Los trotskistas en los campos de concentración de Stalin

Relato de un testigo presencial de la huelga en Vorkuta

Han pasado 69 años desde las infames purgas de Stalin en 1936. Antiguos bolcheviques famosos como Zinoviev, Kámenev y Bujarin fueron inculpados y obligados a confesar crímenes que no habían cometido. Pero estas víctimas famosas sólo eran la punta del iceberg. Hubo miles de trotskistas cuyos nombres no se recuerdan y que languidecieron en los brutales campos de concentración situados en las zonas más remotas de Rusia. Fueron valientes y desafiantes hasta el final. Incluso organizaron una asombrosa huelga de hambre en todos los campos que comenzó el 27 de octubre de 1936 y obligó a las autoridades a dar concesiones,. La diferencia entre los dirigentes mencionados con los trotskistas era que los agentes de Stalin no fueron capaces de obligarlos a confesar crímenes falsos. Sabían que sólo era necesaria una confesión para que la ejecución pareciera “legal”, así que nunca fueron llevados a juicio sino que fueron ejecutados brutalmente y enterrados en los basureros.
Este artículo consta de extractos tomados del testimonio de un testigo ocular de aquellos hechos protagonizados por los heroicos oposicionistas, pero es una trágica historia que apareció por primera vez en octubre/noviembre de 1961 en la publicación de los emigrados mencheviques Sotsisalistichesky Netsnik (Mensajero Socialista) con la firma “MB”.
LOS TROTSKISTAS EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN DE STALIN
Durante la mitad y el final de los años treinta los trotskistas formaban un grupo bastante dispar en Vorkuta, una parte mantenía su viejo nombre de Bolcheviques-Leninistas. En la mina había casi 500, en el campo de Ukhta-Pechora casi 1.000, y en todo el distrito de Pechora había varios miles.
Los trotskistas ortodoxos estaban decididos a mantenerse fieles hasta el final a su plataforma y sus dirigentes. En 1927, después de las resoluciones del XV Congreso del partido, fueron expulsados del Partido Comunista y, al mismo tiempo, arrestados. Desde entonces, incluso aunque estaban en prisión, continuaron considerándose comunistas. En cuanto a Stalin y sus seguidores -”los hombres del aparato”- los caracterizaban como renegados del comunismo.
Entre estos “trotskistas” se encontraban también personas que formalmente nunca habían pertenecido al PC y que no estaban en la Oposición de Izquierda, pero se ligaron a ellos hasta el final, comprometiendo su propio destino, incluso cuando la lucha de la Oposición era más aguda.

Llegada a Vorkuta
Además de estos genuinos trotskistas en los campos de Vorkuta, allí y en otras partes había más de 100.000 prisioneros que, militantes del partido y su organización juvenil, habían adherido a la Oposición trotskista y después, en diferentes momentos y por diversas razones (evidentemente la principal eran las represiones, el desempleo, las persecuciones, la exclusión de las escuelas y universidades, etc.), se vieron obligados a “retractarse de sus errores” y apartarse de la Oposición.
Los trotskistas ortodoxos llegaron a la mina en el verano de 1936 y vivían como una masa compacta en dos grandes barracones. Se negaron categóricamente a trabajar en los pozos, trabajaban en la superficie y sólo durante ocho horas, no las diez o doce que imponían las leyes y que los demás prisioneros estaban obligados a cumplir. Tenían su propia autoridad, de una manera desorganizada, abiertamente no hacían caso de las leyes del campo. Casi todos llevaban ya casi diez años de deportación. Al principio fueron aislados políticamente y después exiliados a Soiovka. Finalmente llegaron a Vorkuta. Los trotskistas formaban el único grupo de prisioneros políticos que abiertamente criticaban la “línea general” estalinista y ofrecían una resistencia organizada a los carceleros.
Sin embargo, dentro de este grupo había divergencias significativas. Algunos se consideraban discípulos de Timothy Sapronov (ex – secretario del Soviet Supremo) e insistían en ser llamados sapronovistas o centralistas democráticos. Pretendían estar más a la izquierda que los trotskistas y pensaban que la dictadura estalinista había alcanzado ya la etapa de degeneración burguesa a finales de los años veinte, creían también que era muy probable un acercamiento de Hitler y Stalin. No obstante, cuando estalló la guerra, los sapronovistas se posicionaron a favor de la defensa de la URSS.
Entre los trotskistas también había partidarios del “ala de derecha”, es decir, de Rikov y Bujárin, así como seguidores de Shiyapnikov y su Plataforma de la Oposición de Trabajadores. Pero la gran mayoría era el grupo formado por los auténticos trotskistas, los seguidores de Lev Davidovich Trotsky.
(...)A pesar de sus diferencias, todos estos grupos en la mina vivían de una manera lo suficientemente amistosa y con un denominador común: eran los trotskistas. Sus dirigentes eran Sócrates Gevorkian, Vladimir Ivanov, Melnais, V. V. Kossior y el ex – secretario de Trotsky: Poznansky.
Gevorkian era un hombre tranquilo, muy equilibrado, razonable y lleno de sentido común. Hablaba sin prisa, sopesaba sus palabras, sin ningún tipo de gesto teatral. Hasta el momento de su arresto estuvo trabajando como experto de la Asociación Rusa de los Centros de Investigación Científica del Instituto de Ciencias Humanas. Era armenio y en aquella época tenía menos de cuarenta años. Su hermano menor fue encarcelado con él.
Melnais era letón y un poco más joven que Gevorkian. Después de haber sido miembro del Comité Central de las Juventudes Comunistas, estudió en la Facultad de Física y Matemáticas de la Universidad de Moscú, allí en 1925-27 encabezó un grupo muy importante (formado por varios cientos de personas) de estudiantes opositores (...) A finales de 1927 Melnais fue uno de los primeros miembros de la Oposición arrestados en la universidad (...)Melnais permaneció desde entonces en prisión. En las cárceles de aislamiento político y en el exilio pasó mucho tiempo trabajando en problemas económicos, pronto se convirtió en un eminente y talentoso economista.
Las noticias de los juicios “farsa” llegan a los campos
Vladimir Ivanov era un hombre cordial, tenía la cara típica de un comerciante exitoso, con un gran bigote negro y con unos ojos grises inteligentes. A pesar de sus cincuenta años de edad, se lo veía con una voluntad de hierro y la fuerza de un toro. Viejo bolchevique y miembro del Comité Central, Ivanov, hasta el momento de su arresto, dirigía el Ferrocarril del Lejano Oriente Chino. Junto a su esposa habían pertenecido al grupo de Centralistas Democráticos y eran seguidores de Sapronov. Cuando en el XV Congreso se decidió que pertenecer a la Oposición y al partido eran cosas incompatibles, Ivanov abandonó las filas de la Oposición, pero esto no lo salvó, fue arrestado después del asesinato de Kirov (...)
Kossior era un hombre de mediana edad, muy bajito (casi enano) con una gran cabeza. Antes de su arresto ocupada un puesto importante en la dirección de la industria petrolera. Su hermano, Stanislas Kossior, entonces estaba en el Politburó y al mismo tiempo era secretario del Comité Central del Partido Comunista de Ucrania. (Más tarde fue eliminado por Stalin. Su caso fue mencionado por Kurschev en su informe al XX Congreso) (...)
Poznansky, un hombre guapo de unos treinta y cinco o treinta y ocho años de edad, estaba profundamente interesado en la música y el ajedrez. El segundo secretario de Trotsky, Grigoryev, también estaba en Pechora.
En el otoño de 1936, poco después de los “juicios” contra los dirigentes de la Oposición, Zinoviev, Kámenev y los demás, todo el grupo de trotskistas “ortodoxos” de la mina se reunieron para hablar.
Gevorkian abrió la reunión y se dirigió a los presentes: “¡Compañeros! Antes de comenzar nuestra reunión quiero pediros que honremos la memoria de nuestros compañeros, guías y dirigentes que han muerto como mártires a manos de los estalinistas, traidores de la revolución”.
Toda la asamblea se puso de pie. Después, en un discurso breve y muy enérgico, Gevorkian explicó que era necesario examinar y resolver el problema clave: qué se debía hacer y cómo deberían comportarse a partir de ese momento.
“Ahora es evidente que el grupo de aventureros estalinistas ha completado su golpe de estado contrarrevolucionario en nuestro país. Todas las conquistas progresistas de nuestra revolución están en peligro mortal. No es la luz del anochecer, sino que es la profundidad de la oscura noche la que envuelve a nuestro país. Ni Cavaignac derramó tanta sangre de la clase obrera como lo ha hecho Stalin.
Ha aniquilado físicamente a todos los grupos de oposición dentro del partido, pretende imponer una dictadura personal total. El partido y toda la población está sometida a la vigilancia y a la justicia sumaria de la dictadura. Las predicciones y los peores temores de nuestra Oposición se han confirmado totalmente. La nación se desliza irresistiblemente hacia un pantano termidoriano. Este es el triunfo de las fuerzas pequeño burguesas centristas, de las que Stalin es el intérprete, el portavoz y el apóstol.
No es posible ningún compromiso con los traidores estalinistas y los verdugos de la revolución. Permaneceremos como revolucionarios proletarios hasta el final, no debemos albergar ninguna ilusión en el destino que nos espera. Pero antes de destruirnos, Stalin intentará humillarnos todo lo que pueda. Tratando a los prisioneros políticos como criminales comunes, intentando dispersarnos entre los criminales e incitándolos contra nosotros. Sólo disponemos de un método de lucha propio en esta batalla desigual: la huelga de hambre. Con un grupo de camaradas hemos redactado la lista de nuestras reivindicaciones de las que ya se ha informado a muchos. Por lo tanto, ahora propongo que las discutamos entre todos y tomemos una decisión”.
La reunión duró poco tiempo, la cuestión de la huelga de hambre y las reivindicaciones concretas ya se habían debatido desde hacía meses entre los trotskistas. Algunos grupos trotskistas en otros campos (Usa station, Chib-Yu, Kochmes, etc.) también estaban discutiendo la cuestión, enviaron su apoyo a las reivindicaciones y su decisión de participar en la huelga de hambre. Estas reivindicaciones aprobadas por unanimidad eran las siguientes:
1. Abrogación de la decisión ilegal de la NKVD relacionada con la transferencia de todos los trotskistas de los campos administrativos a los campos de concentración. Los asuntos relacionados con la oposición política al régimen no debían ser juzgados por tribunales especiales de la NVKD sino en asambleas judiciales públicas.
2. La jornada laboral diaria en el campo no puede superar las ocho horas.
3. La cuota de comida de los prisioneros no debe depender de su nivel de producción. Como incentivo de producción se deben utilizar bonos en efectivo y no raciones de comida.
4. Separación, en el trabajo y en los barracones, de los prisioneros políticos y los criminales comunes.
5. Las mujeres, los ancianos y los prisioneros enfermos deben ser trasladados de los campos polares a otros campos donde las condiciones climáticas sean más favorables.
Se recomendó en el momento de la reunión que los enfermos, inválidos y ancianos no participaran en la huelga de hambre, sin embargo, todos rechazaron enérgicamente esta propuesta.
Tres semanas más tarde, el 27 de octubre de 1936, comenzó la masiva huelga de hambre de los prisioneros políticos, una huelga sin precedentes y modelo, en las condiciones de los campos soviéticos. Por la mañana, al toque de diana, en casi todos los barracones los prisioneros se declararon en huelga. En los barracones ocupados por los trotskistas la participación en el movimiento fue del 100 por ciento. Incluso participaron los más ancianos. Cerca de 1.000 prisioneros, casi la mitad trabajaban en la mina, participaron en esta tragedia que duró más de cuatro meses.
Los primeros dos días los huelguistas permanecieron en sus lugares habituales. Después la administración del campo, preocupada, los aisló del resto de los prisioneros, su preocupación era que los demás siguieran su ejemplo. En la tundra, a cuarenta kilómetros de la mina, en los márgenes del río Syr-Yaga, había unos barracones antiguos semiderruidos que anteriormente habían sido utilizados en los primeros trabajos en las minas. Con gran prisa e improvisadamente se arreglaron estos barracones, se hizo una petición a los habitantes de la región para que con sus equipos de renos transportaran allí a los huelguistas de hambre, pronto el número llegó a 600. Los demás fueron enviados no muy lejos de Chib-Yu.
Después de aislar a los huelguistas la GPU tomó medidas para evitar que el movimiento se extendiera por el país y que fuera conocido más allá de las fronteras. A los prisioneros se les privó del derecho a recibir correspondencia de sus familiares; los trabajadores asalariados del campo perdieron sus vacaciones y su derecho a salir. Se intentó incitar a los otros prisioneros contra los huelguistas.
Al final del primer mes de la huelga uno de los participantes murió de agotamiento, otros dos murieron durante el tercer mes. El mismo mes dos huelguistas, trotskistas no ortodoxos, abandonaron voluntariamente la huelga. Al final, justo unos días antes del fin de la huelga, murió otro huelguista.
La huelga comenzó a finales de octubre de 1936 y duró 132 días, terminó en marzo de 1937. Acabó con la victoria total de los huelguistas que recibieron un radiograma de los cuarteles generales de la NKVD que contenía estas palabras: “Se informa a los huelguistas de hambre de Vorkuta de que todas su reivindicaciones serán satisfechas”.
Los trotskistas regresaron a la mina, recibieron la comida reservada para los enfermos y después de un período de tiempo regresaron al trabajo, pero sólo en la superficie, algunos trabajaron en la oficina del director de la mina, en calidad de trabajadores asalariados, como bibliotecarios, economistas, etc. Su jornada laboral no superaba las ocho horas diarias y su ración de comida no dependía de su nivel de producción.
Poco a poco el interés de los demás prisioneros en los huelguistas comenzó a desaparecer. Ahora el interés de todos se centraba en el nuevo juicio de Moscú que era retransmitido por la radio, al mismo tiempo a finales de junio comenzaron a llegar nuevos prisioneros. Sus historias describían los arrestos en masa, atrocidades, ejecuciones sin juicio tras los muros de la NVKD, y esto por todo el país. Al principio nadie quería creerlo, sobre todo porque los recién llegados hablaban a regañadientes y muy enigmáticamente. Pero poco a poco los lazos se fueron estrechando y las conversaciones se hicieron más francas. Constantemente llegaban nuevos prisioneros de Rusia, viejos amigos y conocidos se encontraban, ya era imposible no creer en sus historias.

Las ejecuciones en la tundra
A pesar de los hechos obvios algunos prisioneros esperaban con impaciencia la llegada del otoño de 1937 y el vigésimo aniversario de la Revolución de Octubre; esperaban, como con la llegada de 1927, que el gobierno decretaría una amnistía a gran escala, particularmente porque hacía poco que se había aprobado la prometedora “Constitución estalinista”. Pero el otoño llegó y dejó una amarga desilusión.
El régimen cruel de los campos empeoró de manera abrupta. Los sargentos y sus ayudantes en el mantenimiento del orden -criminales comunes- recibieron nuevas órdenes del director del campo, se armaron con palos y golpeaban brutalmente a los prisioneros. Los guardias, los vigilantes de los barracones, atormentaban a los prisioneros. Para distraerse durante la noche le disparaban a aquellos que iban al baño. O daban la siguiente orden: “Sobre vuestras tripas” y obligaban a los prisioneros a tumbarse desnudos durante horas en la nieve. Pronto llegaron los arrestos masivos. Casi cada noche los agentes de la GPU aparecían en los barracones, pronunciaban algunos nombres y se los llevaban.
Algunos trotskistas, incluidos Vladimir Ivanov, Kossior y el hijo de Trotsky, Sergei Sedov, un joven agradable y modesto que de manera imprudente en 1928 se había negado a seguir a su padre al exilio, fueron enviados en un convoy especial hasta Moscú. Sólo podemos creer que Stalin no se satisfacía sólo con arrojarlos a la tundra, su naturaleza sádica no sólo estaba sedienta de sangre, en primer lugar quería humillarlos y torturarlos inconmensurablemente, coaccionándolos con acusaciones falsas.
A finales del otoño en el viejo campo de ladrillos había unos 1.200 prisioneros, al menos la mitad de ellos eran trotskistas. Estaban hacinados en cuatro barracones, su ración de comida era de 400 gramos de pan diarios y no siempre. Los barracones estaban rodeados por una cerca de pinchos de alambre. Casi 100 guardias armados con armas automáticas vigilaban a los prisioneros día y noche.
Los prisioneros arrestados en la mina, en Usa y otros campos cercanos, eran llevados a la vieja adobería. Los arrestados en los campos más alejados -Pechora, Kozhma, Chib-Yu, etc.- eran llevados cerca de Chib-Yu.
Durante todo el invierno de 1937-38 algunos prisioneros, alojados en los barracones de la adobería, muertos de hambre, esperaban una decisión relacionada con su destino. Finalmente, en el mes de marzo, tres oficiales de la NKVD, con Kashketin a la cabeza, llegaron en avión a Vorkuta procedentes de Moscú. Ingresaron a la adobería a interrogar a los prisioneros. Llamaban a treinta o cuarenta cada día, los interrogaban superficialmente durante cinco minutos, los insultaban, los obligaban a escuchar nombres infames y obscenidades. A algunos les daban la bienvenida con pinchazos en la cara, el propio Kashketin golpeó varias veces a uno de ellos, al viejo bolchevique Virap Virapov, un antiguo miembro del Comité Central de Armenia.
A finales de marzo se anunció una lista de veinticinco, entre ellos estaban Gervokian, Virapov, Slavin, etc. A cada uno de ellos se les entregó un kilo de pan y se les dio órdenes para que se prepararan para un nuevo convoy. Después de decir adiós a sus amigos abandonaron los barracones y el convoy partió. Quince o veinte minutos después, no muy lejos, a medio kilómetro, en la abrupta rivera del río Verkhnyaya Vorkuta, resonó una enorme descarga, después siguieron disparos aislados y desordenados, después todo quedó en silencio. Pronto el convoy regresó a los barracones. Estaba claro para todos a qué tipo de convoy los habían enviado.
Dos días después hubo otra nueva llamada, en esta ocasión cuarenta nombres. Una vez más se entregó una ración de pan. Algunos, víctimas del agotamiento, no se podían mover, se les prometió dar un paseo en carro. Manteniendo la respiración los prisioneros permanecían en los barracones escuchando el rechinar de la nieve bajo los pies de los que se dirigían al convoy. Durante un largo tiempo no hubo sonido. Pasó casi una hora de esta manera. Después, una vez más, en la tundra resonaron los disparos, en esta ocasión se escucharon más alejados, en la dirección de la estrecha vía ferroviaria que pasaba a tres kilómetros de la adobería. El segundo “convoy” convenció definitivamente a los que quedaban de que estaban irremediablemente condenados.
Las ejecuciones en la tundra duraron durante todo el mes de abril y parte de mayo. Normalmente cada dos o tres días se llamaba a treinta o cuarenta prisioneros. Lo más característico era que en cada ocasión se incluían a algunos criminales comunes. Para aterrorizar a los prisioneros la GPU, de vez en cuando, daban a conocer públicamente por la radio local la lista de ejecutados. Normalmente los programas empezaban de la siguiente manera: “Por agitación contrarrevolucionaria, sabotaje, bandidaje en los campos, negarse a trabajar, intentar escapar, se han ejecutado a los siguientes prisioneros...”, después seguía la lista de nombres de algunos prisioneros políticos mezclados con un grupo de criminales comunes.

Desafiantes hasta el final
En cierta ocasión a un grupo de casi cien, formado principalmente por trotskistas, se los envió a la ejecución. Cuando marchaban, los condenados cantaban La Internacional, uniendo sus voces a los cientos de prisioneros que seguían en el campo.
A principios de mayo fue ejecutado un grupo de mujeres. Entre ellas estaban la comunista ucraniana Chumskaya, la esposa de I. N. Smirnov, bolchevique desde 1898 y ex – comisario del pueblo (Olga, la hija de Smirnov, una joven apolítica, apasionada por la música, fue ejecutada un año antes en Moscú); las esposas de Kossior, Melnais, etc... Una de estas mujeres andaba con muletas. En el momento de la ejecución de un prisionero, su esposa encarcelada automáticamente, era también condenada a la pena capital. Cuando se trataba de miembros conocidos de la Oposición esta medida se aplicaba igualmente para sus hijos mayores de doce años.
En mayo, cuando quedaban apenas un centenar de prisioneros, las ejecuciones se interrumpieron. Las semanas pasaban tranquilamente, después todos los prisioneros fueron enviados en un convoy a la mina. Nos enteramos de que habían cesado a Yezhov y que Beria había ocupado su lugar (...)
Octubre/Noviembre 1961