El camarada Shachtman pedía que estableciese “precedentes” de tendencia pequeñoburguesas entre los líderes de la oposición en el pasado. Acabo de hacerlo, singularizando además al mismo camarada Shachtman. Todavía tengo muchos más materiales para ello. Dos cartas —una del camarada Shachtman y otra mía—, que son unos “precedentes” muy notables, y que citaré concretamente en relación con otro tema. Shachtman puede objetar que en las faltas y errores denunciadas en la correspondencia han incurrido también otros camaradas, algunos miembros de la mayoría actual. Puede ser. Pero no se repite en vano el nombre de Shachtman. Mientras que otros han cometido errores circunstanciales, él ha evidenciado una tendencia.
En cualquier caso, puedo demostrar, documentos en mano —y espero haberlo hecho—, en contra de la afirmación de Shachtman de que mis juicios han sido “repentinos” e “inesperados”, que mi artículo “La oposición pequeñoburguesa ” no es más que un resumen de mi correspondencia con Nueva York durante los tres últimos años (en realidad, durante los diez últimos). Shachtman quería “precedentes” ahí los tiene. Y hablan completamente contra él.
El bloque filosófico contra el marxismo
Los círculos de la oposición creen que yo introduje el tema del materialismo dialéctico porque no tenía una respuesta “concreta” para la cuestión de Finlandia, Latvia, India, Afganistán, Baluchistán, etc. Este argumento, vacuo de por sí, es interesante porque revela el nivel al que se mueven algunos elementos de la oposición, su actitud hacia la teoría y hacia la lealtad ideológica más elemental. No olvidaré mencionar, sin embargo, que mi primera conversación seria con los camaradas Shachtman y Warde, en enero de 1937, nada más llegar a México, fue sobre la necesidad de propagar insistentemente el materialismo dialéctico. Tras la escisión de nuestra Sección americana del Partido Socialista, insistí en la posible publicación, lo antes posible, de un órgano teórico, con la idea de educar al partido, sobre todo a sus nuevos miembros, en el espíritu del materialismo dialéctico. Por aquella época escribí que era precisamente EE.UU., donde la burguesía inyecta constantemente a los trabajadores empirismo vulgar, el lugar donde era más necesario impulsar la elevación del movimiento a un nivel teórico adecuado. El 20 de enero de 1939 escribí al camarada Shachtman, respecto a su artículo “Intelectuales en retirada”:
“El apartado sobre dialéctica es el peor golpe que usted personalmente, como editor del New International, podría haberle dado al marxismo ¡Bien! Hablaremos de ello públicamente”.
Así es que avisé a Shachtman con más de un año de antelación de que pensaba iniciar una lucha abierta contra sus tendencias eclécticas. Por esa época, todavía no se había empezado a hablar de la oposición; pero yo sabía ya que el bloque filosófico contra el marxismo podría preparar el terreno para un bloque político contra el programa de la IV Internacional.
El carácter de las diferencias que han surgido no hace sino confirmar mis temores, basados tanto en la composición social del partido, como en la mala educación teórica de sus cuadros. No me ha hecho falta cambiar mis ideas ni introducir temas “artificialmente”. No he hecho sino plantear las cosas tal y como están actualmente. Dejadme añadir que me siento avergonzado por tener que justificarme de haber tenido que salir en defensa del marxismo en una de las secciones de la IV Internacional.
En su “Carta abierta” el camarada Shachtman se refiere explícitamente al hecho de que el camarada Vincent Dunne comentara favorablemente el artículo sobre los intelectuales. Yo también dije de él: “Algunas partes son excelentes”. Pero, como dice el proverbio ruso, una cucharada de alquitrán estropea un barril de miel. Estamos hablando precisamente de esa cucharada de alquitrán. El apartado dedicado al materialismo dialéctico incluye una serie de concepciones monstruosas desde el punto de vista marxista, cuya intención era, como hemos visto después claramente, preparar el terreno para una alianza política. En vista de la terquedad con que insiste Shachtman en que he utilizado dicho artículo como pretexto, permitidme que cite de nuevo el pasaje central del apartado en cuestión:
“ nadie ha demostrado todavía que el acuerdo o desacuerdo con las abstractas doctrinas del materialismo dialéctico afecte (!) a los acontecimientos políticos de hoy o de mañana, y los partidos políticos, sus programas y sus luchas se basan en estos acontecimientos concretos”. (The New International, enero de 1939, ver contenido de Carta a James P. Cannon.) ¿No es suficiente? Lo más sorprendente es esa fórmula, tan inútil a los revolucionarios: “ los partidos políticos, sus programas y sus luchas se basan en estos acontecimientos concretos”. ¿Qué partidos? ¿Qué programas? ¿Qué luchas? Se mezclan aquí todos los partidos políticos. El partido del proletariado es diferente a todos los demás. Y no se basa en absoluto en esos “acontecimientos concretos”. Es diametralmente opuesto, desde sus mismas bases, a los partidos de chalanes burgueses y traperos pequeñoburgueses. Su misión es preparar la revolución social y regenerar la humanidad mediante el cambio de sus bases materiales y morales. Para no desviarse bajo la presión de la opinión pública ni de la represión policial, el proletario revolucionario, en especial si se trata de un líder, necesita una visión del mundo clara, precisa, completamente racional. Sólo sobre la base de una concepción marxista unificada es posible enfocar correctamente las cuestiones “concretas”.
Precisamente ahora empieza la traición de Shachtman, una auténtica traición teórica, no un mero error, como quise creer el año pasado. Siguiendo los pasos de Burnham, Shachtman enseña al joven partido revolucionario “que nadie ha podido demostrar” que el materialismo dialéctico afecte a la actividad política del partido. “Nadie ha podido demostrar”, es decir, el marxismo no sirve para nada en la lucha del proletariado. Por tanto, el partido no tiene la más mínima razón para apoyar y defender el materialismo dialéctico. Esto no es más que el rechazo del marxismo, del método científico en general, la capitulación más vergonzosa al empirismo. Precisamente esto es la alianza filosófica de Shachtman con Burnham, y a través de él con los sacerdotes de la “Ciencia” burguesa. Era precisamente a esto, y sólo a esto, a lo que yo me refería en mi carta del 20 de enero del año pasado. El 5 de marzo me contestó Shachtman: “He releído el artículo de Burnham y Shachtman al que se refiere usted, y aunque, a la luz da sus palabras, haría alguna que otra modificación (!) si tuviera que escribirlo de nuevo, no puedo estar de acuerdo con lo esencial de su crítica”.
Esta respuesta, como pasa siempre con Shachtman en situaciones serias, no quiere decir nada en sí misma; pero da la impresión de dejar abierta una vía para retirarse. Hoy, en el frenesí de la lucha fraccional, promete “hacerlo una y otra vez”. ¿Hacer qué? ¿Capitular ante la “Ciencia” burguesa? ¿Rechazar el marxismo?
Shachtman me explicó largo y tendido (ahora veo con qué propósitos) la utilidad de tal o cual alianza política. Pero yo estoy hablando de lo injustificable de su traición teórica. Una alianza puede justificarse según su contenido y sus circunstancias. Pero ninguna alianza puede justificar una traición teórica. Shachtman arguye que su artículo tenía un carácter puramente político. Yo no hablo del artículo, sino del apartado en el que renuncia al marxismo. Si un libro de texto de física dedica sólo dos líneas a decir que Dios es la causa primera, se puede decir que el autor es un oscurantista sin miedo a equivocarse.
Shachtman no contesta a la acusación, pero trata de distraer la atención, dirigiéndola a asuntos irrelevantes. “¿En qué difiere lo que usted llama “mi alianza filosófica con Burnham” de la de Lenin con Bogdanov? ¿Por qué aquélla se basaba en principios y ésta carece de ellos? Me gustaría mucho conocer su respuesta a estas preguntas”. Pues bien, voy a mostrar la diferencia, o mejor dicho, la oposición política que existe entre ambas alianzas. Estamos tratando el tema del método marxista, ¿no es eso? Pues ahí reside precisamente la diferencia. Lenin nunca declaró, en beneficio de Bogdanov, que el materialismo dialéctico fuera superfluo para resolver “cuestiones políticas concretas”. Lenin nunca confundió teóricamente el partido bolchevique con los partidos en general. Era orgánicamente incapaz de semejantes abominaciones. Y no sólo él, sino cualquiera de los bolcheviques serios. Esa es la diferencia. ¿La veis? Shachtman me prometió sarcásticamente prestar todo su interés a una respuesta clara. Creo que he dado la respuesta. Y no exijo el “interés”.
Lo abstracto y lo concreto; economía y política
El apartado más lamentable de la lamentable obra de Shachtman es el capítulo “El estado y el carácter de la guerra”. “¿Cuál es nuestra posición? —dice—. Sencillamente, ésta; es imposible deducir directamente nuestra política en una guerra determinada, de caracterizaciones abstractas del carácter de clase del estado implicado en dicha guerra, y particularmente de las formas de propiedad que prevalecen en dicho estado. Nuestra política debe surgir del análisis concreto del carácter de la guerra en relación con los intereses de la revolución socialista internacional”. (Op. cit., pág. La guerra actual y el destino de la sociedad moderna. La cursiva es mía.) ¡Vaya lío! Si es imposible deducir nuestra política directamente del carácter de clase de un estado, ¿podemos hacerlo indirectamente? ¿Por qué es abstracto el análisis del carácter de un estado y concreto el de una guerra? Desde un punto de vista formal, podríamos decir con el mismo derecho (de hecho, con mucho más), que nuestra política respecto a la URSS no debe deducirse de una caracterización abstracta de la guerra como “imperialista”, sino del análisis concreto del carácter del estado en unas circunstancias históricas dadas. El sofisma fundamental, sobre el que Shachtman construye todos los demás, es bastante simple: dado que la base económica determina no inmediatamente la superestructura; dado que el carácter de clase de un estado no es suficiente para resolver los problemas políticos, por lo tanto perdemos seguir adelante sin examinar la base económica ni el carácter de clase del estado; reemplazándolos, según la periodística frase de Shachtman, por la “realidad de los acontecimientos vivos”. (Op. cit., ver introducción pág. La teoría del “colectivismo burocrático”.)
El mismo artificio que construyó Shachtman para justificar su alianza filosófica con Burnham (el materialismo dialéctico no determina inmediatamente nuestra política luego no afecta, en general, “a las tareas políticas concretas”), se repite ahora palabra por palabra en relación a la sociología marxista; ya que las formas de propiedad no determinan inmediatamente la política de un estado, es posible tirar por la borda la sociología marxista en general, a la hora de determinar “tareas políticas concretas”.
Pero ¿por qué detenerse aquí? Puesto que la ley del valor de trabajo no determina los precios “directa” ni “inmediatamente”; puesto que las leyes de la selección natural no determinan “directa” ni “inmediatamente” el nacimiento de un lechón; puesto que la ley de la gravedad no determina “directa” ni “inmediatamente” que un policía borracho se caiga rodando por las escaleras dejamos a Marx, Darwin, Newton y demás amantes de las “abstracciones” cubrirse de polvo en los estantes. Esto es nada menos que el entierro solemne de la ciencia, porque el desarrollo científico va, sobre todo, de las causas “directas” e “inmediatas” a las más profundas y remotas, de la variedad caleidoscópica de los acontecimientos a la unidad de las fuerzas rectoras.
La ley del valor del trabajo no determina los precios “inmediatamente”, pero, por lo menos, los determina. Un fenómeno concreto, como la bancarrota del New Deal, encuentra su explicación, en último análisis, en la “abstracta” ley del valor. Rooswelt no lo sabía, pero un marxista no podía ignorarlo. Las formas de propiedad determinan, no inmediatamente, sino a través de amplias series de factores intermedios y de su interacción recíproca, no sólo la política, sino incluso la moral. Un político proletario que ignora la naturaleza de clase del estado acabará igual que el policía que ignoraba la ley de la gravedad; es decir, rompiéndose las narices.
Obviamente, Shachtman no tiene en cuenta la distinción entre lo abstracto y lo concreto. Al enfrentarse a lo concreto, nuestra mente opera con abstracciones. Incluso ese perro “concreto”, “dado”, es una abstracción, porque cambia constantemente, por ejemplo, moviendo la cola cuando le señalamos con el dedo. La concreción es un concepto relativo, no absoluto; lo que es concreto en un caso, es abstracto en otro; es decir, insuficientemente definido para determinado propósito. Para obtener un concepto lo bastante “concreto” para satisfacer una necesidad determinada, es necesario correlacionar varias abstracciones en una sola, lo mismo que para reproducir una secuencia viva en la pantalla es necesario combinar varios fotogramas.
Lo concreto es una combinación de abstracciones, pero no una combinación arbitraria o subjetiva, sino la que corresponde a las leyes del movimiento de un fenómeno determinado.
“El interés de la revolución socialista internacional”, al que apela Shachtman contra la naturaleza de clase del estado, significa, en ese momento dado, la más vaga de todas las abstracciones. Después de todo, el tema que nos ocupa es precisamente este: ¿de qué forma concreta podemos servir mejor los intereses de la revolución? Y no podemos evitar recordar que la misión de la revolución socialista es crear el estado obrero. Por lo tanto, antes de ponerse a hablar sobre la revolución socialista es preciso distinguir entre “abstracciones” como burguesía y proletariado, estado burgués y estado obrero, etc.
Shachtman malgasta su tiempo, y el de los demás, en probar que la propiedad nacionalizada no determina “por si misma”, “automáticamente”, “directamente”, “inmediatamente”, la política del Kremlin. Existe una rica literatura marxista sobre la forma en que la estructura económica determina la superestructura política, jurídica, filosófica, artística etc. La opinión de que lo económico determina directa e inmediatamente la creatividad de un compositor o el veredicto de un juez es una burda caricatura del marxismo que han hecho circular los académicos de todos los países, para disimular su impotencia intelectual[17].
Pero respecto al tema que nos ocupa, la interrelación entre las bases económicas del Estado soviético y la política del Kremlin, permitidme recordar al desmemoriado Shachtman que llevo diecisiete años hablando públicamente de la creciente contradicción entre las bases sentadas por la Revolución de Octubre y las tendencias de la “superestructura” del estado. He seguido paso a paso la creciente independencia de la burocracia respecto al proletariado soviético y el incremento de su dependencia respecto a clases y grupos de dentro y fuera del país. ¿Tiene Shachtman algo que añadir a éste análisis?
Sin embargo, aunque lo económico no determine lo político directa ni inmediatamente, sino en último análisis, por lo menos, lo determina. Los marxistas hacemos esta afirmación contra los teóricos burgueses y sus discípulos. A la vez que analizamos y denunciamos la creciente independencia de la burocracia respecto al proletariado, no perdemos de vista las fronteras sociales objetivas de tal “independencia”; es decir, la propiedad nacionalizada, suplementada por el monopolio del comercio exterior.
¡Sorprendente! Shachtman sigue apoyando el slogan sobre la revolución política contra la burocracia soviética. ¿Ha pensado alguna vez seriamente en el significado de esa consigna? Si mantenemos que las bases sentadas por la Revolución de Octubre se reflejan “automáticamente” en la política del estado, ¿por qué íbamos a proponer una revolución política contra la burocracia? Si, por el contrario, la URSS ha dejado de ser un estado obrero, sería precisa una revolución social, no política. Shachtman, consecuentemente, defiende la siguiente consigna: l) por el carácter de la URSS como estado obrero; 2) por el antagonismo irreconciliable entre las bases sociales del estado y la burocracia. Pero, a la vez que la repite, trata de socavar sus bases teóricas. ¿Para demostrar una vez más la independencia de su política respecto a “abstracciones” científicas?
Con el pretexto de luchar contra la caricatura burguesa del materialismo dialéctico, Shachtman abre de par en par las puertas al idealismo histórico. Para él, las formas de propiedad o la naturaleza de clase del estado son cuestiones indiferentes a la hora de analizar la política de un gobierno. El propio estado no es sino un animal de sexo indeterminado. Con los pies bien plantados en su lecho de plumas, Shachtman nos explica pomposamente —hoy, en 1940— que además de la propiedad nacionalizada hay que tener en cuenta la basura bonapartista y su política reaccionaria. ¡Vaya novedad! ¿Qué se cree? ¿Qué está hablando en un jardín de infancia?
Shachtman se alía también con Lenin
Para camuflar su falta de entendimiento de la esencia del problema de la naturaleza del Estado soviético, Shachtman se aferra a las palabras que Lenin pronunció contra mí, el 30 de diciembre de 1920, en la llamada Discusión Sindical: “El camarada Trotsky habla de estado obrero Permitidme corregirle, eso es una abstracción Nuestro estado es, en realidad, un estado de obreros y campesinos Nuestro estado actual es el que debe defender el proletariado organizado en él, y debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los trabajadores contra el estado, y para la defensa del estado por los trabajadores”. Basándose en esta cita, Shachtman se apresura a declarar que he repetido mi “error” de 1920. Pero en su precipitación, deja escapar un error aún mayor que hay en la propia cita. El 19 de enero de 1921, el propio Lenin escribió, respecto a su discurso del 30 de diciembre: “Afirmé que nuestro estado no es un estado obrero, sino un estado de obreros y campesinos ” Al leer el informe de la discusión, me doy cuenta de que estaba equivocado Debería haber dicho: El estado obrero es una abstracción. El nuestro es un estado obrero con las características siguientes: l) la población campesina predomina sobre la obrera, y 2) es un estado obrero con deformaciones burocráticas. Podemos sacar dos conclusiones de este episodio: a Lenin le importaba tanto la definición sociológica precisa del estado que estimó necesario autocorregirse en plena polémica. Y a Shachtman le importa tan poco la naturaleza del Estado soviético que, en veinte años, no se ha dado cuenta ni del error de Lenin ni de su corrección.
No voy a entrar ahora en detalles sobre lo adecuado de la crítica que me hizo Lenin. Creo que era incorrecta. En realidad, no había diferencia alguna entre nuestras definiciones del estado. Desde mi punto de vista, la formulación de Lenin de la cuestión del estado —unida a la corrección que hizo días después— es completamente exacta. Pero escuchemos el increíble uso que hace Shachtman de la definición de Lenin: “igual que hace veinte años se podía decir que el “estado obrero” era una abstracción, hoy podemos decir que el “estado obrero degenerado” es otra abstracción”. (Op. cit., pág. La teoría del “colectivismo burocrático”.) Es evidente que Shachtman no ha entendido a Lenin. Hace veinte años, el término “estado obrero” no podía considerarse, de ninguna manera, una abstracción; es decir, algo irreal o inexistente. La definición de “estado obrero”, aunque correcta en sí misma, era inadecuada para tareas particulares, en concreto, para la defensa de los trabajadores a través de sus sindicatos, y sólo en este sentido era abstracta. Sin embargo, en relación con la defensa de la URSS frente al imperialismo, esta misma definición era en 1920, y lo es hoy todavía, totalmente concreta, y por ello los trabajadores están obligados a defender dicho estado.
Shachtman no está de acuerdo. Escribe que: “Igual que fue preciso, en relación con el problema de los sindicatos, hablar de qué clase de estado obrero había en la URSS, es preciso establecer ahora, en relación con el tema de la guerra, el grado de degeneración del estado soviético Y este grado de degeneración no puede establecerse sólo mediante referencias abstractas a la existencia de propiedad nacionalizada, sino observando la realidad de los acontecimientos vivos Desde este punto de vista es imposible explicar por qué en 1920 la cuestión del carácter de la URSS salió a colación en relación con los sindicatos, es decir, con un asunto interno, mientras que hoy lo es respecto a la defensa de la URSS, es decir, en relación con el destino global del estado. En el primer caso, el estado obrero atacaba a los trabajadores; en el segundo, a los imperialistas”. La analogía es coja de ambas piernas; Shachtman identifica lo que contraponía Lenin.
Por lo menos, si tomamos las palabras de Shachtman al pie de la letra, podemos concluir que lo que le interesa es el grado de degeneración (¿de qué?, ¿de un estado obrero?); es decir, diferencias cuantitativas de evaluación. Supongamos que Shachtman ha logrado establecer el grado (¿dónde?) más precisamente que yo. Pero ¿cómo pueden afectar diferencias cuantitativas en la evaluación de la degeneración de un estado obrero a nuestra decisión de defensa de la URSS? Shachtman, permaneciendo fiel al eclecticismo, es decir, a sí mismo, habla de la cuestión de grado en un esfuerzo por mantener el equilibrio entre Burnham y Abern. Pero lo que está actualmente sobre el tapete no es el grado determinado por la “realidad de los acontecimientos vivos” (¡qué terminología tan “científica, concreta y experimental”!), sino si esos cambios cuantitativos han llegado a ser cualitativos; es decir, si la URSS es todavía un estado obrero, dentro de su degeneración, o si se ha transformado en un nuevo tipo de estado explotador.
Para esta cuestión básica, Shachtman no tiene respuesta. Ni la necesita. Sus argumentos son pura imitación de los de Lenin, que hablaba en relación a un tema diferente, con un contenido diferente y que contenían un error grave. Lenin, en la versión corregida, declaraba: “El estado actual no es sólo un estado obrero, sino un estado obrero con deformaciones burocráticas”. Shachtman declara: “El estado en cuestión no es sólo un estado obrero degenerado, sino ”, sino ¿qué? Shachtman no tiene nada más que decir. Público y orador se quedan mirándose, con la boca abierta.
¿Qué significa “estado obrero degenerado” en nuestro programa? El mismo programa responde con un grado de concreción ampliamente adecuado para resolver el problema de la defensa de la URSS: l) los rasgos que, en 1920, eran “deformaciones burocráticas” del sistema soviético, se han convertido en un régimen burocrático independiente que ha devorado los soviets; 2) la dictadura burocrática, incompatible con las tareas internas e internacionales del socialismo, ha introducido, y sigue introduciendo, profundas deformaciones en la vida económica del país; 3) sin embargo, el sistema de economía planificada, sobre la base de la propiedad estatal de los medios de producción, se ha conservado básicamente, y sigue siendo una conquista colosal de la humanidad. La derrota de la URSS por el imperialismo significaría no sólo la liquidación de la dictadura burocrática, sino de la economía planificada; el desmembramiento del país bajo esferas de influencia diferentes; una nueva estabilización del imperialismo, y un nuevo debilitamiento del proletariado mundial.
De la circunstancia de que las “deformaciones burocráticas” se han convertido en un régimen de autocracia burocrática deducimos que la defensa de los trabajadores a través de sus sindicatos (que han sufrido la misma degeneración que el estado) es hoy, en contraste con 1920, completamente idealista; es necesario destruir la burocracia; esta tarea se puede cumplir sólo mediante la creación de un partido bolchevique ilegal en la URSS.
De la circunstancia de que la degeneración del sistema político aún no ha destruido la economía estatal planificada, sacamos la consecuencia de que todavía el deber del proletariado del mundo es defender la URSS contra el imperialismo y ayudar al proletariado soviético en la lucha contra la burocracia.
¿Qué es exactamente lo que Shachtman encuentra abstracto en nuestra definición de la URSS? ¿Qué enmiendas concretas propone? La dialéctica nos enseña que “la verdad es siempre concreta”. Podemos, pues, aplicar esta regla a la crítica. No es suficiente con calificar de abstracta una definición. Es preciso señalar exactamente qué le falta. De otro modo, la crítica es estéril. En vez de concretar o cambiar la definición que tacha de abstracta, Shachtman la reemplaza por el vacío. No es suficiente. El vacío, hasta el más pretencioso, es la peor de las abstracciones, si no se le puede dar ningún contenido. No es asombroso que el vacío teórico haya desplazado al análisis de clase en la política de impresionismo aventurero.
“Economía concentrada”
A continuación, Shachtman cita las palabras de Lenin, “la política es economía concentrada” y, en ese sentido, “lo político no puede, pero de hecho alcanza primacía sobre lo económico”. Basándose en estas palabras de Lenin, Shachtman me recomienda que le haga el favor de interesarme sólo en lo económico (medios de producción nacionalizados), dejando a un lado lo político. Este segundo intento para sacar partido de Lenin no es superior al primero. ¡El error de Shachtman es aquí muy grave! Lo que Lenin quería decir es: cuando las tareas, intereses y procesos económicos adquieren un carácter consciente y generalizado (es decir, “concentrado”), entran, en virtud de este mismo hecho, en la esfera de la política, y constituyen su esencia. En este sentido, la política como economía concentrada, surge de la actividad económica diaria, atomizada, inconsciente y no generalizada.
Desde el punto de vista marxista, una política es correcta en la medida en que “concentre” profunda y extensamente la economía; esto es, expresa las tendencias progresivas de su desarrollo. Por ello basamos nuestra política, por y sobre todo, en el análisis de las formas de propiedad y de las relaciones de clase. Sólo sobre estas bases teóricas podemos hacer un análisis concreto de factores de la “superestructura”. Por ejemplo, cuando acusamos a la fracción opuesta de “conservadurismo burocrático”, buscamos inmediatamente los orígenes sociales (es decir, de clase) del fenómeno. Si utilizásemos otros procedimientos, se nos podría tachar de “marxistas platónicos” o, más simplemente, de imitamonos.
“La política es economía concentrada”. Podemos aplicar esta máxima al Kremlin, también. ¿O es que, como excepción de la regla general, la política del Gobierno de Moscú no es “economía concentrada”, sino el puro reflejo de los deseos de la burocracia? Nuestro intento de reducir la política del Kremlin a economía nacionalizada, deformada por los intereses de la burocracia, provoca la frenética resistencia de Shachtman. Con respecto a la URSS, no se guía por la generalización consciente de la economía, sino por la observación de la “realidad de los acontecimientos vivos”, es decir, por el capricho, la improvisación, sus simpatías y antipatías. Contrapone su política impresionista a la nuestra, basada en el análisis sociológico y al mismo tiempo nos acusa de no entender de política. ¡Increíble, pero cierto! Podemos estar seguros de que, en último análisis, la loca y caprichosa política de Shachtman es también “economía concentrada”, pero, ¡qué le vamos a hacer!, economía de la pequeña burguesía desclasada.
Comparación con guerras burguesas
Shachtman nos recuerda que en su tiempo las guerras burguesas eran progresistas, y luego se volvieron reaccionarias, y que esto no es suficiente, sin embargo, para definir socialmente a un estado implicado en la guerra. Esta afirmación no sólo no clarifica la cuestión, sino que la embrolla más. Las guerras burguesas pudieron ser progresistas sólo en la época en que todo el régimen burgués era progresista; ,en otras palabras, en la época en que la propiedad burguesa, en contradicción con la feudal, era un factor constructivo y de progreso. Las guerras burguesas se volvieron reaccionarias cuando la propiedad burguesa se convirtió en un obstáculo para el desarrollo, ¿Quiere decir Shachtman, en relación a la URSS, que la propiedad estatal de los medios de producción se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo, y que la extensión de esta forma de propiedad a otros países es una política económica reaccionaria? Obviamente, Shachtman no quiere decir eso. Simplemente, no saca conclusiones lógicas de sus propios pensamientos.
El ejemplo de las guerras burguesas es muy instructivo, aunque Shachtman lo pase por alto. Marx y Engels luchaban por una república alemana unificada. En la guerra de 1870-71, permanecieron al lado de los alemanes, a pesar de que la lucha por la unificación fue explotada y deformada por los parásitos dinásticos.
Shachtman remarca el hecho de que Marx y Engels se volvieron contra Prusia tras la anexión de Alsacia-Lorena. Pero este giro no hace sino ilustrar más claramente nuestro punto de vista. No podemos olvidar que aquella era una guerra entre dos estados burgueses. Los dos campos tenían un denominador común de clase. Sólo se podía decidir cuál era “el mal menor” —en tanto que la historia deja siempre, en general, una puerta abierta a la opción— en base a factores suplementarios. Del lado alemán, el problema era crear un estado nacional burgués, como campo para el desarrollo económico y cultural. En esta fase, el estado nacional era un factor de progreso histórico. Por eso, Marx y Engels permanecieron del lado de Alemania, a pesar de Hohenzollern y sus junkers. La anexión de Alsacia-Lorena violó el principio del estado nacional y sentó las bases de una guerra de revancha. Marx y Engels, naturalmente, se volvieron contra Prusia. No corrieron el peligro de servir a un sistema económico inferior en contra de uno superior porque, repito, en los dos campos prevalecían las relaciones burguesas. Si Francia hubiera sido un estado obrero en 1870, Marx y Engels hubieran estado de su Fiarte desde el principio, porque —me da vergüenza tener que repetirlo tantas veces— se guiaban en su actividad por criterios de clase.
Hoy, en los viejos estados capitalistas, ya no hay que construir las nacionalidades. Por el contrario, la humanidad está sufriendo la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el armazón del estado nacional. La misión del proletariado internacional es construir una economía planificada sobre las bases de la propiedad socializada y libre de fronteras nacionales, al menos en Europa. Es precisamente esta misión la que se expresa en nuestro slogan: “¡Por los Estados Unidos Socialistas de Europa!” La expropiación de los propietarios privados en Finlandia y Polonia es un factor de progreso en sí misma. Los métodos burocráticos del Kremlin cumplen en este proceso el mismo papel que los intereses dinásticos de los Hohenzollern en la unificación de Alemania. Siempre que debamos elegir entre la defensa de formas de propiedad reaccionarias por métodos reaccionarios y formas de propiedad progresivas por métodos burocráticos, no debemos situar los dos términos en el mismo plano —decir que ambos son igual de malos—, sino elegir el mal menor. No hay en esto más “capitulación” ante el stalinismo que lo que había de capitulación ante los Hohenzollern en la política de Marx y Engels. Es necesario añadir que el papel que jugaron los Hohenzollern en la guerra de 1870-71 no justifica ni la necesidad histórica general de la dinastía ni su propia existencia.
Derrotismo coyuntural o el huevo de Colón
Veamos a continuación cómo resuelve Shachtman, ayudado del vacío teórico, un problema especialmente vital. Escribe: “Nunca hemos apoyado la política internacional de la URSS, pero ¿qué es la guerra? La guerra es la continuación de la política por otros medios. Entonces, ¿por qué tenemos que apoyar una guerra que es la continuación de una política que no apoyábamos ni apoyamos?” (Op. citado, pág. La teoría del “colectivismo burocrático”.) No podemos negar la perfección del argumento; bajo la forma de un simple silogismo, se nos presenta una completa teoría del derrotismo. ¡Tan sencillo como el huevo de Colón! Puesto que nunca hemos apoyado la política internacional del Kremlin, nunca deberemos apoyar a la URSS. ¿Por qué no?
Pero Shachtman no es capaz de decir eso. En un pasaje anterior, escribe: “Decimos —la minoría nunca ha dicho lo contrario— que si los imperialistas atacan la Unión Soviética con la intención de destruir hasta la última conquista de la Revolución de Octubre y reducir a Rusia a un conjunto de colonias, apoyaremos incondicionalmente a la URSS”. (Op. cit., pág. 15.) ¡Permítame, permítame, permítame! La política internacional del Kremlin es reaccionaria; la guerra es la continuación de esta política reaccionaria; no podemos apoyar una guerra reaccionaria. ¿Por qué, inesperadamente, Shachtman cambia de posición y afirma que si el pernicioso imperialismo “ataca” a la URSS, con la poco recomendable intención de convertirla en una colonia, bajo esas excepcionales “condiciones”, deberemos defender la URSS “incondicionalmente”? ¿Qué sentido tiene esto? ¿Qué lógica? ¿O es que Shachtman, siguiendo el ejemplo de Burnham, ha relegado la lógica al terreno de la religión y otras piezas de museo?
La clave de todo este lío está en el hecho de que la afirmación “nunca hemos apoyado la política internacional del Kremlin” es una abstracción. Debe ser analizada y concretada. Actualmente, la burocracia, tanto en política interior como exterior, pone por encima de todo sus intereses parasitarios. En este sentido, luchamos a muerte contra ella; pero, en último análisis, los intereses de la burocracia reflejan, aunque en forma muy distorsionada, los intereses del estado obrero. Defendemos esos intereses con nuestros propios métodos. Por lo tanto, no nos oponemos a que la burocracia (con sus propios métodos) salvaguarde la propiedad estatal, el monopolio del comercio exterior, o se niegue a pagar las deudas zaristas. En una guerra entre la URSS y el mundo capitalista —independientemente de las “circunstancias” de esa guerra y las “intenciones” de tal o cual gobierno— estaría implicado el destino de las conquistas históricas que defendemos incondicionalmente; es decir, a pesar de la política reaccionaria de la burocracia. Por lo tanto, la clave del problema es —en última y decisiva instancia— la naturaleza de clase de la URSS.
Lenin dedujo su política de derrotismo del carácter imperialista de la guerra; pero no se detuvo ahí. Dedujo el carácter imperialista de la guerra de un estado específico del desarrollo del régimen capitalista y de su clase dirigente. Puesto que el carácter de una guerra está determinado, precisamente, por el carácter de clase de la sociedad y el estado, Lenin nos recomendó que, al determinar nuestra política respecto a una guerra imperialista, hagamos abstracción de circunstancias “concretas” como democracia o monarquía, agresión o defensa nacional. Por el contrario, Shachtman propone que deduzcamos el derrotismo de circunstancias coyunturales. Este derrotismo es indiferente al carácter de clase de la URSS o de Finlandia. Es suficiente con el carácter reaccionario de la burocracia o con la “agresión”. El que Francia, Inglaterra o los EE.UU. envíen aviones y bombas a Finlandia no afecta la política de Shachtman. Pero si las tropas inglesas llegasen a desembarcar en Finlandia, Shachtman le pondría a Chamberlain un termómetro debajo de la lengua y determinaría sus intenciones: si iba a defender a Finlandia de la agresión imperialista de la burocracia del Kremlin o si, además, pensaba destruir “hasta la última conquista de la Revolución de Octubre”. Estrictamente de acuerdo con la lectura del termómetro, Shachtman, el derrotista, estaría dispuesto a convertirse en defensista. Esto es lo que implica el sustituir los principios por “la realidad de los acontecimientos vivos”.
Como ya hemos visto, Shachtman pide insistentemente precedentes: ¿cuándo y dónde han demostrado los líderes de la oposición oportunismo pequeñoburgués? Puedo suplementar la respuesta que ya le he dado con dos cartas que cruzamos sobre el tema de la defensa y métodos de defensa con motivo de la Revolución Española. El 18 de septiembre de 1937, Shachtman me escribía:
“ dice usted que “si tuviéramos un militante en las Cortes votaría contra la política militar de Negrín”. 0 es un error tipográfico, o nos parece una incongruencia. Si, como hemos entendido hasta ahora, en la guerra española no predomina el elemento de la guerra imperialista, y si el elemento predominante todavía es la lucha entre una democracia burguesa decadente, con todo lo que esto implica, y el fascismo, no entendemos cómo sería posible votar en las Cortes contra la política militar Si en el frente de Huesca un socialista preguntase a un bolchevique por qué se opone a la propuesta de Negrín de dedicar un millón de pesetas a la compra de fusiles para el frente, ¿qué respondería? No creemos que pudiera tener una respuesta adecuada ” (La cursiva es mía.)
La carta me sorprendió extraordinariamente. Shachtman pretendía confiar en el pérfido gobierno de Negrín, basándose simplemente en una consideración negativa: el “elemento de la guerra imperialista” aun no era predominante en España.
El 20 de septiembre le contesté:
“Votar la política militar de Negrín implica un voto de confianza a su gobierno Hacerlo sería un crimen. ¿Cómo explicaríamos nuestro voto a los trabajadores anarquistas? Muy sencillamente: no tenemos confianza en la capacidad de este gobierno para llevar la guerra a la victoria. Acusamos a este gobierno de proteger a los ricos y atacar a los pobres. Este gobierno debe caer. Mientras no seamos capaces de reemplazarlo, estaremos luchando bajo su mando. Pero expresaremos nuestra desconfianza en él en cada oportunidad que tengamos; es nuestra única posibilidad de movilizar a las masas contra el gobierno y preparar su caída. Cualquier otra política sería una traición a la revolución”.
El tono de esta respuesta no refleja sino débilmente la impresión que me produjo la postura oportunista de Shachtman. Los errores aislados son inevitables, pero hoy, dos años y medio después, podemos analizar esta correspondencia bajo una nueva luz. Puesto que defendemos a la burocracia burguesa contra el fascismo, no podemos negar nuestra confianza al gobierno burgués. Al aplicar este mismo teorema al caso de la URSS, se convierte en su opuesto: puesto que no tenemos confianza en el gobierno del Kremlin, no debemos defender el estado obrero. El pseudo-radicalismo es sólo el anverso del oportunismo.
La renuncia al criterio de clase
Volvamos de nuevo al ABC. En sociología marxista, el punto de partida de todo análisis es la definición de clase de un fenómeno dado, sea estado, partido, filosofía, tendencia, escuela literaria, etc. En muchos casos, sin embargo, la mera definición de clase es inadecuada, puesto que una clase consta de diferentes estratos, pasa por distintos estados de desarrollo, bajo diferentes condiciones, o está sometida a la influencia de otra clase. Es preciso tener en cuenta, en ese caso, esos factores secundarios o terciarios para redondear el análisis y, según nuestra intención, los tendremos en cuenta total o parcialmente. Pero para un marxista, el análisis de un fenómeno es imposible sin una caracterización de clase de dicho fenómeno.
El esqueleto y el sistema muscular no agotan la anatomía de un animal; sin embargo, un tratado de anatomía que intentase “abstraerse” de los músculos y los huesos se quedaría flotando en el aire. La guerra no es un órgano, sino una función de la sociedad, es decir, de su clase dominante. Pero es imposible estudiar una función sin conocer el órgano que la produce, es decir, el estado, y es imposible comprender el órgano sin haber analizado la estructura general de organismo, es decir, la sociedad. Los músculos y los huesos de la sociedad son las fuerzas de producción y las relaciones de clase (propiedad). Shachtman pretende que la función (la guerra) puede ser estudiada “concretamente”, independientemente del órgano que la produce (el estado). ¿No es monstruoso?
Este error fundamental va acompañado de otro aun más llamativo. Después de separar la función del órgano, se pone a analizarla en contra de todas sus premisas; no va de lo abstracto a lo concreto, sino que disuelve lo concreto en abstracciones. La guerra imperialista es una de las funciones del capital financiero, es decir, de la burguesía en una etapa determinada de su desarrollo, en la que descansa sobre un capitalismo con una estructura específica, el capital monopolista. Estas definiciones son lo bastante concretas para nuestras conclusiones políticas. Pero, al extender el concepto de guerra imperialista también al estado soviético, Shachtman socava el terreno que tiene bajo los pies. Para justificar, aunque sea superficialmente, la aplicación de la misma designación a la expansión del capital financiero y del estado obrero, Shachtman se ve obligado a prescindir de la estructura social de ambos, declarándolas “abstracciones”. De este modo, jugando al escondite con el marxismo, ¡define lo concreto como abstracto y desprecia lo abstracto por concreto!
Este extravagante juego con la teoría no es accidental. Todo pequeñoburgués estadounidense está dispuesto a llamar “imperialista” a cualquier ocupación de territorio, especialmente en este momento, en el que los EE.UU. no están ocupados en invadir nada. Pero si le dijéramos al mismo pequeñoburgués que toda la política exterior del capital financiero es imperialista, independientemente de que en un momento dado se esté anexionando Finlandia o “defendiéndola” de que se la anexione otro, nuestro pequeño burgués estallaría de pía indignación. Por supuesto, los líderes de la oposición son muy diferentes de un pequeñoburgués ordinario, tanto en sus intenciones como a nivel político. Pero tienen las mismas bases de pensamiento. Un pequeñoburgués siempre intenta separar los acontecimientos políticos de sus bases sociales, porque hay un conflicto orgánico entre el enfoque de clase de los hechos y la posición social y la educación de los pequeñoburgueses.
Otra vez Polonia
Mi afirmación de que el Kremlin, por métodos burocráticos, estaba impulsando la revolución en Polonia, ha sido transformada por Shachtman en la afirmación de que, en mi opinión, es presumiblemente posible la “revolución burocrática” del proletariado. Ha limitado rígidamente mi expresión. No es sólo incorrecto, sino desleal. No se trata de la “revolución burocrática”, sino sólo de un impulso por medios burocráticos. Negar ese impulso es negar la realidad. Las masas populares de Ucrania occidental y Bielorrusia, en cualquier caso, sintieron ese impulso, lo comprendieron y lo utilizaron para dar un cambio fundamental a las relaciones de propiedad. Un partido revolucionario que no sepa notar ese impulso en su momento ni utilizarlo, no valdrá para nada.
Este impulso en dirección a la revolución socialista fue posible sólo porque la burocracia de la URSS tiene sus raíces en la economía de un estado obrero. La utilización revolucionaria de este “impulso” fue posible sólo dado el carácter de clase de la lucha en los territorios ocupados, según el modelo de la Revolución de Octubre. Por último, la estrangulación o semiestrangulación de este movimiento de masa fue posible sólo por el aislamiento del movimiento mismo y por el poder de la burocracia de Moscú. Quien no sepa explicar la interacción dialéctica de estos tres factores: el estado obrero, las masas oprimidas y la burocracia bonapartista, hará mejor callándose y no hablando inútilmente sobre los sucesos de Polonia.
En las elecciones para la Asamblea Nacional de Ucrania y Bielorrusia, el programa electoral, naturalmente dictado por la burocracia del Kremlin, contenía tres puntos muy importantes: inclusión de ambas provincias en la Federación de la URSS: confiscación de las fincas de los señores en favor de los campesinos: nacionalización de las grandes industrias y de la Banca. Los demócratas ucranianos, a juzgar por su conducta, estimaron como mal menor la unificación en un estado único. Y, desde el punto de vista de la lucha posterior por la independencia, estaban en lo cierto. Creemos que, entre nosotros, nadie negará lo progresivo de los otros dos puntos del programa. Tratando de negar que sean las bases sociales de la URSS las que imponen al Kremlin un programa social revolucionario, Shachtman se refiere al caso de Estonia, Lituania y Latvia, donde las cosas quedaron igual que estaban. ¡Increíble argumento! Nadie ha dicho que la burocracia soviética, en todo momento y lugar, quiera o pueda expropiar a la burguesía. Lo único que hemos dicho es que ningún otro Gobierno podría haber llevado a cabo la revolución social que se vio obligada a llevar a cabo la burocracia del Kremlin en Polonia del Este a pesar de su alianza con Hitler. Si no lo hubiera hecho, no hubiera podido incluir el territorio en la Federación de la URSS.
Shachtman está enterado de la revolución en sí. No puede negarla. Pero es incapaz de explicarla. Aunque, al menos, intenta salvar la cara. Escribe: “En la Ucrania polaca y la Rusia Blanca, donde, además de la explotación de clase se daba la opresión nacional los campesinos empezaron por tomar ellos mismos la tierra, expulsando a los señores que a empezaban a darse a la fuga”, etc. (op. cit., pág. El proletariado y sus dirigentes). El Ejército Rojo no tuvo nada que ver con todo esto. Llegó a Polonia sólo como “fuerza contrarrevolucionaria”, para suprimir el movimiento. Pero ¿por qué no han hecho la revolución los obreros y campesinos de la Polonia ocupada por Hitler? ¿Por qué huyen de ella principalmente los revolucionarios, los “demócratas” y los judíos, mientras que de Polonia del Este huyen sobre todo los terratenientes y los capitalistas? Shachtman no tiene tiempo para pensar en esto; tiene demasiada prisa en explicarme que la concepción de la “revolución burocrática” es absurda, ya que sólo los trabajadores pueden conseguir su propia emancipación. ¿No tengo otra vez razón para decir que parece que cree estar en un jardín de infancia?
En el órgano parisiense de los mencheviques —quienes, si es posible, tienen una actitud más irreconciliable hacia el Kremlin que el propio Shachtman— se dice que: “en las aldeas —frecuentemente al acercarse las tropas soviéticas (es decir, antes de entrar, L. T.)— surgen comités de campesinos por todas partes, los órganos elementales de la revolución campesina se autorregulan ” Las autoridades militares se apresuraron a someter estos comités a los órganos burocráticos que han creado en las ciudades. Pero, al menos, se vieron obligados a apoyarse en ellos porque si no les era imposible llevar a cabo la revolución agraria.
Dan, el líder de los mencheviques, escribía el 19 de octubre: “De acuerdo con el testimonio unánime de todos los observadores, la aparición del Ejército y la burocracia soviéticas supone —no sólo en el territorio ocupado, sino también alrededor— un importante impulso para la revuelta y la transformación social”. Por tanto, yo no me he inventado el “impulso”; ha sido el “testimonio unánime de los observadores”, quienes tienen ojos y oídos. Dan va más allá y expresa la suposición de que: “las olas engendradas por este impulso no sólo herirán a Alemania en un período relativamente corto, sino también, en una u otra medida, a otros estados”.
Otro autor menchevique escribe: “Aunque no quede en el Kremlin nada que pueda oler a revolución, la simple entrada de las tropas soviéticas en la Polonia oriental, que ha vivido tantos años sometida a relaciones agrarias semi-feudales, crea un movimiento agrario torrencial. Al acercarse las tropas soviéticas, los campesinos ocupan las fincas de los señores y forman comités campesinos”. Observad: al acercarse las tropas soviéticas, y no al retirarse, como harían suponer las palabras de Shachtman. Cito testimonios de los mencheviques porque están muy bien informados, sus fuentes de información son los emigrados polacos y judíos en Francia, y también porque, como han capitulado ante la burguesía francesa, estos caballeros no serán sospechosos de capitular ante el stalinismo.
Además, el testimonio de los mencheviques es confirmado por la prensa burguesa:
“La revolución agraria en la Polonia soviética ha tenido la fuerza de un movimiento espontáneo. Tan pronto como se enteraron de que el Ejército Rojo había atravesado el río Zhruez, los campesinos empezaron a repartiese las tierras de los señores. La tierra se ha dado a pequeños propietarios. Se ha expropiado de este modo alrededor del 30 por 100 de la tierra cultivable”. (New York Times, 17 de enero de 1940.)
Bajo la apariencia de un nuevo argumento, Shachtman me devuelve mis propias palabras de que el hecho de la expropiación en Polonia oriental no puede modificar nuestra apreciación general de la política del Kremlin. ¡Claro que no! Nadie se lo ha propuesto. Con la ayuda del Comintern, el Kremlin ha desorientado y desmoralizado a las masas hasta el punto de facilitar una nueva guerra imperialista haciendo, además, extremadamente difícil la utilización de esta guerra con propósitos revolucionarios. Comparada con estos dos crímenes, la ayuda a la revolución en dos provincias, pagada además con creces por el sometimiento de Polonia, es de importancia secundaria, y no modifica el carácter reaccionario general de la política del Kremlin. Pero, por iniciativa de la misma oposición, la cuestión que se plantea ahora no es de carácter general, sino el reflejo de esta política general bajo determinadas circunstancias de tiempo y lugar. Para los campesinos de Galizia y Bielorrusia, la revolución agraria era de fundamental importancia. La IV Internacional no podía boicotear esta revolución con el pretexto de que la iniciativa la había tomado la burocracia reaccionaria. Nuestro deber fundamental era participar en la revolución del lado de los obreros y campesinos y, en esa medida, del lado del Ejército Rojo. Al mismo tiempo, era necesario prevenir incansablemente a las masas del carácter reaccionario de la política del Kremlin en general, y de los peligros que éste podía acarrear a los territorios ocupados. La política bolchevique consiste precisamente en saber cómo combinar estas dos tareas, o mejor dicho, estas dos caras de la misma tarea.
Otra vez Finlandia
Tras demostrar tan gran perspicacia en la comprensión de los problemas de Polonia, Shachtman se lanza sobre mí, con autoridad redoblada, en relación con los acontecimientos de Finlandia. En mi artículo “La oposición pequeñoburguesa ” escribí que “la guerra entre Finlandia y la URSS parece que empieza a suplantarse con una guerra civil, en la que el Ejército Rojo se encontraría, en un determinado momento, en el mismo bando que los campesinos y trabajadores finlandeses ” Esta fórmula tan cautelosa no ha agradado a mi duro juez. Mi evaluación de los sucesos de Polonia ya le había sacado de quicio. Shachtman escribe en la página 16 de su carta: “Encuentro todavía menos justificadas sus —¿cómo decirlo?— asombrosas apreciaciones sobre Finlandia”. Siento mucho que Shachtman se asombre tanto, en vez de pensar un poco.
En los Estados Bálticos, el Kremlin se contentó con ganancias estratégicas, indudablemente con la idea de que, en el futuro, estas bases militares estratégicas le permitirían sovietización de estas áreas fronterizas del imperio de los zares. Estos éxitos en el Báltico, conseguidos mediante tratados diplomáticos, se tropezaron con la resistencia de Finlandia. Capitular ante esta oposición hubiera supuesto para el Kremlin poner en peligro su prestigio e incluso sus éxitos en Latvia, Estonia y Lituania. Por tanto, y en contra de sus planes iniciales, el Kremlin se vio obligado a recurrir a la fuerza de las armas. Ante este hecho, cualquier persona con dos dedos de frente se habría preguntado: ¿Qué es lo que pretende el Kremlin?; ¿asustar a la burguesía finlandesa y arrancarle algunas concesiones, o algo más? No hay una respuesta “automática” a esta pregunta. Es necesario —a la luz de las tendencias generales— orientarse sobre los síntomas concretos. Los líderes de la oposición son incapaces de ello.
Las operaciones militares comenzaron el 30 de noviembre. El mismo día, el Comité Central del Partido Comunista de Finlandia, situado indudablemente en Moscú o Leningrado, lanzaba un manifiesto por radio al pueblo trabajador finlandés. Proclamaba: “Por segunda vez en su historia, la clase trabajadora de Finlandia está iniciando una lucha contra el payaso de la plutocracia. El primer intento de obreros y campesinos de 1918 terminó con la victoria de los capitalistas y los terratenientes. Pero esta vez ¡vencerá el pueblo trabajador!” Este manifiesto prueba claramente que no se trataba sólo de amedrentar al gobierno burgués de Finlandia, sino de provocar una insurrección en el país y suplementar la invasión del Ejército Rojo con una guerra civil.
La declaración del 2 de diciembre del llamado “Gobierno Popular” dice: “En distintas partes del país, el pueblo se ha levantado y proclama la creación de una república democrática”. Esta afirmación es obviamente artificial, pues, de lo contrario, el manifiesto hubiera mencionado los lugares en que habían tenido lugar los intentos de insurrección. Sin embargo, es posible que hubiera habido algunos intentos que acabaron en fracaso, y por ello se estimó más conveniente no entrar en detalles. En cualquier caso, las “noticias” sobre insurrecciones, constituían una llamada a la insurrección. Más aún; la declaración incluía la información de la “formación del primer cuerpo de ejército finlandés, que en el curso de futuras batallas se verá incrementado por voluntarios de las filas de los trabajadores y campesinos revolucionarios”. Aunque este “cuerpo” fuera de mil hombres, o de cien, su importancia respecto a la política del Kremlin es incuestionable. Al mismo tiempo, los cables repetían las noticias sobre expropiaciones de los terratenientes en las regiones fronterizas. No cabe la menor duda de que esto es lo que sucedió durante el primer avance del Ejército Rojo. Incluso si consideramos que estos despachos son una invención, no pierden su significado de llamada a la revolución agraria. Por tanto, tengo perfecto derecho para afirmar: “la guerra entre Finlandia y la URSS parece que empieza a ser suplementada por una guerra civil”. Es cierto que a primeros de diciembre sólo disponía de parte de esta información. Pero conocía el trasfondo de la situación general, y, me atrevo a añadir, comprendía su lógica interna, por lo que los síntomas aislados me permitían establecer las direcciones generales de la lucha. Sin estas conclusiones semi-apriorísticas, uno puede ser un observador de los acontecimientos, pero nunca un participante activo. Pero ¿por qué no encontró respuesta de las masas la llamada del “Gobierno Popular”? Por tres razones: primera, Finlandia está completamente dominada por un aparato militar reaccionario que se apoya no sólo en la burguesía, sino también en las capas superiores del campesinado y de la burocracia obrera; segunda, la política del Kremlin triunfó a la hora de convertir al Partido Comunista de Finlandia en un factor insignificante; tercera, el régimen de la URSS es incapaz de producir entusiasmo entre las masas trabajadoras finlandesas. Incluso en la Ucrania de 1918 a 1920 los campesinos respondieron con mucha lentitud a los llamamientos a ocupar las fincas de los señores porque el poder del soviet local era todavía débil, y cada victoria de los Blancos provocaba expediciones de castigo contra ellos. Con menos razón podemos sorprendernos ahora de que los campesinos finlandeses tarden en responder a la llamada a la revolución agraria. Serían necesarios serios triunfos del Ejército Rojo para que los campesinos se pusieran en movimiento. Pero durante este primer avance tan mal preparado sólo ha sufrido derrotas. En estas condiciones, no se puede hablar de levantamiento campesino: Era imposible esperar una guerra civil independiente en la Finlandia actual; mis cálculos hablaban bastante explícitamente de suplementar las operaciones militares con medidas de guerra civil. Y pienso —por lo menos mientras no haya sido aniquilado el ejército finlandés— sólo en los territorios ocupados y las regiones próximas a ellos. Hoy, 17 de enero, mientras escribo estas líneas, recibo un despacho desde Finlandia en el que se dice una provincia fronteriza ha sido invadida por finlandeses que emigrados y se están matando, literalmente, entre hermanos. ¿Qué es esto, si no es un episodio de guerra civil? En cualquier caso, cualquier avance del Ejército Rojo en Finlandia confirmaría nuestra visión general de la guerra. Shachtman no tiene ni un análisis de la guerra ni la sombra de un pronóstico. Se autolimita a una noble indignación, y a cada paso se hunde más en el lodo.
La llamada del “Gobierno Popular” incita al control obrero. ¿Qué significa esto?, exclama Shachtman. Si no hay control obrero en la URSS, ¿cómo puede haberlo en Finlandia? Aunque sienta decirlo, Shachtman no comprende, en absoluto, la situación. En la URSS el control obrero es una etapa ya superada. Pasaron del control sobre la burguesía a la administración de la propiedad nacionalizada. De la administración obrera, al dominio de la burocracia. El nuevo control obrero significaría control sobre la burocracia. No podría establecerse más que en el caso de un levantamiento con éxito contra la burocracia. En Finlandia, el control obrero sólo significa todavía la expulsión de la burguesía nativa, cuyo puesto piensa ocupar la burocracia. Sin embargo, no podemos pensar que el Kremlin sea tan estúpido como para pretender dominar Polonia oriental o Finlandia mediante comisarios importados. Por tanto, su necesidad primaria es la creación de un nuevo aparato administrativo entre la población trabajadora de las áreas ocupadas. Para llevar a cabo esta tarea son precisos varios pasos. El primero es la creación de comités campesinos y de control obrero[18].
Shachtman se aferra al hecho de que el programa del gobierno de Kuusinen es “formalmente el programa de una democracia burguesa”. ¿Quiere decir con esto que el Kremlin está más interesado en establecer la democracia burguesa en Finlandia que en someterla a la URSS? Ni él mismo sabe lo que quiere decir. En España, en donde el Kremlin no preparaba la unión con la URSS, quedó demostrada la habilidad de Moscú para defender la democracia burguesa contra la revolución proletaria. En aquella situación internacional a la burocracia del Kremlin le interesaba cumplir esa misión. Ahora la situación es diferente. El Kremlin no está interesado en demostrar su inutilidad a Francia, Inglaterra y EE.UU. Como han probado los hechos, está decidido firmemente a socializar Finlandia, sea de una vez o por etapas. El programa del gobierno de Kuusinen, incluso desde el punto de vista formal, es idéntico al de los bolcheviques en 1917. A decir verdad, Shachtman hace mucho hincapié en la significación que atribuyo al manifiesto del “idiota” de Kuusinen. Sin embargo, me tomo la libertad de considerar que el “idiota” de Kuusinen, actuando en la esfera del Kremlin y con el apoyo del Ejército Rojo, representa un factor político mucho más serio que montones de sabihondos superficiales, que se niegan a pensar a través de la lógica (dialéctica) interna de los acontecimientos.
Como resultado final de todo este notable análisis, Shachtman propone una política derrotista respecto a la URSS, añadiendo (para uso de emergencia) que “no dejará de ser un patriota de su clase”. Esta información nos satisface mucho. El problema es que Dan, el líder de los mencheviques, ya el 12 de noviembre escribía que si la URSS invadía Finlandia, el proletariado mundial “debería tomar decisivamente una postura derrotista respecto a esta violencia” (Sozialisticheski Vestnik, 19-20 de noviembre, ver final de pág. Carta a Sherman Stanley). Es preciso añadir que, bajo el régimen de Kerensky, Dan era un defensista rabioso. Sólo la invasión de Finlandia le ha convertido en derrotista. Naturalmente no ha dejado de ser “un patriota de su clase”. ¿De qué clase? La pregunta no carece de interés. En el análisis de los hechos, Shachtman difiere de Dan, que está más cerca del teatro de los acontecimientos y no puede reemplazarlos por la ficción; pero, en compensación, a la hora de las “conclusiones políticas concretas”, se convierte en un “patriota” de la misma clase que Dan. En sociología marxista, con el permiso de la oposición, esta clase se llama pequeña burguesía.
La teoría de las “alianzas”
Para justificar su alianza con Burnham y Abern —contra el ala proletaria del partido, contra el programa de la IV Internacional y contra el ámbito marxista— Shachtman ha utilizado también la historia del movimiento revolucionario, que —de acuerdo con sus propias palabras— ha estudiado con el propósito de transmitir las grandes tradiciones a la generación más joven. El fin en sí, es, por supuesto, excelente. Pero requiere un método científico. Sin embargo, Shachtman ha empezado por sacrificar el método a una alianza. Sus ejemplos históricos son arbitrarios, traídos por los pelos y, por tanto, falsos.
No toda colaboración es una alianza, en el sentido más completo del término. Frecuentemente se producen acuerdos temporales que no se transforman, ni llegarán a transformarse, en alianzas prolongadas. Por otro lado, el militar en el mismo partido no puede decirse que sea precisamente una alianza. He pertenecido junto con el camarada Burnham (y espero seguir perteneciendo muchos años) al mismo partido internacional, pero no estamos aliados. Dos partidos pueden aliarse entre sí contra un enemigo común; ésta es, por ejemplo, la política del “Frente Popular”. Dentro del mismo partido, tendencias cercanas, pero no coincidentes por completo, pueden aliarse contra una tercera.
Hay dos cuestiones de significación decisiva para evaluar las alianzas internas del partido: l) ¿Contra quién o contra qué se dirige la alianza?; 2) ¿Cuál es la correlación de fuerzas dentro del bloque? Por ejemplo, dentro de nuestro partido es muy permisible una alianza entre internacionalistas y centristas para luchar contra el chauvinismo. Los resultados de la alianza dependerían, en este caso, de la claridad del programa de los internacionalistas, su cohesión y disciplina, ya que estos rasgos no son menos importantes que el peso numérico a la hora de establecer una correlación de fuerzas.
Como he dicho antes, Shachtman recurre a la alianza de Lenin y Bogdanov. Ya he afirmado que Lenin no hizo la más mínima concesión teórica. Vamos a examinar ahora el aspecto político de esa “alianza”. Antes de nada, es preciso establecer que no se trató de una alianza, sino de colaboración en una organización común. La fracción bolchevique llevaba una vida independiente. Lenin no formó ningún “bloque” con Bogdanov contra otras tendencias de la organización. Por el contrario, lo formó con los “bolcheviques conciliadores” (Dubroninsky, Rykov y otros) contra las herejías teóricas de Bogdanov. En esencia, lo que intentaba Lenin era mantenerse mientras fuera posible en una y la misma organización política que Bogdanov, organización que, aunque se la denominaba “fracción”, tenía todos los rasgos de un partido. Si Shachtman no cree que la oposición es una organización independiente, a su referencia a la “alianza” Lenin-Bogdanov le faltan piezas.
Pero el error al establecer la analogía no se queda en esto. La fracción-partido bolchevique llevaba a cabo una lucha contra los mencheviques, que ya se habían revelado completamente como agentes pequeñoburgueses de la política de la burguesía liberal. Esto era mucho más serio que la acusación de “conservadurismo burocrático”, cuyas raíces de clase aún no ha podido encontrar Shachtman. La colaboración de Lenin con Bogdanov era la colaboración de una tendencia proletaria con una tendencia centrista y sectaria, contra el oportunismo pequeñoburgués. Las líneas de clase están definidas claramente. La “alianza” (si alguien quiere llamarla así en un momento dado) estaba plenamente justificada.
También es muy significativa la historia posterior del “bloque”. En la carta a Gorki que cita Shachtman, Lenin expresa su esperanza de que sea posible separar la política de lo puramente filosófico. Shachtman olvida añadir que la esperanza de Lenin no llegó a realizarse. Las diferencias surgidas en el terreno filosófico invadieron todos los demás, hasta los problemas más corrientes. Si la “alianza” no desacreditó al bolchevismo fue porque Lenin tenía un programa completo, un método correcto y una fracción muy unida, en la que el grupo de Bogdanov era sólo una minoría inestable.
Shachtman ha llevado a cabo una alianza con Burnham y Abern contra el ala proletaria de su propio partido. La correlación de fuerzas dentro del bloque está completamente en contra suya. Abern tiene su propio grupo. Burnham, con el apoyo de Shachtman, puede crear una fracción de intelectuales desilusionados del bolchevismo. Pero no tiene ni un programa, ni un método, ni un grupo de adeptos independientes. El carácter ecléctico del “programa” de la oposición está determinado por las tendencias contradictorias que tiene en su interior. Cuando se produzca el colapso —que es inevitable— Shachtman saldrá de la lucha sin nada, como no sea el daño que ha hecho al partido y a sí mismo.
Shachtman añade que en 1917, Lenin y Trotsky se unieron tras una larga lucha, y que sería, por tanto, incorrecto recordar sus pasadas diferencias. Este ejemplo es muy peligroso, porque Shachtman lo utilizó ya una vez, para explicar su alianza con Cannon contra Abern. Pero, dejando esto de lado, la analogía histórica es falsa. Al unirse al partido bolchevique, Trotsky reconoció amplia y totalmente la corrección de los métodos leninistas de construcción del partido. Si no salió a relucir en 1917 el problema de la “revolución permanente” fue porque, para ambas partes, la cuestión había sido zanjada ya por el desarrollo de los hechos. La revolución proletaria, y no combinaciones episódicas o subjetivas, fue la base de la unión. Y ésta si es una base sólida. Además, en este caso no se trataba de una alianza, sino de la unificación en un mismo partido, contra la burguesía y sus agentes pequeñoburgueses. Dentro del partido, la “alianza de octubre” entre Lenin y Trotsky se realizó contra las vacilaciones de los elementos pequeñoburgueses en torno al problema de la insurrección.
Igual de superficial es la referencia de Shachtman a la alianza de Trotsky y Zinoviev en 1926. Entonces, la lucha no se dirigía contra el “conservadurismo burocrático” como rasgo psicológico de unos cuantos individuos poco simpáticos, sino contra la burocracia cada vez más poderosa en el mundo, sus privilegios, sus normas arbitrarias y su política reaccionaria. El espectro de diferencias permisible dentro de una bloque viene determinado por el carácter del adversario.
La relación de elementos dentro del bloque era, por otra parte, muy diferente. La oposición de 1923 tenía su propio programa y sus propios cuadros, compuestos básicamente por trabajadores, no intelectuales, como afirma Shachtman, eco fiel de los stalinistas. La oposición Zinoviev-Kamenev reconoció, a petición nuestra, en un documento especial, que la oposición de 1923 estaba en lo correcto en todas las cuestiones fundamentales. Ya que teníamos tradiciones diferentes y no estábamos de acuerdo en todo, nunca llegó a producirse la fusión, los dos grupos siguieron siendo fracciones independientes. Sin embargo, la oposición de 1923 hizo a la de 1926 ciertas concesiones de principio en temas importantes —con mi voto en contra—, concesiones que consideré y sigo considerando impermisibles. Cometí un error al no protestar abiertamente por dichas concesiones. Pero no había mucho espacio para protestas abiertas, puesto que trabajábamos ilegalmente. En cualquier caso, informé de mi postura sobre los temas discutidos a ambos bandos. En la oposición de 1923, el 99 por 100, si no más, compartían mis puntos de vista, y no los de Zinoviev o Radek. Con semejante relación de fuerzas dentro de los dos grupos del bloque, se puede hablar de errores circunstanciales, pero no de aventurerismo.
Con Shachtman el caso es diferente. ¿Quién estaba en lo cierto en el pasado, cómo y dónde? ¿Por qué estuvo primero con Abern, luego con Cannon y otra vez con Abern? La explicación que da a las duras luchas fraccionases del pasado es la de un nene de teta, no la de un político responsable: Jhonny estaba un poco equivocado, Marx otro poco, todos estábamos un poquito equivocados; ahora, todos estamos un poquito en lo cierto. Quién y en qué se equivocaba, ni palabra. No hay tradición. El ayer está fuera de su pensamiento y, ¿por qué? Porque en el organismo del partido el camarada Shachtman es como un riñón flotante.
En su búsqueda de analogías históricas, Shachtman cita un ejemplo que tiene cierto parecido con el bloque actual. Me refiero a la llamada alianza de agosto de 1912. Participé activamente en ella, creándola, en cierto sentido. Políticamente difería de los mencheviques en todas las cuestiones fundamentales. Difería también con los bolcheviques de extrema izquierda, los Vperyodists. En líneas generales, con, quien estaba más de acuerdo era con los bolcheviques, pero estaba contra el “régimen” de Lenin porque todavía no había comprendido que a la hora de llevar a cabo un fin revolucionario es indispensable un partido firmemente centralizado. Y de este modo formé una alianza de elementos heterogéneos, dirigida contra el ala proletaria del partido.
En ella, los “liquidators” tenían su propia fracción, los Vperyodists algo parecido, y yo estaba aislado. Redactaba yo mismo muchos de los documentos y, sobre diferencias de principio, trataba de dar la impresión de unanimidad en “cuestiones políticas concretas”. ¡Ni una palabra del pasado! Lenin sometió a la alianza de agosto a una crítica sin piedad, y a mí me tocó la peor parte. Probó que, puesto que no estaba políticamente de acuerdo ni con los mencheviques ni con los Vperyodists, estaba llevando a cabo una política aventurera. Era duro, pero cierto.
Dejadme mencionar, como “atenuantes”, el hecho de que consideraba mi deber, no la defensa de los intereses de los ultraizquierdistas, sino conseguir la unidad del partido. Los bolcheviques también fueron invitados a la conferencia de agosto. Pero como Lenin se negó en rotundo a unirse a los mencheviques (en lo que, ahora, le doy toda la razón), quedé enredado en esa alianza antinatural de mencheviques y vperyodists. La segunda circunstancia atenuante es que el fenómeno del bolchevismo, como representante auténtico del partido revolucionario, se estaba desarrollando por primera vez, no había antecedentes prácticamente en la II Internacional. Pero no quiero absolverme de la culpa. A pesar de que la concepción de la revolución permanente estaba en la perspectiva correcta, todavía no me había librado, en la esfera organizativa, de los rasgos propios de un revolucionario pequeñoburgués. Estaba enfermo de conciliadorismo hacia los mencheviques y de disgusto hacia el centralismo leninista. Nada más acabar la conferencia de agosto, el bloque empezó a desintegrarse en sus componentes iniciales. Al cabo de pocos meses, estaba fuera del bloque, no sólo en principio, sino organizativamente.
Hoy tengo que decirle a Shachtman, con la misma acritud que me lo dijo a mí Lenin hace veintisiete años: “Tu bloque no tiene principios. Tu política es aventurera”. Espero, de todo corazón, que saque de estas acusaciones las mismas conclusiones que saqué yo.
Las fracciones en lucha
Shachtman parece sorprenderse de que “Trotsky, el líder de la oposición de 1923, pueda soportar el burocratismo de la fracción de Cannon”. En esto, como en el asunto del control obrero, Shachtman muestra su falta del sentido de la perspectiva histórica. Es verdad que, para justificar su dictadura, la burocracia soviética ha utilizado los principios del centralismo bolchevique, pero en este proceso los ha transformado en todo lo contrario de lo que eran. Pero esto no desacredita, en último término, los métodos del bolchevismo. Durante muchos años, Lenin educó al partido de la disciplina proletaria y del centralismo más severo. Al hacerlo, hubo de sufrir cientos de veces el ataque de las pandillas y fracciones pequeñoburguesas. El centralismo bolchevique era un factor progresivo, y aseguró el triunfo de la revolución. No es difícil comprender que la lucha de la actual oposición del SWP no tiene nada en común con la lucha de la oposición rusa de 1923 contra la casta privilegiada de los burócratas, pero, en cambio, tiene gran parecido con la lucha de los mencheviques contra el centralismo bolchevique.
De acuerdo con la oposición, Cannon y su grupo son “la expresión de un tipo de política cuya mejor definición es conservadurismo burocrático”. ¿Qué significa esto? La dominación de una aristocracia obrera conservadora, que comparte los beneficios de la burguesía nacional, no es posible sin el apoyo directo o indirecto del estado capitalista. La dominación de la burocracia stalinista no sería posible sin el GPU, el ejército, etc. La burocracia soviética apoya a Stalin porque es el burócrata que mejor defiende sus intereses. La burocracia sindical apoya a Lewis y Green porque ellos, como burócratas capaces y diestros, salvaguardan mejor que nadie los intereses de la aristocracia obrera. Pero ¿sobre qué bases descansa el “conservadurismo burocrático” del SWP? Obviamente, no en intereses materiales, sino en la selección de una serie de tipos burocráticos que se han unido contra otra serie de tipos innovadores, con iniciativa y espíritu dinámico. La oposición no ha establecido las bases materiales del “conservadurismo burocrático”. Todo se reduce a psicología pura. En esas condiciones, un trabajador con dos dedos de frente se dirá: “Es posible que el camarada Cannon tenga ahora tendencias burocráticas —me resulta difícil juzgar desde lejos—, pero si la mayoría del Comité Nacional y del partido, que no tiene ningún interés en los “privilegios” burocráticos, le apoya, no lo hará por sus tendencias burocráticas, sino a pesar de ellas. Esto significa que sus otras virtudes personales compensan este fallo”. Esto es lo que diría cualquier miembro serio del partido. Y, en mi opinión, estaría en lo cierto.
Para dar entidad a sus acusaciones, los líderes de la oposición han reunido un montón de anécdotas y episodios aislados, que pueden contarse por cientos o miles en cualquier partido, y que en muchos casos es imposible comprobar objetivamente. Estoy dispuesto a ser indulgente con la sección de cuentos de la oposición, pero voy a recordar uno en el que soy testigo y parte. Los líderes de la oposición cuentan con arrogancia lo fácilmente, presumiblemente sin crítica ni discusión previas, que el grupo de Cannon aceptó el programa de medidas transitorias. He aquí lo que escribí al camarada Cannon, sobre ese programa, el 15 de abril de 1938:
“Te mando un esquema del programa transitorio y una nota sobre el trabajo del partido. Sin tu visita a México no hubiera sido capaz de escribir este esquema, pues he aprendido mucho en las discusiones, lo que me ha permitido ser más explícito y concreto ”
Shachtman debería estar enterado de esa circunstancia, pues fue uno de los que tomaron parte en la discusión.
Los rumores, las especulaciones personales y los chismes no son muy útiles, pero abundan en los círculos pequeñoburgueses, en los que la gente no está unida por los lazos del partido, sino por relaciones personales, y en donde falta el hábito de una visión de clase de las cosas. Ha ido de boca en, boca que me habían visitado exclusivamente representantes de la mayoría, y que me habían sacado del buen camino. ¡Queridos camaradas, no creáis esas tonterías! Recojo la información política por los mismos métodos que realizo el resto de mi trabajo. Una parte orgánica de la fisonomía política de todo político es su acritud crítica ante la información. Si fuera incapaz de distinguir entre la información falsa y la verdadera, ¿qué valor tendrían mis juicios?
Conozco personalmente por lo menos a veinte miembros de la fracción de Abern. Estoy agradecido a muchos de ellos por la amistosa ayuda que me han prestado en mi trabajo, y los considero a todos, o a casi todos, como valiosos militantes del partido. Pero he de decir también que lo que les distingue a todos, en mayor o menor grado, es un aire pequeñoburgués, falta de experiencia en la lucha de clases y, por tanto, falta de conexión con el movimiento proletario. Sus rasgos positivos les unen a la IV Internacional. Los negativos les convierten en la fracción más conservadora.
“Se está metiendo en la cabeza a los militantes del partido una actitud contra lo intelectual y los intelectuales”, dice el documento sobre “conservadurismo burocrático” (Boletín Interno, vol. 2, núm. 6, enero de 1940, pág. 12). Este argumento no viene a cuento. No se pone en cuestión a esos intelectuales que están completamente al lado de los proletarios, sino a los que intentan llevar el partido hacia el eclecticismo pequeñoburgués. El mismo documento declara: “Se está llevando a cabo una propaganda contra Nueva York que puede ser el origen de una serie de prejuicios muy poco saludables”. ¿A qué prejuicios se refieren aquí? Aparentemente, al antisemitismo. Si existe en nuestro partido antisemitismo, o cualquier otro racismo, debemos luchar abiertamente contra ellos, y no mediante insinuaciones. Pero la cuestión de los judíos intelectuales o semiintelectuales de Nueva York es social, no nacional. En nueva York hay muchos judíos proletarios, pero Abern no ha construido con ellos su fracción. Los elementos pequeñoburgueses de la fracción han sido incapaces, hasta el momento, de llegar a los obreros judíos. Se han contentado con su propio medio.
Ha sucedido más de una vez en la historia —mejor dicho, no ha pasado otra cosa, a lo largo de toda la historia— que, en la transición del partido de un periodo al siguiente, elementos que jugaban un papel progresista en el pasado, pero que se han mostrado incapaces de adaptarse a las nuevas tareas.
Se han unido frente al peligro y han puesto de relieve sus peores rasgos. Este es el caso, hoy, de la fracción de Abern, cuyo cerebro teórico es Burnham y Shachtman su periodista. “Cannon sabe —insiste Shachtman— lo espúreo que es introducir el “tema Abern” en la discusión. Sabe, como todo líder informado del partido, que en los últimos años no ha habido nada parecido a un “grupo Abern””. Me tomo la libertad de afirmar que si alguien está deformando la realidad es el propio Shachtman. He seguido el desarrollo de las relaciones internas de la sección americana durante diez años, Tengo muy clara la composición específica y el papel especial que ha jugado la organización de Nueva York. Shachtman recordará tal vez que, cuando yo estaba todavía en Prinkipo, recomendé trasladar el Comité Central de Nueva York y su atmósfera pequeñoburguesa a un centro industrial de provincias. Cuando llegué a México tuve oportunidad de aprender mejor el inglés y, gracias a las visitas de muchos amigos del Norte, me fui haciendo una idea más clara de la composición social y de la psicología política de los distintos grupos. Sobre la base de mis propias observaciones personales durante los tres años pasados, puedo afirmar que la fracción de Abern ha existido siempre, si no “dinámica”, al menos “estáticamente”.
Los miembros de la fracción de Abern resultan fáciles de reconocer con un mínimo de experiencia política, no sólo por sus rasgos sociales, sino por su forma de enfocar todos los problemas políticos. Ellos han negado siempre que constituyeran formalmente una fracción. Hubo un período en que varios de ellos trataron de disolverse en el partido. Pero lo intentaron contra sus propios deseos, y en cuanto surgía un tema polémico, formaban un grupo. Estaban muy poco interesados en cuestiones de principio, en especial en el cambio de la composición de clase del partido, y mucho en conflictos personales, combinaciones por arriba y cosas que pasan en el “cuartel general”. Es la escuela de Abern. He prevenido constantemente a muchos de estos camaradas de que esta vida artificial les llevaría, más pronto o más tarde, a una explosión fraccional.
Los líderes de la oposición hablan irónicamente de la composición proletaria de la fracción de Cannon; a sus ojos, este “detalle” no tiene mayor importancia. ¿Qué es esto, si no es desdén pequeñoburgués mezclado con ignorancia? En 1903, en el Segundo Congreso de los Socialdemócratas Rusos, cuando tuvo lugar la escisión entre los bolcheviques y los mencheviques, había sólo tres trabajadores entre un montón de delegados. Los tres permanecieron con la mayoría. Los mencheviques se rieron de Lenin por conceder a este hecho una gran significación sintomática. Los mencheviques explicaron la postura de los tres trabajadores por su “inmadurez”. Pero ahora sabemos que era Lenin el que estaba en lo cierto.
Si la sección proletaria de nuestro partido americano está “políticamente atrasada”, la primera labor de los más “avanzados” debiera haber sido elevar el nivel de los trabajadores. Pero ¿por qué no ha encontrado la oposición vía libre hacia los trabajadores? ¿Por qué dejan esa tarea a la “pandilla” de Cannon? ¿No son los trabajadores bastante buenos para la oposición? ¿O es que la oposición no les va a los trabajadores?
Estoy lejos de creer que la sección proletaria del partido sea perfecta. Los trabajadores sólo alcanzan gradualmente su conciencia de clase. Los sindicatos crean un medio cultural adecuado para las desviaciones oportunistas. Tendremos que enfrentarnos inevitablemente con este problema en un futuro próximo. Más de una vez el partido deberá recordar a sus propios sindicalistas que la adaptación pedagógica a las capas más atrasadas del proletariado no debe convertirse en adaptación política a la burocracia conservadora de los sindicatos. Cada nueva etapa de desarrollo, cada incremento en las filas del partido, en la complicación de sus métodos de trabajo, abre nuevas posibilidades, pero también nuevos peligros. Los trabajadores de los sindicatos, incluso los educados en la escuela más revolucionaria, muestran a menudo una tendencia a liberarse del control del partido. En el momento actual, sin embargo, éste no es el problema En el momento actual, la oposición no proletaria, que arrastra a la mayoría de la juventud no proletaria, está intentando revisar nuestra tradición, nuestra teoría, nuestro programa, y lo hace a la ligera, de paso, en aras de la lucha contra “la pandilla de Cannon”. En el momento actual, no son los sindicalistas quienes muestran su desprecio hacia el partido, sino los oportunistas pequeñoburgueses. Precisamente para evitar que los sindicalistas se vuelvan un día de espaldas al partido, es preciso rechazar ahora enérgicamente a estos oportunistas pequeñoburgueses.
Además, no podemos olvidar que los errores, actuales o futuros, de los camaradas que trabajan en los sindicatos, no son, sino el reflejo de las presiones del proletariado americano, tal como es hoy día. Es nuestra clase. No vamos a ceder a la presión. Pero ella nos muestra nuestra principal vía histórica. Los errores de la oposición, sin embargo, reflejan la presión de otra clase, que nos es ajena. La ruptura ideológica con esa clase es una condición indispensable del triunfo futuro.
Los razonamientos de la oposición respecto a la juventud son completamente falsos. Sin conquistar a la juventud proletaria, el partido no podrá desarrollarse. Pero el problema es que tenemos una juventud casi totalmente pequeñoburguesa, muchos con un pasado socialdemócrata, es decir, oportunista. Los líderes de esta juventud tienen virtudes innegables y gran habilidad, pero, por desgracia, han sido educados en el espíritu del oportunismo pequeñoburgués y, si no se desarraigan de su medio, si no se instalan en distritos industriales para hacer el trabajo sucio diario entre el proletariado, se perderán para siempre para el movimiento revolucionario. Desgraciadamente, Shachtman ha adoptado respecto a la juventud, como a tantas otras cuestiones, una postura totalmente falsa.
¡Hay que detenerse!
Podemos ver hasta qué punto el pensamiento de Shachtman, surgido de un punto de partida falso, ha llegado a ser totalmente infundado, en el hecho de que desprecie mi postura, calificándola de defensa de la “pandilla de Cannon”, e insista varias veces en que, en Francia, apoyé también erróneamente a la “pandilla de Molinier”. Todo se reduce a mi apoyo personal a grupos aislados, sin referencia a su programa. El ejemplo de Molinier no sirve más que para oscurecer aún más el asunto. Intentaré aclararlo. Molinier fue acusado de indisciplina, arbitrariedad y de meterse en toda clase de aventuras financieras para apoyar el partido y su fracción, no de rechazar nuestro programa. Sin embargo, Molinier era un hombre muy enérgico y con indudable capacidad para la acción. Creí necesario —no sólo en interés de Molinier, sino de todo el partido— agotar todas las posibilidades de convertirle y reeducarle en el espíritu de la disciplina proletaria. Como muchos de sus adversarios tenían todos sus defectos y ninguna de sus virtudes, traté de convencerlos de que no provocaran una escisión, sino que probaran una y otra vez a Molinier. Y esta fue mi “defensa” de Molinier en la adolescencia de la vida de nuestra sección francesa.
Como considero que una actitud paciente hacia los camaradas débiles o indisciplinados y los intentos repetidos para reeducarlos en el espíritu revolucionario son completamente necesarios, he aplicado estos métodos no sólo con Molinier. He hecho intentos de acercar al partido a Kurt Landau, Field, Weisbord y muchos otros. En muchos casos, mis esfuerzos fueron infructuosos; en otros, conseguí rescatar a valiosos camaradas.
En ningún caso hice la menor concesión de principios a Molinier. Cuando decidió fundar un periódico sobre la base de las, “cuatro consignas”, en lugar de nuestro programa, y ejecutar independientemente el plan, estuve entre los que insistieron en su expulsión inmediata. Pero no oculto el hecho de que, en el Congreso Fundacional de la IV Internacional estuve a favor de probar de nuevo a Molinier y su grupo dentro de la estructura de la Internacional, para ver si se habían convencido de lo erróneo de su política. Tampoco esta vez sirvió para nada el intento. Pero no renuncio a repetirlo otra vez, si se dan las condiciones adecuadas. Es curioso que, entre los enemigos más encarnizados de Molinier hubiese gente, como Vereecken y Sneevliet, que al final han roto con la IV Internacional y se ha unido a él con todo éxito.
Algunos camaradas que conocen mis archivos me reprochan amistosamente que haya perdido y siga perdiendo tanto tiempo con “desahuciados”. Les contesto que he tenido muchas veces la oportunidad de observar que la gente cambia con las circunstancias y que no estoy dispuesto a desahuciar a nadie sobre la base de unos cuantos errores, aunque sean muy serios.
Cuando tuve claro que Shachtman —y una sección del partido tras él— se estaban metiendo en un callejón sin salida, le escribí que, si podía, cogería un avión y me iría a discutir con él en Nueva York setenta y dos horas seguidas. Le pregunté si, en caso de que yo no pudiera ir, querría él venir a verme. No me contestó. Estaba en su derecho. Puede que, en el futuro, los camaradas que revisen mis archivos citen esta carta mía a Shachtman como un paso en falso, y la relacionen con mi postura con Molinier. No me convencerán. Es una tarea extremadamente difícil formar una vanguardia proletaria internacional en las condiciones actuales. Cazar individuos a expensas de los principios sería imperdonable. Pero considero de siempre mi deber hacer todo lo posible por retener a los camaradas equivocados o que intentan apartarse de nuestro programa.
Cito unas palabras de Lenin —pronunciadas en la Discusión Sindical que Shachtman ha utilizado tan irrelevantemente— que deberían grabarse en la mente muchos camaradas: “Un error siempre empieza siendo pequeño. Luego, crece. Las diferencias siempre empiezan por nimiedades. Todo el mundo se ha hecho alguna vez una heridita, pero si la heridita se infecta, puede producir una enfermedad mortal”. Así hablaba Lenin el 23 de enero de 1921. Es imposible no cometer errores; unos lo hacen con mayor frecuencia, otros con menos. El deber de un revolucionario proletario es no mantenerse en el error, no situar su ambición personal sobre los intereses de la causa, detenerse a tiempo. ¡Y es hora de que el camarada Shachtman se detenga! De otro modo, el arañazo, que es ya una úlcera, puede degenerar en gangrena.
Coyoacan, D. F.
Notas
[16] William F. Warde era él pseudónimo de George Novack.
[17] Recomiendo a los jóvenes camaradas el estudio de la obra de Engels (Anti-Dühring), Plejanov y Antonio Labriola.
[18] Ya estaba escrito este artículo cuando leí en el New York Times, del 17 de enero, las líneas siguientes sobre lo que está pasando en Polonia:
Todavía no se han llevado a cabo grandes expropiaciones en la industria. Los centros principales del sistema bancario, los ferrocarriles y muchas grandes industrias ya eran propiedad del Estado muchos años antes de la ocupación rusa. La pequeña y mediana empresa se está poniendo ahora bajo el control de los trabajadores. Los industriales retienen nominalmente la propiedad de la empresa, pero están obligados a someter a la consideración de los delegados de los trabajadores los estados de cuentas, las previsiones de producción, etc. Estos, de acuerdo con los empleados, establecen los salarios, las condiciones de trabajo y un beneficio justo para el empresario. Queda así demostrado cómo la realidad de los acontecimientos vivos no suele someterse a las pautas pedantes y sin vida de los líderes de la oposición. Mientras tanto, nuestras abstracciones se vuelven de carne y hueso.
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Carta a Martín Abern
29 de enero de 1940
Querido camarada Abern:
El camarada Cannon me ha informado de cómo usted ha dicho: “Esto significa la escisión”. Me escribió el 28 de diciembre de 1939:
”Hemos difundido ya tu documento en el partido. He oído sólo dos comentarios definidos por parte de los líderes de la minoría. Abern, tras leer el título y unos cuantos párrafos, le dijo a Goldman: “Esto significa la escisión”.
Considero a Cannon una persona sincera y no tengo la más mínima razón para dudar de sus palabras.
Usted dice que esto “es mentira”. Sé, por experiencia, que en las luchas profundas suelen producirse malentendidos de este tipo por ambas partes, sin que medie la mala fe de unos ni de otros.
Me pregunta usted por qué no hice ningún esfuerzo para comprobar la veracidad de la información. Nada de eso. Si lo hubiera difundido en privado, como un hecho presenciado por mí, no habría sido leal. Pero lo he dicho públicamente, precedido de un “se me ha informado de que ” y le he dado la posibilidad de confirmar o negar la información. Creo que ésta es la mejor comprobación posible, dentro de una discusión en el partido.
Me dice al principio de su carta: “He pasado por alto, en el pasado, muchas afirmaciones falsas, pero noto, entre otras cosas, en su carta abierta ” ¿Qué significa la frase “muchas afirmaciones falsas”? ¿De quién? ¿Qué significa la expresión “entre otras cosas”? ¿Qué cosas? ¿No cree usted que los camaradas sin experiencia pueden ver en estas frases acusaciones veladas? Si hay en mi artículo “afirmaciones falsas” y “otras cosas”, lo mejor sería enumerarlas claramente. Si yo no hice las afirmaciones falsas, no sé por qué las introduce en una carta dirigida a mí. No entiendo cómo uno puede “Pasar por alto” afirmaciones falsas, si tienen alguna importancia política; podría interpretarse como una falta de atención hacia el partido.
En cualquier caso, noto con satisfacción que niega haber pronunciado la frase “esto significa la escisión”. Interpreto el enérgico tono de su carta en ese sentido. Su negación no es sólo formal, es decir, no niega sólo el haber pronunciado la frase, sino que considera que la misma idea de escisión es una despreciable traición a la IV Internacional.
Fraternalmente,
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
Copia a Cannon.
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Dos cartas a Albert Goldman
10 de febrero 1940
Querido camarada Goldman:
Estoy completamente de acuerdo con su carta del 5 de febrero. Al publicar la frase de Abern sobre la escisión, pretendía que él y otros líderes de la oposición se pronunciasen claramente y sin ambigüedades sobre sus propias intenciones, no sobre las que atribuyen a los líderes de la mayoría.
Ya he oído el aforismo sobre los “ciudadanos de segunda categoría”. Preguntaría a los líderes de la oposición, cuando llaman a la mayoría “la pandilla de Cannon” o “conservadores burocráticos”; ¿no la están tratando también como a “ciudadanos de segunda categoría”? No puedo dejar de añadir que la susceptibilidad excesiva es característica de todas las fracciones pequeñoburguesas. Por ejemplo, ignoro si Shachtman, en su Carta abierta, quiere convertirme en ciudadano de segunda. Me interesan sus ideas, no hacerle el psicoanálisis.
Tengo la sensación de que, enervados por una serie de errores sucesivos, los líderes de la oposición se empujan unos a otros a la histeria y luego, para justificar la histeria colectiva de la fracción, atribuyen a sus adversarios los designios más siniestros e increíbles. Cuando dicen que las cartas que hemos cruzado Cannon y yo no son más que un camuflaje, lo único que se me ocurre es alzar los hombros.
La objetividad marxista es el mejor tratamiento para la histeria pequeñoburguesa. Seguiremos discutiendo sobre dialéctica, sociología marxista, la naturaleza de clase del Estado soviético, el carácter de la guerra, pero no con el absurdo propósito de provocar una escisión, sino para convencer a una parte importante del partido y para ayudarles a pasar de su posición pequeñoburguesa a la proletaria.
Con los mejores saludos del camarada
Leon Trotsky
18 de febrero de 1940
Querido camarada Goldman:
Un congreso de la minoría no es más que una reunión informal a escala nacional[19]. Por lo tanto, no supone un cambio de principio de la situación, Es un paso más por el mismo camino, un mal paso por el camino de la escisión, pero no es todavía la escisión. Probablemente habrá dentro de la oposición dos o tres tendencias respecto a la escisión y el propósito de la conferencia es unificarlas. ¿Sobre qué base? Probablemente algunos líderes, en su desesperación, no ven otra salida que la escisión.
En estas condiciones, una intervención vigorosa de la mayoría haría más difícil la tarea de los escisionistas conscientes. Su grupo, o mejor aun, la mayoría oficial del C. N. o del C. P. podrían dirigir a Cleveland un comunicado sobre un solo punto, la unidad del partido. Sería mejor no introducir el tema de la URSS o de la guerra, pues de lo contrario podrían considerar que se les pone como precondición para permanecer en el partido el abandono de sus posturas sobre esos puntos. Nada de eso. Los aceptáis tal como son, si son realmente fieles al partido y a la IV Internacional y están dispuestos a aceptar, en la práctica, su disciplina.
Con mis mejores saludos,
Leon Trotsky
Notas
[19] La minoría convocó una conferencia en Cleveland para el 24-25 de febrero de 1940. Esta conferencia decidió que existían en el partido dos tendencias irreconciliables y que, en el Congreso, el partido debería conceder a cualquier grupo minoritario el derecho a publicar un periódico político que defendiera el programa político de la IV Internacional y que, al mismo tiempo, presentase de forma objetiva la posición especial de la tendencia respecto a la cuestión rusa. La mayoría rechazó esta petición. (Nota del editor.)
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¡Volved al partido!
21 de febrero de 1940
Queridos camaradas:
Los líderes de la minoría todavía no han respondido a uno solo de nuestros argumentos teóricos o políticos. La inconsistencia de sus propios argumentos ha sido desenmascarada por los escritos de la mayoría. Ahora, los líderes de la oposición parecen haber adoptado la táctica de la guerra de guerrillas: es el destino de muchos ejércitos derrotados. El camarada Goldman caracteriza muy bien el nuevo método de la oposición en su circular del 12 de febrero. Uno de los ejemplos más curiosos de esta nueva táctica es el ataque del camarada McDonald a mi artículo en el Liberty. No encuentra en ese artículo un análisis del carácter contradictorio del Estado soviético y del “papel progresista” del Ejército Rojo. Con la misma lógica que muestra en los editoriales, de la Partisan Review o en su análisis del levantamiento de Kronstadt, descubre que soy, “en realidad”, un oposicionista, un partidario de Shachtman o de McDonald, por lo menos cuando hablo para la prensa burguesa, y que mis declaraciones en contra las hago sólo en los boletines internos, con el único propósito de ayudar a Cannon. Si quisiera exponer el descubrimiento de McDonald de forma articulado, diría: cuando Trotsky quiere adaptarse a la opinión pública burguesa, agradar a los lectores de Liberty, escribe como Shachtman, incluso como McDonald; pero, dentro del partido, se vuelve terriblemente anti-minoritario. La Partisan Review está muy interesada por el psicoanálisis, y me permito decirle a su editor que, si se analizase un poquito, se daría cuenta de que ha descubierto su propio subconsciente.
La minoría, sin que nadie se lo pida, analiza en cada artículo y en cada discurso la naturaleza contradictoria del Estado soviético y el papel contradictorio del Ejército Rojo. Lo que les preguntamos es si entienden esta naturaleza y este papel, y si aplican adecuadamente este conocimiento a la práctica. Mi artículo estaba dedicado a Stalin y no a la naturaleza del Estado soviético. La prensa burguesa mejicana había publicado una nota anónima en la que se afirmaba, “de fuentes cercanas a Trotsky”, que yo apruebo la política internacional de Stalin y estoy buscando reconciliarme con él. No sé si han aparecido notas de este tipo en la prensa americana. Pero es claro que la prensa mejicana no hace más que repetir, a su manera, la acusación de McDonald y Compañía de que estoy capitulando ante el stalinismo. Para prevenir este mal uso de una discusión interna por parte de la prensa burguesa, consideré conveniente dedicar mi artículo en Liberty a denunciar el papel de la política internacional de Stalin y no al análisis sociológico de la naturaleza del Estado soviético. Escribí lo que consideré más urgente. La política no consiste en decir cada vez todo lo que uno sabe, sino en decir en cada ocasión justo lo necesario. Posiblemente, coincidí con algunas afirmaciones de la oposición, pero seguramente estas afirmaciones de la oposición no hacían sino repetir pensamientos míos, expresados cien veces antes de que McDonald apareciese en nuestro horizonte.
Pero pasemos a temas más serios. La carta que me ha escrito el camarada Abern enuncia claramente su deseo de escisión. La justificación que da es a la vez lamentable y escandalosa; son las palabras más moderadas que se me ocurren. Si la “pandilla de Cannon” consigue la mayoría en el congreso, sabe usted, convertirán a Abern y sus amigos en ciudadanos de segunda categoría. Por lo tanto, Abern prefiere tener su propio estado, en el que será, como Weisbord, Field y Oehler, el primero entre los ciudadanos de primera. ¿Quién decide los puestos de los distintos “ciudadanos” dentro del partido. El mismo partido. ¿Cómo toma una decisión el partido? A través de la discusión libre. ¿Quién ha iniciado esta discusión? Abern y sus socios. ¿Se les ha impedido usar su pluma o su lengua? En absoluto. Pero no han conseguido, a juzgar por la carta de Abern, convencer al partido. Peor todavía: se han desacreditado ellos mismos a los ojos del partido y de la Internacional. Es lamentable, porque son elementos valiosos. Ahora podrían rentabilizar la autoridad adquirida mediante un trabajo serio y constante en el partido. Eso lleva tiempo, paciencia y firmeza. Pero parece que Abern ha perdido toda esperanza de convencer al partido basado en los principios de la IV Internacional. La tendencia escisionista es una especie de deserción. Por eso es tan lamentable.
¡Pero también es escandaloso! El “leit motiv” es el desprecio de los pequeñoburgueses hacia la mayoría proletaria: tan magníficos escritores, oradores, organizadores como somos, y esta gentuza inculta no sabe apreciarnos en nuestro justo valor. ¡Construyamos nuestra propia liga de almas elevadas!
En la III Internacional, insistimos siempre en ser una tendencia o una fracción. Nos persiguieron, nos privaron de los medios legales de expresión, nos calumniaron; en la URSS detuvieron y fusilaron a nuestros camaradas, y, a pesar de ello, nunca quisimos apartarnos de los trabajadores. La IV Internacional es la única organización revolucionaria honrada en todo el mundo. No tenemos una burocracia profesional. Nuestro “aparato” no tiene medios de coerción. Se decide cada asunto y se aprecia a cada camarada a través de la más completa democracia de partido. Si la mayoría está equivocada, la minoría puede, poco a poco, irla educando. Si no es antes del próximo congreso, puede ser después. La minoría puede atraer nuevos miembros al partido y transformarse en mayoría. Sólo hace falta un poco de confianza en los trabajadores y confianza en que los trabajadores llegarán a confiar en los líderes de la oposición. Pero esos líderes crean en su propio medio una atmósfera de impaciencia histérica. Se adaptan a la opinión pública burguesa, pero no quieren adaptarse al ritmo de desarrollo de la IV Internacional. Su impaciencia tiene un carácter de clase, es el reverso de su desprecio de intelectuales pequeñoburgueses hacia los trabajadores. ¡Esta es la razón de que la tendencia escisionista capitaneada por Abern sea tan escandalosa!
Las apreciaciones y la perspectiva del camarada Abern se basan en el odio. Y el odio personal es, en política, un sentimiento abominable. Estoy seguro de que todo miembro sano de la oposición rechaza la actitud de Abern y su intento de escisión. ¡Volved al partido, camaradas! El camino de Abern es un callejón sin salida. No hay otro camino que el de la IV Internacional.
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
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Ciencia y estilo
23 de febrero de 1940
Queridos camaradas:
He recibido Ciencia y estilo, de Burnham. Ya se ha abierto el absceso, y eso es una importante ventaja política. El atraso teórico de la opinión “radical” americana queda claramente expuesto en el hecho de que Burnham se limite a repetir —con algunas ilustraciones “modernizantes”— lo que escribió Struve en Rusia hace más de cuarenta años, y, en cierta medida, lo que Dühring trataba de enseñar a la Socialdemocracia alemana hace más de tres cuartos de siglo. Esto, desde el punto de vista de la “ciencia”. En cuanto a “estilo”, francamente, prefiero a Eastman.
Pero el interés principal del documento no es de carácter teórico; la mil y una refutación académica de la dialéctica no tiene más valor que cualquiera de sus precedentes. Sin embargo, desde el punto de vista político, el documento tiene un valor indiscutible. Demuestra que el inspirador teórico de la oposición no está más cerca del socialismo científico de lo que estaba Duste, el anterior socio de Abern. Shachtman mencionaba la filosofía de Bogdanov. Pues es absolutamente imposible imaginarse la firma de Bogdanov bajo semejante documento, incluso después de su ruptura definitiva con el bolchevismo. Creo que el partido debe preguntar a los camaradas Shachtman y Abern, como hago yo en este momento: “¿Qué pensáis del “estilo” de Burnham y de su “ciencia”?” La cuestión finlandesa es importante, pero después de todo no es más que un episodio y el cambio en la situación internacional, que revelará los auténticos factores de los acontecimientos, pueden disipar todas las divergencias sobre este asunto concreto. Pero ¿pueden ahora los camaradas Shachtman y Abern, tras la aparición de Ciencia y estilo, soportar todas las concepciones —sobre ciencia, marxismo, política, “moral”— de Burnham? Los “minoritarios” que se preparan para la escisión deben considerar si pueden permanecer unidos, no una semana ni lo que dure la guerra entre Finlandia y la URSS, sino durante años, a un líder que no tiene nada en común con la revolución proletaria.
Se ha abierto el absceso. Shachtman y Abern no pueden seguir diciendo que sólo quieren discutir un poquito sobre Finlandia o sobre Cannon. No pueden seguir jugando a la gallina ciega con el marxismo y la IV Internacional. El SWP o sigue la tradición de Marx, Engels, Mehring, Lenin y Rosa Luxemburgo —esa tradición que Burnham llama “reaccionaria”— o sigue las concepciones de Burnham, que no son sino una mala reproducción del socialismo pequeñoburgués premarxista.
Sabemos muy bien lo que este revisionismo ha significado políticamente en el pasado. Hoy, en la época de la agonía de muerte de la sociedad burguesa, las consecuencias políticas del burnhamismo pueden ser mucho más inmediatas y anti-revolucionarias. ¡Camaradas Shachtman y Abern, el campo es vuestro!
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
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Carta a James P. Cannon
27 de febrero de 1940
Querido amigo:
Contesto tu carta del 20 de febrero. Debe estarse celebrando la conferencia de la minoría y supongo, es decir, creo que, respecto a la cuestión táctica concreta que analizas en tu carta, tus movimientos inmediatos dependen, al menos en un 51 por 100, de los resultados de esa conferencia.
Estás convencido de que la minoría en conjunto está preparando la escisión y de que no puedes hacer nada más. Acepto esta premisa. Pero, por lo menos, habría que hacer ante la conferencia de Cleveland una enérgica demostración de paz, para cambiar radicalmente la línea tras su respuesta negativa. Aprecio en lo que valen tus consideraciones sobre la necesidad de dedicar un número del New International a preparar a la opinión pública para la escisión. Pero la conferencia de la minoría ha sido el 24-25 de febrero y el Congreso del partido no será hasta primeros de abril. Tienes bastante tiempo para hacer una propuesta de paz, denunciar la negativa de la oposición y publicar el número extraordinario del New International. Debemos hacer todo lo posible para convencer a las otras secciones[20] de que la mayoría ha hecho todo lo posible en favor de la unidad. Por eso hicimos nosotros tres la propuesta en el Comité Ejecutivo Internacional; hace falta, por otro lado, poner a prueba a cada miembro de ese importante órgano.
Comprendo la impaciencia de muchos camaradas de la mayoría (supongo que esta impaciencia irá acompañada frecuentemente por la indiferencia hacia la teoría), pero deben recordar que los acontecimientos actuales del SWP tienen gran importancia internacional y que debéis actuar no sólo sobre la base de vuestras apreciaciones subjetivas, por muy correctas que sean, sino sobre las bases de los hechos objetivos, observables por todo el mundo.
W. Rork (Leon Trotsky)
Coyoacan, D. F.
Notas
[20] Trotsky se refiere a las otras secciones de la Internacional. (Nota de del E.) (Es decir la IV Internacional. [Nota del MIA])
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Carta a Joseph Hansen
29 de febrero de 1940
Mi querido Joe:
Si Shachtman afirma que la carta sobre España que cité estaba firmada también por Cannon y Carter, está completamente equivocado. Naturalmente, no he ocultado ninguna firma; simplemente, no existen. Como puedes ver en las fotocopias que te envío, la carta iba firmada sólo por Max Shachtman.
En mi artículo admitía que los compañeros de la mayoría han podido cometer los mismos errores que Shachtman, pero que nunca han hecho de ellos un sistema ni una plataforma para una fracción. Y este es el problema.
Abern y Burnham se indignan porque cito sus declaraciones orales sin “verificarlas previamente”. Quieren decir, obviamente, que, en lugar de publicar las declaraciones que se les atribuyen y darles la oportunidad de confirmarlas o negarlas, debo enviar un comité investigador de cinco o siete miembros imparciales, acompañado de dos taquígrafos. Y ¿por qué ese alboroto de indignación moral? Burnham ha identificado muchas veces la dialéctica con la religión. Sí, es verdad. Pero en esa ocasión, precisamente, no pronunció la frase que cité (tal y como me contaron). ¡Oh, qué horror! ¡Qué cinismo bolchevique!, etc.
Con Abern, lo mismo[21]. En la carta que me escribió demuestra claramente que está preparando una escisión. Pero sabe usted, él nunca le dijo a Goldman nada sobre escisiones. ¡Es un infundio!, ¡una invención deshonrosa!, ¡una calumnia!, etc.
Si no recuerdo mal, empiezo a tratar el tema de la moral en mi artículo hablando de las paridas morales de los pequeñoburgueses desorientados. Nos encontramos ante un fenómeno similar, dentro de nuestro propio partido.
Los nuevos moralistas citan mi terrible crimen con Eastman y el Testamento de Lenin[22]. ¡Banda de hipócritas despreciables! La iniciativa de la publicación del documento fue de Eastman, precisamente en un momento en que nuestra fracción había decidido interrumpir toda actividad pública para evitar una escisión prematura. No olvides que fue antes del famoso Comité Sindical anglo-ruso, y antes de la revolución china, incluso antes de la aparición de la oposición de Zinoviev. Teníamos que maniobrar para ganar tiempo. Por el contrario, la Troika quiso aprovechar la publicación de Eastman para provocar una especie de aborto de la oposición. Nos presentaron un ultimátum: o firmaba la declaración que había escrito la Troika en mi nombre o empezaba la lucha. El centro de la oposición decidió unánimemente que eso sería desfavorable en ese preciso momento, y tuve que aceptar el ultimátum y poner mi nombre bajo una declaración escrita por el Politburó. Sólo los pequeñoburgueses, siempre dispuestos a exclamar: “¡Perat mundus, fiat justitia!”, pero mucho más indulgentes para sus propias faltas en la vida diaria, pueden transformar esta cuestión de necesidad política en un asunto moral abstracto. ¡Y se creen revolucionarios! Nuestros viejos mencheviques eran verdaderos héroes comparados con ellos.
W. Rork (Leon Trotsky)
Coyoacan, D. F.
Notas
[22] En 1925, Eastman permitió la publicación, en el New York Times del testamento de Lenin, incluido en su libro Cuando Lenin murió. Ante la Comisión Dewey, Trotsky explicó su repulsa de Eastman en aquella ocasión: Eastman publicó ese documento sin consultarme a mí ni a los demás, y de este modo enconó tan terriblemente la lucha en la Unión Soviética, en el Politburó, que fue el comienzo de una escisión. Tratamos de evitarla. La mayoría del Politburó me obligó a tomar una decisión sobre el tema. (El caso de Leon Trotsky, pág. 429.) (Nota del editor.)
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Tres cartas a Farrell Dobbs
4 de marzo de 1940
Querido camarada Dobbs:
Claro que me resulta difícil seguir desde aquí la febril evolución política de la oposición. Pero dan cada vez más la impresión de que quieren quemar los puentes tras ellos. No me ha sorprendido el artículo de Burnham “Ciencia y estilo”. Pero la calma con que lo han aceptado Shachtman y Abern es un síntoma decepcionante, no sólo desde el punto de vista teórico y político, sino desde el de sus verdaderas ideas sobre la unidad del partido.
Tal y como veo las cosas desde aquí, creo que quieren una escisión en nombre de la unidad. Shachtman busca o, mejor dicho, inventa precedentes históricos. La oposición tenía, en el partido bolchevique, sus propios periódicos, etc. Sólo olvida que el partido, en aquel momento, tenían cientos de miles de militantes, que la discusión debía llegar a todos ellos y convencerlos. En esas condiciones, no era posible confinar la discusión a círculos internos Por otro lado, los peligros derivados de la coexistencia de periódicos del partido y la oposición se conjuraba porque la decisión dependía de cientos de miles de trabajadores, y no de dos pequeños grupos. El partido americano tiene un número comparativo de miembros muy pequeño, y la discusión ha sido siempre, y sigue siendo, superabundante. Las líneas de demarcación parecen bastante firmes, por lo menos para el próximo futuro. En estas circunstancias, un periódico o revista de la oposición no sería un medio para convencer al partido, sino para desacreditarlo en el mundo exterior.
La homogeneidad y la cohesión de una organización revolucionaria propagandística, como el SWP, deben ser mucho mayores que las de un partido de masas Estoy de acuerdo en que, en estas condiciones, la IV Internacional no debe de servir de cobertura a una unidad ficticia, desde la que dos organizaciones diferentes se dirijan al exterior con teorías programas, “slogans” y principios organizativos diferentes. En estas condiciones, una escisión abierta sería mil veces mejor que una unidad ficticia.
La oposición se refiere también al hecho de que, en cierto momento, tuvimos dos organizaciones paralelas en el mismo país. Pero podemos admitir semejante situación sólo en dos casos: cuando la fisonomía política de uno de los grupos no está clara y la IV Internacional necesita tiempo para examinarlo: o en caso de que exista un desacuerdo muy agudo sobre una cuestión muy concreta [como en el caso de la entrada en PSOP[23], etc.]. La situación en EE.UU. es completamente diferente. Tenemos un partido unido con una tradición importante, y dos organizaciones, una de las cuales, por su composición social y presiones externas, plantea, durante un par de meses, un conflicto irreconciliable con nuestra teoría, nuestro programa, nuestra política y nuestros métodos organizativos.
Si están de acuerdo en trabajar con nosotros sobre la base del centralismo democrático, podemos esperar convencer y ganarnos a los mejores de ellos en la práctica común (y ellos pueden esperar lo mismo). Pero una organización independiente, con sus propias publicaciones, sólo puede desarrollarse en la dirección que marca Burnham. En ese caso, a la IV Internacional no le interesa lo más mínimo, en mi opinión, garantizarles una cobertura, es decir, camuflar entre los trabajadores su inevitable degeneración. Por el contrario, a la IV Internacional le interesaría forzar a la oposición a tener una experiencia totalmente independiente, sin la protección de nuestra bandera, y habiendo prevenido seriamente a las masas contra ellos.
Por lo tanto, el congreso debe formular una alternativa clara y concisa: o la unidad auténtica sobre el principio del centralismo democrático (con garantías amplias y serias para la minoría del partido) o una ruptura abierta y declarada a los ojos de la clase trabajadora[24].
Con mis mejores deseos,
W. Rork (Leon Trotsky)
P. S.-Acabo de recibir la resolución de Cleveland sobre la unidad del partido. Mi impresión es que la mayor parte de la oposición no desea la escisión. Los líderes están interesados en actividades puramente periodísticas, no en política. Presentaron una resolución sobre la ruptura con el nombre de “resolución sobre la unidad del partido” para enredar a sus seguidores. La resolución dice que “las minorías del partido bolchevique antes y durante la primera guerra mundial” tenían sus propios periódicos públicos. ¿Qué minorías? ¿Cuándo? ¿Qué periódicos? Los líderes llevan al error a sus seguidores para camuflar sus propósitos de escisión.
Todas las esperanzas de los líderes de la oposición se basan en su capacidad literaria. Se aseguran unos a otros que su periódico sería mejor que el de la mayoría. Esta misma era la esperanza de los mencheviques rusos que, como fracción pequeñoburguesa, tenían más intelectuales y periodistas. Pero esperaron en vano. Una buena pluma no es suficiente para crear un partido revolucionario; hace falta una base teórica de granito, un programa científico, un pensamiento político consistente y firmes principios organizativos. La oposición, como tal oposición, no tiene nada de esto; es “lo opuesto” a todo ello. Por lo tanto, estoy completamente de acuerdo en que si quieren presentar las teorías de Burnham, la política de Shachtman y los métodos organizativos de Abern a la opinión pública, lo hagan en su propio nombre, sin mezclar al partido ni a la IV Internacional.
W. R.
4 de abril de 1940
Querido camarada Dobbs:
Cuando reciba esta carta, ya estará avanzado el Congreso, y ya se habrá hecho una idea de si la escisión es inevitable. Si es así, la cuestión Abern habrá perdido su interés. Pero en el caso de que la minoría inicie una retirada, repito mis propuestas anteriores. Es muy importante preservar el secreto de las discusiones y decisiones del Comité Nacional, pero en este momento no es de interés primordial. Alrededor del 40 por 100 de los miembros del partido creen que Abern es el mejor organizador que tenemos. Si se quedan en el partido, no se puede hacer nada, más que dar a Abern la oportunidad de demostrar sus habilidades organizativas o comprometerle. En la primera sesión del nuevo Comité Nacional debe decidirse que nadie tiene derecho a divulgar los asuntos internos del Comité Nacional, más que éste en conjunto o sus órganos oficiales (el Comité Político o el Secretariado). A su vez, el Secretariado concretará las normas del secreto, Si a pesar de todo se comete una falta, debe abrirse una investigación oficial, y si Abern es culpable, debe advertírsele públicamente; si reincide, se le debe eliminar del Secretariado. Este procedimiento, aunque de momento sea poco ventajoso, es mejor que dejar al organizador de Nueva York fuera del Secretariado, es decir, fuera del control real del Secretariado.
Comprendo que esté satisfecho del Secretariado actual. En caso de escisión, sería el mejor que podríamos tener. Pero si se mantiene la unidad, no se puede tener un Secretariado compuesto sólo por representantes de la mayoría. Probablemente podremos tener un Secretariado de cinco miembros, tres de la mayoría y dos de la minoría.
Si la oposición vacila, lo mejor es decírselo informalmente; estamos dispuestos a que Shachtman siga siendo miembro del Comité político y de nuestro equipo editorial; estamos dispuestos, incluso, a incluir a Abern en el Secretariado; podemos tener en cuenta otras combinaciones posibles; lo único que no podemos aceptar es que la minoría se transforme en un factor político independiente.
He recibido carta de Lebrun, del CEI. ¡Qué gente más particular! Creen que ahora, en la agonía del capitalismo, en situación de guerra e ilegalidad, debe abandonarse el centralismo bolchevique en favor de la democracia ilimitada. ¡Todo está patas arriba! Pero su democracia tiene un significado puramente individualista: dejadme hacer lo que me dé la gana. Lebrun y Johnson fueron elegidos para el CEI en base a unos principios, como representantes de unas organizaciones. Los dos han abandonado los principios e ignoran por completo a sus organizaciones. Estos “demócratas” actúan como lanceros bohemios. Si pudiéramos convocar un congreso internacional, se les expulsaría con toda la razón y ellos lo saben. Pero al mismo tiempo, se consideran senadores irrevocables ¡en nombre de la democracia!
Como dicen los franceses, en tiempos de guerra hay que tomar medidas de guerra. Esto significa que debemos adaptar el cuerpo directivo de la IV Internacional a la correlación de fuerzas real dentro de nuestras secciones. Hay mucha más democracia en esto que en las pretensiones de senadores irrevocables.
Si se discute este asunto, puede citar estas líneas como mi respuesta al documento de Lebrun.
W. Rork (Leon Trotsky)
Coyoacan, D. F.
16 de abril de 1940
Querido camarada Dobbs:
Hemos recibido también los comunicados de usted y Joe sobre el congreso. Tal y como se ven las cosas desde aquí, hicisteis todo lo posible por mantener la unidad del partido. Sin embargo, si a pesar de todo la minoría se separa, sólo nos queda mostrar a cada trabajador lo lejos que están de los principios de bolchevismo y lo hostiles que son a la mayoría proletaria del partido. Podré juzgar mejor los detalles de los acuerdos cuando tenga más información.
Me permito llamar su atención sobre otro artículo, el de Gerland contra Burnham sobre la lógica simbólica, la de Bertrand Russell y otros. El artículo es muy incisivo y, en caso de que la oposición permanezca en el partido y Shachtman en el equipo editorial, debería ser reescrito para “amabilizar” algunas expresiones. Pero la presentación de la lógica simbólica es muy buena y muy seria y me parece muy útil, especialmente para los lectores americanos.
El camarada Weber dedica también una parte importante de su último artículo al mismo tema. Creo que esta parte se podría elaborar, como un artículo independiente para el New International. Tenemos que articular seria y sistemáticamente la campaña en favor del materialismo dialéctico.
El panfleto de Jim[25] es excelente. Es el escrito de un auténtico líder obrero. La discusión estaría justificada, aunque no hubiera producido más que este documento.
Notas
[23] Partido Socialista Francés de Obreros y Campesinos.
[24] Hace mucho que el Comité Ejecutivo Internacional debería haber presentado esta alternativa, pero, desgraciadamente, el CEI no existe.
[25] Se refiere a En lucha por un partido proletario [The Struggle for a Proletarian Party], de J. P. Cannon.
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Los moralistas pequeñoburgueses y el partido proletario
23 abril 1940
La discusión en el SWP americano ha sido transparente y democrática. Los preparativos del congreso se han hecho con toda lealtad. La minoría ha participado en el congreso, reconociendo, por lo tanto, su legalidad y autoridad. La mayoría ha ofrecido a la minoría todas las garantías necesarias de que va a poder seguir defendiendo sus propios puntos de vista tras el congreso. La minoría ha pedido permiso para dirigirse a las masas por encima de la dirección del partido. Naturalmente, la mayoría ha rechazado esta pretensión tan monstruosa. Mientras tanto, a espaldas del partido, la minoría, mediante maquinaciones en la sombra, se ha apoderado del New International, que se venía publicando gracias a los esfuerzos de todo el partido y de la IV Internacional. He de añadir que la mayoría estaba de acuerdo con dar dos puestos de los cinco del equipo editorial de su órgano teórico a la minoría. Pero ¿cómo puede una “aristocracia” intelectual ser la minoría de un partido obrero? Situar a un profesor al nivel de un obrero es, después de todo “¡conservadurismo burocrático!”. En un artículo polémico reciente, contra mí, Burnham explicaba que el socialismo es un “ideal moral”. Esto no es tan nuevo. A principios del siglo pasado, la moralidad sirvió de base al “verdadero socialismo alemán”, que Marx y Engels siempre criticaron. A principios de este siglo, los social-revolucionarios rusos contrapusieron el “ideal moral” al socialismo materialista. Aunque hay que reconocer que estos paladines de la moralidad se convirtieron en delincuentes comunes en el campo de la política. En 1917 traicionaron a los trabajadores, poniéndoles en manos de la burguesía y del imperialismo extranjero.
Una larga experiencia política me ha enseñado que, cuando un profesor o un periodista pequeñoburgueses empiezan a hablar de elevados standares morales, lo mejor es agarrar bien fuerte la cartera. También ha ocurrido esta vez. En nombre de un “ideal moral”, un intelectual pequeñoburgués le ha birlado al partido el poder sobre su propio órgano teórico. Aquí tenéis un pequeño ejemplo vivo de los métodos organizativos de estos moralistas innovadores y campeones de la democracia.
¿Qué es la democracia del partido para un pequeñoburgués “educado”? Un régimen que le permita decir y escribir todo lo que se le ocurra. ¿Qué es “burocratismo” para un pequeñoburgués “educado”? Un régimen en el que la mayoría proletaria impone, por métodos democráticos, sus decisiones y la disciplina. ¡Trabajadores, grabaros esto en la mente!
La minoría pequeñoburguesa del SWP se escindió de la mayoría proletaria sobre la base de una lucha contra el marxismo revolucionario. Burnham proclamó que el materialismo dialéctico era incompatible con su apolillada “ciencia”. Shachtman proclamó que el marxismo revolucionario no tenía nada que ver con las “cuestiones prácticas”. Abern se apresuró a unirse al bloque antimarxista. Y ahora, esos caballeros anuncian la revista que le han birlado al partido como “órgano del marxismo revolucionario”. ¿Qué es esto, sino charlatanería ideológica? Los lectores pedirán a los editores que publiquen el trabajo programático que ha servido de base a la minoría, es decir, “Ciencia y estilo”, de Burnham. Si los editores no quieren emular a los estafadores que dan mercancía estropeada bajo brillantes etiquetas, no les quedará más remedio que publicarlo. Y entonces podrá ver todo el mundo la clase de “marxismo revolucionario” que hay ahí. Pero no lo harán. Les da vergüenza mostrar su verdadera cara. Burnham está ocupadísimo escondiendo en su caja fuerte sus artículos demasiado comprometedores, y Shachtman se dispone a servir de portavoz para las ideas de cualquiera, puesto que no las tiene propias.
Los primeros artículos “programáticos” de la revista robada revelan ya la falta de sentido y la falsedad de este grupo antimarxista que se autodenomina “Tercer Campo”. ¿Qué es ese animal? Existe el campo del capitalismo y el campo del proletariado. ¿Y existe, tal vez, un tercer campo, un santuario pequeñoburgués? Naturalmente, se trata sólo de eso. Pero, como siempre, los pequeñoburgueses adornan su “campo” con las flores de papel de la retórica. Prestemos oído. Tenemos, por un lado, a Francia e Inglaterra. Por otro, a Hitler y Stalin. Y en el tercer “campo”, a Burnham y Shachtman. La IV Internacional está, para ellos, en el campo de Hitler (Stalin se dio cuenta de ello hace ya mucho). Por lo tanto, hace falta un nuevo “slogan”: “¡Liantes y pacifistas de todo el mundo, todos los que sufren los alfilerazos del destino, corred al tercer campo!”
Pero el problema principal es que los dos campos en guerra no abarcan todo el orbe burgués. ¿Dónde metemos a los neutrales o semineutrales? ¿Y a los EE.UU.? ¿Y a Italia y Japón? ¿Y los países escandinavos, India o China? Pensad no en los trabajadores revolucionarios indios o chinos, sino en China o India como países oprimidos. El bonito esquema de los “tres campos” olvida un pequeño detalle; el mundo colonial, ¡la mayor parte de la Humanidad!
India participa en la guerra imperialista al lado de Inglaterra. ¿Quiere decir esto que nuestra actitud hacia la India —no hacia los bolcheviques indios, sino hacia el país— deba de ser la misma que hacia Inglaterra? Si no existen en el mundo, aparte de Burnham y Shachtman, más que dos campos imperialistas, ¿dónde metemos a la India? Un marxista dirá que, a pesar de que la India sea parte del Imperio Británico y participe en la guerra imperialista; a pesar de la pérfida actitud de Gandhi y otros líderes nacionalistas, nuestra actitud hacia la India debe ser diferente de nuestra actitud hacia Inglaterra. Defendemos a la India contra Inglaterra. ¿Por qué no podemos mantener actitudes diferentes frente a Rusia y Alemania, a pesar de que Stalin esté aliado con Hitler? ¿Por qué no podemos defender las formas sociales más progresistas, capaces de desarrollo, contra las más reaccionarias, que sólo pueden descomponerse en el futuro? ¡No sólo podemos, sino que debemos hacerlo! Los teóricos de la revista robada reemplazan el análisis de clase por un mecanicismo muy atractivo para los pequeñoburgueses a causa de su seudo-simetría. Lo mismo que los stalinistas camuflan su servidumbre al nacional-socialismo (los nazis) con grandes insultos a las democracias imperialistas, Shachtman y compañía ocultan su capitulación a la opinión pública pequeñoburguesa americana con la pomposa fraseología del “tercer campo” (¿qué es eso: un partido, un club, una Liga de las Esperanzas Perdidas, un Frente Popular?). ¡Cómo si ese “tercer campo” no tuviera la obligación de tener una política correcta respecto a la pequeña burguesía, los sindicatos, India y la URSS!
El otro día Shachtman se ha autodefinido en la prensa como “trotskysta”. Si eso es trotskysmo, yo no soy trotskysta. No tengo nada en común con las ideas actuales de Shachtman, y ni que decir tiene con las de Burnham. Colaboré activamente en el New International, protestando por el frívolo artículo de Shachtman sobre teoría y sus concesiones a Burnham, el estúpido pedante pequeñoburgués. Pero, en aquella época, el partido y la Internacional tenían a raya a Shachtman y a Burnham. Después, la presión pequeñoburguesa los desató. Mi actitud ante la nueva revista no puede ser otra que la que he mantenido siempre ante todas las falsificaciones pequeñoburguesas del marxismo. Y su “moralidad” política y sus “métodos organizativos” no me inspiran sino desprecio.
Si agentes del enemigo de clase hubiesen obrado conscientemente a través de Shachtman, le habrían aconsejado hacer exactamente lo que ha hecho. Se ha unido a los antimarxistas para luchar contra el marxismo. Ha ayudado a construir una fracción pequeñoburguesa en contra de los trabajadores. Se ha negado a utilizar la democracia del partido para hacer un esfuerzo honrado por convencer a la mayoría proletaria. Ha provocado una escisión en plena guerra mundial. Y lo corona todo con un sucio escándalo, que parece hecho a medida para proveer de munición a nuestros enemigos. ¡Así son esos “demócratas moralistas”!
Pero todo esto no les servirá de nada. Están en bancarrota. A pesar de las traiciones de todos los intelectuales inestables y de todos los chistes baratos de sus primos demócratas, la IV Internacional avanza segura por su camino, creando y educando a una selección de auténticos revolucionarios proletarios, capaces de entender lo que es el partido, la lealtad a su bandera y la disciplina revolucionaria.
¡Trabajadores! ¡No pongáis ninguna confianza en el “tercer campo” de los pequeñoburgueses!
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Balance de los acontecimientos en Finlandia
25 abril 1940
No podían prever
“Nosotros” previmos la alianza con Hitler —dicen Shachtman y Burnham—, pero ¿cómo íbamos a prever la invasión de Polonia?, ¿o la de Finlandia? No, “nosotros” no podíamos prever estos acontecimientos. Acontecimientos tan improbables e inesperados supondrían, insisten, un verdadero cataclismo para nuestra política. Aparentemente, estos políticos suponían que Stalin necesitaba aliarse con Hitler para comer juntos huevos de Pascua. Previeron la alianza (¿dónde?, ¿cuándo?), pero no previeron el porqué.
Reconocen el derecho del estado obrero a maniobrar entre los dos bandos imperialistas y a aliarse a uno contra el otro. Estas alianzas deben tener como meta la defensa del estado obrero, la adquisición de ventajas económicas, estratégicas y de otro tipo y, si las circunstancias lo permiten, la expansión del estado obrero. El estado obrero degenerado intenta conseguir estos fines por medios burocráticos, y a cada paso entra en conflicto con los intereses del proletariado internacional. Pero ¿qué tiene de inesperado e imprevisible que Stalin intente sacarle todo el jugo posible a su alianza con Hitler?
Si nuestros desdichados políticos no pudieron prever esto, es porque son incapaces de pensar un asunto hasta sus últimas consecuencias. En el verano de 1939, durante las negociaciones propacto con la delegación anglo-francesa, Stalin pidió el control militar de los estados Bálticos. Como Francia e Inglaterra se lo negaron, rompió las negociaciones. Sólo este hecho pone de manifiesto que una alianza con Hitler garantizaría a Stalin el control de los estados Bálticos. Las personas con instinto político abordaron el asunto precisamente desde este punto de vista, y se preguntaron: ¿cuándo empezará?, ¿utilizará la fuerza?, etc. El curso de los acontecimientos depende, sin embargo, más de Hitler que de Stalin. Como norma general, los acontecimientos concretos no se pueden prever. Pero, en líneas generales, se mantienen en la misma dirección que antes.
Gracias a la degeneración del estado obrero, la URSS ha saltado al campo de la segunda guerra imperialista mucho más débilmente de lo que hubiera podido hacerlo. El pacto de Stalin con Hitler tenía como fin proteger a la URSS de un ataque alemán y, en general, proteger a la URSS de una guerra mayor. Al ocupar Polonia, Hitler necesitaba apoyo por el Este. Obligó a Stalin a invadirla por el Este, lo que proporcionaba a la URSS una garantía suplementaria en su frontera occidental. Pero, en consecuencia, la URSS y Alemania pasaban a tener una frontera común, lo que implicaba un mayor peligro para el país y una mayor dependencia de Hitler para Stalin.
La partición de Polonia tuvo sus secuelas en los países escandinavos. Hitler debió comunicar a su “amigo” Stalin que pensaba ocupar Escandinavia. A Stalin debieron entrarle sudores fríos. Esto implicaba el total dominio alemán sobre el mar Báltico, es decir, constituía una amenaza directa sobre Leningrado. Una Vez más, Stalin tuvo que buscar garantías suplementarias contra su aliado, esta vez en Finlandia. Sin embargo, se tropezó con seria resistencia. El “paseo militar” fracasó. Mientras tanto, Escandinavia empezaba a convertirse en el principal teatro de la guerra. Hitler, que había hecho ya sus preparativos contra Dinamarca y Noruega, instó a Stalin a firmar rápidamente la paz. Stalin tuvo que renunciar a sus planes, es decir, a la sovietización de Finlandia. Estos son los acontecimientos más importantes en Europa noroccidental.
Las pequeñas naciones en la guerra imperialista
En una guerra mundial, enfocar el tema del destino de las naciones pequeñas en términos de “independencia nacional”, “neutralidad” es mantenerse dentro de la mitología imperialista. La lucha implica el dominio del mundo. La supervivencia de la URSS también está involucrada. Este problema, de momento oscurecido, puede saltar a primer plano en cualquier momento. Los países pequeños o de segunda fila son ahora mismo peones en manos de las grandes, potencias. No les queda más libertad, y esto hasta cierto punto, que la de elegir entre dos amos.
En el momento actual luchan dos gobiernos en Noruega; el nazi, protegido por las tropas alemanas, en el Sur, y el socialdemócrata, con su rey a la cabeza, en el Norte. ¿Deberían apoyar los obreros noruegos al bando demócrata contra el fascista? Siguiendo la analogía con España, puede parecer que sí. Pero esto sería un tremendo desatino. En España se trataba de una guerra civil aislada; la intervención de las potencias imperialistas extranjeras, aunque importante, era de carácter secundario. En Noruega se trata del choque frontal de los dos bandos imperialistas, en cuyas manos los dos gobiernos noruegos no son más que marionetas. Y nosotros no apoyamos ni a los alemanes ni a los aliados. Por tanto, no hay ninguna razón para que los apoyemos temporalmente en Noruega.
Debemos aplicar el mismo enfoque a Finlandia. Desde el punto de vista del proletariado internacional, la resistencia finlandesa no es un acto de defensa de la independencia nacional, como tampoco lo es la noruega. Esto lo demostró claramente el gobierno finlandés cuando prefirió cesar toda resistencia a ver convertida Finlandia en una base militar de Francia, Inglaterra y EE.UU. La independencia de Finlandia o Noruega, la defensa de la democracia, etc., aunque sean cuestiones importantes por sí mismas, están ahora supeditadas a la lucha de las fuerzas más poderosas del mundo. Debemos discutir estos factores secundarios, pero debemos construir nuestra política en base a los principales.
Las tesis programáticas de la IV Internacional, para caso de guerra, respondieron ampliamente a estas preguntas hace ya seis años. Las tesis mantenían: La idea de la defensa nacional, especialmente si va unida a la idea de la defensa de la democracia, no debe utilizarse nunca más para embaucar a los trabajadores de países pequeños y neutrales (Suiza, Bélgica, los países escandinavos ). Más aún: “Sólo un pequeñoburgués con la cabeza cuadrada (como Robert Grimm), de una aldea suiza olvidada de Dios, puede creer que la guerra mundial es un medio para defender la independencia de Suiza”. Otro pequeñoburgués igual de estúpido imaginó que la guerra mundial era un medio para defender la independencia de Finlandia, que es posible establecer la estrategia proletaria sobre un episodio táctico, como es la invasión de Finlandia por el Ejército Rojo.
Georgia y Finlandia
Igual que en una huelga contra un gran capitalista, los obreros pueden cargarse de paso negocios pequeñoburgueses muy respetables, un estado obrero —aunque esté completamente sano y sea totalmente revolucionario— puede, en su lucha contra el imperialismo, o al buscar garantías contra él, verse obligado a violar la independencia de algún país pequeño. Los filisteos demócratas pueden llorar por la rudeza de la lucha de clases o de la guerra mundial, pero no los proletarios revolucionarios.
En 1921 la URSS sovietizó a la fuerza Georgia, porque era un paso abierto para el imperialismo en el Cáucaso. Se podrían haber hecho muchas objeciones a esa sovietización desde el punto de vista del principio de autodeterminación. Desde el punto de vista de la expansión de la revolución socialista, la intervención militar en un país de campesinos era un acto más que dudoso. Pero la sovietización forzosa se justificaba desde el punto de vista de la defensa de un estado obrero rodeado de enemigos; la salvaguarda de la revolución socialista está por encima de los principios democráticos formales.
El mundo imperialista ha utilizado durante mucho tiempo la violencia hecha a Georgia como arenga para movilizar a la opinión pública mundial contra la URSS. También en este caso, la socialdemocracia ha estado a la cabeza del imperialismo democrático. A la cola iban los pequeñoburgueses del desdichado “tercer campo”.
Sin embargo, existe una profunda diferencia entre las dos intervenciones; la URSS de hoy está lejos de ser la de 1921. Las tesis de 1934 de la IV Internacional declaran: “El crecimiento monstruoso de la burocracia soviética y las pésimas condiciones de vida de los trabajadores han reducido extraordinariamente el atractivo de la URSS para la clase obrera del mundo”. La guerra entre Finlandia y la URSS revela clara y gráficamente cómo, a tiro de fusil de Leningrado, la cuna de la Revolución de Octubre, la URSS es incapaz de ejercer ninguna fuerza atractiva. De esto no debemos deducir que la URSS deba ser invadida por los imperialistas, sino arrancada de las manos de la burocracia.
“¿Dónde está la guerra civil?”
“Pero ¿dónde está la guerra civil que nos había prometido?”, me preguntan los líderes de la antigua oposición, hoy líderes del “tercer campo”. Yo no prometí nada. Sólo analicé una de las variantes posibles en el desarrollo posterior de la guerra entre Finlandia y la URSS. La ocupación de bases aisladas eran tan probable como la total invasión del país. La ocupación, de las bases ha supuesto el mantenimiento del régimen burgués en el resto del territorio. La ocupación total suponía una revolución social, imposible sin la colaboración de los trabajadores y los campesinos más pobres en una guerra civil. Las negociaciones diplomáticas iniciales entre Helsinki y Moscú hacían suponer que la cuestión iba a resolverse como en el caso de los otros estados bálticos. La resistencia finlandesa obligó al Kremlin a lograr sus fines a través de medidas militares, Stalin sólo podría justificar la guerra ante las masas mediante la sovietización de Finlandia. El nombramiento del gobierno de Kuusinen indicó que el destino de Finlandia no era el de los países bálticos, sino el de Polonia, donde —digan lo que quieran los columnistas aficionados del “tercer campo”— Stalin se vio obligado a provocar la guerra civil y a modificar las relaciones de propiedad.
He especificado varias veces que si la guerra de Finlandia no se sumergía en la guerra general y si Stalin no se veía obligado a retirarse por un ataque exterior, tendría que sovietizar Finlandia. Esta tarea era mucho más difícil que la sovietización de Polonia del Este. Más difícil desde el punto de vista militar, puesto que Finlandia estaba mejor preparada. Más difícil desde el punto de vista nacional, pues Finlandia posee una larga tradición de lucha por la independencia nacional contra Rusia, mientras que los ucranianos o los bielorrusos lucharon contra Polonia. Más difícil desde el punto de vista social, pues la burguesía ha resuelto a su manera el problema precapitalista agrario, mediante la creación de una pequeña burguesía campesina. Sólo la victoria militar de Stalin sobre Finlandia hubiera hecho posible la ruptura de las relaciones de propiedad, con mayor o menor apoyo de los trabajadores y campesinos pobres.
¿Por qué Stalin no llevó a término este plan? Porque empezó una colosal movilización de la opinión pública burguesa contra la URSS. Porque Francia e Inglaterra se tomaron en serio la intervención militar. Y, por último —aunque no de menor importancia—, porque Hitler no podía esperar más. La aparición de las tropas francesas e inglesas hubieran dado al traste con los planes de Hitler para Escandinavia, basados en la conspiración y la sorpresa. Cogido entre dos fuegos —por un lado, los aliados, por el otro, Hitler— Stalin hubo de renunciar a la sovietización de Finlandia, limitándose a ocupar algunas bases estratégicas aisladas.
Los partidarios del “tercer campo” (el campo de los pequeñoburgueses despavoridos) se hacen ahora la siguiente composición de lugar; Trotsky dedujo la guerra civil en Finlandia de la naturaleza de clase de la URSS; puesto que no hubo guerra civil, la URSS no es un estado obrero. En realidad, no había necesidad de deducir lógicamente la guerra de la definición sociológica de la URSS; bastaba con basarse en la experiencia polaca. El cambio en las relaciones de propiedad que se produjo allí sólo podía haber sido llevado a cabo por el estado nacido de la Revolución de Octubre. Este cambio le fue impuesto al Kremlin por la necesidad de luchar por la supervivencia en determinadas condiciones. No cabe duda de que, bajo las mismas condiciones, se habría visto obligado a repetirlo en Finlandia. Esto es todo lo que dije. Pero las condiciones cambiaron en el curso de la lucha. La guerra, como la revolución, da a veces saltos bruscos. Tras el cese de las operaciones del Ejército Rojo, ya no se puede hablar, naturalmente, del estallido de la guerra civil en Finlandia.
Todo pronóstico histórico es condicional. No se puede utilizar como dato. Un pronóstico no hace más que delinear los principales rasgos del desarrollo posterior. Pero a lo largo de estos rasgos operan diferentes fuerzas y tendencias, que pueden empezar a predominar en un momento o en otro. Los que quieran pronósticos de hechos concretos, deben consultar con el astrólogo. El pronóstico marxista no es más que una orientación. Frecuentemente, he condicionado mi pronóstico a una o más variantes posibles. Agarrarse ahora como a un clavo ardiendo al hecho histórico de décima categoría de que el destino temporal de Finlandia se parezca más al de Latvia, Lituania y Estonia que al de Polonia, sólo se le ocurriría a un académico estéril o a los líderes del “tercer campo”.
La defensa de la Unión Soviética
Naturalmente, la invasión de Finlandia por Stalin no fue sólo un acto en defensa de la URSS. La política de la Unión Soviética es dirigida por la burocracia bonapartista. Esta burocracia se preocupa, por encima de todo, por su poder, su prestigio y sus conquistas. Se defiende a sí misma mucho mejor de lo que defiende a la URSS. Se defiende a sí misma a costa de la URSS y del proletariado mundial. Se ha puesto de manifiesto a lo largo del desarrollo del conflicto entre Finlandia y la URSS. Por tanto, no podemos, ni directa ni indirectamente, responsabilizarnos de la invasión de Finlandia, que no representa más que un eslabón más en la cadena de la política de la burocracia bonapartista.
Una cosa es solidarizarse con Stalin, defender su política, asumir la responsabilidad de ella —como hace el triplemente infame Comintern— y otra muy distinta explicar al proletariado internacional que, por muchos crímenes que pueda cometer Stalin, no podemos permitir que el imperialismo invada la Unión Soviética, restablezca el capitalismo y convierta al país de la Revolución de Octubre en una colonia. Esta explicación es la base de nuestra defensa de la URSS.
Los derrotistas coyunturales, es decir, los derrotistas aventureros, tratan de tranquilizar su conciencia diciendo que, si los Aliados intervienen en la URSS, abandonarían su derrotismo y se convertirían en defensistas. Pero esto es sólo una evasiva. En general, es difícil establecer la propia política a toque de despertador, y más en tiempo de guerra. En los días críticos de la guerra entre Finlandia y la URSS el cuartel general de los aliados llegó a la conclusión de que la única manera seria y rápida de ayudar a Finlandia era bombardear desde el aire el ferrocarril de Murmansk. Desde el punto de vista estratégico, esta decisión era correcta. La intervención o no intervención de las fuerzas aéreas aliadas estuvo pendiente de un hilo. Al parecer, del mismo hilo pendía la posición de principio del “tercer campo”. Nosotros, desde el primer momento, establecimos la necesidad de adoptar una postura respecto a la guerra según la naturaleza de clase de los bandos en discordia. Esto es mucho más fiable.
No rindamos al enemigo posiciones ya conquistadas
La política de derrotismo no es un castigo a tal o cual gobierno por los crímenes que ha cometido, sino una conclusión derivada de las relaciones de clase. Los marxistas no guían una guerra basándose en consideraciones morales o sentimentales, sino en su concepción social de un régimen y de sus relaciones con los otros. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuera “moral” o políticamente superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial es un duro ataque al imperialismo, que es el principal enemigo de la clase trabajadora de todo el mundo. Defendemos a la URSS, independientemente de la política del Negus de Moscú, por dos razones. En primer lugar, porque la derrota de la URSS proveería al imperialismo de nuevos y colosales recursos, y prolongaría durante muchos años la agonía de la sociedad capitalista. Y, en segundo, por que las bases sociales de la URSS, una vez limpias del parásito burocrático, son capaces de asegurar un progreso económico y cultural ilimitado, mientras que la estructura capitalista sólo puede decaer cada vez más.
Lo que deja más claro el carácter de nuestros ruidosos críticos es que, mientras Stalin destruía el partido bolchevique, mientras estrangulaba la revolución proletaria en España, mientras traicionaba a la revolución mundial en nombre de los “Frentes Populares” y la “seguridad colectiva”, siguieron considerando a la URSS un estado obrero. ¡En todas esas condiciones, consideraron necesario seguir defendiendo a la URSS! Pero en cuanto Stalin invade la “democrática” Finlandia, en cuanto la opinión pública burguesa de las democracias imperialistas —que había encubierto los crímenes de Stalin contra los comunistas, los obreros y los campesinos— pone el grito en el cielo, nuestros “innovadores” declaran inmediatamente:“¡Esto es intolerable!” E, igual que Rooswelt, declaran el embargo moral contra la URSS.
El razonamiento de Burnham, el médico-brujo con educación universitaria, según el cual defender a la URSS implica defender a Hitler, es un ejemplo típico de estupidez pequeñoburguesa, que intenta forzar realidades contradictorias en el entramado de un silogismo bidimensional. ¿Cuándo defendieron a la República soviética en la paz de Brest-Litovsk, apoyaban los trabajadores a los Hohenzollern? ¿Sí o no? Las tesis programáticas de la IV Internacional sobre la guerra, establecen categóricamente que los acuerdos entre un estado soviético y tal o cual país capitalista no comprometen para nada al partido revolucionario de ese estado. Los intereses de la revolución mundial están por encima de cualquier combinación diplomática aislada, por muy justificable que sea. Defendiendo la URSS luchamos más seriamente contra Stalin y contra Hitler de lo que lo hacen Burnham y compañía.
Es verdad que Shachtman y Burnham no están solos. Leon Jouhaux, el famoso agente del capitalismo francés, también estaba indignado de que “los trotskystas apoyasen a la URSS”. Pero nuestra actitud hacia la URSS es la misma que hacia la CGT (Confederación General del Trabajo); la defendemos contra la burguesía a pesar de estar dirigida por bribones como Leon Jouhaux, que decepcionan y traicionan a los trabajadores a cada paso. Los mencheviques rusos dicen que la IV Internacional está en un callejón sin salida, porque considera todavía a la URSS como un estado obrero. Estos mismos caballeros son miembros de la II Internacional, que cuenta entre sus filas a traidores tan eminentes como el típicamente burgués mayor Huysmans y Leon Blum que, en junio de 1936, traicionaron una situación revolucionaria especialmente favorable, y, por tanto, hicieron posible esta guerra. Los mencheviques reconocen que los partidos de la II Internacional son “partidos obreros”, pero consideran que la URSS no es un estado obrero porque a su cabeza hay una burocracia de traidores. Esto llega al cinismo y al descaro. Stalin, Molotov y los demás, como capa social, no son mejores ni peores que los Blums, Jonhaux, Citrines, Thomases, etc. La única diferencia es que Stalin y compañía explotan y estropean las bases económicas viables del desarrollo socialista, y los Blums se aferran a las podridas bases de la sociedad capitalista.
El estado obrero debe tomarse tal y como emerge del implacable laboratorio de la historia, y no como lo imaginó un profesor “socialista”, mientras se hurgaba reflexivamente la nariz. El deber de todo revolucionario es defender cada conquista de la clase trabajadora, por mucho que la hayan deformado las fuerzas hostiles. Los que no son capaces de defender las posiciones ya conquistadas, nunca conquistarán ninguna más.
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Carta a James P. Cannon
28 de mayo de 1940
Queridos camaradas:
La renuncia de Burnham es una excelente confirmación de nuestro análisis y nuestros pronósticos sobre la ex-minoría. No creo que éste sea el último abandono[26].
W. R. (Leon Trotsky)
Notas
[26] La carta de Burnham en la que declara su repulsa abierta al socialismo y su renuncia al Partido Obrero, construido por la minoría tras su escisión en abril de 1940, está fechada el 21 de mayo de 1940. El texto de esta carta, que no fue publicado por los colaboradores de Burnham, se imprimió por vez primera en el Fourth International de agosto de 1949.
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Carta a Albert Goldman
5 de junio de 1940
Querido amigo:
Burnham no reconoce la dialéctica, pero la dialéctica no le deja escape. Está tan cogido como una mosca en una telaraña. Ha hecho a Shachtman un daño irreparable. ¡Qué lección sobre las alianzas sin fundamento! Y pobre Abern. Hace cuatro años, encontró protector para su pandilla en la persona del Gran Papa Muste y su acólito, Spector. Ahora repite la experiencia con el católico secularizado de Burnham y su monaguillo, Shachtman En los buenos y viejos tiempos teníamos que esperar años, a veces décadas, para que se cumpliese un pronóstico. Ahora, el ritmo de los acontecimientos es tan rápido que las verificaciones nos sorprendan de un día para otro. ¡Pobre Shachtman!
Con mis mejores deseos,
Leon Trotsky
Coyoacan, D. F.
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Sobre el partido obrero
7 de agosto de 1940
PREGUNTA: ¿Había, en su opinión, suficientes diferencias políticas entre la mayoría y la minoría para justificar una escisión[27]?
TROTSKY: Hay que considerar la cuestión dialéctica, no mecánicamente. ¿Qué significa la terrible palabra “dialéctica”? Significa comprender las cosas a través de su desarrollo, no estáticamente. Si tomamos las diferencias políticas tal como parecen, podríamos decir que no eran suficientes para una escisión, pero al desarrollar una tendencia de huida del proletariado y aproximación a los círculos pequeñoburgueses, las mismas diferencias adquirieron un valor diferente; un peso específico distinto; estaban conectadas con un grupo social diferente. Este es un punto muy importante.
Nos encontramos ante el hecho de que la minoría se escindió de nosotros, a pesar de todas las medidas que tomó la mayoría para evitar la escisión. Esto significa que su sentimiento social era tal que les impedía seguir junto a nosotros. Es una tendencia pequeñoburguesa, no proletaria. Si quiere otra confirmación, tenemos un excelente ejemplo en el artículo de D. McDonald.
Ante todo, ¿qué es lo que caracteriza a un proletario revolucionario? Nadie está obligado a participar en un partido revolucionario, pero, si lo hace, debe considerar seriamente al partido. ¿Y qué es nuestra teoría, sino nuestro instrumento para la acción? Nuestro instrumento es la teoría marxista, porque hasta el momento no hemos encontrado nada mejor. Un trabajador no fantasea sobre las herramientas; si tiene las mejores que puede conseguir, las cuida; no las abandona, ni pide unas inexistentes.
Burnham es un intelectual snob. Picotea en un partido, lo abandona, prueba otro Un trabajador no puede hacer eso. Si entra en un partido revolucionario, se dirige a la gente, la llama a la acción, es como un general en guerra; debe saber a dónde la lleva. ¿Qué pensaríais de un general que dice que las armas son malas, y que, por tanto, lo mejor es irse a casa y esperar a ver si las inventan mejores? Ese es el razonamiento de Burnham. Por tanto, abandonó el partido. Pero la lucha continúa. No se puede posponer. Es sólo Burnham el que ha abandonado la acción.
D. McDonald no es un snob, pero sí un poco tonto. Cito: “El intelectual, si quiere servir a la sociedad, no debe decepcionarse ni a sí mismo ni a los otros, no debe dar por bueno lo que sabe que es imperfecto, no debe olvidar lo que ha aprendido a lo largo de años y años”. Muy bien. Completamente correcto. Sigo con la cita: “En estos años terribles y borrascosos, sólo si somos capaces de combinar el escepticismo con la devoción —escepticismo ante todas las teorías, gobiernos y sistemas sociales; devoción a la lucha revolucionaria de las masas— podremos justificarnos como intelectuales”.
He aquí a uno de los líderes del autodenominado “Partido Obrero”, que no se considera un proletario, sino un “intelectual”. Habla de escepticismo hacia todas las teorías.
Nos hemos preparado para esta crisis estudiando, construyendo un método científico, y nuestro método es el marxismo. Llega la crisis y el señor McDonald se proclama escéptico ante “todas las teorías”, y luego habla de devoción a la revolución, sin proporcionarle ninguna teoría de repuesto. ¿Cómo podemos trabajar sin teoría? ¿Qué es la lucha, las masas, lo revolucionario? Todo el artículo es escandaloso, y un partido que tolera como líder a un hombre como ése no es serio.
Cito de nuevo: “Entonces, ¿cuál es la naturaleza de la bestia (el fascismo)? Trotsky mantiene que se trata nada más que del fenómeno familiar del bonapartismo, en el que una banda se mantiene en el poder enfrentando una clase con otra y dando al poder del estado un carácter temporalmente autónomo. Pero los regímenes totalitarios modernos no son episódicos; han cambiado ya la estructura económica y social no sólo manipulando las viejas formas, sino destruyendo su vitalidad interna. Por tanto, ¿es la burocracia nazi una nueva clase dominante y el fascismo una nueva formación social, comparable al capitalismo? Esto tampoco parece ser cierto”. Crea así una nueva teoría, una nueva definición del fascismo, aunque desea que seamos escépticos ante todas las teorías. ¡Es como si les dijésemos a los trabajadores que deben ser devotos de su trabajo, pero que sus herramientas no tienen ninguna importancia! Estoy seguro que los trabajadores tendrían un buen apelativo para quien se lo dijera.
Pero es muy característico de un intelectual desorientado. Se enfrenta con la guerra, con la terrible época actual, con pérdidas, con sacrificios, y tiene miedo. Empieza a propagar el escepticismo y todavía cree que es posible unir el escepticismo con la devoción revolucionaria. Sólo podemos desarrollar una devoción revolucionaria si estamos seguros de que es racional y posible, y no podemos estarlo sin una teoría operativo. El que proclama el escepticismo teórico es un traidor.
Analizamos diferentes elementos en el fascismo:
1. El elemento común al fascismo y al viejo bonapartismo es que utilizan la lucha de clases para dar la mayor independencia posible al poder del Estado. Pero siempre hemos subrayado que el viejo bonapartismo se produjo en una sociedad burguesa ascendente, mientras que el fascismo es el poder del Estado de una sociedad burguesa que decae.
2. El fascismo es un intento de la burguesía de superar la contradicción entre la técnica actual y la propiedad privada sin destruir la propiedad privada. La “economía planificada” del fascismo en un intento de salvar la propiedad privada y de mantenerla a raya a la vez.
3. Es un intento de superar la contradicción entre la técnica moderna de las fuerzas productivas y el limitado espacio del Estado nacional. La nueva técnica no puede limitarse dentro de fronteras nacionales, y el fascismo intenta superar esta contradicción. El resultado es la guerra.
Ya hemos analizado en otro lugar estos tres elementos. D. McDonald abandonará el partido igual que Burnham, pero, como es más perezoso, tardará más.
¿Consideramos a Burnham como “un buen elemento” alguna vez? Sí. En esta época, el partido proletario debe salvarse de todo intelectual que pueda ayudarle. Gasté muchos meses con Diego Rivera, para salvarle para nuestro movimiento, pero no tuve éxito. Pero todas las Internacionales han tenido experiencias de este tipo. La primera, con el poeta Freiligrath, que era muy caprichoso. La segunda y la tercera, con Gorki. La cuarta, con Rivera. Siempre se separaron de nosotros.
Burnham estaba más cercano al movimiento, pero Cannon siempre tuvo sus dudas respecto a él. Sabía escribir, y tenía un cierto estilo de pensamiento, no muy profundo, pero diestro. Podía aceptar una idea, desarrollarla, escribir un buen artículo sobre ella y olvidarla. El autor puede olvidar, el obrero no. Sin embargo, mientras podamos utilizar esa gente, santo y bueno. ¡También Mussolini fue, en sus tiempos, “un buen elemento”!
Coyoacan, D. F.
Notas
[27] Este articulo apareció por vez primera como la pregunta no.4 y su respuesta, en el artículo “Some Questions on American Problems”, New International, octubre 1940, pp. 132-135. (Nota del MIA)
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Carta a Albert Goldman
9 de agosto de 1940
Mr. Albert Goldman.
Querido amigo:
No sé si has visto el artículo de McDonald en el número de agosto del Partisan Review. Este tipo era discípulo de Burnham, el intelectual snob. Tras su deserción, McDonald es el único representante de la “Ciencia” en el partido de Shachtman.
En el tema del fascismo, McDonald plagia algunas ideal de nuestro arsenal, las presenta como si fueran sus propios descubrimientos, y las contrapone con una serie de banalidades que dice que son nuestras ideas. El conjunto resulta sin perspectiva, sin proporción y sin la más elemental honradez intelectual.
Sin embargo, esto no es lo peor. El huérfano de Burnham dice: “Debemos examinar, fría y escépticamente, las premisas básicas del marxismo” (pág. 266). ¿Y qué hará el pobre “Partido Obrero” en este período de “examen”? ¿Qué deberá hacer el proletariado? Esperará, claro está, a los resultados del estudio de McDonald. El resultado será, probablemente, que McDonald se pase al campo de Burnham.
Las últimas cuatro líneas del artículo hacen prever esta deserción personal: “En estos años terribles y borrascosos, sólo si somos capaces de combinar el escepticismo con la devoción —escepticismo ante todas las teorías, todos los gobiernos, todos los sistemas sociales; devoción a la lucha revolucionaria de las masas— podremos justificarnos como intelectuales”.
La actividad revolucionaria basada en el escepticismo teórico es el no va más de las contradicciones internas. “La devoción a la lucha revolucionaria de las masas” es imposible sin una comprensión teórica de las leyes de esta lucha. La devoción revolucionaria sólo es posible si uno está seguro de que es razonable, adecuada; de que se corresponde con sus intereses. Esta seguridad sólo puede crearse mediante la comprensión teórica de la lucha de clases. El “escepticismo ante todas las teorías” es sólo la preparación de la deserción personal.
Shachtman permanece callado; como Secretario General del Partido, está demasiado ocupado defendiendo “las premisas básicas del marxismo” de filisteos y snobs pequeñoburgueses
Fraternalmente,
Leon Trotsky
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Carta a Chris Andrews
17 de agosto de 1940
Querido Chris:
Me ha gustado mucho tu apreciación de la postura antipacifista del partido. Esta postura tiene dos grandes ventajas: primero, es esencialmente revolucionaria y está de acuerdo con el carácter de esta época, en la que hay que resolver los problemas no sólo con el arma de la crítica, sino con la crítica de las armas. En segundo lugar, porque está completamente libre de sectarismo. No nos enfrentamos a los acontecimientos ni a los sentimientos de las masas con una afirmación abstracta de nuestra santidad.
El pobre Labor Action del 12 de agosto escribe: “Estamos con Lewis en la lucha contra el reclutamiento”. Nosotros no estamos con Lewis, porque lo que Lewis trata de defender es la Patria Capitalista, y además por medios totalmente anticuados. La gran mayoría de los trabajadores comprende o siente que esos medios (ejército profesional voluntario) son anticuados desde el punto de vista militar y muy peligrosos desde el punto de vista de la clase trabajadora. Por eso, los trabajadores están por el reclutamiento. Es una forma confusa y contradictoria de adherirse al “ejército del proletariado”. No debemos rechazar este gran cambio histórico, como hacen los sectarios de todas clases. Debemos decir: “¿Reclutamiento? Sí. Pero aprovechaos de él”. Puede ser un magnífico punto de partida.
Fraternalmente,
Tu viejo (Leon Trotsky)
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Una vez más: la Unión Soviética y su defensa[28]
4 de noviembre de 1937
Craipeau olvida las principales enseñanzas del marxismo
El camarada Craipeau quiere persuadirnos una vez más de que la burocracia soviética como tal es una clase. Sin embargo para él no es un problema de “sociología” pura. No, todo lo que quiere, como veremos, es señalar de una vez una línea libre y recta, para su tipo de internacionalismo, del cual no está en absoluto seguro. Si la burocracia no es una clase, si la Unión Soviética puede ser reconocida todavía como un estado de trabajadores, es necesario apoyarla durante la guerra. ¿Cómo puede uno entonces permanecer en una oposición irreconciliable contra el propio gobierno, si éste está aliado a los soviéticos? ¡Ahí existe una tentación terrible de caer en el social-patriotismo! No; es preferible hacer un cambio radical de posición: la burocracia stalinista es una clase explotadora, y en caso de guerra, a duras penas necesitamos distinguir entre los soviéticos y el Japón.
Desgraciadamente este radicalismo terminológico no adelanta mucho las cosas. Admitamos por un momento que la burocracia es realmente una clase, en el sentido de la sociología marxista. Tenemos entonces una forma nueva de clase social, que ni es idéntica a la sociedad feudal o a la capitalista y la cual nunca fue prevista por los teóricos marxistas. Tal descubrimiento es digno de un atento análisis.
¿Por qué se encuentra la sociedad capitalista en un callejón sin salida? Porque ya no es capaz de desarrollar las fuerzas productivas en los países adelantados o atrasados. La cadena imperialista mundial, se rompió en su eslabón más débil, Rusia. Nos enteramos ahora que en lugar de la sociedad burguesa, ha sido establecida una nueva clase social. Craipeau no le ha dado aún ningún hombre o analizado sus leyes internas. Pero eso no nos impide ver que la nueva sociedad es progresiva en comparación con el capitalismo, porque en base a la propiedad nacionalizada, la nueva “clase” dominante, ha asegurado un desarrollo de fuerzas productivas jamás igualado en la historia mundial. El marxismo nos enseña que las fuerzas productivas son el factor fundamental del progreso histórico. Una sociedad que no es capaz de asegurar el crecimiento del poder económico, es aun menos capaz de asegurar el bienestar de las clases trabajadoras cualquiera que sea la manera de la distribución. El antagonismo entre el feudalismo y el capitalismo y la decadencia del primero ha sido determinada precisamente por el hecho de que el último abrió nuevas y grandiosas posibilidades a las estancadas fuerzas productivas. Lo mismo se aplica a la Unión Soviética. Cualquiera que sean sus formas de explotación, esta nueva sociedad es, por su carácter mismo, superior a la capitalista. ¡Ahí está el punto de partida real del análisis marxista!
Este factor fundamental, las fuerzas productivas, también se refleja en el dominio ideológico. Mientras la vida económica de los países capitalistas no nos enseña otra cosa que diferentes formas de estancamiento y descomposición, la economía nacionalizada y planificada de la Unión Soviética, es la más grande escuela para toda la humanidad que aspira a un futuro mejor. ¡Se tiene que ser ciego para no ver la diferencia!
En la guerra entre el Japón y Alemania por un lado, y la Unión Soviética por el otro, estaría comprometido, no un problema de igualdad distributivo, o democracia proletaria, o de la justicia de Vishinski, sino el destino de la propiedad nacionalizada y la economía planificada. La victoria de los estados imperialistas significaría la caída, no solamente de la nueva “clase explotadora” en la Unión Soviética, sino también de las nuevas formas de producción, la disminución de toda la economía soviética al nivel de un capitalismo atrasado y semicolonial. Ahora pregunto a Craipeau: cuando estemos enfrentados con la lucha entre dos estados los cuales son —admitámoslo— ambos estados de clase, pero uno de los cuales representa estancamiento imperialista y el otro un tremendo progreso económico, ¿no tenemos que apoyar el estado progresista contra el estado reaccionario? ¿Sí o no?
En toda sus tesis, Craipeau habla de las cosas más diversas, y casas muy ajenas al tema, pero no menciona una sola vez, el factor decisivo de la sociología marxista, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas. Es precisamente por esto que toda su construcción permanece suspendida en el aire. Engaña con sombras terminológicas (“clase”, “no clase”) en vez de entender la realidad. Cree que es suficiente atribuir el término “clase” a la burocracia con el fin de evitar la necesidad de analizar qué sitio ocupa la nueva sociedad en el desarrollo histórico de la humanidad. Queriendo forzarnos a no distinguir entre una sociedad que es absolutamente reaccionaria, que lesiona y hasta destruye las fuerzas productivas, y una sociedad que es relativamente progresista, puesto que ha asegurado un gran ascenso económico, Craipeau quiere imponemos la política de la “neutralidad” reaccionaria. ¡Sí, camarada Craipeau, reaccionaria!
Pero ¿es la burocracia una clase?
Se ve por lo anterior que podríamos muy bien dejar de analizar otra vez el problema que preocupa a Craipeau, que en sí mismo, está lejos de ser decisivo en época de guerra. Pero el problema del carácter social de la burocracia es a pesar de todo muy importante desde un punto de vista más general y no vemos ninguna razón para hacer la más ligera concesión a Craipeau en este nivel. Nuestro crítico cambia de argumentos sin la más mínima inconveniencia. Esta vez deduce su extraordinaria prueba, de una frase en La revolución traicionada en el sentido de que “todos los medios de producción pertenecen al estado y el estado pertenece, hasta cierto punto, a la burocracia” (el énfasis es mío). Craipeau está jubiloso. Si los medios de producción pertenecen al estado, y el estado a la burocracia, ésta se torna en el propietario colectivo de los medios de producción, y por eso solamente, en la clase poseedora y explotadora. El resto del argumento de Craipeau es casi de carácter puramente literario. Nos dice una vez más, con aire de polemizar contra mí, que la burocracia termidoriana es mala, rapaz, reaccionaria, sedienta de sangre, etcétera[29]. ¡Una verdadera revelación! ¡Sin embargo nunca dijimos que la burocracia stalinista fuera virtuosa! Solamente le negamos la calidad de clase en el sentido marxista, es decir, con respecto a la propiedad de los medios de producción. Pero ahí está Craipeau forzándome a negarme, puesto que reconocí que la burocracia trata al estado como su propiedad. “Y esa es la solución al enigma”.
Pero con este argumento ultrasimplificado Craipeau muestra una falta deplorable de sentido dialéctico. Nunca dije que la burocracia soviética era igual a la de la monarquía absoluta o del capitalismo liberal. La economía nacionalizada crea una situación completamente nueva para la burocracia y abre nuevas posibilidades, tanto de progreso como de degeneración.
Esto lo sabíamos, más o menos, aun antes de la revolución. La analogía entre la burocracia soviética y la del estado fascista es mucho mayor, sobre todo desde el punto de vista que nos interesa. La burocracia fascista trata también al estado como su propiedad. Impone severas restricciones al capital privado y provoca a menudo convulsiones en él. Podemos decir a manera de argumento lógico: si la burocracia fascista triunfó en imponer más y más su disciplina y restricciones a los capitalistas, sin resistencia efectiva de parte de éstos, esta burocracia podría gradualmente transformarse en una nueva “clase” dirigente absolutamente análoga a la burocracia soviética. Pero el estado fascista pertenece a la burocracia solamente “hasta cierto punto” (véase la cita anterior).
Esas son tres palabras que Craipeau ignora deliberadamente. Pero tienen su importancia. Incluso son decisivas. Forman parte integral de la ley dialéctica de la transformación de cantidad en cualidad. Si Hitler[30] tratase de apropiarse del estado, y por esos medios, apropiarse completamente de la propiedad privada y no sólo “hasta cierto punto”, tropezaría contra la oposición violenta de los capitalistas; esto abriría grandes posibilidades revolucionarias para los trabajadores. Hay sin embargo ultraizquierdistas que aplican a la burocracia fascista el razonamiento que Craipeau aplica a la soviética y colocan un rótulo igual entre los regímenes fascista y stalinista (algunos espartaquistas alemanes, urbahnistas, anarquistas, etcétera)[31]. Hemos dicho de ellos lo que decimos de Craipeau: su error está en creer que las bases de la sociedad pueden cambiarse sin revolución y contrarrevolución, desenvolviendo al revés la película del reformismo.
Pero aquí es donde Craipeau, todavía jubiloso, cita otra frase de La revolución traicionada con respecto a la burocracia soviética: “Si estas relaciones llegaran a ser estabilizadas, legalizadas y a volverse norma, sin ninguna resistencia o contra la resistencia de los trabajadores, terminarían en la liquidación completa de las conquistas de la revolución proletaria”. Y concluye Craipeau: “Así, el camarada Trotsky contempla la posibilidad (en el futuro) de un tránsito sin intervención militar (?) del estado de los trabajadores, al estado capitalista. En 1933, se acostumbraba llamar a esto desenrollar al revés la película del reformismo”. Se llama de la misma manera en 1937. Lo que para mí es un argumento puramente lógico, Craipeau lo considera un pronóstico histórico. Sin una guerra civil victoriosa, la burocracia no puede dar origen a una nueva clase dirigente. Ese era y sigue siendo mi pensamiento. Además lo que está sucediendo ahora en la Unión Soviética es solamente una guerra civil preventiva iniciada por la burocracia. Y sin embargo no ha tocado todavía las bases económicas del estado creadas por la revolución, las cuales, a pesar de toda su deformación y distorsión, aseguran un desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas.
Nadie ha negado la posibilidad —especialmente en el caso de prolongada decadencia mundial— de la restauración de una nueva clase poseedora resultante de la burocracia. La presente posición social de la burocracia, que por medio del estado tiene en sus manos “hasta cierto punto” las fuerzas productivas, es un punto de partida extremadamente importante para este proceso de transformación. Es, sin embargo, un problema de posibilidad histórica y no un hecho ya cumplido.
¿Es una clase el producto de causas económicas o políticas?
En La revolución traicionada traté de dar una definición del presente régimen soviético. Esta definición comprende nueve párrafos. Admitiré que esta serie de fórmulas descriptivas y cautelosas no es muy elegante. Pero trata de ser honrada con respecto a la realidad, lo cual siempre es una ventaja. Craipeau ni siquiera menciona esta definición. No opone otra a ella. No dice si la nueva sociedad explotadora, es superior o inferior a la antigua, y no se pregunta si esta nueva sociedad es una etapa inevitable entre el capitalismo y el socialismo o es solamente un “accidente” histórico. Sin embargo, desde el punto de vista de nuestra perspectiva histórica general, tal como esta formulada en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, la definición sociológica de la burocracia asume una importancia capital.
La burguesía vino al mundo como un elemento nacido de la nueva forma de producción; permaneció como una necesidad histórica mientras la nueva forma de producción agotaba sus posibilidades. Se puede hacer la misma aseveración con respecto a todas las clases sociales anteriores: dueños de esclavos, señores feudales, maestros obreros medioevales. En su tiempo eran los dirigentes y representantes de un sistema de producción, el cual tenía su lugar en el adelanto de la humanidad. ¿Cómo entonces evalúa Craipeau el lugar histórico de “la clase burocrática”? No dice nada sobre este problema decisivo. Sin embargo hemos repetido muchas veces con la ayuda del mismo Craipeau, que la degeneración del estado soviético es el producto del retardo de la revolución mundial, es decir, el resultado de causas políticas y “coyunturales”, por así decirlo. ¿Puede uno hablar de una nueva clase “coyuntural”? Lo dudo realmente. Si Craipeau consiente en verificar esta concepción más bien apresurada desde el punto de vista de la sucesión histórica de regímenes sociales, él mismo reconocerá seguramente que dar a la burocracia el nombre de clase dominante, es no solamente un abuso de terminología, sino por otra parte un gran peligro político que puede conducir a un descarrilamiento completo de nuestra perspectiva histórica. ¿Ve Craipeau razones suficientes para revisar la concepción marxista en este punto capital? En cuanto a mí, no veo ninguna. Esa es la razón por la cual rehúso seguir a Craipeau.
Sin embargo, podemos y debemos decir que la burocracia soviética tiene todos los vicios de una clase dominante, sin tener ninguna de sus “virtudes” (estabilidad orgánica, ciertas normas morales, etcétera). La experiencia nos ha enseñado que el estado de los trabajadores es todavía un estado, es decir, un producto del pasado bárbaro; que es doblemente bárbaro en un país aislado y atrasado; que bajo condiciones desfavorables puede degenerarse hasta el punto de volverse irreconocible; que puede requerir una revolución suplementaria con el fin de regenerarlo. Pero el estado de los trabajadores continúa, sin embargo, como una etapa inevitable en nuestro camino. Esta etapa no puede ser superada, sino por la revolución permanente del proletariado internacional.
Y, ¿dónde está la dialéctica?
No puedo seguir la argumentación completa del camarada Craipeau punto por punto; porque para eso es necesario realmente recapitular la íntegra concepción marxista. El problema es que Craipeau no analiza los hechos como son, sino que más bien recoge argumentos lógicos a favor de una tesis preconcebida. Este método es en esencia, antidialéctico y por lo tanto antimarxista. Daré algunos ejemplos al respecto.
a) “El proletariado ruso perdió toda esperanza de poder político hace muchos años ( )” Craipeau se cuida de no decir exactamente cuándo. Simplemente quiere crear la impresión de que nuestra tendencia ha alimentado ilusiones por “muchos años”. Olvida decir que en 1923 la burocracia estaba muy trastornada y que solamente la derrota alemana y el desaliento del proletariado ruso que la siguió, restableció su posición[32]. Durante la revolución china, la crisis se repitió con aspectos similares. El primer plan quinquenal y las grandes conmociones que precedieron la subida de Hitler (1931-1933); amenazaban una vez más el dominio de la burocracia[33]. Finalmente ¿podemos dudar por un instante, que si la revolución española hubiese triunfado y los trabajadores franceses hubiesen sido capaces de desarrollar la ofensiva de mayo y junio de 1936 hasta su conclusión[34], el proletariado ruso habría recobrado su valor y combatividad y derrocado los termidorianos con un mínimo de esfuerzo? Es solamente una sucesión de las deprimentes y terribles derrotas en todo el mundo lo que ha estabilizado el régimen de Stalin. Craipeau opone el resultado, el cual es bastante contradictorio en sí mismo, al proceso que lo produjo y a nuestra política, la cual era un reflejo de este proceso.
b) Con el fin de refutar el argumento de que la burocracia manipula los recursos naturales solamente como una corporación gremial —que es extremadamente inestable— y que los burócratas aislados no tienen el derecho de disponer libremente de propiedad estatal, replica Craipeau: “Los burgueses tuvieron que esperar mucho tiempo antes de que pudieran transmitir a sus descendientes títulos de propiedad sobre los medios de producción. Al comienzo de los gremios, el jefe era elegido por sus compañeros ( )” etcétera. Pero Craipeau deja a un lado la friolera de que precisamente “al comienzo de los gremios”, estos no estaban divididos todavía en clases y que el jefe, no era “burgués” en el sentido moderno de la palabra. La transformación de cantidad en cualidad no existe para Craipeau.
c) “La propiedad privada está siendo restaurada, la herencia restablecida ( )” Pero Craipeau evita decir que es asunto de propiedad sobre objetos de uso personal, y no de medios de producción. De la misma manera olvida mencionar que la propiedad privada de los burócratas, aun aquéllos en altas posiciones, es nada en comparación con los recursos materiales hechos accesibles por sus empleos, y que precisamente la actual “purga”, que con una plumada arroja miles y miles de familias de burócratas a la mayor pobreza, demuestra cuán enteramente frágiles son los vínculos entre los mismos burócratas —y mucho más entre sus familias— y la propiedad estatal.
d) La guerra civil preventiva, al ser dirigida en el momento por la camarilla dominante, demuestra otra vez, que esta última sólo puede ser derrocada por la fuerza revolucionaria. Pero puesto que esta nueva revolución debe desarrollarse en base a la propiedad estatal y la economía planificada, hemos caracterizado la caída de la burocracia como una revolución política para distinguirla de la revolución social de 1917. Craipeau encuentra que esta distinción “permanece en el dominio de la casuística”. ¿Y por qué tanta severidad? Porque la recuperación del poder por el proletariado tendrá también consecuencias sociales. Pero las revoluciones burguesas y políticas de 1930, 1848 y setiembre de 1870 también tuvieron consecuencias sociales, en cuanto que cambiaron seriamente el reparto de la renta nacional. Pero mi querido Craipeau, todo es relativo en este mundo el cual no es una creación de formalistas de ultraizquierda. Los cambios sociales provocados por las llamadas revoluciones políticas, serios como fueron, realmente aparecen como secundarios cuando se comparan con la gran Revolución Francesa, la cual fue la revolución social burguesa por excelencia. Lo que le falta al camarada Craipeau es el sentido de las proporciones y el concepto de la relatividad. Nuestro joven amigo no está interesado en absoluto en la ley de transformación de cantidad en cualidad. Y sin embargo es la ley más importante de la dialéctica. La verdad es que las autoridades del mundo académico burgués encuentran que la dialéctica en sí misma es el “dominio de la casuística”.
e) No es por casualidad que Craipeau está inspirado por la sociología de M. Yvon[35]. Las observaciones personales de Yvon son honestas y muy importantes. Pero no es por accidente que ha encontrado refugio en el pequeño puerto de Revolution proletarienne[36]. Yvon está interesado en la “economía”, en el “taller” —para usar la palabra de Proudhon— y no en “política”, es decir, en economía generalizada. Pertenece, formalmente, a la escuela proudhonista; esto le permitió precisamente permanecer neutral durante la lucha entre la Oposición de Izquierda y la burocracia; no comprendió que el destino del “taller” dependía de ella[37]. Lo que tiene que decir acerca de la lucha por “la herencia de Lenin” sin distinguir las tendencias sociales -¡aún hoy en 1937!— revela claramente su concepción totalmente pequeñoburguesa, y no revolucionaria en absoluto. La noción de clase es una abstracción para Yvon, la cual sobreimpone sobre la abstracción “taller”. ¡Es realmente triste que Craipeau no encuentre otra fuente de inspiración teórica!
El social-patriotismo y la defensa de la Unión Soviética
Todo este andamiaje sociológico, desgraciadamente muy frágil, solamente sirve a Craipeau, como lo hemos dicho, para rehuir la necesidad de distinguir entre la Unión Soviética y los estados imperialistas durante la guerra. Los dos últimos párrafos de su tratado los cuales tienen que ver con este tema son particularmente reveladores. Craipeau nos dice: “Toda guerra europea o mundial se da en nuestros días por conflictos imperialistas y sólo los tontos stalinistas o reformistas pueden creer que los puntos de lucha de la futura guerra serán el régimen fascista o democrático”. Noten bien esta tesis magistral: de alguna manera simplificada, es verdad, pero sin embargo tomada, esta vez, del arsenal marxista. Inmediatamente después de esto, con el fin de criticar y caracterizar a la Unión Soviética como “campeona de la guerra imperialista”, Craipeau nos dice: “En el campo de Versalles, su diplomacia (la de la Unión Soviética) juega ahora el mismo papel animador de la diplomacia hitleriana en el otro campo”. Admitámoslo. ¿Pero el carácter imperialista de la guerra está determinado por el papel provocador de la diplomacia fascista? En absoluto. “Solamente los tontos stalinistas o reformistas pueden creerlo”. Y espero que nosotros los demás no vamos a aplicar el mismo criterio al estado soviético. Se es un derrotista en los países imperialistas —¿no es así?— porque se quiere aplastar el régimen de la propiedad privada y no porque uno desea castigar algún “agresor”. En la guerra de Alemania contra la Unión Soviética, será una cuestión de cambiar la base económica de esta última en cuanto concierne a los imperialistas y no de castigar a Stalin y Litvinov[38]. ¿Y entonces? Craipeau ha establecido su tesis fundamental exclusivamente con el fin de tomar de inmediato el camino opuesto. El peligro, el verdadero peligro, consiste, de acuerdo con él, en que los social-patriotas de todo calibre tomarán la defensa de la Unión Soviética como un pretexto para una nueva traición. “En esas condiciones cualquier equivocación en nuestra actitud se vuelve fatal”. Y en conclusión: “Hoy es necesario elegir entre la defensa incondicional de la Unión Soviética, es decir (!!!), el sabotaje de la revolución en nuestro país y en la Unión Soviética, o el derrotismo y la revolución”.
Henos aquí. No se trata, en absoluto, del carácter social de la Unión Soviética —¿qué importa eso?— puesto que, de acuerdo a Craipeau, la defensa del estado de los trabajadores, aun cuando fuese auténtico, implica que el proletariado de los países aliados imperialistas concluya una unión sagrada con su propia burguesía. “Y existe la solución al enigma” como dicen otros. Craipeau cree que en la Guerra —guerra con mayúscula— el proletariado no debería estar interesado en si es una guerra contra Alemania, la Unión Soviética o contra un Marruecos sublevado, porque en todos estos casos es necesario proclamar el “derrotismo sin frases” como la única posibilidad de escapar al apretón del social-patriotismo. Una vez más vemos, y con qué claridad, que el ultraizquierdismo es siempre un oportunismo que tiene miedo de sí mismo y exige garantías absolutas —esto es, garantías no existentes— para seguir fiel a su bandera. Este tipo de intransigencia recuerda al hombre tímido y débil, quien al enfurecerse, grita a sus amigos: ¡Deténganme que voy a hacer algo terrible! ¡Dénme tesis herméticamente selladas, pongan pantallas impenetrables sobre mis ojos, de lo contrario voy a hacer algo terrible! ¡Realmente hemos encontrado la solución al enigma!
¿Pero en todo caso, Craipeau duda, por ejemplo, del carácter proletario del estado soviético entre 1918 y 1923 o por lo menos, con el fin de hacer concesión a la ultraizquierda, entre 1918 y 1921? En ese período el estado soviético maniobró en la arena internacional y buscó aliados temporales. Al mismo tiempo, es precisamente en ese período que el derrotismo se hizo un deber para todos los trabajadores de los países imperialistas, tanto de los “enemigos” como de los “aliados” temporales. El deber de defender a la Unión Soviética nunca significó para el proletariado revolucionario dar un voto de confianza a su burguesía. La actitud del proletariado en tiempo de guerra es la continuación de su actitud en tiempo de paz. El proletariado defiende a la Unión Soviética con su política revolucionaria, nunca subordinada a la burguesía, pero siempre adaptada a circunstancias concretas. Esa fue la enseñanza de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista. ¿Exige Craipeau una revisión retrospectiva de esta enseñanza?
Si Blum en vez de declarar la pérfida “no intervención” —siempre a las órdenes del capital financiero— hubiera apoyado a Caballero y Negrín con su democracia capitalista, ¿hubiera renunciado Craipeau a su oposición irreductible contra el gobierno del “Frente Popular”? ¿O habría renunciado al deber de distinguir entre los dos campos que se enfrentaban en España y de adaptar su política a esta distinción?
Lo mismo se aplica al Lejano Oriente. Si Chiang, siguiendo a Inglaterra, declarara mañana la guerra contra el Japón, ¿va Craipeau a participar en una unión sagrada con el fin de ayudar a China? ¿O proclamará por el contrario, que para él no hay diferencia entre China y Japón que pueda influenciar su política? La alternativa de Craipeau: o la defensa de la Unión Soviética, de Etiopía, de la república española, de la China colonial, etcétera, para concluir una unión sagrada, o derrotismo completo, herméticamente sellado y de alcance cósmico; esta alternativa fundamentalmente falsa, se hará polvo ante la primera prueba de los hechos y abrirá las puertas ampliamente para el tipo más craso de social-patriotismo.
“¿Nuestras propias tesis sobre la guerra —pregunta Craipeau— están exentas de cualquier equivocación sobre este problema?”[39] ¡Desgraciadamente no! Al analizar la necesidad del derrotismo, subrayan que “en el carácter de las acciones prácticas puede haber diferencias considerables provocadas por la situación concreta de la guerra”: Por ejemplo, la tesis señala que, en caso de guerra entre la Unión Soviética y el Japón, debemos “no sabotear el envío de armas a la Unión Soviética”; en consecuencia no debemos instigar huelgas que saboteen la manufactura de arma, etcétera. Es difícil no creer en lo que vemos. Los hechos han confirmado nuestras tesis notablemente en este sentido, con una fuerza indiscutible, y especialmente en Francia. Las reuniones de trabajadores vibraron por meses con el grito: “Aeroplanos para España”. Imaginen por un momento que Blum hubiera decidido enviar algunos. Imaginen que en este preciso momento estuviera en curso una huelga de estibadores o marineros. ¿Qué habría hecho Craipeau? ¿Se habría opuesto al grito “Aeroplanos para España”? ¿Habría aconsejado a los trabajadores en huelga hacer una excepción para esta carga de aeroplanos? Pero la Unión Soviética envió realmente aeroplanos (a un precio bastante alto y con la condición de apoyar el régimen capitalista, eso lo sé muy bien). ¿Habrían exhortado los bolcheviques leninista a los trabajadores soviéticos a sabotear estos cargamentos? ¿Sí o no? Si mañana los trabajadores franceses supieran que dos barcos de municiones estaban siendo preparados para enviarlos uno al Japón y el otro a China, ¿cuál sería la actitud de Craipeau? Lo considero lo suficientemente revolucionario para exhortar a los trabajadores a sabotear el barco destinado a Tokio y dejar salir el barco para China, sin esconder sin embargo su opinión sobre Chiang Kai-shek y sin expresar la más mínima confianza en Chautemps. Eso es precisamente lo que dice nuestra tesis: “En el carácter de las acciones prácticas puede haber diferencias considerables provocadas por la situación concreta de la guerra”. Las dudas eran todavía posibles en lo relativo a esta fórmula en el momento en que los esbozos de la tesis eran publicados. Pero hoy, después de la experiencia de Etiopía, España y la guerra chino-japonesa[40], cualquiera que hable de equivocación en nuestras tesis me parece un borbón ultraizquierdista, que no quiere saber nada ni olvidar nada.
Camarada Craipeau, el error está completamente de su parte. Su artículo está lleno de equivocaciones y es tiempo de librarse de ellas.
Sé muy bien que aun en sus errores está guiado por su odio a la opresión de la burocracia termidoriana. Pero los simples sentimientos, no importa cuán legítimos, no pueden remplazar una política correcta basada en hechos objetivos. El proletariado tiene razones suficientes para derrocar y expulsar a la burocracia stalinista corrompida hasta los huesos. Pero precisamente por eso no puede dejarle directa o indirectamente esa tarea a Hitler o al Mikado. Stalin derrocado por los trabajadores: he aquí un gran paso hacia el socialismo. Stalin aplastado por los imperialistas: es la contrarrevolución triunfante. ¡Ese es el sentido preciso de nuestra defensa de la Unión Soviética a escala mundial, análoga, desde este punto de vista, a la defensa de la democracia a escala nacional!
Notas
[28] Una vez más: la Unión Soviética y su defensa. Internal Bulletin, Organizing Committee for the Socialist Party Convention, [Comisión Organizadora de la Convención del Partido Socialista] N.º 2, noviembre de 1937. Este fue el boletín (de ahora en adelante llamado el OCSPC) del ala izquierda del Partido Socialista norteamericano, que había sido expulsado del partido y se preparaba para la convención que formaría el SWP a fines del año. Mientras se deliberaba sobre la naturaleza del estado soviético en la izquierda del Partido Socialista, Trotsky escribió este artículo como respuesta específica a uno de Yvan Craipeau (n. 1912), dirigente de la sección francesa de: Movimiento pro Cuarta Internacional. Craipeau abandonó la Cuarta Internacional en 1946 y escribió una historia, Le Mouvement Trotskyste en France (1971).
[29] El Termidor de 1794: mes del nuevo calendario francés en que los jacobinos revolucionarios dirigidos por Robespierre fueron derrocados por un ala reaccionaria de la revolución que, sin embargo, no llego a restaurar el régimen feudal. Trotsky usó el término como una analogía histórica para designar la toma del poder por la burocracia conservadora stalinista en la estructura de las relaciones de propiedad nacionalizada.
[30] Adolf Hitler (1889-1945): nombrado canciller de Alemania en enero de 1933 y a la cabeza del Partido Nacional Socialista (nazi) llevó a Alemania a la Segunda Guerra Mundial.
[31] Los espartaquistas alemanes aquí mencionados eran un pequeño grupo de exiliados de la década del 30 y no debe confundirse con la Liga Espartaco, organizada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht como el ala antibélica de la socialdemocracia alemana, y que fue la antecesora del Partido Comunista Alemán. El nombre deriva de Spartacus, el dirigente de una insurrección de esclavos al final de la República Romana. Hugo Urbahns (1890-1946): dirigente del Partido Comunista Alemán, fue expulsado en 1928 y ayudó a dar el Leninbund, que estuvo asociado con la Oposición de Izquierda Internacional hasta 1930. En 1933 se mudó a Suecia, donde murió.
[32] En 1923 se desató en Alemania una situación revolucionaria provocada por una severa crisis económica y por la invasión francesa del Ruhr. Una mayoría de la clase trabajadora alemana buscó apoyo del Partido Comunista pero su dirección vaciló y perdió una oportunidad excepcionalmente favorable de dirigir una lucha por el poder, permitiendo así a los capitalistas alemanes recobrar su equilibrio antes de que terminara el año. La responsabilidad del Kremlin por esta oportunidad perdida fue uno de los factores que llevaron a la formación de la Oposición de Izquierda rusa a fines de 1923.
[33] El primer plan quinquenal para el desarrollo económico de la Unión Soviética, puesto en marcha desde 1928 proyectó una modesta aceleración del crecimiento industrial y una política vacilante hacia el campesinado. De repente el Politburó cambió su posición y exigió realizar el plan quinquenal en cuatro años. La resultante aceleración y la colectivización forzada del campesinado llevaron a un período de caos económico y de grandes dificultades para la población. Las grandes conmociones en Alemania (1931-33) se refieren a las tempestuosas crisis que derribaron varios gabinetes ministeriales antes de Hitler; parece ser que el sabotaje sectario del Kremlin a las oportunidades revolucionarias en Alemania minó la autoridad de Stalin aun en un sector de la burocracia soviética.
[34] La revolución española comenzó en 1931 cuando la monarquía fue derrocada y se proclamó la república. En 1936 fue elegido el gobierno del Frente Popular y se declaró la Guerra Civil que terminó en 1939 cuando las fuerzas fascistas de Franco derrotaron a las tropas republicanas. Todas las organizaciones de la izquierda española participaron en el gobierno burgués del Frente Popular, dejando a las masas insurgentes sin dirección en su lucha. Los escritos de Trotsky sobre el tema se recopilan en The Spanish Revolution (1931-39) [La revolución española (1931-39)] (Pathfinder, 1973). En junio de 1936 se desató en Francia una ola masiva de huelgas que llegaron a abarcar a siete millones de trabajadores simultáneamente. Muchas de las huelgas fueron de brazos caídos. En julio de 1936 tuvo lugar un nuevo resurgimiento de la actividad huelguística.
[35] M. Yvon: obrero francés que estuvo 11 años en la Unión Soviética, donde trabajó en los tribunales y como gerente. En su obra ¿Qué fue de la Revolución rusa?, pintó un cuadro triste de la pobreza y miseria de los trabajadores rusos.
[36] Revolution proletarienne: periódico sindical publicado por antiguos miembros del Partido Comunista Francés que habían sido expulsados a mediados de la década del veinte por simpatizar con la Oposición de Izquierda.
[37] Los proudhonistas: seguidores de Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865): uno de los primeros teóricos del anarquismo. Estaba por una sociedad basada en un libre cambio entre productores independientes y consideraba al estado menos importante que los talleres que, según él, lo remplazarían. La Oposición de Izquierda rusa (bolcheviques leninista o “trotskistas”) se formó en 1923 para oponerse a la stalinización del Partido Comunista Ruso. Fue el primer núcleo de la Oposición de Izquierda Internacional y la Cuarta Internacional.
[38] Maxim Litvinov (1876-1951): comisario del pueblo de asuntos exteriores (1930-39), embajador en Estados Unidos (1941-43) y comisario diputado de asuntos exteriores (1943-46). Stalin lo utilizó para personificar la “seguridad colectiva” cuando buscaba alianzas con imperialistas democráticos y lo olvidó durante el período del pacto Stalin-Hitler y la guerra fría.
[39] La guerra y la Cuarta Internacional, tesis asumidas por el Secretariado Internacional en 1934. Se encuentra en Escritos 1933-34.
[40] Italia invadió a Etiopía en 1935. La guerra chino-japonesa, que empezó en 1931 cuando Japón invadió Manchuria, fue extendida e intensificada por los japoneses en el verano de 1937 (ver Escrito 1936-37). La ayuda y el abastecimiento de estados Unidos e Inglaterra a China no comenzaron hasta después del ataque a Pearl Harbor en 1941.
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¿Ni un Estado Obrero ni un Estado Burgués[41]?
25 de noviembre de 1937
Forma política y contenido social
Los camaradas Burnham y Carter[42] han colocado una nueva interrogación sobre el carácter de clase estado soviético. La respuesta que ellos dan, es en mi opinión, completamente errónea. Pero en cuanto estos camaradas no traten, como lo han hecho algunos ultraizquierdistas, de sustituir el análisis científico por gritos, podemos y debemos discutir seriamente con B. y C. este problema excepcionalmente importante.
B. y C. no olvidan que la principal diferencia entre la Unión Soviética y el estado contemporáneo burgués encuentra su expresión en el poderoso desarrollo de las fuerzas productivas como resultado de un cambio en la forma de la propiedad. Más adelante admiten que “la estructura económica establecida por la Revolución de Octubre permanece básicamente intacta”. De allí deducen que el deber del proletariado soviético y mundial consiste en defender a la Unión Soviética de los ataques imperialistas. En esto existe un acuerdo absoluto entre B. y C. y nosotros. Pero no importa cuán grande sea el grado de nuestro acuerdo, ello no significa que abarque todo el problema. Aunque B. y C. no se solidarizan con los ultraizquierdistas, consideran, sin embargo, que la Unión Soviética ha dejado de ser un estado obrero “en el sentido tradicional (?) que el marxismo otorga al término”. Pero puesto que la “estructura económica aún permanece básicamente intacta”, la Unión Soviética no se ha transformado en un estado burgués. B. y C. niegan al mismo tiempo —y por esto no podemos menos que felicitarlos— que la burocracia es una clase independiente. El resultado de estas aserciones inconsistentes es la conclusión, la misma que deducen los stalinistas, de que el estado soviético, en general, no es una organización de dominación de clase. ¿Qué es entonces?
De este modo tenemos un nuevo intento de revisar la teoría de clase del estado. Se sobreentiende que no somos fetichistas; si algunos hechos históricos exigieran una revisión de la teoría, no dejaríamos de hacerlo. Pero la experiencia lamentable de los viejos revisionistas, debería, en todo caso, infundirnos una saludable cautela. Deberíamos sopesar en nuestras mentes diez veces más la antigua teoría y los nuevos hechos antes de atrevemos a formular una nueva doctrina.
B. y C. advierten de paso que en su dependencia de condiciones objetivas y subjetivas el gobierno del proletariado “puede expresarse en diferentes formas gubernamentales”. Para aclarar, añadiremos: o a través de una lucha abierta de diferentes partidos dentro de los soviets, o a través del monopolio de un partido, o aun a través de la actual concentración de poder en las manos de un solo individuo. Por supuesto, la dictadura personal es un síntoma del más grave peligro para el régimen. Pero al mismo tiempo, es bajo ciertas condiciones, el único medio de salvarlo. En consecuencia, la naturaleza de clase del estado es determinada no por sus formas políticas, sino por su contenido social, es decir, por el carácter de las formas de propiedad y las relaciones productivas que dicho estado guarda y defiende.
En principio B. y C. no niegan esto. Si ellos a pesar de todo rehúsan ver un estado obrero en la Unión Soviética, es debido a dos razones, una de las cuales es de carácter económico y la otra de carácter político. “Durante el año pasado,” escriben, “la burocracia ha entrado definitivamente en el camino de la destrucción de la economía planificada y nacionalizada”. (¿Solamente ha “entrado en el camino”?). Más adelante leemos que el sistema de desarrollo “lleva a la burocracia a un conflicto siempre creciente y profundo con las necesidades e intereses de la economía nacionalizada”. (¿Solamente “lleva”?). La contradicción entre la burocracia y la economía se observó antes de esto, pero el año pasado “las acciones de la burocracia estaban saboteando activamente el plan y desintegrando el monopolio estatal”. (¿Solamente “desintegrando”? Por lo tanto, ¿no lo han desintegrado todavía?)
Como dijimos antes, el segundo argumento tiene un carácter político. “El concepto de la dictadura del proletariado, no es primordialmente una categoría económica sino predominantemente política Todas las formas, órganos e instituciones del gobierno de clase del proletariado están ahora destruidos, lo cual quiere decir que el gobierno de clase del proletariado lo está”. Luego de haberse señalado “las diferentes formas” del régimen proletario, este segundo argumento, tomado en sí mismo, es inesperado. Por supuesto, la dictadura del proletariado, no sólo es “predominantemente” sino íntegra y totalmente una “categoría política”. Sin embargo, esta política es solamente economía concentrada. La dominación de la socialdemocracia en el estado y los soviets (Alemania 1918-1919) no tenía nada en común con la dictadura del proletariado, pues dejaba inviolable la propiedad privada burguesa. Pero el régimen que defiende contra los imperialistas la propiedad confiscada y nacionalizada es, independientemente de las formas políticas, la dictadura del proletariado.
B. y C. admiten esto “en general”. Ellos por lo tanto recurren a combinar el argumento económico con el político. Dicen que la burocracia no solamente ha privado al proletariado del poder político, sino que ha llevado la economía a un callejón sin salida. Si en el período anterior la burocracia, con todas sus características reaccionarias, jugó un papel comparativamente progresivo, se ha tornado ahora definitivamente en un factor reaccionario. Este razonamiento tiene un eje correcto que concuerda completamente con todos los pronósticos y evaluaciones anteriores de la Cuarta Internacional. Más de una vez hemos hablado del hecho de que “el absolutismo esclarecido” ha jugado un papel progresivo en el desarrollo de la burguesía, para volverse después un freno a este desarrollo; el conflicto se resuelve, como es sabido, en la revolución. Al implantar las bases para la economía socialista, escribimos que el “absolutismo esclarecido” puede jugar un papel progresivo solamente durante un período incomparablemente más corto. Este pronóstico está claramente confirmado ante nuestros ojos. Engañada por sus propios éxitos, la burocracia esperó obtener aun mayores coeficientes de crecimiento económico. Mientras tanto tropezó con una aguda crisis económica que se convirtió en una de las fuentes de su pánico actual y sus desenfrenadas represiones. ¿Significa entonces esto que el desarrollo de las fuerzas productivas en la Unión Soviética se ha detenido ya? No nos atreveríamos a hacer tal afirmación. Las posibilidades creativas de la economía nacionalizada, son tan grandes, que las fuerzas productivas, a pesar del freno burocrático que las limita, pueden desarrollarse por un período de años aunque a un paso considerablemente más moderado que hasta ahora, Por el momento, apenas se puede hacer una predicción exacta en este sentido. En todo caso la crisis política que está despedazando la burocracia, es hoy considerablemente más peligrosa que la interrupción del desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, con el fin de simplificar el problema, concedamos que la burocracia se ha convertido ya en un freno absoluto para el desarrollo económico. ¿Pero significa este hecho en sí mismo que la naturaleza de clase de la Unión Soviética ha cambiado o que la Unión Soviética está desprovista de naturaleza de clase? Aquí reside según mi concepto el error principal de nuestros camaradas.
Hasta la Primera Guerra Mundial, la sociedad burguesa desarrolló sus fuerzas productivas. Sólo durante el último cuarto de siglo la burguesía se convirtió en un freno al desarrollo económico. ¿Significa esto que la sociedad burguesa ha dejado de ser burguesa? No; significa solamente que se ha transformado en una sociedad burguesa decadente. En varios países la preservación de la propiedad burguesa sólo ha sido posible, a través del establecimiento de un régimen fascista. En otras palabras, la burguesía está allí privada de todas las formas y medios de su propia dominación política directa y debe utilizar un intermediario. ¿Significa esto entonces que el estado ha dejado de ser burgués? En la medida en que el fascismo con sus métodos bárbaros defiende la propiedad privada de los medios de producción, en esa medida el estado continúa siendo burgués bajo el régimen fascista.
No pretendemos en absoluto dar a nuestra analogía un sentido omnímodo. Sin embargo demuestra que la concentración de poder en manos de la burocracia, y aun el lento desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismas, no cambia la naturaleza de clase de la sociedad y su estado. Solamente la intrusión de una fuerza revolucionaria o contrarrevolucionaria en las relaciones de la propiedad puede cambiar la naturaleza de clase del estado[43].
¿Pero no conoce realmente la historia casos de conflicto de clases entre la economía y el estado? ¡Por supuesto que sí! Después de que el “tercer estado” se tomó el poder, la sociedad continuó siendo feudal por un período de varios años. En los primeros años del gobierno soviético, el proletariado reinó en base a la economía burguesa. En el campo de la agricultura la dictadura del proletariado operó por un número de años en base a la economía pequeñoburguesa (aún hoy opera así en grado considerable). Si una contrarrevolución burguesa tuviese éxito en la Unión Soviética, por un largo período de tiempo el nuevo gobierno tendría que basarse en la economía nacionalizada. Pero ¿qué significa este tipo de conflicto temporal entre la economía y el estado? Significa una revolución o una contrarrevolución. La victoria de una clase sobre otra significa la reconstrucción de la economía de acuerdo a los intereses de los triunfadores. Pero tal condición dicotómica, la cual es una etapa necesaria en todo vuelco social, no tiene nada en común con la teoría de un estado sin clases que, a falta de un verdadero jefe, está siendo explotado por un empleado, es decir, la burocracia.
Norma y hecho
Es la sustitución de un método objetivo y dialéctico por uno subjetivo y “normativista” lo que dificulta a muchos camaradas llegar a una evaluación sociológica correcta de la Unión Soviética. No sin razón Burnham y Carter afirman que ésta no puede ser considerada un estado obrero “en el sentido tradicional que el marxismo otorga al término”. Esto simplemente significa que la Unión Soviética no se ajusta a las normas de un estado obrero tal como está expuesto en nuestro programa. En este sentido no puede haber desacuerdo. Nuestro programa contaba con un desarrollo progresivo del estado obrero y por lo tanto con su gradual extinción. Pero la historia que no siempre actúa “de acuerdo a un programa” nos ha confrontado con el proceso de degeneración del estado de los trabajadores.
Pero ¿significa esto que un estado obrero que entra en conflicto con las exigencias de nuestro programa, deja de ser por tanto un estado obrero? Un hígado enfermo de malaria no corresponde a un tipo normal de hígado, pero no por eso deja de serlo. Para la comprensión de su naturaleza, la anatomía y la fisiología no son suficientes; también es necesaria la patología. Por supuesto es mucho más fácil ver el hígado enfermo y decir: “No me gusta este objeto” y darle la espalda, Pero un médico no puede permitirse ese lujo. De acuerdo a las condiciones de la enfermedad y a la deformación resultante del órgano, debe recurrir o bien a un tratamiento terapéutico (“reformas”) o a la cirugía (“revolución”). Pero para poder hacer esto debe primero que todo comprender que el órgano deformado es un hígado y no otra cosa. Pero tomemos una analogía más familiar; aquélla entre un estado obrero y un sindicato. Desde el punto de vista de nuestro programa, el sindicato debería ser una organización de la lucha de clases. ¿Cuál debería ser entonces nuestra actitud hacia la Federación Norteamericana del Trabajo[44]? En su dirección se encuentran reconocidos agentes de la burguesía. Ante todos los problemas esenciales, los señores Green, Woll y compañía sostienen una línea política directamente opuesta a los intereses del proletariado. Podemos ampliar la analogía y decir que si hasta la aparición del CIO[45] la Federación Norteamericana del Trabajo llevó a cabo una labor de alguna manera progresiva, ahora que el principal contenido de su actividad se centra en una lucha contra las tendencias más progresistas (o menos reaccionarias) del CIO, todo el aparato de Green se ha convertido en un factor definitivamente reaccionario. Esto sería completamente correcto. Pero la AFL no deja de ser por esto una organización sindical.
El carácter de clase del estado está determinado por su relación con las formas de propiedad de los medios de producción. El carácter de una organización obrera, como un sindicato, está determinado por su relación con la distribución de la renta nacional. El hecho de que Green y Compañía defienden la propiedad privada de los medios de producción los caracteriza como burgueses. Si además estos caballeros defendieran los ingresos de los burgueses de los ataques de los trabajadores, dirigieran una lucha contra las huelgas, contra el alza de salarios, contra la ayuda a los desempleados; entonces tendríamos una organización de esquiroles y no un sindicato. Sin embargo Green y Cía., con el fin de no perder su base, deben, dentro de ciertos límites, dirigir la lucha de los trabajadores por un aumento —o por lo menos contra una disminución— de su parte en la renta nacional. Este síntoma objetivo es suficiente en todos los casos importantes para permitirnos trazar una línea de demarcación entre el sindicato más reaccionario y una organización de esquiroles. Estamos pues moralmente obligados no solamente a continuar trabajando en la AFL, sino a defenderla contra los esquiroles, el Ku Klux Klan y elementos similares.
La función de Stalin como la de Green tiene un doble carácter, Stalin sirve a la burocracia y por lo tanto a la burguesía mundial; pero él no puede servir a la burocracia sin defender la base social que la burocracia explota en su propio interés. Hasta ese punto, Stalin defiende la propiedad nacionalizada contra los ataques imperialistas y contra las capas demasiado impacientes y avaras de la burocracia misma. Sin embargo, él lleva a cabo esta defensa con métodos que preparan la destrucción general de la sociedad soviética. Es exactamente por esto que la camarilla stalinista debe ser derrocada, pero es el proletariado revolucionario quien debe hacerlo. El proletariado no puede subcontratar este trabajo a los imperialistas. A pesar de Stalin, el proletariado defiende a la Unión Soviética de los ataques imperialistas.
El desarrollo histórico nos ha acostumbrado a una gran variedad de sindicatos: combativos, reformistas, revolucionarios, reaccionarios, liberales y católicos. Con el estado obrero se da lo contrario. Este fenómeno lo vemos ahora por primera vez. Esto explica nuestra inclinación a atacar a la Unión Soviética desde el punto de vista de las normas del programa revolucionario. Al mismo tiempo el estado de los trabajadores es un hecho objetivo histórico, el cual está siendo sometido a la influencia de diferentes fuerzas históricas y puede, tal como vemos, llegar a una contradicción total con las normas “tradicionales”.
Los camaradas B. y C. están en lo correcto cuando dicen que Stalin y Cía. sirven con su política a la burguesía internacional. Pero esta afirmación aunque correcta debe establecerse en las condiciones precisas de tiempo y lugar. Hitler también sirve a la burguesía. Sin embargo entre las funciones de Hitler y Stalin hay una diferencia. Hitler defiende las formas burguesas de propiedad. Stalin adapta los intereses de la burocracia a las formas proletarias de la propiedad. El mismo Stalin en España, es decir, en el terreno de un régimen burgués, ejerce la función de Hitler (en sus métodos políticos poco difieren uno del otro). La yuxtaposición de los diferentes papeles sociales desempeñados por el mismo Stalin en la Unión Soviética y España demuestra igualmente que la burocracia no es una clase independiente sino el instrumento de las clases; y que es imposible definir la naturaleza social de un estado por la virtud o la vileza de la burocracia.
La afirmación de que la burocracia de un estado obrero tiene un carácter burgués debe aparecer no solamente ininteligible, sino completamente sin sentido para personas de una estructura mental formal. Sin embargo, tipos de estado químicamente puros nunca existieron ni existen en general. La monarquía semifeudal prusiana ejecutó las tareas más importantes de la burguesía, pero las llevó a cabo a su manera, es decir, en un estilo feudal, no jacobino. En el Japón observamos aún hoy una correlación análoga entre el carácter burgués del estado y el carácter semifeudal de la casta dirigente. Pero todo esto no nos impide diferenciar claramente entre una sociedad feudal y una burguesa. Se puede objetar, es cierto, que la colaboración de fuerzas feudales y burguesas se realiza más fácilmente que la colaboración de fuerzas proletarias y burguesas, por cuanto en el primer caso se trata de clases explotadoras. Esto es absolutamente correcto. Pero un estado obrero no crea una nueva sociedad en un día. Marx escribió que en el primer período de un estado obrero, se preservan las normas burguesas de distribución. (Véase La revolución traicionada, sección “Socialismo y estado”, p. 53). Hay que reflexionar muy bien sobre este pensamiento y meditarlo hasta el fin. El estado de los trabajadores como estado, es necesario precisamente porque las normas burguesas de distribución todavía subsisten.
Esto significa que aun la burocracia más revolucionaria es hasta cierto punto un órgano burgués en el estado obrero. Por supuesto, el grado de este aburguesamiento y la tendencia general de desarrollo tienen una importancia decisiva. Si el estado obrero pierde su burocratización y ésta se extingue gradualmente, ello significa que su desarrollo marcha por el camino del socialismo. Por el contrario, si la burocracia se vuelve más poderosa, autoritaria, privilegiada y conservadora, esto significa que en el estado de los trabajadores las tendencias burguesas crecen a expensas de las socialistas; en otras palabras, esa contradicción interior que hasta cierto punto se alberga en el estado de los trabajadores desde los primeros días de su aparición no disminuye como lo exige la “norma”, sino que aumenta. Sin embargo, mientras esta contradicción no pase de la esfera de la distribución a la de la producción y no destruya la propiedad nacionalizada y la economía planificada, el estado continúa siendo un estado obrero.
Lenin ya lo había dicho hace quince años: “Nuestro estado es un estado obrero, pero con deformaciones burocráticas”. En ese período la deformación burocrática representaba una herencia directa del régimen burgués, y en ese sentido se presentaba como una simple reliquia del pasado. Sin embargo, bajo la presión de condiciones históricas desfavorables, la “reliquia” burocrática recibió nuevas fuentes de nutrición y se convirtió en un tremendo factor histórico. Es exactamente por esto que hablamos ahora de la degeneración del estado obrero. Esta degeneración muestra cómo la actual orgía de terror bonapartista ha llegado a un punto crucial. Aquello que era una “deformación burocrática” se prepara hoy para devorar al estado obrero, sin dejar restos de él, y sobre las ruinas de la propiedad nacionalizada construir una nueva clase propietaria. Esta posibilidad está increíblemente cerca. Pero todo esto es solamente una posibilidad y no tenemos intenciones de arrodillarnos desde ahora ante ella.
La Unión Soviética como estado obrero no concuerda con la norma “tradicional”. Esto no significa que no sea un estado de los trabajadores. Tampoco significa que la norma sea falsa. La “norma” contaba con la victoria total de la revolución proletaria internacional. La Unión Soviética es sólo una expresión parcial y mutilada de un estado obrero atrasado y aislado.
El pensamiento idealista, ultimatista, “puramente” normativo, desea construir el mundo a su propia imagen y simplemente se aleja de los fenómenos que no le agradan. Los sectarios, es decir, la gente que es revolucionaria solamente en su imaginación, se guían por normas idealistas vacías. Dicen: “estos sindicatos no nos gustan, no perteneceremos a ellos; este estado de los trabajadores no nos gusta, no lo defenderemos”. Constantemente prometen empezar de nuevo la historia. Construirán un estado de los trabajadores ideal, cuando Dios ponga en sus manos, un partido y un sindicato ideales. Pero hasta que no llegue este momento feliz, harán pucheros ante la realidad. Un gran puchero, que es la expresión suprema del “revolucionarismo” sectario.
El pensamiento puramente “histórico” reformista, menchevique, pasivo y conservador, se ocupa en justificar, como lo expresó Marx, las porquerías de hoy con las de ayer. Representantes de este tipo entran a las organizaciones de masas y allí se disuelven. Los “amigos” despreciables de la Unión Soviética se adaptan a la vileza de la burocracia, invocando las condiciones “históricas”.
A diferencia de estas dos formas de pensar, el pensamiento dialéctico —marxista, bolchevique— toma los fenómenos en su desarrollo objetivo y al mismo tiempo encuentra en las contradicciones internas de este desarrollo la base de realización de sus “normas”. Por supuesto es necesario recordar que las normas programáticas sólo se realizan si son la expresión generalizada de las tendencias progresivas del “proceso histórico objetivo”.
La definición programática de un sindicato debería ser, aproximadamente, así: una organización de trabajadores de industria o comercio, con el objetivo de 1) luchar contra el capitalismo por el mejoramiento de las condiciones de los trabajadores, 2) participar en la lucha por el derrocamiento de la burguesía, 3) participar en la organización de la economía sobre una base socialista. Si comparamos esta definición “normativa” con la realidad, nos vemos obligados a decir: en el mundo actual, no existe un solo sindicato. Pero una transposición tal de la norma al hecho, es decir, de la expresión generalizada del desarrollo a la manifestación particular del mismo una transposición tan formal, ultimatista y antidialéctica del programa a la realidad es absolutamente muerta y no abre ninguna perspectiva para la intervención del partido revolucionario. Al mismo tiempo, los sindicatos oportunistas existentes, bajo la presión de la desintegración capitalista, pueden —y con una política correcta de nuestra parte deben— acercarse a nuestras normas programáticas y jugar un papel histórico progresivo. Esto, por supuesto, presupone un cambio de dirección total. Es necesario que los trabajadores de Estados Unidos, Inglaterra y Francia expulsen a Green, Citrine, Jouhaux y Compañía[46]. Es necesario que los trabajadores soviéticos expulsen a Stalin y Compañía. Si el proletariado elimina a tiempo a la burocracia soviética, entonces encontrará los medios de producción nacionalizados y los elementos básicos de la economía planificada, después de su victoria. Esto significa que no tendrá que empezar desde el comienzo. ¡Es una gran ventaja! Solamente los radicales imbéciles acostumbrados a saltar descuidadamente de rama en rama pueden descartar atolondradamente tal posibilidad. La revolución socialista es un problema demasiado grande y difícil para uno ignorar superficialmente su inestimable logro material y comenzar desde el principio.
Es estupendo que los camaradas B. y C. a diferencia de nuestro camarada francés Craipeau y otros, no olvidan el factor de las fuerzas productivas y no niegan su defensa a la Unión Soviética. Pero esto es absolutamente insuficiente. Y, ¿qué pasaría si la dirección criminal de la burocracia paralizara el crecimiento económico? ¿Sería posible en tal caso que los camaradas B. y C. permitan pasivamente al imperialismo destruir las bases sociales de la Unión Soviética? Estamos seguros de que este no es el caso. Sin embargo, su definición antimarxista de la Unión Soviética como un estado no burgués y tampoco obrero, abre la puerta a toda clase de conclusiones. Es la razón por la cual esta definición debe ser categóricamente rechazada.
Simultáneamente una clase oprimida y una clase dirigente
“¿Cómo puede nuestra conciencia política no resentirse ante el hecho de que quieren forzarnos a creer, que bajo el gobierno de Stalin, el proletariado es la “clase dominante” de la URSS ?” Esto dicen los ultraizquierdistas. Tal afirmación formulada de una manera tan abstracta puede despertar nuestro “resentimiento”. Pero la verdad es que categorías abstractas, necesarias en el proceso analítico, son completamente inadecuadas para la síntesis, la cual exige la más absoluta concreción. El proletariado de la Unión Soviética es la clase dirigente en un país atrasado donde todavía no se satisfacen las más vitales necesidades. El proletariado de la Unión Soviética sólo gobierna a una doceava parte de la humanidad. El imperialismo gobierna a las once partes restantes. El gobierno del proletariado, mutilado ya por la pobreza y el atraso del país, es doble y triplemente deformado por la presión del imperialismo. El órgano del gobierno del proletariado —el estado— se vuelve un órgano de presión del imperialismo (la diplomacia, el ejército, el comercio exterior, las ideas y las costumbres). La lucha por la dominación, considerada en una escala histórica, no es entre el proletariado y la burocracia, sino entre el proletariado y la burguesía mundial. La burocracia es solamente el mecanismo transmisor de la lucha. Esta no ha terminado. A pesar de todos los esfuerzos de la camarilla moscovita por demostrar la autenticidad de su conservadorismo (¡la política contrarrevolucionaria de Stalin en España!), el imperialismo mundial no confía en Stalin, ni le ahorra los golpes más humillantes, y está listo a derrocarlo en la primera oportunidad favorable. Hitler —y allí radica su fuerza— simplemente expresa de una manera más consistente y franca la actitud de la burguesía mundial hacia la burocracia soviética. Para la burguesía, tanto fascista como democrática, las hazañas contrarrevolucionarias de Stalin no son suficientes; necesita una contrarrevolución total en las relaciones de propiedad y la apertura del mercado ruso. Mientras éste no sea el caso, la burguesía considera hostil al estado soviético. Y tiene toda la razón.
El régimen interno de los países coloniales y semicoloniales tiene un carácter predominantemente burgués. Pero la presión del imperialismo extranjero altera y distorsiona de tal manera la estructura económica y política de estos países que la burguesía nacional (aun en los países políticamente independientes de América del Sur) apenas alcanza parcialmente la altura de una clase dirigente. Es verdad que la presión del capitalismo en países atrasados, no cambia su carácter social básico, puesto que el opresor y el oprimido representan solamente niveles de desarrollo diferentes en la misma sociedad burguesa. Sin embargo, la diferencia entre Inglaterra y la India, el Japón y China, Estados Unidos y México es tan grande, que diferenciamos estrictamente entre países burgueses opresores y oprimidos y consideramos nuestro deber apoyar a estos últimos. La burguesía de países coloniales y semicoloniales es una clase semidirigente, semioprimida.
La presión del imperialismo sobre la Unión Soviética tiene como objetivo el cambio de la naturaleza misma de esta sociedad. La lucha, hoy pacífica, mañana militar, concierne a las formas de propiedad. En su calidad de mecanismo transmisor en esta lucha, la burocracia se apoya ya en el proletariado contra el imperialismo, ya en el imperialismo contra el proletariado, con el fin de aumentar su propio poder. Al mismo tiempo, explota sin misericordia su papel de distribuidor de las escasas necesidades vitales, con el objeto de proteger su propio poder y bienestar. Por consiguiente, el gobierno del proletariado asume un carácter mezquino, restringido y distorsionado. Se puede decir con toda razón que el proletariado, gobernando un país atrasado y aislado, continúa siendo una clase oprimida. El origen de la opresión es el imperialismo mundial; el mecanismo transmisor de la opresión la burocracia. Si en la frase “una clase dirigente y al mismo tiempo oprimida” hay una contradicción, ésta surge no de un error de pensamiento, sino de las contradicciones en la situación de la Unión Soviética misma. Es precisamente por esto que rechazamos la idea de socialismo en un solo país.
El reconocimiento de la Unión Soviética como estado obrero —no un tipo, sino la mutilación de un tipo— no significa en absoluto dar una amnistía teórica y política a la burocracia soviética. Por el contrario, su carácter reaccionario sólo se expresa totalmente a la luz de la contradicción entre su política antiproletaria y las necesidades del estado obrero. Sólo planteando el problema de esta manera, nuestra revelación de los crímenes de la camarilla stalinista cobra su total fuerza. La defensa de la Unión Soviética, significa no solamente la lucha suprema contra el imperialismo, sino una preparación para el derrocamiento de la burocracia bonapartista.
La experiencia de la Unión Soviética demuestra cuán inmensas son las posibilidades del estado obrero y su fuerza de resistencia. Pero esta experiencia también nos demuestra cuán poderosa es la presión del capitalismo y su agencia burocrática, cuán difícil es para el proletariado obtener la liberación total y cuán necesario es educar y templar la nueva internacional en el espíritu de la irreconciliable lucha revolucionaria.
Notas
[41] ¿Ni un estado obrero ni un estado burgués? Internal Bulletin (OCSPC), N.º 3, diciembre de 1937. Fue una contribución de Trotsky a la discusión interna previa a la convención fundadora del SWP. El Boletín Interno N.º 2 de noviembre de 1937, publicó un proyecto de la resolución sobre la Unión Soviética del Comité preparatorio de la Convención y un extenso anexo de Burnham y Carter que Trotsky analiza aquí. (El Boletín Interno N.º 3, de diciembre de 1937, debería contener las respuestas de Burnham y Carter a Trotsky.)
[42] James Burnham y Joseph Carter: dirigentes de la fracción trotskista del ala izquierda del Partido Socialista y más tarde del SWP. En las discusiones previas a la convención, representaban una tendencia de la dirección que buscaba modificar la caracterización de la Unión Soviética como estado obrero, pero insistían en que ellos continuarían apoyando a la URRS contra los ataques imperialistas. Además empezaron a expresar aprehensiones sobre los aspectos centralistas de la política organizativa bolchevique. En la convención del SWP, su resolución sobre la Unión Soviética, recibió el voto de tres delegados, contra sesenta y nueve de la mayoría apoyada por Shachtman, Cannon y Abern. la resolución Burnham-Carter sobre el problema organizativo fue retirada cuando la mayoría acordó rectificaciones menores en su resolución. En 1940, Burnham y Carter, esta vez con Shachtman y Abern rompieron con el SWP, por el problema de la naturaleza de clase del estado soviético. Burnham es retiró pronto del schachtmanista Partido de los Tabajadores y se volvió más tarde propagandista del “macartismo” y de otros movimientos de ultraderecha. Además fue editor de la revista de derecha National Review.
[43] The New Leader de Londres, bajo la dirección de Fenner Brockway, escribe en un editorial fechado el 12 de noviembre de este año. “El Partido Laborista Independiente no acepta el punto de viste trotskista de que las bases económicas del socialismo han sido destruidas en la Rusia soviética”. ¿Qué puede uno decir acerca de esta gente? No entienden los pensamientos de los demás, porque no tienen ninguno propio. Solamente pueden sembrar confusión en las mentes de los trabajadores. [Nota de León Trotsky.]
The New Leader: periódico del Independent Labour Party [ILP, Partido Laborista Independiente] británico, el cual fue fundado en 1893: ayudó a fundar el Partido Laborista, que abandonó en 1931, para luego asociarse con el centrista Buró de Londres. Regresó al Partido Laborista en 1939. Fenner Brockway (n. 1890): adversario de la Cuarta Internacional y secretario del Buró de Londres. También fue dirigente del ILP.
[44] La American Federation of Labor [AFL, Federación Norteamericana del Trabajo] era una federación conservadora de sindicatos, cuyo presidente era William Green (1873-1952) y uno de cuyos vicepresidentes era Matthew Woll (1880-1956).
[45] El Congress of Industrial Organizations [CIO, Congreso de Organizaciones Industriales] se organizó originalmente en 1935 como un comité dentro de la AFL. Los dirigentes de ésta se rehusaron a responder a la necesidad de nuevas y poderosas organizaciones que representaran a los trabajadores radicalizados en base a una escala industrial, y en 1938 expulsaron a los sindicatos del CIO obligándolos a establecer su propia organización nacional. La AFL y el CIO se unieron en 1955.
[46] Sir Walter Citrine (n. 1887): secretario general del Congreso de Sindicatos Británicos de 1926 a 1946. Fue armado caballero por su servicio al capitalismo británico en 1935 y se le dio el título de Barón en 1946.